Llegamos a destino en una de las frescas mañanas neuquinas con olor a rocío, que contrastaba con la humedad espesa de Buenos Aires que había dejado atrás. Con los compañeros de YPF de Mendoza quedamos en encontrarnos ni más ni menos que en la puerta de Fasinpat (Zanon), un buen punto de partida para nuestra recorrida de La Naranja Petrolera.
Luego de unos mates fuimos a buscar a Raúl Godoy, nuestro guía de lujo en este nuevo viaje de la Naranja. Raúl apareció con su gorra característica y el equipo de mate. Nuevamente arrancaron los mates pero ya camino a Añelo, mientras Raúl nos contaba la lucha histórica de los mapuches por sus tierras y sus costumbres, cómo la banca del Frente de Izquierda en la legislatura neuquina fue un apoyo para las últimas peleas que venían dando los pueblos originarios. Mientras cruzábamos el dique Ballester, donde la Ruta 7 se hace de una sola mano y se debe esperar pasar en tandas para cada lado, se puede ver el agua cristalina pasar por debajo. Esta “ruta del petróleo” donde se mueve gran cantidad de los equipos utilizados en la actividad, tiene tramos destruidos. Cruzamos obradores de distintas empresas que se mezclaban en esos coloridos paisajes neuquinos -aunque el sol siempre dé un tono árido, los colores resaltan- esos colores rojizos y verdes que se mezclan con el cielo, colores que se pueden ver en las banderas del pueblo mapuche.
En un momento del viaje nos encontramos con una ciudad que parecía haber sido puesta de golpe en el árido paisaje. Comenzaban a mezclarse los contenedores - vivienda con negocios, departamentos nuevos, vehículos de todo tipo y porte, el hotel casino en construcción. Cruzamos una suerte de monumento de los 100 años de Añelo, que representaba a criadores de animales, pero ninguno con facciones mapuches.
Este pueblo que parece apurado por crecer encierra profundos contrastes: lo vienen adaptando para que vivan allí los petroleros, pero el resto vive donde puede y sobreviven a los precios que impone el ritmo del oro negro.
Seguimos unos kilómetros más hasta la comunidad mapuche Campo Maripe, con una modesta entrada que hasta puede pasar desapercibida en la ruta, donde nos encontramos con uno de los cuidadores de la entrada que rápidamente nos recibió y saludo calurosamente, ya que Godoy es un viejo conocido de la comunidad. La entrada lucía los restos del antiguo puesto de control hecho en madera, muy improvisado. Ahora existe una construcción de material más amplia que nos contaron que se usa para hacer reuniones con las familias que viven en el lof. En esta sala de forma pentagonal hay en el rincón un viejo sillón, una cocina simple y una mesa central. En un de las paredes cuelga la bandera de pueblos mapuches y en otra una foto de cuando las ñañas, las mujeres mapuches, se habían encadenado a las torres de extracción. Rápidamente arrimamos las sillas y nuestro anfitrión preparó dos mates para la charla.
Nos contaron que antes del boom del petróleo el gobierno nacional y principalmente el provincial solían tener política hacia los mapuches con la lógica de la defensa de los pueblos originarios, los invitaban a desfiles, etc. Todo eso terminó con la llegada del fracking. Pero incluso cuando había una supuesta “buena relación” con el gobierno, siempre fueron víctimas del robo de las tierras, de persecución, persecución tan grande que las familias dejaron de enseñar su lengua a sus hijos para que no fueran discriminados, cambiaron sus nombres. Siempre tuvieron miedo.
Los usaron para reconocer el terreno, los distintos mojones de delimitación conocidos por los mapuches ya que es su propia tierra desde antes que existiera cualquier Estado, y esto estaba registrado incluso por el ejército en los campamentos de avanzada que hacían. En su momento el propio gobierno le había entregado papeles al pueblo mapuche, que luego desconoció.
