En Medio Oriente florecieron algunas de las primeras ciudades con la invención de la agricultura. Como reacción a esta diversificación del trabajo surgen en esta parte del mundo las sociedades de clases, en un proceso de miles de años. La importancia de la herencia aumenta y con ella el control de los vientres de las mujeres.
Son escasas las fuentes que han llegado hasta nuestros días desde la antigua Mesopotamia. Pero se sabe que la construcción de canales de riego expandieron la frontera agrícola y la productividad del suelo, aumentando la población de las ciudades y diversificando la economía. Aunque la división sexual del trabajo y la opresión de las mujeres ya estaba instaurada desde épocas todavía más remotas, un breve repaso por este momento de la historia da cuenta de la relación entre el cuerpo de las mujeres y las necesidades productivas de una sociedad.
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Desde la antigua Babilonia ha llegado hasta nuestros días el Código de Hammurabi, uno de los conjuntos de leyes más antiguos de nuestra especie. En él por primera vez encontramos la tipificación del aborto como hecho jurídico, hace casi cuatro mil años. Pero no penaba al hecho, sino a la forma en que se provocaba: si el aborto era provocado “por los golpes de un varón”, éste debía pagar una multa a la familia de la mujer. El valor de la multa variaba por la clase o casta a la que la mujer pertenecía, pero la pena nunca sobrepasaba el resarcimiento pecuniario. La legislación no hacía mención a la interrupción voluntaria. Esto sumado a las recetas existentes de remedios abortivos (donde se entremezclan la magia con plantas que sí cumplían ese efecto) daba cuenta de que el aborto en sí estaba librado a la esfera del ámbito doméstico, y que adquiría status jurídico sólo sí perjudicaba a una de las partes. La época dorada de la Edad de Bronce, con sus altas tasas de natalidad y productividad, no requerían de un control sofisticado de los cuerpos femeninos. Pero con el correr de los siglos, una serie de eventos ambientales y políticos darán paso a una nueva configuración entre las relaciones sociales y, como otra de sus expresiones, otro grado de dominación sobre las mujeres.
Los desiertos de Medio Oriente son también un resultado de la acción humana: al extender el cauce de los ríos con sus canales y al talar bosques enteros con el objetivo de extender su frontera agrícola, los mesopotámicos estiraron hasta el colapso su medio de producción (una alarma desde el pasado que nos interpela en los tiempos del calentamiento global). El agua comenzó a filtrarse en el suelo con mayor dificultad, dejando a su paso sales y minerales que empeoraba con cada cosecha la productividad de la tierra. La escasez de bosques y humedales hacía imposible recuperar el agua invertida en el ciclo productivo a través de la retención de parte de la evaporación dando lugar a una espiral de desertificación que resultó imparable con los métodos de la época. En unas décadas, se propagaron las hambrunas y las pestes. Ciudades enteras fueron abandonadas. Los reinos debilitados fueron invadidos por varios pueblos que dominaban la siderurgia y que aplastaron la resistencia de los nativos, que sólo trabajaban el bronce. Por cuatro siglos reina el desconocimiento de lo acontecido durante este periodo. En la historiografía griega se lo conoce como Edad Oscura.
Las imágenes catastróficas que todavía nos anuncian las religiones monoteístas como preámbulo al Día del Juicio Final son evocaciones distorsionadas de este cataclismo. Hollywood tampoco inventó el rótulo “basado en una historia real”.
Las culturas sobrevivientes tuvieron que adaptarse al nuevo medio y para eso también redefinieron la relación de fuerzas al interior del cuerpo de las mujeres. El Imperio Asirio se reclamaba heredero de la hegemonía babilónica y había vivido un intenso proceso de concentración de la propiedad de la tierra (debido a que su productividad había bajado enormemente), dando origen a una cada vez más influyente clase terrateniente que opacaba el poder de los reyes y del clero. A su vez, las sucesivas migraciones y conquistas sobre territorio asirio habían multiplicado las etnias que lo poblaban. Las clases dominantes necesitaban una mayor productividad de las matrices femeninas para afianzar sus propiedades pero también para “competir” demográficamente con las culturas recién desembarcadas. Hasta nuestros días han llegado una serie de tablillas cuneiformes de hace más de tres mil años, que tipifican por vez primera al delito del aborto voluntario por la mujer mil años después de que lo hiciera cultura babilónica.
Las leyes asirias medias recogían los criterios jurídicos del Código de Hamurabi respecto a la sanción pecuniaria pero incorporan en sus leyes 51 a 53 la primera pena capital por abortar: “si una mujer pierde el fruto de sus entrañas por iniciativa propia, se lo prueban y constatan su culpabilidad, que la empalen y no la entierren. Si muere al perder el fruto de sus entrañas, que la empalen y no la entierren”.
Un salto en calidad en la cultura mesopotámica, que ya llevaba más de dos mil años de existencia. La violencia simbólica sobre el cuerpo de la parturienta fallecida, incluso cuando este hecho haya sido accidental, será una advertencia para todas las mujeres que seguían vivas y pariendo en esta nueva configuración de fuerzas de la sociedad patriarcal. |