En el marco del Festival Internacional de Poesía, el pasado jueves 21, en el Bar OUI, se presentaron los poetas: Alice Ruiz, Marcelo Rizzi, Elvira Hernández, Juan Meneguín, A. Morales Cruz, Xi Chuan, Joaquín Morales, María Paula Alzugaray, Rodrigo Quijano, Sebastián Bianchi, Darío Zangrandi, Cecilia Pavón, Marcelo Silva, Virginia Rinaldi, Florencia Méttola, Sergio Ernesto Ríos, Claudio Rojo Cesca, Urayoán Noel, Ángela Segovia, Robin Myers. |
El poeta peruano Rodrigo Quijano – Fotografía Luis Vignoli
Llego a la esquina de Sarmiento y Mendoza, entro en el bar cultural OUI, me espera el Lauti. La gente habla, toma cerveza, come, la atmósfera nos invita. Hay libros al costado en francés, inglés, autores que no conozco, que me suenan y me recomiendan. Las palabras son del que las dice, así que hoy parecen serme todas ajenas, las de los libros, las que entiendo y las que no, la de la gente de las mesas contiguas y las del Lauti que me habla y yo me aturdo entre todas. Mejor tomo cerveza.
Alice Ruiz, con más de veinte libros en su haber, Navalhanaliga, Paixão xama paixão, entre otros, es una poetisa brasilera que viene a romper el aletargado comienzo. Más palabras aún más ajenas, pero de tanto escuchar “Garota de Ipanema” uno se siente experto, la musicalidachi del idioma se nos hace familiar, y aunque hay una traductora, juego a adivinar lo que dice…
“era uma vez
uma mulher
que via
um futuro
grandioso
para
cada homem
que a tocava
um dia
ela se tocou”
y si, confiesan ellas que toda traducción, esconde una traición. Hay que ser brazuca o ser ajeno. Vislumbrar el paisaje, el carnaval, la callecitas que suenan a zamba y demás prejuicios que traban y destraban. Prejuicio o no, ella sonríe, cálida, y sí, suena a playa de Rio, aunque sea de Curitiba.
Mientras nos servimos otra copa más de vino, se suceden los poetas; Marcelo Rizzi, Elvira Hernández, Juan Meneguín. Uno de acá, de Rosario. Ya es tan familiar que parece un hermano de derecha, que uno se encuentra en comidas familiares por compromiso. Habla de los poetas sufridos y no le creo nada, no le creemos según veo en alguna otra mirada. Pienso en que poeta no es solo él, sino todos los que leen y los que no… en el laburante que ceba el mate con mucha azúcar, “porque para amarga, está la vida”. Suena familiar.
Un chino, Xi Chuan. Ahora si no hay musicalidachi que me salve, es más, nunca escuché hablar a un chino, salvo en el supermercado. Este lee poesía, y lo hace con una solemnidad ancestral que trae consigo a la Dinastía Ming:
“Los mosquitos, junto con las sanguijuelas y los vampiros, pertenecen a una misma clase; a esta pueden agregarse los burócratas, los terratenientes y los capitalistas. Todos los seres vivientes pueden clasificarse de acuerdo con sus costumbres alimenticias, en carnívoros, herbívoros y chupasangres.”
Todo suena con la potencia de una verdad absoluta, totalmente indescifrable. “Tendré que matarte” dispara el traductor en uno de sus versos, los vasos tiemblan un poquito. Pero el tipo tiene cara de bonachón y es poeta.
Continuaron Joaquín Morales y María Paula Alzugaray. Llegado de Panamá, Morales Cruz enamora a una mujer con sus versos, y hace enamorar a algunos de ella, de sus piernas doradas y redondeces en miel…
“en esta cama donde un universo
con patas de mesa
chorrea todo el jugo de almendras
de tu vaso a tus piernas
que salieron de prisa por una puerta
rajada
sin picaportes”
…y vuelve cálida la noche fría. Pero sigue Rodrigo Quijano, Investigador de arte contemporáneo y curador de exposiciones de Perú, que no viene para nada complaciente. No es un poeta “sedentario del corazón” (a palabras de Saint-Exupéry) y con simpleza y tal vez timidez, recrudece en cada verso con una pintura de su barrio, donde las balas corren a los pibes de la calle.
“Ahora bien, imagina que eres una bala
y eres los manifestantes, que huyen todos
en distintas direcciones.
Imagina que la bala es un misil
cargado de habitantes
que gritan todos su desconcierto
mientras se hacen un lugar
entre las venas, y tu corazón
y tu cuerpo se estremecen por completo.”
Lo veo mientras me lo cuenta, sonidos de corridas y pechos agitados buscando refugio en “una noche por la pampa/seguido por la policía.”
Las palabras son de otro, parece que las musas también, y yo salgo al frío de la noche, las luces del bar quedan atrás y dejo al lauti terminar la última copa. Las palabras ajenas se entremezclan con sensaciones, recuerdos, los países cercanos y no tanto, los idiomas, las culturas y sus estereotipos. Todos tienen algo tan visceral para contar que no puede salir afuera, más que en forma de poesía, más que como un canto camino al trabajo, más que como un gemido en el calor primaveral, más que el grito ante la injusticia. Tan lejano que suena familiar. |