Fotografía:Enfoque Rojo
Un año de cambios que preanuncian nuevos fenómenos políticos
Sattelzeit es el concepto que toma Enzo Traverso para referirse a aquel periodo que va desde el final de la guerra de Vietnam (1975) hasta la caída de las Torres Gemelas en 2001 (La historia como campo de batalla, 2011). Concepto que, en su acepción original -de la mano de Reinhart Koselleck-, puede traducirse como “época bisagra” o “era de transición”.
Salvando las distancias se podría afirmar que, dentro del largo ciclo político que abrió el fin de la convertibilidad y el 2001 en el país, el año 2014 podrá ser visto, tal vez, como una especie de año “bisagra” o “de transición” entre dos períodos políticos. El año que está terminando puso en escena, de manera ampliada, elementos que ya habían empezado a insinuarse en los años anteriores. Esto aporta a configurar los contornos de los años por venir. Repasemos aquí tres elementos esenciales, para nosotros, de este periodo de transición.
Fin de ciclo
Ninguna definición asustó tanto (ni provocó tantas respuestas) a los círculos progresistas ligados al gobierno como la de fin de ciclo. Obligado es decir que la categoría entró en circulación en el espacio político en el ya lejano año 2009, después de la derrota del kirchnerismo en aquellas elecciones donde Néstor obligó a todo el mundo a vestir la camiseta de las candidaturas testimoniales.
Entre aquella fecha y la actualidad medió la recuperación política del oficialismo, donde el factor de la muerte de Kirchner jugó un papel esencial. El desarrollo de la Cámpora, el 54% y la continuidad como mayor fuerza política nacional del FPV en las elecciones del 2013 oficiaron como argumentos contra la idea de fin de ciclo.
Pero la confirmación de éste llegó por otros medios. 2014 fue el año en que quedó enterrada, de manera definitiva, la idea de la re-reelección, la que sostenía que solo “ella” podía conducir el “modelo” y concluir el “proyecto” iniciado en el 2003. Ese fracaso, basado en el desgaste político y en las consecuencias de la crisis económica, implicó el inicio de una lenta transición que aun no se ha consumado pero que, como todo parece indicarlo, terminará de la mano de Scioli, ese ex menemista que para el kirchnerismo progresista nunca fue parte del proyecto pero que transita el mismo en un lugar de privilegio desde sus inicios.
Aunque la ilusión se sostenga, las apuestas por Randazzo o Domínguez no pasan aún de ser elucubraciones. Demás está señalar que, por más que desplieguen un discurso progresista, son parte del pejotismo. El primero, enemigo acérrimo de los trabajadores ferroviarios. El segundo, un hombre estrechamente ligado a la Iglesia y a las patronales del campo. Los candidatos del kirchnerismo “puro” son, en contenido y en forma, una copia mala de Scioli. La única diferencia radica en la menor intención de voto.
Que el kirchnerismo se mantenga peleando en el llano, intentando sostenerse como un peronismo centroizquierdista no está descartado. Pero entre eso y las promesas del “proyecto nacional y popular” media una distancia ciclópea, insalvable a fuerza de argumentos o metáforas forsterianas.
El Relato en la encrucijada
Aunque frente al escenario desarticulado de la oposición el FPV aparezca aun como una fuerza con predominancia electoral, esto no puede obviar que, en su interior, se han articulado cambios políticos que han golpeado en la escena nacional con fuerza inusitada. Eso hizo mella en el llamado Relato y en sus relatores. Señalemos sólo un aspecto de esos cambios.
2014 fue el año de la consolidación de dos figuras centrales del actual kirchnerismo: César Milani y Sergio Berni, ambos emblemas del crecimiento de la derecha dentro del llamado “proyecto”. El primero implicado en la represión del terrorismo de Estado y agente privilegiado en la inteligencia estatal. El segundo, vocero de un discurso reaccionario y xenófobo contra los hermanos inmigrantes, además de garante de la represión actual ejercida contra aquellos sectores de los trabajadores que salieron a enfrentar las consecuencias de una crisis que el empresariado intentó volcar sobre ellos, como ocurrió en la emblemática lucha de Lear.
Atrás quedaron los intelectuales de Carta Abierta y sus consejos articulados en un lenguaje tan ininteligible por momentos como para evitar que tuviera consecuencias reales al interior del kirchnerismo. Los organismos de DDHH afines al gobierno jugaron un papel altamente cuestionable en este momento de transición. El abrazo de Hebe de Bonafini con Milani –a fines del 2013- o el “reencuentro” de Estela de Carlotto con Francisco, es decir Bergoglio, implicaron una lamentable subordinación al giro político derechista del gobierno.
Esta “crisis del Relato”, que se expresó abiertamente en el año que se cierra, está estrechamente ligada al tercer elemento que señalaremos aquí.
