En diálogo con La Izquierda Diario habla la madre del joven acribillado por la espalda en el barrio de La boca. Una dura y cruda historia, relatada en primera persona.
“Pablo era un chico tranquilo. Él tenía doce años cuando vino para acá, no le gustaba Buenos Aires, decía que era estar todo el tiempo encerrado. Estaba acostumbrado a vivir en el campo, con muchos espacios verdes. Nosotros somos de Salta, de un pueblo muy lejano de la capital”. Así comienza el relato de una historia dolorosa, llena de rencor, de un pibe de un pueblo que se fue a la fuerza, obligado por las circunstancias a vivir al barrio de La Boca.
Esa historia de vida está contada por su madre, Ivonne. “Pablo actuó mal, pero lo que hizo Chocobar es mucho peor”, dirá en otra nota de esta edición. Chocobar es el policía con sed de sangre que fusiló por la espalda a su hijo con el mismo plomo policial que arrebata una vida inocente cada 23 horas.
Es la historia de un pibe que quiso ser jugador de fútbol, probó suerte en River (club del cual era hincha), jugó un tiempo en Huracán. Sintió el puñal atravesado en su corazón cuando desde el predio donde entrenan las inferiores del club de la rivera le dijeron “no pibe, acá buscamos un arquero o uno que corra por la banda y vos sos delantero o media punta”. Su sueño fue truncado, arrebatado entre medallas y trofeos de la niñez, de los cuales hasta el día de hoy su madre se siente orgullosa.
Pero Pablo sufrió cosas peores, desde violencia familiar hasta problemas con las drogas. Es en ese camino que se fue perdiendo, entre la marginalidad, la situación de calle y las ganas de arrebatar lo que no podía conseguir por sus propios medios.
En diálogo con La Izquierda Diario Ivonne Kukoc resume la historia de Pablo, de sus “errores” y de la pelea cotidiana que dio contra un sistema que la marginó (a ella y a sus seis hijos) y la sigue marginando desde todos los estamentos del Estado.
“Decidimos venir para Buenos Aires por un problema muy doloroso que tuvimos en la familia. Vinimos para cambiar nuestras vidas. Me vine a vivir con mi mamá, con mis cinco hijos y embarazada”, relata Ivonne.
“Siempre me costó traer la comida a casa. Crié a mis hijos sola, del padre de mis hijos nunca tuve el apoyo, sólo violencia. Era una persona alcohólica, me golpeaba. Lo denuncié muchas veces hasta que el juez decidió que no se podía acercar ni a mí ni a mis hijos”, es una de las primeras cartas que tira Ivonne a la mesa para contar el terror y la desolación de una familia que deja el pueblo que ama por la violencia machista.
Ivonne prosigue: “Pablo se fue criando así, viendo mucha violencia contra mí y contra tres hermanos de él. Después volví a juntarme, pero fue peor porque esta persona no tuvo límites con mi familia. Tuvo un problema horrible con mi hija mayor, con el papá de mis otros dos hijos. Eso pienso yo que es la primera parte donde Pablo empieza a sentir ira y bronca, pero nunca lo escuché decir ‘lo voy a matar’ por lo que esta persona había hecho con su hermana”.
“Decidimos venirnos a vivir a Buenos Aires y cambiar de vida. Sentía que en el pueblo donde vivíamos ellos no iban a poder estar tranquilos. Vinimos con mi mamá a una casa chiquita en el barrio de La Boca. Al poco tiempo mi mamá murió, era todo más difícil porque tenía que alimentar a mis seis hijos y tres sobrinos. Pablo me ayudaba a traer la comida a casa, él vendía en la calle, sus hermanos también hasta que conseguí un buen trabajo y conseguí una casita, porque también estuvimos mucho tiempo en situación de calle”, recuerda Ivonne.
La adolescencia le fue llegando a Pablo. En el camino se encontró con los pormenores a los que invitablemente se enfrenta un pibe de los conventillos de La Boca rodeado de edificios de lujo. Ivonne cuenta que “cuando Pablo cumplió los 16 años ya tenía novia, tenía amigos de la escuela, en el barrio. Siempre lo malcrié demasiado a Pablo, creo que ese fue el primer error mío, que sobrepasara todos mis límites. Ganarme el respeto de él fue muy difícil porque le permitía muchas cosas. En ese momento empezó a llegar tarde a casa, llegaba alcoholizado, yo le decía ‘vos llegaste drogado’, siempre dijo que no, que yo la ‘flasheaba mal’. Me decía que estaba cansado, que venía de jugar al fútbol y otras excusas más. Yo siempre le dije te voy a internar, porque yo sé que para estos casos hay institutos”.
