La experiencia vital fluctúa, se debate en determinados momentos, entre otras formas, en memoria y olvido. Los registros de ese vaivén entre recuperación/conservación y la pérdida varían en sus modos, soportes y exhibición: memoirs, cartas, diarios (personales o de vida, de viajes, etc.), charlas, conversaciones, diálogos (entre dos o más personas), comunicaciones (incluyendo hoy al e-mail), reportajes, testimonios biográficos y autobiográficos –y formas híbridas, como las denominadas “memorias ficcionalizadas”, o “ficción autobiográfica”– forman parte, ya, de un amplio género “clásico” de las artes –de la literatura en particular; también del cine–, y de la cultura, entendida en sentido amplio –integrando la política, la filosofía de una época, la historia misma–. Desde aquí, cabe posar los ojos en el nuevo volumen del escritor Noé Jitrik, Casa Rosada. Relatos 1954-1962 (Bs. As., Ediciones Al Margen, 2014), para sumergirse nuevamente en una saga autobiográfica que nos viene ofreciendo los últimos años, volumen tras volumen.
Jitrik rememora, una vez más, todo lo que considera que merece ser contado, narrado. Y esto, en particular en este volumen, ocurre durante el transcurso de dos hechos muy importantes para Argentina y para el mundo: la caída de Perón con el golpe militar de 1955 y el posterior ascenso de lo que se denominó “frondizismo”, y la Revolución cubana de 1959.
Pero no es que el autor precise de los mencionados “grandes –o importantes– acontecimientos históricos” para narrar. No. Su fervor, tal como lo ha planteado en la introducción “Inicial” de su anterior volumen, publicado en 2012, Mediodía. Relatos 1942-1954, tiene que ver con su Yo; con su vida y experiencias en particular; y con una suerte de “condena”. Dice: “no hay escapatoria, o escribir o que todo eso se pierda”. Como no quiere perder, sino ganar (conocer, comprender, recuperar) se lanza a la escritura una vez más.
Así ya lo planteaba en Mediodía: “No es mi propósito referirme a ese trozo de historia argentina [1943-45], frecuentado, recorrido y examinado mil veces y en varios lugares del mundo. Sólo quisiera tratar de recuperar la atmósfera en la cual comenzó lo que podría llamar enfáticamente mi formación y que tuvo por primer escenario ese humilde departamento de la calle Cangallo”. Allí por ejemplo, en ese período, un jovencísimo, todavía adolescente Jitrik leerá toda la obra de Dostoievski durante un largo feriado; una “Semana santa”, y, por los regaños de su madre (leer ¿es o no “hacer algo”?) terminará surgiendo, algún tiempo después, un interesante libro (inédito en Argentina, publicado por Fontamara en México) titulado La lectura como actividad. Así ocurrirá varias veces: experiencias diversas serán “materia prima”, incitantes, de concepciones y futuros trabajos (críticos y literarios) de Jitrik.
Volviendo al volumen en cuestión, Casa Rosada da cuenta de vivencias con quienes integraron la revista Contorno (provenientes de la anterior experiencia con otra revista, la universitaria Centro), un grueso de ellos integrado luego al gobierno de Arturo Frondizi; con científicos e investigadores; con artistas (literatos y poetas; pintores y dramaturgos) y gente relacionada al psicoanálisis. Una presencia, una amistad fuerte, también, será la de Paco Urondo, quien será nexo entre Jitrik y la cofradía del grupo Poesía Buenos Aires: Gustavo Aguirre, Edgar Bailey, Rodolfo Alonso “y varios más”. (Y, como parte de los vasos comunicantes entre vida y literatura, Jitrik menciona las “figuraciones” de dos novelas, una de 1992 y otra de 2009, Citas de un día y Destrucción del edificio de la lógica, respectivamente, configuradas con algunos “restos” de la presencia de Jean-Paul Sartre durante la “experiencia Contornista”: “las obras filosóficas y políticas” de las novelas que integran Los caminos de la libertad y las obras de teatro; “ese admirable juego entre vida y muerte o, mejor, entre vivos y muertos, […] una convivencia de lenguajes, el riguroso ‘comprometido’ navegando en zonas inciertas de los sueños”.)
Con cierta esperanza en “la política o la militancia”, Jitrik narra su evolución y la del grupo de Contorno (que “hasta septiembre de 1955 estaba movido por una pasión crítico-literaria [y] luego dejó entrar una dimensión política más aguda y problemática”); sus “ilusiones juveniles” en torno a las posibilidades de la “acción política”, al mismo tiempo que se mantiene (y profundiza) su pasión por “lo literario”.
De ahí que conviva en las tertulias de todo tipo y color, con artistas y amigos como Mario Trejo y Alberto Vanasco; que frecuente a César Fernández Moreno (“y a su familia, incluido Baldomero que todavía vivía en una casa de San Telmo; César se convirtió en uno de mis amigos más duraderos y entrañables”); y que tenga contactos con grupos políticos, como los que acompañaron a Rogelio Frigerio en las postrimerías de la llegada a la presidencia de Arturo Frondizi (“personas como Raúl Scalibrini Ortiz, Mario Amadeo, Luis Cerrutti Costa y muchos otros que siempre habían estado al acecho, o más o menos ligados al peronismo, y ahora se encontraban con una voz que los llamaba, convocados todos por añadidura por Frigerio y sus amigos, entre los que tallaban Marcos Merchensky, Dardo Cúneo, Isidro Ódena, […] Narciso Machinadiarena y algunos otros”). La “experiencia frondicista” a Jitrik le aportó y consolidó relaciones, como ya se dijo, variadas: “Aparecieron así Félix Luna, Juan Ovidio Zavala, Ismael Viñas, Aldo Ferrer, Néstor Grancelli Chá, Luis Abel Viscay y muchos otros atrapados en la bruma de los tiempos, todos dignos de ser recordados aunque los vínculos con cada uno de ellos eran diferentes”, dice.
