24 horas de reuniones a contrarreloj culminaron con un preacuerdo para una coalición de gobierno que evitará el panorama de nuevas elecciones o un gobierno en minoría, algo completamente inesperado en Alemania en las últimas décadas. El consenso alcanzado se refleja en un documento que deberá ser aprobado por un congreso extraordinario del SPD, el próximo 21 de enero. Las juventudes del partido habían adelantado su oposición a recrear la “gran coalición”, por lo que las discusiones internas no serán sencillas.
Un primer análisis de lo que se conoce hasta ahora del acuerdo indica que el SPD ha cedido en la mayor parte de sus posiciones, en cuestiones migratorias e impositivas, mientras el partido conservador CSU (los socios bávaros de Angela Merkel) han logrado imponer su impronta en las negociaciones. El SPD exigía inicialmente un impuesto a las rentas altas para financiar inversiones sociales, pero esto ha sido rechazado. Respecto a los cupos migratorios, se establece un tope de 220.000 refugiados al año y se limita la cláusula de reagrupamiento familiar a 1.000 personas al mes, dos cuestiones que satisfacen las exigencias de la CSU que presionaba por derecha. El líder de esa formación, Seehofer, destacó el "excelente resultado obtenido" y el "equilibrio" en la política social.
Las negociaciones están marcadas por una crisis inédita para Alemania, donde por primera vez en la historia de la República Federal desde su fundación en 1949 no se podía formar gobierno. En las últimas elecciones, el SPD anunció que rompía la “gran coalición” y que iba a enfrentar desde la oposición un nuevo gobierno de Merkel.
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El resultado electoral dejó un panorama amargo la canciller, ya que la CDU junto con la CSU de Bavaria obtenía un 32.5%, casi un 10% menos que lo que lograban en 2013. En el caso de los socioliberales del SPD, quienes hasta las elecciones formaban parte de la coalición gobernante conocida como “gran coalición”, arañaron su peor elección histórica, retrocediendo al 24.6% (mientras hace cuatro años se ubicaban en un ya malo 25,7 %). Pero la peor noticia para Merkel fue el ascenso de la extrema derecha, Alternativa por Alemania (AfD), que conquistó el 12.6 % de los votos y se transformaba en la tercera fuerza política en el Parlamento.
El crecimiento de la Afd ha sido meteórico en los últimos dos años, especialmente en los estados federados de la ex Alemania del este. En Sajonia (que formaba parte de la antigua República Democrática Alemana) en las elecciones de septiembre quedaron en primer lugar, con el 27 % de los votos, superando al partido de Merkel. La capital de Sajonia es Dresde, lugar donde se originó el movimiento xenófobo e islamófobo PEGIDA (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente). En las elecciones regionales que se hicieron en marzo -y que se consideraban un test anticipado- los ultraderechistas ya habían logrado un impresionante 24,4% de los votos en otro estado del este, Sajonia-Anhalt.
El preacuerdo para reeditar la gran coalición permite ahora al gobierno alemán prometer un “gobierno estable”, pero no anula el conjunto de contradicciones que han llevado a muchos analistas a hablar del “fin de la era Merkel”, aun cuando la canciller logre una nueva reelección (su cuarto mandato consecutivo). La primera y más evidente, es que, con el SPD en el gobierno, Alternativa por Alemania se convierte en la primera fuerza de oposición, obteniendo así una altísima visibilidad que le permitirá capitalizar gran parte del malestar social con el gobierno actual, desde posiciones de extrema derecha y xenófobas.
La crisis de la socialdemocracia, después de varios gobiernos de “gran coalición” y mostrarse ante su propia base social como un calco de los conservadores, no pareciera poder superarse con este nuevo “rescate” al gobierno de Merkel. La socialdemocracia, como ya hecho varias veces en la historia, cumple el papel de salvar las crisis del régimen alemán.
Respecto al liderazgo de la UE, los dos bloques de la “gran coalición” se comprometen a impulsar las políticas propuestas por Macron desde Francia para avanzar en una mayor unión bancaria y económica, con la creación de un Fondo Monetario Europeo a partir de la reconversión del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), una medida para enfrentar futuras crisis. Por esto uno de los primeros que saludó el acuerdo de gobierno fue Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea. Alemania sigue siendo la potencia imperialista hegemónica en la UE -aun con todas las contradicciones que atraviesa-, por lo que la crisis del gobierno alemán es también una crisis para todo el proyecto europeo.
Sin embargo, más allá de las intenciones de Merkel, Macron y los burócratas de Bruselas, los planes de profundizar el proyecto europeo se enfrentan a resistencias cada vez más importantes. Después de la defección de Reino Unido con el brexit, el euroescepticismo crece como fuerza electoral en muchos países y se ha consolidado en el bloque de los países de Visegrado (Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia), al que se suma ahora Austria (donde la extrema derecha acaba de ingresar al gobierno), que vienen cuestionando las políticas migratorias de la UE y el liderazgo alemán.
Desde el otro lado del Atlántico, el creciente distanciamiento y las tensiones en las relaciones con Estados Unidos - socio privilegiado de Alemania desde la posguerra-, no han hecho más que exacerbarse con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Merkel logra salir de la crisis más inmediata, recreando la “gran coalición”, pero las contradicciones del “fin de la era Merkel” parecen recién estar comenzando. |
