Cuando escuchó una camioneta que aceleraba Matías creyó que era una lamien, o algún amigo que venía de visita. Todavía no eran las 7 de la mañana. Pero de las camionetas bajaron corriendo integrantes del grupo GEOF, encapuchados, armados hasta los dientes. ¡Al piso, al piso!
La caravana de las fuerzas federales había salido, según pudo saber La Izquierda Diario, poco después de las 5 de la ciudad de Esquel. Minutos después de las 6, la Policía Federal y la de Chubut cortaron la ruta 40 al norte y al sur de la Lof. Los miembros de la comunidad que estaban en el lugar estaban cercados, kilómetros a la redonda, en medio de un ejército de ocupación.
Un rato más tarde llegaba el juez federal Guido Otranto. Nadie podía atacarlo: Matías y sus compañeros estaban con precintos en la casilla, custodiados por el grupo GEOF. Los dos perros y el gallo no parecían conocerlo; sin embargo su señoría llegaba celosamente rodeado del cuerpo de Infantería.
Comenzaba el operativo. Un operativo irregular, sin aviso a las querellas, ni a veedores ni a la propia comunidad que iba a ser invadida. Un operativo anticipado, si se quiere, por las provocativas declaraciones del secretario de Seguridad Eugenio Burzaco y la entrevista del juez al diario La Nación.
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A pocos kilómetros de allí, en la comunidad mapuche de Vuelta del Río, nadie sabía lo que estaba ocurriendo. Por eso, cuando Huilinao escuchó el ruido del helicóptero pensó que era el mismo que sobrevuela la zona de tanto en tanto estas últimas semanas.
Jamás hubiera imaginado que acababa de aterrizar cerca de su corral. Menos que de allí bajarían hombres armados que allanarían su casa “en busca de Santiago Maldonado”, y maltratarían a parte de su comunidad, aterrorizando a mujeres y niños.
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Dos horas más tarde llegaban al retén que la Policía había montado en el kilómetro 1840 de la ruta 40, periodistas, organismos de derechos humanos y Sergio, el hermano de Santiago Maldonado. Con firmeza, pidió que lo dejen pasar, y denunció “temo que tiren el cuerpo de mi hermano por ahí e inventen otra cosa”.
Junto a su abogada salieron hacia la tranquera de la Pu Lof, 8 kilómetros al norte. Allí se encontraría con un fuerte operativo policial que impedía el ingreso a todos los que denunciaban el operativo. Durante varias horas, estarían esperando “del otro lado de la tranquera”, mientras “los perros de Otranto” recorrían por aire, tierra y agua todo el territorio recuperado.
Los buzos tácticos de Prefectura y la Federal volvieron a recorrer el río como ya lo habían hecho dos veces antes. Había que comprobar la teoría de Otranto. ¿O hacerla realidad?
Las brigadas de canes mejor entrenadas recorrieron cada metro de las zonas “críticas”. Especialistas en rastros humanos y restos cadavéricos, caminaron el terreno árido y la vera del río hasta el cansancio.
Las fuerzas entraron a las rucas de la comunidad, pisaron sin reparo los lugares de ceremonia, sobrevolaron hasta agotar las energías de sus naves.
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A 8 kilómetros de allí, en la entrada de la Estancia Leleque, de Luciano Benetton, la Policía Federal y de Chubut habían cortado el paso. Con las horas se iban juntando periodistas, amigos de Santiago y miembros de la comunidad. Entre ellos Ariel Garci, quien llamó al celular de su amigo Santiago el 2 de agosto y alguien atendió.
A las 14, un micro desvencijado lleno de jóvenes salía de la estancia. Algunos se asomaban a ver el revuelo, y saludaban. “Esos son peones de la estancia de Benetton, la mayoría mapuches”, decía Soraya Maicoño, vocera de la comunidad. “Ahora no sabemos qué está pasando adentro del territorio, no hay ninguna garantía de derecho, están a la merced de la Policía y el juez. Sergio Maldonado pudo ver lo que siempre le contábamos, cómo se meten en el territorio y se escudan en una gran cantidad de fuerzas. Quiere mostrar un nivel de peligrosidad sobre nosotros que no existe, no hace falta semejante montaje. Es importante que ustedes puedan ver cómo actúan, con la impunidad que se manejan”.
