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La Izquierda Diario
18 de enero de 2025 Twitter Faceboock

Tribuna Abierta
El joven Karl Marx de Raoul Peck
Juan Argelina

La sociedad del espectáculo total, como diría Guy Debord, ha llegado a su punto culminante, y hasta quien quiere defender el marxismo debe hacerlo bajo la lupa del neoliberalismo.

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"Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo" (Marx, Tesis sobre Feuerbach, 1845). ¿Puede un pensamiento de esta envergadura surgir de la embriaguez de una noche de juerga? Parece que si, según el director del film "El Joven Karl Marx", Raoul Peck. Y lo que podría resultar anecdótico tratando de humanizar a tan tremendo personaje, cuya imagen, como la de su "espectro", el comunismo, ha desbordado ya cualquier intento de reducirlo a un objetivo hagiográfico, resulta aquí un elemento casi banal, sobre todo cuando comprendemos que la película, al tratar de adaptarse a los cánones comerciales habituales, cae en la contradicción de querer hacer una defensa del trabajo teórico y militante de Marx con parámetros discursivos propios del cine neoliberal. Y aquí podríamos alargarnos intentando analizar por qué el cine político o simplemente experimental, que trataba de ofrecer alternativas y nuevas vías para contar nuestra historia colectiva, ha quedado hoy día reducido a la nada frente a la maquinaria industrial de productos ilusorios que parte del modelo hollywoodiense norteamericano y arrasa cualquier otro modelo que no contenga la defensa del sistema tal como lo conocemos, con un héroe salvador, una familia patriarcal, una democracia beneficiosa para todos, y una justicia "independiente", que combaten a las fuerzas del mal encarnadas en personajes violentos deshumanizados que quieren destruirlo. Desde los cómics de superhéroes de Marvel (hoy día resucitados), pasando por los relatos propagandísticos anticomunistas de la Guerra Fría, hasta las ficciones aparentemente "neutras" de las series televisivas actuales, se nos viene imponiendo una especial visión del mundo y de la historia de forma binaria y dicotómica, en la que lo colectivo, el pueblo, la gente pasa a segundo plano, para ser sustituido por estos grandes hombres (casi nunca mujeres), que luchan solos frente a la adversidad. Ya quedaron atrás las aportaciones cinematográficas del cine soviético o los planteamientos subversivos de la "nouvelle vague". La sociedad del espectáculo total, como diría Guy Debord, ha llegado a su punto culminante, y hasta quien quiere defender el marxismo debe hacerlo bajo la lupa del neoliberalismo.

Es gracioso ver a los personajes de "el Joven Karl Marx", convertidos en caricaturas frente a la condescendencia y vitalidad de nuestro protagonista-héroe, frente al que incluso su amigo Engels parece un jovenzuelo inmaduro. La película tiene buenas intenciones, pero cae en los tópicos del cine romántico al acercarse a su vida privada, y pretende volverse sesuda mientras vemos a Marx y Engels sometidos al duro trabajo de crear filosofía bajo la escasa luz de las velas de su humilde casa con la única intención de rebatir a sus oponentes teóricos. Como si las aportaciones de Marx al replanteamiento de la forma de estudiar las relaciones sociales y económicas solo fueran fruto de su afán por competir. Incluso la génesis del "Manifiesto Comunista" es vista más como una labor ingrata, que como una necesidad perentoria para luchar contra la sangrienta explotación del proletariado. Supongo que el director pensó que debía filmar al menos algunos planos de un Marx dubitativo y cansado, acuciado por haber llegado a los treinta años sin haber escrito una "gran" obra (aquí imagino que abre la posibilidad de una segunda parte en la que ya aparecería "El Capital"). Las escenas de Marx y Engels en la playa discutiendo sobre si se hace o no el Manifiesto parecen una mala copia de "Muerte en Venecia", con ese Marx sentado y tristón, al que solo falta que le caiga el chorretón de tinte bajo el sombrero. Falta dureza en este filme, un contexto social más auténtico, mayor riesgo en el relato. No bastan las buenas ambientaciones en trajes y arquitecturas si éstas se quedan en meras postales. Me hubiera gustado más ver a Marx implicado en la educación de los trabajadores mientras se hallaba exiliado en Bruselas, tal y como él mismo cuenta en su introducción a "Trabajo asalariado y capital" (1849), antes que asumir, como parece en la película, que se aburría en una casa que parece sacada de un cuadro de Vermeer.

