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La Izquierda Diario
3 de marzo de 2018 Twitter Faceboock

Periodista Invitado
Macri en las canchas: el hit que se hizo de abajo
Alejandro Wall | @alejwall

Un cantito inesperado que se extendió y se fusionó con el fútbol. El territorio de los despolitizados transformado en escenario de politización aguda.

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Foto Los Andes

Todavía falta un rato para que Racing debute en la Copa Libertadores con Cruzeiro cuando en el Cilindro suena el hit del verano, la música que más inquieta a Mauricio Macri.

Suena sin intermediaciones. No hay fallos del árbitro para criticar, no hay ira por una derrota, no hay funcionarios visibles, no hay cortes de luz, no hay nada: sólo las ganas de gritar. Pero desde el sector que habita la barra de Racing, el cantito se tapa, suena otra música.

Si fue una estrategia estudiada -la de usar a la barra para bajar el volumen- nadie lo sabe, pero la cronología musical desmiente el argumento oficial de que son las barras las que cantan contra Macri.

La geografia también es interesante. Desde una de las tribunas, la popular baja que alguna vez usaron los visitantes, el cantito desciende homogeneo, nítido. En el resto de la cancha se dispersa en grupos. No hay organización visible. El cantito vuelve otras veces con fuerza y es tapado por una versión-respuesta: “Cantá por Racing, la puta que te parió”. En una de las plateas altas hay piñas entre los que cantan el hit y los que no.

Racing ya le gana a Cruzeiro. Ni esa felicidad frena la bronca. O las ganas, según como se mire. Es curioso, pero al final del partido todos celebrarán lo mismo. Todos se irán contentos con los tres goles de Lautaro Martínez, con los cuatro de Racing, porque a ese lugar fueron a buscar todos lo mismo. Afuera es otra cosa.

El fútbol, dice Martín Caparrós, produce el efecto patria. Ahí en la cancha hay de todo: ricos, pobres, vividores, fachos, progres, está el empresario y el trabajador, el macrista, el kirchnerista y el trotskista. “Lo pensé por primera vez -le contó Caparrós al periodista Facundo Martínez en una entrevista de hace quince años- durante las eliminatorias para el Mundial de Estados Unidos, en un partido ante Paraguay, previo al 5-0 con Colombia. Había un tipo particularmente repugnante, con mucha pinta de milico, y cuando Argentina al fin metió un gol me di cuenta de que los dos estábamos celebrando lo mismo de un modo semejante; y me dio mucho malestar, esa sensación. Entonces comencé a pensar que también Videla festejaba lo mismo, o Macri, por ejemplo, o Menem, o quien fuera. Y me pareció intolerable, una situación que produce un efecto tan igualizador. El fútbol es lo único, creo, que puede producir ese efecto”.

Esa cartografía de la tribuna, tan dispar, tan contradictoria, con tantos relieves, es la crema del hit del verano, lo que le entrega sustancia. A la cancha -además de todo- se va a cantar por el equipo porque es en lo que todos estamos de acuerdo. Podemos pelear por un jugador, por una puteada de más -¡acá se viene a alentar!-, porque el técnico le gusta a unos y no a otros, porque unos bancan a estos dirigentes y otros no. Sin visitantes, ese microclima se hizo más cerrado. En la cancha se canta por el equipo y contra el rival. Y contra el árbitro y contra la policía, lo que también entra en el orden de la rivalidad. A veces hasta hay ciertas causas comunes: las Malvinas, el que no salta es un inglés, paredón, paredón, a todos los milicos que vendieron la Nación.

Cantar contra Macri rompe el acuerdo tácito de la cancha. Por estos días se recuerda a la hinchada de Nueva Chicago con la marcha peronista en plena dictadura. Pero ni siquiera ese episodio fue tan excepcional porque ahí también había una pertenencia histórica. Y no son pocos los equipos que tienen cantitos de tribuna adaptados al ritmo de la marchita, al que no se le niega ni siquiera un hincha radical. El grito contra Macri, en cambio, establece un corte seco, que además tiene un riesgo: nadie sabe cómo va a reaccionar el hincha de al lado, esa seguridad -esa complicidad- que sí se tiene cuando saltás por el equipo.

No hay tierra firme para cantar contra Macri en la cancha y, al contrario, puede ser un área muy poco amable, mucho menos simpática que las mesas navideñas. Lo comprobó un hincha de River, que cuando quiso cantar en la San Martín alta, según contó en Twitter, recibió una piña después de que le gritaran que era “un kirchnerista de mierda”.

Ese noche, la noche que se cantó en el Monumental, ensayé en Twitter una hipótesis temprana -express, dije- en la que sostuve que se cantaba contra Macri por hincha de Boca, no por sus políticas. Todavía no era el hit del verano. Lo habían cantado la hinchada de San Lorenzo y la de River después de fallos arbitrales que los perjudicaban. Pero el canto se disparó: All Boys, un partido de básquet en Obras, el subte, Huracán, Lanús, Vélez, Independiente, Chacarita, Gimnasia, Racing, el acto en la 9 de Julio, una movilización de bancarios, los recitales de Dancing Mood, Guasones, Patti Smith en el CCK, una obra de teatro, un cine. El hit se canta en asados y cumpleaños, en zonas más domésticas.

El hit tomó otra vida, rompió las fronteras de la cancha y adquirió diversos sentidos, incluso con las #ApprovedSongs, esa genialidad lanzada a Twitter por @NFLPARATODOS después de que Guillermo Marconi, secretario general del SADRA, uno de los sindicatos de los árbitros, advirtiera que evaluaban suspender partidos ante las puteadas contra Macri. Así, se crearon cantitos paródicos, como el que escribió @BlasArmand: “Mauri, mi buen amigo / No pierdas tiempo buscando ese submarino / No les de bola, son todos K / Son todos vagos y no vuelven nunca más / No me importa lo que digan / Del mapuche y Panamá / Yo no quiero paritarias / Vacaciones ni hospital”.

Es evidente que el cantito ya no puede encerrarse en un asunto del fútbol. Pero el fútbol está ahí. “La pelota que ayudó a ganar votos ahora devuelve insultos”, lo resumió Ezequiel Fernández Moores en su última columna de La Nación. Y el fútbol es el lugar desde donde creció el Macri político y acaso, como dice el escritor Martín Kohan, hincha de Boca, es el lugar en el que se siente más cómodo, el tema en el que más se suelta al hablar. Y es tan fuerte el empuje del fútbol que el cantito, con versiones clásicas y cumbieras que giran en grupos de WhatsApp, ni siquiera necesitó de la televisión para viralizarse.

Y la viralización molesta al Gobierno, lo inquieta y lo desconcierta. Quizá porque como dice el sociólogo Ignacio Ramírez en la edición de marzo de El Dipló: “En cierto sentido, cada gobierno adopta algunos territorios como ‘propios’. El kirchnerismo, por ejemplo, se sentía intrusado frente a las movilizaciones masivas en su contra. La cancha y el fútbol configuran el hábitat donde el macrismo edifica su identidad popular-despolitizada, dominguera, barrial, vecinalista, argentina.”

Y es justamente en ese territorio que consideraban tan natural y tan propio donde, como caja de resonancia de múltiples problemas que exceden al fútbol, donde el cantito nació, irrumpió y se hizo solo, desde abajo.

 
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