Se podría seguir comentando y citando nombres (hay tres, cinco, diez, quince personalidades relevantes por página prácticamente: Miguel Brascó, Gato Barbieri, Ariel Ramírez, Norma Aleandro, Marilina Ross, Rodolfo Kuhn, Jorge Cooke, Pirí Lugones, Julio Lareu y André Malraux, por agregar algunos pocos más), pero no es el objetivo de este escrito –para ello está el mismo libro con su infatigable racconto de nombres, encuentros y relaciones, sean del carácter, tenor y la duración que sean–. Sí importa señalar algo medular, a modo de pregunta: ¿Es en este período cuando Noé Jitrik consolida su vocación, que mantiene continúa –y, si se quiere decir así, hiperactivamente– hasta el día de hoy? Posiblemente, seguramente, y él mismo apunta hacia allí, a propósito de la publicación, en 1959, “por iniciativa y apoyo de Ismael Viñas” –quien desde la Secretaría de Cultura “había creado casi de inmediato una colección de libros, ‘Ediciones Culturales Argentina’, de elegante diseño”–, de un volumen sobre Horacio Quiroga, escrito pocos años antes. (Mientras escribo, un ejemplar de ese volumen lo tengo en mis manos. Para abundar: Horacio Quiroga. Una obra de experiencia y riesgo incluye, además del texto de Jitrik, fotos y documentos, una cronología de Oscar Masotta y Jorge Lafforgue –“con el propósito casi exclusivo de complementar el ensayo de Noé Jitrik”, dicen en una primera nota al pie–, y una bibliografía hecha por Horacio Jorge Becco). Escribe Jitrik: “Ahora mi preocupación era de otra índole: empecé a interesarme por eso que se conoce como ‘narración’, novelas, cuentos, relatos pero pensando que pese a las diferencias que existen entre todas, en argumentos, en estructuras y en resonancias, algo en común a todo ese acervo debe haber; así, todos tienen personajes, en todos hay descripciones y explicaciones, todos tienen compromisos con el lenguaje, todos tienen un ritmo, etcétera. Sentado en un sofá, en la sala de espera [de la Biblioteca del Congreso], empecé a lucubrar en torno a cada uno de esos núcleos a los que llamé elementos y a convocar textos, críticos, teóricos y mis propias percepciones”.
Las posibilidades de incidir verdaderamente en las políticas del gobierno de Frondizi se fueron mostrando vanas; aunque no haya un relato cronológicamente ordenado de esos años 1958, 59 y 60, se ve cómo Jitrik hace lo que puede –por ejemplo, con “picardía” poner en una última sesión parlamentaria del año encima de la pila las carpetas que contenían proyectos para que viudas de grandes escritores, como la de Horacio Quiroga, puedan cobrar una pensión–, y va desencantándose –un poco lo alejan; otro poco se aleja– de la “real politik”, que incluía negociaciones entre el frondizismo y el peronismo, la influencia de Frigerio y sus cofrades provenientes la mayoría del PC, apuntando a recrear una (imposible, como se comprueba hasta el presente) “burguesía nacional”, etc. Un pequeño balance: “en ambos finales de año se aprobaron decenas de escuelas y otras iniciativas que el Poder Ejecutivo jamás pondría en ejecución”.
Así, entre su rol en el Parlamento y el del oficio de escritor, la narración gana(rá) la partida.
La Revolución cubana será otra –qué duda cabe– fuente de intensas vivencias, visitas a la Isla, debates y expectativas. David Viñas, el permanente polemista –“arrogante” y chicanero, según ejemplifica un par de veces Jitrik– será de la partida. Preso en Venezuela, buscando contactos con una organización guerrillera (“tal vez el ELN”), Viñas será liberado por los oficios de Jitrik, avisado por Adelaida Gigli, en ese entonces esposa del preso. Con todo, Jitrik manifiesta hacia el final del libro la creciente separación “de caminos” entre ellos, reconociendo sin embargo el valor “de un encuentro inicial sin el cual difícilmente yo hubiera podido emprender el camino en el que todavía estoy”.
Una última aparición que no se puede dejar de mencionar, porque es una presencia fundamental que se mantiene hasta hoy, es la de Tununa Mercado, por entonces estudiante cordobesa (allí está, entre otros, su libro de memorias La madriguera para conocerla un poco más), con quien tiene un primer encuentro, un contacto “docente-alumna”, en una anécdota con chispa y que deja pendiente la continuación de la misma.
Si, como escribió Borges, el olvido es una de las formas de la memoria, otra –sin lugar a dudas– es la del puro recuerdo; una memoria, incesante, que trae, refiere, convoca una vida, muchas vidas, haciendo de las experiencias pasadas una narrativa que se afirma en el presente. Ésas son las características de estos libros de Jitrik. Una memoria que recuerda, busca su forma, y (la) escribe. |