No es fácil tratar en forma de ficción a una figura como Marx. Su vida abarca mucho más que los años que vivió (1818-1883). En realidad, hay tres siglos dentro de ese periodo. Marx es heredero directo de la Revolución Francesa de 1789. Es hijo de una revolución industrial que ya se venía produciendo desde el siglo XVIII. Se proyecta más allá de su siglo XIX, marcando profundamente la historia del siglo XX. Y más allá de lo que sus detractores alardeaban cuando se las prometían muy felices anunciando la muerte del marxismo con la caída del Muro de Berlín en 1989 ("El Fin de la Historia" de Francis Fukuyama), parece que en el siglo XXI su sombra se alarga mientras nos sumimos en una crisis del capitalismo sin precedentes. Sólo leyendo el prólogo de su "Contribución a la Crítica de la Economía Política" (1859), magnífico precedente de lo que más tarde sería "El Capital", nos damos cuenta del alcance de su contribución teórica. En una página y media cambió la historia del mundo. Este texto es como su carta de presentación y es aquí donde podemos aprender realmente quién fue, más allá de unas imágenes poco afortunadas. Marx nos cuenta su propio recorrido, su propia historia, qué cosas escribió antes para llegar hasta ahí. Se va a referir al Manifiesto Comunista y a Trabajo Asalariado y Capital, y menciona "unos papeluchos" escritos junto a Engels cuando se conocieron en 1845 (cuenta que habían tenido previamente una relación epistolar abundante, y que no se encontraron al azar, tal y como cuenta la película, en la casa de su mecenas, sino que sus caminos en el trabajo teórico "iban por caminos convergentes"), que las circunstancias de aquel momento no permitieron publicar ("fueron sometidos a la crítica de los roedores"). Pero no importó, dice, porque sirvieron para clarificar las ideas de ambos. Esos "papeluchos" comidos por las ratas, acabaron siendo "La Ideología Alemana", donde ya aparece construida la base de su materialismo histórico. Marx lo vuelve a mencionar en 1859, y esto echa por tierra la idea de un Marx joven y un Marx viejo. Marx siempre vuelve a sus orígenes, y nos advierte: "nosotros ya habíamos planteado estas ideas allá por 1845". Es la base de todo su discurso teórico y práctico. Y si hay algo bueno en la película de Raoul Peck es haber elegido esta parte de su vida para intentar argumentar este hecho. "Queríamos liquidar cuentas con nuestra conciencia filosófica anterior", dice Marx. ¿A qué se refiere? Sencillamente a acabar con el idealismo (hegeliano en su época).

