Este martes 17 de octubre las Fuerzas Democráticas Sirias declararon definitivamente la caída de Raqa, la capital del califato proclamado por el Estado Islámico (EI) en 2014. Aunque la conquista de Raqa tiene un valor propagandístico, sobre todo para el combate de Estados Unidos contra el EI, su significado militar es limitado y en sí mismo no alcanza para poner fin a la sangrienta guerra civil siria, que ya está cursando su séptimo año.
La ciudad, hoy reducida a escombros tras una batalla despiadada que duró cuatro meses y se cobró la vida varios miles de civiles alcanzados por los bombardeos norteamericanos, fue el símbolo del horror del EI, donde se han llevado a cabo decapitaciones y ejecuciones de alto impacto público.
El Estado Islámico tomó el control de Raqa en marzo de 2013, desplazando y cooptando a diversas fracciones “rebeldes” del Ejército Libre Sirio y el frente Al Nusra (ligado a la red Al Qaeda) que habían derrotado a las fuerzas del régimen de Assad, en las etapas iniciales de la guerra civil.
Con la proclamación del Califato el EI alcanzó el pico de su ofensiva militar, atrajo a decenas de miles de combatientes a sus filas, provenientes de 84 países. Se calcula que unos 3.000 eran originarios de países europeos.
Sin embargo, desde comienzos de 2015 el EI entró en una decadencia sin retorno bajo la doble ofensiva de la alianza entre Moscú, Irán y el régimen sirio de Bashar al Assad, y de los aliados de Estados Unidos, en particular las milicias kurdas radicales nucleadas en las Unidades de Protección Popular, que luego de haber derrotado al EI en Kobane profundizaron su colaboración táctica con el bando norteamericano.
La derrota en Raqa fue precedida por la expulsión del EI de la ciudad de Mosul, tras una batalla sangrienta con el ejército iraquí. Hoy el califato virtualmente ha dejado de existir. Se calcula que las milicias del Estado Islámico han quedado en control de algunos pequeños territorios a lo largo de la frontera entre Siria e Irak y de bolsones ubicados al sur, en la provincia de Deir al-Zour, bajo el control del régimen sirio con apoyo de Rusia e Irán.
El debilitamiento del EI, lejos de poner fin al conflicto, puede abrir una nueva etapa en la multifacética guerra civil en Siria, caracterizada por alianzas cambiantes y contradictorias y por la injerencia de potencias y actores regionales que dirimen sus rivalidades a través de milicias locales.
La foto indicaría que por ahora el régimen dictatorial de Assad ha logrado sobrevivir con la ayuda de Rusia, Irán y las milicias de Hezbollah. Aunque no con el suficiente volumen de fuerzas como para dictar los términos de una eventual negociación de posguerra.
Aunque con su toque provocador personal, Trump ha mantenido en la esencial la política de Obama: priorizar la derrota del EI, aceptar de hecho la división de tareas con Rusia-Irán, intervenir con bombardeos aéreos y mantener en el terreno la alianza táctica con las milicias kurdas.
Te puede interesar: Ataque de Estados Unidos a Siria: un mensaje con múltiples destinatarios
La película es más complicada. Irak la ha declarado la guerra a la independencia del Kurdistán iraquí, impulsada por el Partido Democrático del Kurdistán y refrendada en un referéndum realizado el 25 de septiembre. A la posibilidad de proclamar un Estado kurdo soberano se oponen varios actores, que por lo demás, están enfrentados en otros campos, entre ellos: la Unión Patriótica del Kurdistán, el otro partido kurdo de Irak, Irak, Irán, Turquía y Estados Unidos. En el mismo momento que las milicias de las YPG celebraban el triunfo en Raqa, el gobierno iraquí avanzaba con su ejército sobre la ciudad de Kirkuk, el centro del kurdistán iraquí y una de las zonas petroleras más ricas del país.
En Siria, pero sobre todo en Irak, la población sunita, marginada de la distribución de poder, alimentó milicias radicales como el Estado Islámico, aunque más no sea como medio para combatir a sus enemigos. De hecho varios análisis de la composición del EI indican que tenía una mayoría de oficiales del viejo ejército de Saddam Hussein en sus filas. Nuevamente entre las fuerzas que hoy controlan Mosul y Raqa –el ejército iraquí chiita y los kurdos- no hay sectores sunitas significativos.
Mientras tanto la reaccionaria guerra civil siria dejó una situación catastrófica: al menos 400.000 muertos, 12 millones de desplazados y una destrucción sin precedentes que paradójicamente, para los vencedores, significará un negocio de 226.000 millones de dólares. Y una herencia de terror que ha llegado al corazón de Europa occidental bajo la forma de atentados terroristas, que a su vez retroalimentan la xenofobia y las políticas antiinmigrantes de las derechas y extremas derechas europeas.
En última instancia, las condiciones que llevaron a la emergencia del Estado Islámico persisten y se han agravado. La ocupación norteamericana de Irak y su política de “cambio de régimen” exacerbó la guerra intra islámica entre chiitas y sunitas, utilizando a su favor este enfrentamiento. Trump ha revitalizado sus viejas alianzas con la monarquía saudita e Israel. El intento de Trump de degradar y eventualmente abandonar el acuerdo nuclear con Irán responde a estas opciones estratégicas, que incluye un creciente militarismo como forma de revertir la decadencia hegemónica norteamericana. |