La primera vuelta presidencial terminó de configurar un nuevo escenario político en Chile, marcado por cuatro características.
La primera fue la irrupción del Frente Amplio, coalición de izquierda referenciada en los nuevos fenómenos reformistas a nivel mundial como Podemos, que quedó en tercer lugar con su candidata Beatriz Sánchez alcanzando poco más del 20% de los votos y una bancada de 20 diputados y un senador.
La segunda, el hundimiento del centro, la Democracia Cristiana, que obtuvo poco más del 5% de los votos con su candidata Carolina Goic, y una bancada de diputados que cayó de 22 a solo 14, incluso menos que el Frente Amplio. Además, es un partido con amenaza de ruptura, y en el que se terminó imponiendo su sector progresista al sector conservador que prevaleció durante todo el segundo mandato de Bachelet.
La tercera, desplazamientos en la derecha que empujan a su reconfiguración interna: surgió de una ruptura de la Unión Demócrata Independiente (UDI, el partido eje en la defensa de la dictadura hasta hoy) la candidatura de extrema derecha pinochetista de José Antonio Kast que obtuvo más del 7% de los votos; la caída de la UDI como el partido más grande de Chile y el principal del conglomerado de derecha; el surgimiento de la derecha liberal del partido Evopolis de Felipe Kast. Y lo principal, que Piñera, al contrario de lo que esperaba, no obtuvo ni el triunfo en primera vuelta ni una distancia irremontable, aunque sí considerable (36% vs. 22%) contra el candidato oficialista.
La cuarta, el debilitamiento y división de la centroizquierda gobernante, primero como Concertación y ahora como Nueva Mayoría, al ir dividida en dos candidaturas, la de Carolina Goic de la Democracia Cristiana, y la de Alejandro Guillier por el resto de los partidos (PS, PPD, PR, PC).
Piñera ganó la primera vuelta perdiéndola. Las votaciones de Guillier y Beatriz Sánchez mostraron que la política de la derecha contra las “reformas estructurales” de Bachelet, no estaba en sintonía con la situación política.
Pero no ganó tampoco Guillier, quedó a 14 puntos de Piñera; su campaña de primera vuelta tomaba distancia del legado de Bachelet. Algunos dicen que ganó Bachelet, y que se convirtió en un plebiscito sobre su Gobierno. ¿Es así?
Tampoco. Lo que reflejó la primera vuelta es la relación de fuerzas establecida desde el 2011, cuando estalló la movilización estudiantil por la gratuidad, seguida de movilizaciones del movimiento de mujeres, medioambientalistas, huelgas de los trabajadores, para culminar en la demanda por el fin del sistema privado de pensiones, las AFP (Administradoras de Fondos de Pensiones).
Tan así es, que los grandes temas de la segunda vuelta fue alrededor no del crecimiento económico que plantea Piñera; tampoco sobre una vaga “justicia social” de la que habla Guillier, sino sobre demandas populares muy concretas: terminar con las AFP, terminar con el altísimo endeudamiento estudiantil.
Y se llega a la segunda vuelta de un modo inesperado. Piñera, con 36% de los votos en primera vuelta, puede ser que, inéditamente, pierda la elección; y Guillier, con 22% de los votos, que la gane.
La explicación está en que se generó un ambiente “anti-Piñera” muy extendido, como rechazo a lo que aparece como una “restauración conservadora”, aunque sea moderada. Es así que, en su discurso de cierre de campaña, Piñera dio un giro de 180º diciendo que había sabido escuchar a “la gente” con su demanda de “cambios profundos”. Días antes anunció un anatema para la derecha: la gratuidad para la educación superior técnico- profesional. Por su parte Guillier también tuvo que dar un giro, aunque menos pronunciado, asumiendo como propias las “reformas estructurales” de Bachelet.
Ninguno de los dos es creíble. El clima anti-Piñera, da muestras de eso. A Guillier, salieron a apoyarlo para apuntalar su posibilidad, todas las figuras del Frente Amplio, mostrando casi inmediatamente los límites de las ilusiones reformistas que se reavivaron.
En el nuevo escenario político hay entonces, dos fenómenos predominantes. La permanencia de la relación de fuerzas del 2011, con la que tendrán que lidiar cualquiera de los dos candidatos que salga elegido, haciendo inestable su presidencia. El reavivamiento de las ilusiones reformistas, que están empujando a una reconfiguración de la centroizquierda que fue el principal partido de la contención y la canalización de las demandas populares, con la irrupción del Frente Amplio, que abre un candente debate sobre qué tipo de izquierda y qué partidos se necesitan para conquistar las demandas populares que están marcando la agenda política en los últimos años.
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