Así le llego la primera causa judicial. Ivonne lo cuenta detalladamente: “Cuando Pablo tenía 17 años hubo una causa donde la Policía me viene a tocar la puerta y uno me dice ‘¿usted es la madre de Juan Pablo Kukoc?’. ‘Si’, respondo yo. El policía me dice ‘a su hijo lo están mandando al Instituto Inchausti por robar a una pareja con dos amigos más’. Cuando me dicen eso me acerco al instituto y me dicen que me lo van a entregar, que solamente lo llevaban porque era menor. Yo ahí le pedí ayuda al juez. Les dije ‘no lo voy a retirar a Pablo, quiero que lo pasen a una internación, que lo internen porque tiene problemas de alcohol y las drogas’. Me dijeron que no porque ‘el chico es tranquilo, hablamos con él que hace fútbol, que tiene su novia’. Yo les decía ‘no, yo como mamá les pido ayuda, que me ayuden a internarlo, ponerlo en rehabilitación para que deje las drogas, que deje el alcohol, está faltando al colegio’. Ahí me derivaron a otro lugar, al psicólogo. Hice todo lo que ellos me pidieron y me dijeron que él no tenía problemas con las drogas. Como opción me dijeron que podía averiguar por otro lado, de internarlo en una granja, pero me costaba entre $ 7 mil y $ 8 mil por mes y plata que no tenía. Ahí dije ‘no, bueno, no voy a buscar más ayuda, voy a tratar de manejarme yo de alguna manera’”.
“Después mi hijo vuelve a tener una causa. Ahí directamente le dije al juez ‘no quiero hacerme cargo de él, no quiero llevarlo a mi casa’. Le pedí tanto al juez que me dijo que lo iba a internar en el instituto de menores por que ya faltaba poco para que Pablo cumpla la mayoría de edad, estábamos a seis meses. Entonces me decían que iban a hacer un tratamiento con él, que iba a tener talleres, iba a poder seguir yendo a la escuela, iba a haber psicólogos. Ahí el juez lo interna en el Instituto San Martín donde ahí cumple tres meses. Hace los tres meses bien y después lo pasan a la residencia Almafuerte que está a la vuelta del instituto”.
Entre silencios que dicen mucho, Ivonne se toma un momento y reflexiona: “La ayuda llegó tarde porque desde un principio tenían que haber trabajado con Pablo. Siento que no me dieron importancia. Primero pensé que era porque era pobre, después pensé que era porque somos de Salta y no somos de Buenos Aires, cuando somos de otro lado no tenemos muchas posibilidades acá. Después les creí, pensé que era porque mi hijo no era lo suficientemente adicto, pensé que yo exageraba todo. Ahora con todo esto pienso que debería haber ayuda desde un principio, debería haber organizaciones que saquen a los chicos de la calle, que ayuden a los chicos que andan robando, con problemas de drogas. Yo pienso que el robo viene en base primero a la droga, porque si ellos no tienen con qué drogarse, si su mamá no les da plata, son menores, tienen otras complicaciones, la manera más fácil de conseguir plata para la droga es robando”.
La mamá de Pablo Kukoc dice que lo vio extraño al salir del instituto, que la primera cosa que le dijo su hijo al salir fue “mamá fue feo dormir ahí, me trataban mal”.
“En el instituto desgraciadamente, hay que decirlo porque hay chicos que están viviendo lo mismo en ese lugar, en el instituto los policías le pegaban y si ellos le contaban al otro día a la psicóloga o a la trabajadora social que trabajan conjuntamente con el juzgado era peor para ellos porque después se venía el vuelto”, afirma Ivonne.
Y agrega que “a Pablo le pegó varias veces la Policía, pero eso no nos los decían los especialistas en este caso, me lo decía mi hijo. Yo le pregunté a la psicóloga si Pablo tenía la contención necesaria y me dijo ‘mirá, yo tengo una hora por día para trabajar con Pablo y en esa hora lo que hago es analizarlo a él para saber cómo está, después lo que el viva dentro del instituto ya no corre por parte mía’. Entonces pensé ‘bueno, no sabés nada de lo que está pasando acá adentro’”.
“Ahí me arrepentí de haberlo internado en el instituto de menores, creí que el encierro iba a ser otra cosa. Pensé que él iba a cambiar su vida y no fue así, salió con mucha ira del instituto. De la residencia me dijo que lo trataron bien, pero del instituto fue como una paliza que le dieron, nunca se recuperó de eso”, detalla Ivonne.
Con el agua que ya corrió bajo el puente Ivonne reflexiona: “El Instituto de menores no es solución, no lo fue para mi hijo porque salió con mucha ira, no sé si bronca es la palabra correcta. Salió con mucha impotencia de algo, siempre le dije ‘creí que ibas a salir mejor, pero veo algo en vos que te hicieron, algo pasó ahí adentro’ y me dice ‘no, que ya está. Estos policías nos trataban mal’, y bueno yo ahí me arrepentí y le pedí perdón porque pensé que era lo mejor para él, pensé que iba a ser una etapa de su vida, de aprendizaje, pero del instituto salió peor”.
Esta es la historia de un pibe. Pero también es el espejo de miles de pibes que se ven marginados y empujados a un abismo por el sistema que necesita a los pibes ‘fisura’ para que el Estado haga de ellos un negociado. El Estado necesita que ellos estén así, necesitan vender seguridad para crear nuevos mercados. La cuestión de lo que es “delito” para este sistema va de la mano con lo que necesita el capitalismo en cada momento en particular. Sin el “delito” que el mismo sistema crea y reproduce, no habría jueces, no habría policía (y todos sus negociados), no habría código penal, y por ende no habría un Pablo fusilado por el aparato represivo del Estado.