Los sucesivos gobiernos vendieron las tierras y esos “nuevos dueños” iban con la policía y corrían a los mapuches, los desalojaron reiteradas veces, ya que se negaban a abandonar sus tierras, sus hogares. Esto terminó con casas y árboles de más de 100 años incendiados para evitar que los mapuches se asentaran en esas tierras, los obligaron a vender sus animales. Incluso en un momento tenían prohibido sembrar y hasta plantar árboles.
Campo Maripe llego a tener más de 20 mil hectáreas, pero hoy solo posee unas 11 mil que son habitadas y reguladas por mapuches.
Si bien hoy las distintas comunidades mapuches se están organizando, todo es muy desigual: en algunos lugares donde son más chicas las empresas buscan conformarlas con bidones de agua, camionetas o algún pequeño terreno de sembradío. En otras están más organizadas, cobran una renta por las parcelas e intentan controlar a las empresas lo mejor que pueden, para que no se excedan y no contaminen.
Pero el control permanente de cada metro de tierra es fundamental; es moneda corriente que las empresas petroleras aparezcan con maquinarias y armas para tomar alguna parcela de tierra, y los pueblos y familias tengan que salir al cruce, con los riesgos que esto conlleva.
Generalmente los trabajadores de las empresas ayudan a los mapuches y los mantienen informados sobre cuando las empresas o el gobierno se exceden de lo acordado. En las numerosas oportunidades que han enfrentado a las empresas, siempre tuvieron la solidaridad de los trabajadores.
Los mates y las anécdotas se agolpaban, y me asombró la naturalidad con la que contaban su vida cotidiana, defendiendo sus tierras como si estuvieran en 1800.
Nos contaron cómo en el último tiempo comenzaron a notar los terrenos más secos: en lugar de pequeños montes se encuentran árboles muertos y las últimas crías de los pocos animales que conservan las familias del lof mapuche nacierom con deformidades. Hay comunidades que dejaron de tomar el agua de las tierras, lo que los arrastró hasta negociar por la misma, como si la pelea por su terreno no fuera suficiente.
Pedimos permiso para pasar a conocer el campo y subimos el camino escarpado que desembocaban en una planicie y un laberinto de caminos, donde se podían ver carteles con varios números de los pozos y se divisaban a lo lejos algunas estructuras que se mezclaban con las cigüeñas de los pozos, las baterías, etc. El viento, que no era mucho en ese momento, te hacia picar la piel por la arena que arrastra, Pensaba en que el nuevo convenio flexibilizador que nos impusieron a los petroleros quiere obligar a los compañeros a trabajar con vientos de más de 60 nudos, una locura.
Aquí se notaba el parate: solo se veían algunos equipos de mantenimiento, enfundados en los característicos mamelucos que se convierten en un saco de plomo con el calor. Nos contaban que habían bajado muchos equipos y otros estaban simplemente parados. La mayoría de los pozos son de YPF, una de las empresas que más equipos tiene parados y más despidos diagramados. Luego de bajar del campo, volvimos a saludar al cuidador de la entrada que nos decía que volvamos cuando quisiéramos, y emprendimos la vuelta.
Mientras que abandonábamos el rocío de Neuquén y volvíamos a la humedad de Buenos Aires, solo podía pensar en que cada día que miro a mi hija a los ojos lo hago con el orgullo de militar por esto, y achicar las distancias y eliminar las barreras que nos imponen a los trabajadores, terminando con la explotación del hombre por el hombre.
Cuando la Gendarmería reprime en el Lof Cushamen llevándose a Santiago, y ayer Lof Fvta Xayen, todas las imágenes del viaje a Neuquén me llenan la retina y vuelvo a escuchar los anécdotas de la resistencia de los mapuches por sus tierras y costumbres. El odio de clase se pone a flor de piel al ver cómo los distintos gobiernos mantiene la misma política en defensa de las multinacionales y usurpadores locales o extranjeros como los Bennetton. Por eso seguiremos peleando; nuestras vidas no tiene precio, porque a Santiago se lo lleva el Estado y le exigimos respuestas, igual que en el caso de Julio López. Nadie pude ser indiferente ante tamaño hecho de represión. |