Ya han finalizado las llamadas fiestas navideñas. Quizás, junto con las del verano, sean las más importantes del año. El consumo se dispara, aunque esta tendencia es continua a lo largo de todo el año y por las razones onomásticas o no, más peregrinas. Todo vale con tal de incentivar el consumo. Pero no es este aspecto el que quiero abordar hoy. El consumo está muy unido al subconsumo y al falso consumo de las grandes cadenas de bajo precio. Este aspecto merece otra reflexión.
Las fiestas navideñas y de fin de año tienen otro aspecto diferente, además del consumo, son entrañables y como dicen los anuncios del café o de los turrones reúnen a la familia, a los amigos e incluso a los desconocidos. Toda la fiesta está unida por el gran juego de azar, la lotería, ahora en horas bajas por la competencia de otros juegos y por los regalos ya sean en honor de Papá Noel o de los Reyes Magos, parece que han firmado la paz, o porque si, no hace falta justificación para regalar, es de buen gusto y seña de distinción (decían hace décadas los anuncios de El Corte Inglés).
La noche del 24 de diciembre, es la gran noche, ¿Quién no cena con la familia o los amigos? ¿Cómo se puede cenar solo esa noche? ¿Cómo no hacer una cena especial, cueste lo que cueste? La gran preocupación es esa noche, las trescientas sesenta y cuatro restantes no importa pasarlas solo. Tampoco importa que se pueda comer el resto del año. ¿Cuántos ancianos cenan (por llamarlo de alguna manera) todas las noches solos? ¿Cuántos ancianos o no ancianos, viven solos y durante días nadie los visita para decirles por lo menos hola? ¿Cuántos jóvenes se desesperan, se deprimen, se frustran porque las cosas no salen bien y porque se equivocan en las decisiones que toman? No se dicen las cifras de suicidios y de los que mueren en silencio porque la vida para muchos es una mierda. A veces, en las noticias locales, informan sobre algún anciano que llevan varios días fallecido y ante el mal olor que despide su vivienda, los vecinos piden la intervención de los bomberos. ¿Quién vive al otro lado del tabique? ¿Quiénes son los vecinos? Tal vez seamos amigos de Facebook o pertenezcamos al mismo grupo de WhatsApp, pero no sabemos quién es.
Pero el 24 de diciembre es sobre todo la gran reunión familiar siempre que se tenga y sus miembros se lleven bien. En caso contrario, estas reuniones solo son fuente de malentendidos, tensiones y disputas evitables.
El fin de año es una fiesta pagana y sin connotaciones religiosas. Fin de año, de ciclo, fin de un periodo pasado, deseos y propósitos de cambio y mejora para el nuevo año. Hay que divertirse como si el mundo (el año) se fuera a acabar. Vuelven las comidas copiosas, las bebidas y la fiesta hasta el amanecer y mucho más. Previamente, antes de que finalice el año, en los centros de trabajo, los estirados jefes y jefas se dignan a saludar a la plantilla y darles una palmadita en la espalda o un beso para desearle un año lleno de explotación y bajos salarios. Por unas horas pareciera que todos somos iguales, no hay clases, la copa que da la empresa (o la pagan los trabajadores), abrazos, paz, los despidos se aplazan hasta el año que viene. Todo nos deseamos felicidad y buenos propósitos incluso a aquellos que no soportamos o que directamente son nuestros enemigos porque defienden intereses opuestos a los nuestros y porque no se puede ser amigo de todo el mundo. Se devalúa el abrazo cuando lo hago porque toca, porque es fin de año, porque hay que hacerlo.
El broche de oro y punto final de estas fiestas en España, lo ponen los Reyes Magos con su cascada de regalos. La alegría del regalo se pierde cuando se convierte en obligación y en mero objeto sin sentido, o cuando el regalo tapa la culpabilidad de la falta de cariño y de atenciones del resto del año. Menos mal que para los niños los regalos tienen todo el sentido, salvo cuando son tantos que no se pueden disfrutar o falta otros niños con los que jugar.
En estas fiestas los ayuntamientos organizan cenas con los más desfavorecidos, regalan juguetes a los niños pobres, los futbolistas famosos visitan los hospitales y las ONGs organizan galas con los rostros más populares para recaudar cantidades inmensas de dinero que no sabemos claramente su destino. Los bancos de alimentos, también tocan a rebato pidiendo botes de legumbres y otros productos, organizados disimuladamente por la Iglesia Católica. ¿Y el resto del año? Es decir, volvemos a sentar un pobre a su mesa en Navidad, y a la limosna y la caridad (eso son las ONGs) tal y como reflejaban los grandes novelistas de finales del siglo XIX y principios del XX. En aquellos tiempos, los pobres se peleaban por las puertas de las iglesias en función de su importancia, hoy la disputa está también en los templos del consumo. No es lo mismo la puerta de Carrefour que la del supermercado Dia. En el fondo, se trata de que los trabajadores demos pequeñas cantidades a ONGs, a la Iglesia o directamente al que pide, pero no que exijamos a los poderes públicos que queremos gestionar los impuestos que pagamos y que con ellos hay que cubrir las necesidades de aquellos que pasan dificultades.
¿Cómo es posible que haya personas que duermen en la calle cuando las iglesias están vacías la mayor parte el día? El mayor patrimonio urbano del país lo tiene la Iglesia Católica que además no paga el IBI. Volvemos con las Galas a los viejos programas casposos de la radio tardofranquista solicitando ayudas económicas para comprar sillas de ruedas, gafas o lo que fuera a los más desfavorecidos (Programa: “Ustedes son formidables”, presentado por Ramiro Oliveras), es lo mismo. Si no exigimos, si no reclamamos ante las injusticias, si no luchamos, estamos pidiendo por caridad y acabamos dando las gracias al poderoso por ser magnánimo.
¿Y los parados? ¿Y los subcontratados? ¿Y los precarios? ¿Y los rebeldes? Tenemos trescientos sesenta y cinco días para querer un poco más a los que nos rodean y lo merecen, y para apoyar a aquellos que tienen menos suerte que nosotros, Con ellos, durante trescientos sesenta y cinco días podemos compartir amistad, animarles a luchar, a enfrentarse cada día a las injusticias y a las dificultades. Luchar por un salario mejor, un techo y una comida es necesario, ningún poder nos regala nada.
Hay que organizar la solidaridad, una de las señas de identidad del movimiento obrero, en los centros de trabajo, en los barrios y donde sea necesario. Frente al individualismo que nos arrastra y nos aísla en este sistema injusto, debemos levantar la barrera de reunirse, de compartir y de enfrentarse todos juntos a la barbarie de un mundo absurdo. La falsedad de los medios de comunicación nos quiere hacer creer que vivimos en un mundo comunicado, pero es falso, oculta una inmensa soledad manipulada. Ni los refugiados, ni la violencia, ni las guerras, ni el hambre desaparecerán porque firmes digitalmente desde tu ordenador. Hay que elegir que camino queremos tomar ¿O solidario o solitario?
La revolución tan añorada, el cambio necesario, empiezan en uno mismo. Ante el miedo a un mundo que nos aboca a los trabajadores a mayores cotas de explotación y de calamidades, solo hay una opción. En este recién estrenado año 2018, ¿Qué podemos cambiar? ¿Cómo podemos ayudar a los demás y a nosotros mismos? Para no deprimirnos, para continuar en la brecha, es preciso hacer balance y modificar aquello que nos lleva de una manera silenciosa al derrotismo y la desilusión. Solidaridad y lucha son imprescindibles para tener un futuro mejor. |