Marx también comenzó siendo un joven idealista. Un "militante de izquierdas hegeliano", pero influido notablemente por las ideas socialistas utópicas que marcaron la fusión entre las terribles consecuencias de la revolución industrial y el romanticismo imperante en aquel tiempo. Escribió unas breves reflexiones sobre la elección de su carrera universitaria: "El principio más importante que debe guiarnos en la elección de una vocación es el bien de la humanidad, nuestra propia perfección. No hay que pensar que estos dos intereses se opongan entre sí, que uno deba destruir al otro. Más bien la naturaleza del hombre solamente le posibilita alcanzar su plenitud mediante el esfuerzo por la perfección y el bienestar de toda su sociedad. La Historia considera que los hombres más grandes son los que se ennoblecieron a sí mismos trabajando para el bien general". El bien particular por tanto no tendría sentido si no es por un beneficio social. Esta idea, que podría suscribir cualquier ilustrado del siglo XVIII, no deja de ser individualista, y sigue los esquemas de la filosofía de Hegel, según la cual la sociedad solo estaría compuesta por la suma de intereses particulares relacionados de múltiples formas, sin una estructura definida. El problema de esta sociedad formada por individuos aislados, es que sólo generaría competencia entre ellos, ya que cada uno buscaría su propio beneficio, intentando satisfacer sus propias necesidades, y lo único que no convertiría esa competencia en un caos sería, según Hegel, el Estado y la ley, expresión del "Espíritu Universal" civilizador de la humanidad, que nos llevaría a un necesario progreso. Pero Hegel escribe en un tiempo de cambios y avances revolucionarios, producto de un avance en las libertades individuales burguesas. Es interesante observar cómo esta ideología aún persiste incluso en muchos ingenuos militantes de izquierda, que no advierten su componente liberal. La legitimación de la supremacía del Estado y sus leyes sobre el conjunto social definido como lo he descrito aún se defiende en nuestro concepto de nación, surgido de esas revoluciones de la época de Hegel. Marx se preguntará después simplemente: "¿El Estado está en lo cierto?", o revisando la misma pregunta, en otros términos: ¿El Estado es neutral? ¿Puede el Estado, como pensaba Hegel, ordenar todas las situaciones conflictivas generadas en la sociedad? A esto le llamo yo idealismo, puesto que más que en una certeza, la teoría se basa más en una suposición. Marx va a desmontarla y a demostrar sus contradicciones en la praxis. Se sumergirá en las relaciones económicas materiales reales de los seres humanos, y será en Gran Bretaña donde encontrará la realidad que buscaba, tras romper definitivamente con sus compañeros de clase, digámoslo así, neo-hegelianos, que seguían pensando el mundo filosóficamente, en una Alemania de industrialización tardía, que aún andaba preocupada por construir los límites de su nacionalismo. Gran Bretaña ya pensaba hacía tiempo en términos de relaciones económicas, no filosóficas. Lo interesante del planteamiento de Marx en este punto es su proyección presente sobre el caso español, por ejemplo, en el que aún persiste el dilema de su construcción nacional. Por eso la izquierda se equivoca al enfrentarse al conflicto nacional siguiendo discursos idealistas más cercanos al liberalismo burgués que al materialismo histórico.

Marx comprendió perfectamente en su juventud, recién salido de la universidad, mientras trabajaba en la Gaceta Renana, las contradicciones de su propio pensamiento heredado de su educación hegeliana idealista, cuando observó cómo las leyes no servían al interés general al comprobar la suerte de los campesinos masacrados por el simple delito de cortar madera en tierras, antes comunales y ahora privadas, sin haber pagado el impuesto debido. Éste es precisamente el inicio de la película, aunque no se nos explica la relación entre la vida de Marx y esos hechos, que fueron los que, entre otros, generaron ese "saldo de cuentas" del que habla en "La Ideología Alemana" y vuelve a repetir en el prólogo de su "Contribución a la Crítica de la Economía Política". Este cambio fundamental entre la suposición teórica y la praxis empírica es lo que le lleva a la construcción de toda su estructura analítica basada en las relaciones sociales de producción y la conciencia social. ¿Cómo expresar todo esto en un filme? Eisenstein proyectó uno sobre El Capital que nunca llegó a realizar. A partir de sus notas, Alexander Kluge hizo un monumental trabajo: "Noticias sobre la Antigüedad Ideológica: Marx - Eisenstein - El Capital" (2008), quizás uno de los más interesantes filmes de la historia del cine. En esta película experimental se desgrana de forma audaz y radical lo más destacado del pensamiento marxista y revolucionario. Esta es a mí entender la única forma de acercarse a Marx y su legado.

 
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