El 20 de febrero de 1975 es la fecha de la huelga de mercados, de consumo se diría hoy, más relevante del franquismo. Tuvo un seguimiento de más de 500.000 mujeres sólo en Madrid y se extendió al resto del Estado. Este boicot fue organizado y convocado por los movimientos de mujeres que tuvieron un papel protagonista en las luchas obreras de finales del franquismo.
Con esta protesta las mujeres pretendían luchar contra la carestía de la vida, los bajos salarios y plantear demandas propias como la igualdad de derechos y de salarios, o mejoras en los barrios obreros entre otras demandas.
Esta huelga de mercados fue convocada por legalmente por la Federación de Asociaciones de Amas de Casa y otras organizaciones clandestinas como el Movimiento Democrático de Mujeres, grupos estudiantiles, la LCR, el PCE, etc.
Esta huelga de consumo fue fruto de un largo proceso que arrancaba en 1971 cuando se convocó el primer boicot a los mercados en Madrid, extendiéndose a otros territorios a lo largo de los años 73 y 74. Estas huelgas tuvieron una importante repercusión social como atestigua la portada de la revista Cambio 16 titulada “La mujer salió a la calle” en 1973, medio en el que recogía las reivindicaciones de grupos de amas de casa de varias localidades.
En enero de 1975 estas mujeres organizarían nuevas campañas dirigidas a protestar por la carestía de la vida durante las fiestas navideñas, que culminarían con la “huelga de mercados” de febrero de 1975 que tendría un seguimiento masivo. El Gobierno respondería suspendiendo por tres meses a las organizaciones legales que habían convocado la protesta.
La huelga se extendió a otras ciudades del país, como ilustra el relato de Rosalía Sender Begué en su libro Luchando por la liberación de la mujer: Valencia, 1969-1981: “A medida que nos íbamos consolidando comenzamos a realizar acciones conjuntas entre barrios, programadas y coordinadas por el MDM, cuyos resultados dependían del dinamismo de las compañeras de cada lugar. Por ejemplo, en noviembre de 1975 varias vocalías de mujeres trabajamos para boicotear los mercados y escuelas, en protesta por la carestía de la vida. En la Malvarrosa se manifestaron durante una hora trescientas mujeres que portaban doce pancartas. Los comerciantes reconocieron menores ventas ese día y el acontecimiento fue muy comentado.”
Las mujeres continuarían con las acciones en los mercados posteriormente: “En otra ocasión un centenar de mujeres nos fuimos al Mercado Central de Valencia con pancartas para protestar contra la carestía de la vida, y nuestros cortos salarios. Eran las 10 de la mañana, el mercado estaba a tope (…) y recuerdo la alegría de muchas dependientas al vernos pasar por los pasillos aplaudiéndonos.”
Estas movilizaciones se unieron a la cadena de huelgas y protestas estudiantiles que se prolongaron en un crescendo hasta la huelga general de 1976.
El papel del MDM como primer organizador de la mujer al final del franquismo
El Movimiento Democrático de Mujeres se convirtió en el primer organizador de las mujeres hacia el final del franquismo y en el principal vehículo que vinculaba los movimientos de mujeres con la lucha antifranquista, tanto en el espacio sindical como el político. El movimiento democrático de mujeres creó asociaciones de amas de casa como “marca blanca” para actuar en la legalidad.
Fue organizado por mujeres del PCE e independientes, puesto que el partido pretendía reforzar su influencia en los movimientos de la mujer. El partido en un primer momento trató de que la organización de mujeres únicamente se centrase en la cuestión de la asistencia a los presos. No obstante, las mujeres comenzaron a discutir las cuestiones de género y plantear sus propias demandas. El partido Comunista respondió que el feminismo era una ideología burguesa planteando que las demandas de la mujer se satisfarían tras la revolución socialista. Hasta tal punto comenzaban a disgustar las tendencias del MDM a la dirección del PCE que al final de la dictadura Santiago Carrillo y otros dirigentes estuvieron preparando una posible disolución del MDM. No obstante, los debates y las demandas propias de la mujer continuarían en el movimiento hasta que irían estallando a lo largo de los años 1975-1976 y posteriormente.
Detrás de la cantinela estalinista de que “el movimiento feminista es burgués” se ocultaba un antifeminismo consciente y reaccionario, pues la creciente movilización de las mujeres cuestionaba ideas y privilegios interiorizados como algo natural por los militantes varones. Una problemática que se repetía en otras organizaciones del movimiento obrero. Emilia Graña, una de las dirigentes del MDM planteaba la problemática realidad a que se enfrentaban las mujeres dentro del partido en 1977:
“Hasta ahora la mujer ha ocupado puestos de segundo orden en los partidos.
Los altos cargos y los intermedios estaban en manos de los hombres. No
han presentado una alternativa de cara a la mujer. Tampoco el movimiento
obrero ha respondido. Las grandes fábricas con mano de obra femenina
siguen sin apoyo específico. Si existen movimientos feministas es porque
un grupo de mujeres son feministas en sus partidos y han planteado batalla
para que sus problemas fueran asumidos”.
El activismo de la mujer, la espina dorsal de las luchas en los barrios
La importancia de los grupos de mujeres en las organizaciones obreras había ido cobrando un mayor protagonismo desde las huelgas mineras en Asturias del 62, en las que éstas tuvieron un muy destacado papel que puso de rodillas al gobierno y a la burocracia del sindicato vertical.
En los años 60 y 70 el activismo de la mujer dejó su impronta en los barrios de las grandes ciudades. Protestando por la carestía de la vida y la falta de servicios y equipamientos, las asociaciones de amas de casa y el clandestino Movimiento Democrático de Mujeres fueron las organizaciones que vertebraron la protesta vecinal. Estas mujeres abonaron el terreno para el desarrollo de las asociaciones de vecinos.
Las vecinas protagonizaron las protestas, promoviendo unas demandas que movilizaban a la totalidad de la comunidad. Las mujeres fueron, indiscutiblemente, las protagonistas de las primeras protestas barriales en el tardofranquismo. Ellas le otorgaron conciencia colectiva y visibilidad, algo que las brigadas policiales del Régimen tenían bien claro cuando las marcaban como “el principal punto de incidencia de la agitación subversiva” de los barrios obreros en 1974.
No obstante, el liderazgo de las mujeres en las asociaciones de vecinos no respondería a la importancia de la labor que habían desempeñado. En su mayoría la dirección de las asambleas vecinales sería copada por hombres cuando estos espacios adquirieron la suficiente importancia como para ser consideradas un bastión más en la lucha de las clases populares contra el Régimen.
Generalmente estos hombres no compartían las reivindicaciones específicas de la mujer, o consideraban que debían pasar a un segundo plano al igual que muchas de las organizaciones obreras del momento. De esta forma, al igual que sucedía en otras organizaciones del movimiento obrero, las mujeres y sus reivindicaciones específicas terminarían pasando a un segundo plano en los barrios.
Este desplazamiento de las mujeres explica las lagunas en lo referente a la importancia de los movimientos de mujeres que nos encontramos en la historia de los movimientos vecinales y de las luchas obreras de la Transición en general. |