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8 de octubre de 2017 Twitter Faceboock

Tribuna Abierta
Thomas Paine, el revolucionario ignorado
Pablo Pozzi

El 30 de octubre de 1819 el dirigente radical cartista William Cobbet viajó desde Nueva York hacia Inglaterra llevando los restos de Thomas Paine, autor de dos de los ensayos políticos más famosos en la historia de la democracia humana.

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El 30 de octubre de 1819 el dirigente radical cartista William Cobbet viajó desde Nueva York hacia Inglaterra llevando los restos de Thomas Paine, autor de dos de los ensayos políticos más famosos en la historia de la democracia humana: Sentido Común y Los derechos del hombre. Así, el gran movimiento reformista y radical inglés, el Cartismo, realizaban un tributo a uno de los más grandes pensadores del mundo occidental. Paine había muerto una década antes, el 8 de junio de 1809, en la más absoluta pobreza y en la oscuridad total.

Thomas Paine nació en Inglaterra, en 1737. Su padre fue un artesano quákero y su madre la hija de un abogado. A los trece años ingresó como aprendiz en el taller de su padre –fabricante de corsés de hueso de ballena- donde aprendió el oficio. En 1757 se mudó a Londres y dos años más tarde abrió su propio taller y contrajo matrimonio, enviudando un año más tarde. En 1761 Paine abandonó su oficio de artesano para convertirse en recolector de impuestos aduaneros internos.

En 1772 Paine escribió su primer panfleto, que haría su fama, llamado “El Caso de los Empleados de Aduana” en el cual clamaba por reformas sociales culpando al Rey y a su séquito de dilapidar el erario, mientras mantenía a los empleados reales, y a la población, en la más absoluta miseria. Como resultado perdió su trabajo. En 1774, en bancarrota y desempleado, conoció a Benjamín Franklin. Las colonias americanas de Inglaterra estaban en pleno proceso independentista, Franklin lo convenció de emigrar al nuevo mundo y le brindó cartas de recomendación.

A poco de la llegada de Paine comenzó la Guerra de Independencia norteamericana. Mientras esto ocurría, durante todo 1775 Paine se dedicó a publicar numerosos artículos. En noviembre de ese año comenzó a escribir su panfleto Sentido Común. Hasta ese momento las diferencias entre la Corona y sus colonias hacían eje en la autonomía colonial, o sea en cuestiones sobre impuestos y una posible representación en Parlamento. Para la élite colonial estos puntos eran tema de negociación, por lo que se buscaba una conciliación con la monarquía que mantuviera el statu quo. En cambio, para muchos artesanos el conflicto era la existencia de la monarquía en sí, pero aún no tenían una propuesta independentista. Sentido Común era un llamado simple y dramático a la independencia. El impacto del panfleto fue inmediato: en 1776 vendió más de cien mil ejemplares y fue traducido al francés.

Sentido Común era un ataque apasionado contra la monarquía británica y todo lo que ésta representaba. Paine describía al Rey Jorge como “el real bruto de Inglaterra”, y planteaba que Guillermo el Conquistador no había sido más que “un bastardo francés al frente de bandidos armados que se había erigido en Rey”.
Explicaba que las colonias no derivaban ningún beneficio de su vínculo con Inglaterra y convertía la disputa en una cuestión de “libertad para la humanidad”.

Paine insistía que el pueblo se podía gobernar a sí mismo sin nobleza o élites. Su propuesta era un republicanismo simple basado en la democracia de las asambleas. Todo esto estaba planteado sin eufemismos, en un estilo de escritura directo, claro y popular que podía ser leído y comprendido por cualquiera. El resultado fue que se convirtió en un instrumento de movilización popular independentista entre amplísimos sectores de granjeros y de artesanos. El impacto de estos panfletos no fue sólo entre la “multitud”, sino también entre amplios sectores de la élite. John Adams, que compartía el ideario independentista, expresó su miedo al efecto que “un panfleto tan popular puede tener sobre el pueblo” puesto que un radicalismo “tan democrático sin controles ni equilibrios puede generar muchos males y confusión”.

