Rafael Nahuel era una persona, es cierto. Pero sobre todo, era mapuche.
Hacia allí fue la bala. Hacia él -mapuche-, la represión.
Como fue la represión que ahogó a Santiago, que no era mapuche y los represores lo ignoraban.
Claro, cómo iban a saberlo, si se parecía a uno de ellos.
Porque los mapuches son gente, aunque los represores no lo crean. Aunque a esa derecha rancia y fascista de nuestro país le cueste creerlo.
No apuntaron contra “la gente” en Villa Mascardi.
No buscaron reprimir a “gente” en Cushamen.
No.
Apuntaron a los Mapuche, porque Mapuche es su enemigo.
Ese enemigo a silenciar.
A eliminar.
Ese enemigo que el poder construye con el discurso y combate con hechos, modelando un sentido común liso y sin ánimos de problematizar mientras ataca con todas las formas de represión que tiene a su alcance. Con persecuciones judiciales a sus referentes; allanamientos de sus tierras y moradas. Con desalojos.
Disparando a matar.
Porque de alguna manera tienen que escarmentar -creen- si pretenden seguir viviendo en sus tierras como lo vienen haciendo hace cientos de años. Porque “el progreso” las necesita, y deben saber que el tren del progreso no se puede frenar.
Como hace más de cien años deben ser expulsados. Porque sus tierras -que no son suyas, en realidad, porque ellos son de la tierra- siempre tienen algún valor para que “la gente” pueda progresar. Por eso fueron expulsados de los territorios fértiles hacia la estepa -donde “no había nada”- quienes sobrevivieron al genocidio del siglo XIX. O hacia la fría montaña, “donde nadie iría a vivir”.
Pero resulta que luego sí “la gente” quiso vivir allí. O hacer hoteles y centros de esquí. Y la tierra adquirió valor. No el valor que puede tener para quienes son parte de la tierra, sino para quienes pretenden explotarla en pos del "progreso". Y años después resultó que la estepa tenía petróleo debajo de ella. O minerales. Y esas tierras también cobraron, para la gente que piensa en ese progreso, un valor que no tenían.
Y allí se encontraron con los Mapuche. Habitando justo justo esas montañas y esas estepas. Se toparon con “los indios” que entonces se expulsó y ahora hay que seguir expulsando. Indios que ahora son “terroristas” por resistir (aunque “no todos los Mapuches son malos”, dicen, elevando a su máxima expresión la noción roussoniana del “buen salvaje”: “los malos son los que ocupan justo las tierras que queremos”, dan a entender).
Y si algunos de ellos deciden cobrar peaje para que pasen por sus tierras, son “turros”.
Y si algunos ponen condiciones, son “extorsionadores”.
Y si se resisten a piedrazos, son “terroristas”.
“Indios ladinos”, dicen o piensan, mientras los acusan de no cumplir con la ley (cuando los que no cumplen con la ley más importante que tiene un país -su Constitución- son, justamente quienes los reprimen, violando en todos sus términos lo que dicen su artículo 75).
Y por eso los reprimen de todas las formas posibles.
Por eso los desalojan o allanan sus rucas y moradas.
Por eso los matan.
O provocan que se ahoguen, sin saber que uno de ellos puede no ser un “indio”.
Como lo fue Santiago Maldonado.
Como lo puede ser cualquiera que haga propia su lucha aunque no sea históricamente la suya, como sí lo es la de quienes habitan este suelo colonizado.
Porque son Mapuche. Y porque es contra ellos que el gobierno está resuelto a disparar. |