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Mientras tanto, en la Pu Lof, ya se habían llevado detenida a Elizabeth Loncopan, “desobediencia a la autoridad”. Matías seguía hace horas con las manos atadas con precintos.
Un hombre se le acerca. Es el “Coordinador con los Poderes Judiciales” del Ministerio de Seguridad, Gonzalo Cané. El hombre de Patricia Bullrich que interviene el Juzgado Federal de Esquel.
¿Usted viene del Ministerio? Me puede ayudar, estoy hace 6 horas así, me duele la clavícula.
Cané mira al joven y vuelve la vista hacia el horizonte, lleno de policías y comandos.
No, eso no lo puedo hacer.
A esa altura el “sueño” de Otranto, Burzaco y Cané, parecía naufragar.
Poco tiempo después, a las 15 horas, 7 horas después de iniciada la “invasión”, aceptaban el ingreso de las querellas. Verónica Heredia, la abogada de la familia Maldonado, decía sin vueltas: “Todo lo que aquí suceda va a ser anulado”.
Luego del trabajo de los cientos de efectivos, se llevaron un celular, un cargador, una mochila y algunas camperas.
“El estudio de los perros dio negativo – cuenta Mabel de la APDH del Noroeste de Chubut – cruzaron el río y entraron a todas las rukas. Recorrieron todo, absolutamente todo el territorio, con perros, buzos, botes, helicópteros, policías. Estaba Otranto, la fiscal y Cané”.
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En el retén camino a Esquel, la Policía mantenía la ruta cortada. Otra vez en un intento de amedrentamiento, el cuerpo de Infantería de la Policía Federal, a cargo del comisario Colabeti, desplegaba sus hombres pertrechados en la ruta. “Mulo de Benetton” le gritaban los jóvenes. Una mujer los recorría con un espejo, “mírate, mírate bien” les decía en la cara. Dos chicos mapuches tiraban piedras a un cartel de la estancia (¡ley antiterrorista!).
Uno de ellos, tiene 8, se acerca.
Señor, ¿usted es de los medios buenos? ¿O de esos que dicen cualquier cosa?
¿Como cuáles?
Como el facho de Lanata.
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Unos minutos antes de las 19, pasa una larga caravana de vehículos federales. La encabeza Gonzalo Cané. No parece feliz.
Nos subimos a los autos y salimos hacia la Pu Lof. Algunos van ansiosos, otros preocupados por lo que podían haberle hecho a sus peñi, sus lamien, a sus cosas, a su tierra.
Cuando llegamos, no podíamos creerlo. La caravana que habíamos visto antes era solo la mitad de la que había participado del operativo. Acá estaba la otra. Empiezan a irse, salvo un grupo que queda sobre la tranquera. Es un cordón del grupo GEOF. Uno los ve camuflados, armados hasta los dientes, con sus equipos especiales, posando delante de esos cerros áridos, y se le cruzan las imágenes de las películas yanquis de medio oriente.
Todos corren hacia la casilla a ver cómo están sus hermanos, sus amigos. Se abrazan. Empiezan a contar cómo fue todo.
Ya llega la noche. Se prende el fuego y Matías cuenta cómo fue todo. Pero dice que a pesar del atropello, no van a cesar en su lucha, por la recuperación de sus tierras, por la libertad de Facundo y la aparición de Santiago. ¡Mariciweu! grita. Y todos los gritan con él.
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Lo que ocurrió este lunes fue otro capítulo más de la trama criminal que el 1° de agosto ordenó a la Gendarmería ingresar en una cacería en la comunidad mapuche. Desde aquel día falta uno de nosotros. ¿Dónde está Santiago Maldonado? |