Como resultado de su éxito Paine entró en conflicto con aquellos políticos que demandaban “una comisión” por obtener apoyo financiero a las fuerzas independentistas. Paine condenó lo que consideraba una utilización de la causa para lucro personal. Este ataque sobre las prácticas de los financistas y grandes comerciantes se combinó con la inquietud que había generado en estos sectores Sentido Común y con la preocupación entre los esclavistas por la denuncia y condena a la esclavitud que Paine realizaba desde 1775.(1) Para la élite independentista Paine era un individuo demasiado radical y popular: un individuo sumamente peligroso. Los radicales, que habían llegado al poder en Pennsylvania en el verano de 1776, lo nombraron secretario de la asamblea del estado en 1780. En ese cargo, Paine redactó, y logró la aprobación, de una ley que proveía la emancipación de los esclavos en Pennsylvania; la primera en la historia de los Estados Unidos. Hacia 1783 Paine se encontraba en la más absoluta pobreza puesto que había resignado sus derechos de autor, y solicitó ayuda económica al Congreso Continental, que le fue negada.

En 1787 Paine regresó a Europa radicándose en Inglaterra. Allí encontró que tanto la Corona como el gobierno habían desencadenado una oleada represiva sobre el movimiento de artesanos radicales. Esto se agudizó aun más cuando en 1789 ocurrió la Revolución Francesa. Considerado un peligroso revolucionario, Paine se refugió en Francia donde escribió lo que sería su obra más duradera: Los derechos del hombre. El mensaje de esta obra era poderosamente subversivo para la época: planteaba que las tradiciones del pasado no son guía para el presente: cada generación en cada época actúa por sí misma, y establece un orden político y social que responde a sus necesidades. Así, la soberanía del gobierno republicano reside exclusivamente en el pueblo y debe servir a sus intereses. El simple concepto que el ser humano tiene derechos por encima de los que pueden otorgar el privilegio, la riqueza o el poder tenía, a fines del siglo XVIII, una poderosísima fuerza subversiva.

La obra de Paine fue exitosa vendiéndose cientos de miles de ejemplares, y fue nombrado como redactor de la nueva Constitución revolucionaria francesa. En 1802 regresó a Estados Unidos para encontrar que el fermento social y de ideas se había aquietado y los poderosos se dedicaron a hostigarlo duramente. Los últimos años de su vida los pasó en la oscuridad y la pobreza.

Desde 1775 hasta el final de sus días, el pensamiento de Paine se mantuvo relativamente constante en sus principios. Estos eran el igualitarismo social, una hostilidad a la monarquía y al privilegio hereditario, el nacionalismo americano junto con una visión internacionalista de la libertad, y la confianza en las virtudes del comercio y del desarrollo económico. Para Paine, lo que distinguía su republicanismo no era una forma particular de gobierno sino su objetivo: “el bien común”. Tanto el conflicto partidario como el de clase eran incompatibles con la esencia de su republicanismo puesto que “éste no admite un interés distinto al de la nación”. Las leyes deberían reflejar los intereses del pueblo, y no las necesidades privadas o sectoriales. Para las élites, encabezadas por Washington, un gobierno representativo era una forma organizativa de preservar los derechos individuales; particularmente sus intereses frente a la amenaza implícita en el bienestar de la ‘chusma’ o de la ‘multitud’. Esta amenaza se evidenciaba en la obra de Paine cuando éste, en sus primeros ensayos antiesclavistas, planteaba que los dueños de esclavos eran ladrones e insistía que “el esclavo, que es el verdadero dueño de su libertad, tiene el derecho de vindicarla”. En Sentido Común Paine señalaba que “la opresión es la consecuencia [...] de las riquezas”. Más tarde, en 1796, en su panfleto Justicia Agraria explícitamente culpaba a los ricos de la opresión de los pobres. Su crítica, no era a la riqueza en sí sino más bien a las élites cuyo poder era hereditario. De ahí que su sociedad ideal se basaba en pequeños productores –artesanos y granjeros- en contraposición a otros sectores sociales que “no producen nada por sí mismos”. Paine planteaba una sociedad igualitaria y armónica puesto que se eliminarían las fuentes de la aristocracia –el privilegio hereditario, los favores gubernamentales y las prebendas de todo tipo- permitiendo el reino de las leyes naturales de la sociedad civil, garantizando que todas las clases se beneficiaran de la abundancia económica, y cuyas desigualdades en riqueza reflejaran las diferencias en habilidad y esfuerzo. Si los pobres eran corruptos e ignorantes, la causa era el gobierno y sería eliminada con medidas de bienestar social, impuestos a los más ricos, ayuda a los desempleados y una educación pública y gratuita. La clave del problema, señaló Paine, residía en el principio de la propiedad privada; si el derecho a la propiedad es sagrado e individual –como insistía Locke- o si estaba limitado por las necesidades sociales.