La izquierda en la escena nacional
Las elecciones del 2011 mostraron la emergencia del FIT como fuerza política en el escenario nacional. Los casi 700mil votos conquistados para diputados nacionales empezaban a evidenciar que la leyenda que afirmaba que “a la izquierda del kirchnerismo estaba la pared” tenía los días contados. Las elecciones del 2013 significaron un salto en la consolidación de la izquierda, que se hizo manifiesto a lo largo del 2014, cuando la izquierda entró a ser parte, cada día más, de la escena política nacional con un peso que no ha tenido en décadas.
Ese crecimiento se confirmó en las elecciones de concejales en Mendoza, a poco de iniciado el año. Y sigue ratificándose hoy cuando, por ejemplo, diversas encuestas señalan un 15% de intención de voto a gobernador para Nicolás del Caño (PTS) en la provincia de Mendoza. A más de mil kilómetros de ahí, las encuestas ubican a Alejando Vilca, también del PTS, tercero en la lista de candidatos a gobernador en Jujuy con un porcentaje similar. Pablo López (PO) es un firme candidato a la intendencia de la ciudad de Salta. Muchos pronósticos anuncian además un crecimiento en las elecciones legislativas del 2015. Si se mira el panorama a largo plazo, estamos ante un cambio central del escenario político que primó en los últimos 25 años.
Recientemente este desarrollo tuvo, además, su expresión en los actos realizados por el PTS y el PO, donde más de 12mil personas llenaron los dos estadios más importantes de la Capital Federal, demostrando así el creciente peso en construcción de la izquierda.
Por último pero igualmente fundamental es que en 2014 la izquierda terminó de confirmar su creciente peso en el terreno del mundo obrero. Por primera vez en décadas una burocracia mafiosa y de carácter semi-fascista como la del SMATA fue enfrentada claramente desde la izquierda. La lucha de Gestamp en primer lugar y, por sobre todo, la enorme lucha de Lear, mostraron los avances de la izquierda trotskista -esencialmente del PTS- en sectores estratégicos del movimiento obrero.
Asimismo la gran gesta obrera de Madygraf (ex Donnelley) confirma ese avance de fracciones de la clase trabajadora influidas por la izquierda. Fue esa presencia de la izquierda partidaria (PTS) la que pudo impedir el vaciamiento de la fábrica. La acción decidida de los trabajadores obligó al gobierno nacional a intervenir contra la patronal imperialista.
Esos avances son aun menores dentro del conjunto del enorme conglomerado de la clase trabajadora. Pero su peligrosidad potencial para el régimen capitalista argentino puede olerse. O tal vez escucharse. Lo expresa la preocupación de los CEOS de las grandes corporaciones. Se puede leer en los constantes ataques que recibió la izquierda trotskista de parte del Jefe de Gabinete y el gobierno nacional. Se siente en cada declaración macartista –patotas incluidas- de la burocracia sindical.
Ese temor que se siente en los pasillos de la CGT Balcarce también se respira en la sede de las centrales opositoras. A pesar de los dos grandes paros nacionales que pusieron de manifiesto la fuerza social de la clase obrera -el 10 de abril y el 28 de agosto-, el moyanismo prefirió pasar a cuarteles de invierno, dejando de lado cualquier pelea por las demandas de millones de trabajadores.
Sin romanticismos
La creciente relación entre la izquierda trotskista y franjas de la clase trabajadora, en el marco del fin de ciclo del kirchnerismo, constituye un dato insoslayable de la realidad política argentina. Ambos procesos se hallan estrechamente ligados. El ritmo que tenga su desarrollo en el 2015 no puede predecirse con exactitud matemática como ningún proceso social, pero es evidente que está en curso. El triunfo de los trabajadores de Lear constituye un elemento sustancial para aportar a su continuidad.
Pero el fortalecimiento político de la izquierda lejos está de ser lo que se llama, comúnmente, un “camino de rosas”. Como se ha señalado el kirchnerismo desarrolló un discurso anti-noventista mientras se sostenía sobre la base de un poder real basado en aparatos mafiosos, en muchos casos profundamente entrelazados con el crimen organizado: patotas sindicales y punteros de los intendentes, las policías del Gatillo Fácil y el narcotráfico, todas partes de un aparato destinado a la represión de la lucha social y al control de los oprimidos y explotados.
Todo avance de la izquierda deberá sortear ese tipo de obstáculos si se propone profundizar el camino iniciado de fusión con sectores amplios de la clase obrera. En la organización de capas cada más amplias de trabajadores conscientes de estas peleas, reside una labor esencial de la izquierda trotskista. Ese es el temor del capital y sus escuderos. Ese es un desafío planteado claramente en el 2015. |