Estos son los relatos fantásticos que más habitualmente se prestan a esa ambigüedad que dijimos caracteriza a mucha de la producción del género, ya que dicha irrupción por lo general es lo que puede encontrar una explicación maravillosa o simplemente realista.
El antecedente más antiguo de esta variante es probablemente El castillo de Otranto, de Horace Walpole, originalmente de 1764 pero reeditado con un prefacio del autor un año después donde se explicitaría este recurso justamente haciendo eje en la relación entre fantástico y realismo. Walpole declara allí haber querido combinar la narrativa tradicional donde pululaban los elementos maravillosos sin mayores explicaciones, con la narrativa “moderna” de la época, que describía a los personajes en sus circunstancias “normales”. ¿Qué hará el Gregorio Samsa de Kafka cuando al despertar se encuentra con que está metamorfoseándose? La combinación consistiría entonces en introducir elementos fantásticos en esas circunstancias y ver cómo actúan frente a ellos los personajes. Todo un programa de esta variante del género que Bioy Casares ha llamado “tendencia realista” del género fantástico.
Como recursos para mantener esa tensión que produce la ambigüedad entre la realidad y la ficción, esta variante también explota lo que se conoce como la “caída en abismo”: libros dentro de libros, sueños dentro de sueños, juegos dentro de juegos permiten poner en duda el status de la propia realidad en la que el lector se encuentra: ¿cómo podría garantizar que yo lector no soy un personaje más al que alguien está leyendo como yo mismo leo a los personajes del libro que tengo en mis manos? ¿Cómo evitar el puñal que se acerca al personaje en “La continuidad de los parques” de Julio Cortázar, que está leyendo esa misma escena?
Esta modalidad tuvo muchos lectores y cultores en la literatura argentina. Borges es otro autor que ha explotado esta “confusión”. Su famoso cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” apela a ella cuando descubrimos que ese mundo imaginario que los personajes reconstruyen a partir de libros que llevan a otras enciclopedias sucesivamente, puede afectar lo que creíamos que estaba en el mismo plano de nuestra realidad. Del otro lado del continente, en La rueda celeste de Ursula Le Guin, los sueños cruzados de un paciente y su psiquiatra se hacen efectivos y pueden llegar a sumir al mundo en el caos.
Otro recurso que duplicando crea una atmósfera fantástica es justamente la del encuentro del personaje con su doble, que bien puede ser considerado una metáfora del enfrentamiento con “la voz de nuestra conciencia” o con cierta desazón con nuestra vida. Al modo del “William Wilson” de Edgar A. Poe, puede adquirir una forma más racionalista, pero al modo de El retrato de Dorian Grey o del cuento “El sentido del pasado” de Henry James, puede resolverse de una forma que escape al orden de lo racional –todos ejemplos que Borges analiza en una conferencia sobre la literatura fantástica–.
Dobles, metamorfosis, caídas en abismo, parecen ser los resquicios por los cuales lo fantástico entra a nuestro mundo. La Antología de la literatura fantástica compilada por Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares y Borges allá por 1940 incluye diversos ejemplos de estos mecanismos. El mismo Cortázar, autor de una gran cantidad de cuentos del género, lo definió alguna vez así: “…sentí siempre, que entre dos cosas que parecen perfectamente delimitadas y separadas, hay intersticios por los cuales, para mí al menos, pasaba, se colaba, un elemento, que no podía explicarse con leyes, que no podía explicarse con lógica, que no podía explicarse con la inteligencia razonante”. |