La forma de garantizar todo esto era, para Paine, un gobierno del pueblo. Tras el poder de los ‘zánganos’ [sic] se encuentra el engaño que el gobierno y la sociedad son reinos misteriosos y arcanos donde sus secretos son sólo poseídos por aquellos pocos que gobiernan, lideran u oprimen. “No hay lugar para el misterio, no hay lugar para que comience, cuando el pueblo se gobierna a si mismo”.(2) Este tipo de gobierno debería ser simple y sin complicaciones, a diferencia de las propuestas que, en defensa de la separación de poderes, “glorificaban la complejidad” y pretendían retornar a la ficción y al misterio de una era predemocrática. Así un gobierno del pueblo y benéfico no necesita de ejércitos ni marina o de una policía inquisidora [sic]. Es la injusticia del gobierno la que crea ejércitos para defender la riqueza derivada de la injusticia. Y el estado es un “monstruo creado por una minoría para servir a los fines de una tiranía”.(3)

Paine tenía una visión optimista de la naturaleza humana, o por lo menos de la posibilidad en su perfectibilidad. Como otros en la época –el más notable fue Jean Jacques Rousseau- Paine tenía fe en la habilidad de los hombres para actuar según los dictados de la razón y podía rechazar la idea de controles y equilibrios en las formas de gobierno, reivindicando la democracia pura. Su idea del progreso humano no se basaba en un objetivo ni era estática, sino que era un proceso de mejoras permanentes con final abierto, generado por las acciones deliberadas de los seres humanos.

El legado de Thomas Paine ha sido mucho más profundo de lo que podríamos deducir: propuso la abolición de la esclavitud casi cien años antes que Lincoln; fue uno de los primeros ingleses en propiciar la independencia de la India; proyectó un plan de jubilaciones; y reivindicó los derechos de la mujer.

El día de hoy Thomas Paine tiene una relevancia no sólo por su internacionalismo revolucionario y desafío a las instituciones existentes, sino por la modernidad de su pensamiento, su racionalismo y su fe en la naturaleza humana. Quizá por esto fue condenado a la oscuridad y al ostracismo. Como todos los idealistas cometió el error de subestimar el poder de la clase dominante. Sin embargo, su figura y su pensamiento han sido atesorados durante décadas por los trabajadores en ambas orillas del Atlántico para emerger, en los últimos tiempos, como poderosa antítesis a aquellos que se oponen a la razón y al humanismo.

Notas:

1. Es importante tener en cuenta que Paine condenaba la esclavitud desde dos tradiciones político-culturales distintas. Por un lado, sus antecedentes quákeros significaban que se había criado en una tradición religiosa que condenó la esclavitud ya en el siglo XVII. Por otra, el radicalismo artesanal equiparaba la esclavitud del hombre a la esclavitud del salario. Paine en su panfleto African American Slavery, escrito en 1775, fue uno de los oponentes de la esclavitud más conspicuos e influyentes durante la Guerra de Independencia.
2. Thomas Paine. Letter Addressed to the Addressers on the Late Proclamation 1792.
3. Thomas Paine. The Rights of Man 1791-92, parte II, 407, 408. New York: s/p, 1894-99

 
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