cuarenta
cuarenta y uno
incluso rayado hasta la muerte
un simple rectángulo
de treinta y cinco
milímetros
salva el honor
de todo lo real
GODARD “Historia(s) del cine”
Hay un Godard y hay múltiples Godard. Los múltiples son aquellos que los amantes de la periodización han calificado intentando englobar en conjuntos reconocibles (el Godard de los Cahiers, el de los años chinos, el del video, etc…) a una obra diversa y siempre tensionada en la indagación de la imagen precisa, o la imagen justa, como él mismo dice. Su método en esa búsqueda es el opuesto al que podemos reconocer, pensando en el cine contemporáneo, en Haneke o los Hermanos Dardenne que buscan la perfección en la repetición constante de una matriz formal, como un pintor que una y otra vez pinta el mismo árbol efectuando leves variaciones en busca del árbol perfecto (Haneke, de hecho, ha filmado dos veces la película “Funny games”).
En Godard, en cambio, conviven millones de tendencias que, como en la pintura de Picasso, se revelan película a película. En ese sentido, nunca planteado como un objetivo explícito, las primeras obras de Godard han visitado, de una manera muy personal, varios de los principales géneros cinematográficos: el policial en “Sin aliento”, el musical en “Una mujer es una mujer”, el bélico en “Los carabineros”, el melodrama en “Vivir su vida”, la ciencia ficción en “Alphaville”, el cine de aventura en “Band a part” o la road movie en “Weekend”; para luego abandonar la centralidad del género y abocarse a la construcción de estructuras donde el peso de lo narrativo se disuelve y las cuales, nuevamente, van variando cualitativamente película a película.
Pero entre esas multiplicidades hay un Godard que lo hace inconfundible y fácilmente reconocible si distraída y felizmente nos encontramos con una película suya. Hay en su cine una constante problematización sobre la verdad. Nunca pensada como absoluta y eterna, sino como un terreno en pugna que exige ser permanentemente abordada y que se construye en una relación dialéctica entre la obra y el público.
Para esto hay en su cine dos tendencias que conviven solidariamente. Por un lado, una radical voluntad de transparencia. Si tradicionalmente el cine de Hollywood se encarga de borrar las huellas de la enunciación y ocultar los medios de producción, Godard (siguiendo la tradición Brechtiana) explicitará con todas las herramientas posibles la materialidad de su obra. La presencia de cámara en cuadro, discontinuidades en el montaje, personajes que disruptivamente hablan a cámara. Para entender esto fácilmente, recomendamos ver los primeros minutos de “Tout va bien” donde se firman los cheques de todo el equipo técnico que trabajará en la película y una voz en off da cuenta, con una exquisita ironía, de cómo se construyó el guión de la película que vamos a ver.
Esta tendencia de una materialidad expuesta descarnadamente convive, como dijimos antes, con otra aparentemente contrapuesta: la convicción radical de que no todo debe mostrarse. En contraposición a Hollywood (con quien Godard tiene una relación antropófaga en su etapa de formación) que construye relatos cerrados, donde el espectador es un receptor pasivo, Godard realiza films siguiendo uno de los preceptos enunciados en sus “Historia(s) del cine”: “No vayas a mostrar todo los aspectos de las cosas, reserva para ti un margen de indefinición”. Es en esa fisura de la totalidad donde se filtra el pensamiento y se consuma la relación dinámica entre la obra y el público.
Es decir que Godard explicita los procesos, los deconstruye obsesivamente, desnaturaliza hasta las acciones más cotidianas, para luego, en una actividad que exige una participación activa del público, poder pensar la realidad nuevamente, sin que este ejercicio derive, necesariamente, en una nueva certeza. Es por esto que queremos tanto a Godard, porque su cine no busca aleccionarnos, no nos ofrece soluciones digeridas, ni intenta concientizarnos sobre determinada problemática. Sus películas lanzan enigmas, preguntas, interrogantes, desafíos al pensamiento concebidos como una praxis, porque para Godard pensamiento y acción no son cosas diferentes. Quién sino él podría decirlo mejor: "Ya es hora de que el pensar vuelva a ser lo que es en realidad: peligroso para el que piensa y transformador de lo real. Unos piensan, otros actúan, dicen. Pero la verdadera condición del hombre es pensar con sus manos". |