Porque el sistema capitalista, regido por el afán de obtener ganancias, no solo no garantiza a las trabajadoras, los trabajadores y el pueblo cubrir las necesidades sociales básicas, sino que multiplica las formas de explotación y opresión y nos arrastra a todos en sus reiteradas crisis y guerras mientras destruye el planeta. Pero también porque una sociedad liberada de la explotación del trabajo asalariado permitirá conquistar tiempo libre para desplegar nuestra creatividad, dedicarnos a desarrollar nuestros intereses, nuestras capacidades, y poder compartirlas con los otros.
Podrían llenarse tomos enteros sobre las consecuencias que depara el capitalismo a las mayorías populares. Un ejemplo de esto lo vimos durante la crisis del COVID. La pandemia destapó las consecuencias del rol del capitalismo en su búsqueda insaciable de ganancias. Los síntomas emergían en todo el planeta. Se descubrieron en todos los países, ricos y pobres, sistemas de Salud desfinanciados. Como una muestra de la barbarie capitalista, se desviaron vuelos para robar insumos sanitarios de países subordinados a las grandes potencias. Se desarrollaron vacunas, pero fueron patentadas para que la industria farmacéutica obtenga ganancias multimillonarias –las mismas industrias que hace años no invierten en investigación y prevención de enfermedades virósicas porque no son tan “rentables”, y que además son las que elaboran los químicos utilizados en el “extractivismo agropecuario”–. Los pocos casos de reconversiones productivas para atender necesidades sanitarias salieron de iniciativas de los trabajadores, no de los empresarios ni de los Estados, que no osan inmiscuirse en la sacrosanta “propiedad privada”. Pero no fue lo único que mostró la pandemia: también hizo evidente quiénes son, en esta sociedad, los “esenciales”. No eran ni los patrones, ni los gerentes ni los financistas, sino trabajadores de la Salud, de las más diversas industrias y servicios mal pagos, sin condiciones laborales adecuadas, a los que no se les otorgaron ni medidas sanitarias ni compensaciones durante la pandemia; al contrario, se los sobreexigió primero y descartó después.
La postpandemia muestra, según la mayoría de las estadísticas de los organismos que se dedican a estas mediciones, un aumento inaudito de la desigualdad social preexistente. Las grandes mayorías populares no “salieron mejores” de la pandemia, sino que son las que soportaron y aún soportan sus consecuencias; son los capitalistas de conjunto los que vieron crecer su patrimonio.
De hecho, apenas se terminaba de controlar la propagación del virus que los titulares del mundo pasaron de las alarmas por la pandemia a las alarmas por la guerra en Ucrania. Efectivamente, este conflicto bélico tiene una dimensión internacional no solo por los enfrentamientos en suelo europeo –muy cerca de las capitales de algunas de las principales potencias imperialistas–, o por las sanciones económicas impuestas contra Rusia que afectaron al conjunto de la economía mundial; sino porque significa un cambio en las perspectivas de la geopolítica toda. En el último tiempo hubo guerras, sin duda –como las de Irak y Afganistán–; pero eran “asimétricas”, con EE. UU. y distintas potencias coaligadas contra el enemigo de turno sin que otras se opusieran. En Ucrania, en cambio, están enfrentándose distintas potencias imperialistas tradicionales (Estados Unidos y sus aliados de la OTAN) y potencias quizás aún regionales, pero con fuerte armamento, que tienen enorme peso en el “concierto de las naciones”. Algunas de ellas, como China, con aspiraciones a ser la potencia emergente. Esto es lo que hace que la guerra de Ucrania no solo tenga impacto en las poblaciones afectadas, sino que se convierta en un conflicto anticipatorio de futuros enfrentamientos en la disputa por la hegemonía mundial. Esté en el horizonte inmediato como posibilidad concreta o no, el hecho de que hayan vuelto a aparecer en la discusión pública los peligros de un posible enfrentamiento nuclear –algo que no se escuchaba hace más de 50 años–, da cuenta de que el capitalismo, cuando no logra ajustar a su lógica las fuerzas productivas de la sociedad, busca garantizar sus ganancias apelando a las fuerzas destructivas que hagan falta. Y que no solo no resuelve, sino que agrava, los conflictos que el imperialismo generó y arrastra hace décadas, como la ocupación colonial de Palestina por parte del Estado de Israel: si la política de las grandes potencias ha generado durante más de 70 años la muerte, el desplazamiento y el empobrecimiento de la población palestina en lo que se ha constituido como un régimen de Apartheid, hoy avanza en un verdadero genocidio transmitido en medios y redes en tiempo real y cuyas dimensiones aún no han encontrado límite.
Cuando los socialistas decimos que el capitalismo es un sistema irracional, muchos nos retrucan que, aunque es cierto que algunas cosas deberían corregirse, así y todo es el sistema que nos trajo “progreso”: produjo más alimentos, curó enfermedades, desarrolló la ciencia y la técnica; que, en definitiva, vivimos mejor que en la Edad Media gracias a él. Volveremos sobre estos ejes, pero digamos aquí algo: ¿es válida esa comparación? Lejos de serlo, parece ser muy funcional a los capitalistas: todos esos logros son el fruto del trabajo, la invención, la creatividad de sucesivas generaciones aunque se computen al capitalismo, que es el que se los apropia; todos sus males serían, en cambio, propios de una supuesta “naturaleza humana”.
Pero de todas formas, más que comparar con la Edad Media, precisamente porque hubo un avance de las fuerzas productivas, ¿no habría que comparar con lo que está a nuestro alcance evitar hace tiempo y sin embargo no se evita? Después de siglos de extender su dominio en todo el mundo, es el capitalismo en comparación consigo mismo el que muestra su irracionalidad cuando vuelven enfermedades hace tiempo erradicadas, cuando las condiciones de trabajo en algunos sectores tienen poco que envidiarle a las del siglo XIX y cuando la desigualdad social no solo no baja sino que aumenta, cuando continúan las guerras, a lo que hay que agregar ahora una crisis ecológica que pone en riesgo al planeta entero. La irracionalidad capitalista se expresa en que todo lo que se logró colectivamente como sociedad el capitalismo lo revierte, pero también en todo aquello que podría desarrollarse pero que el capitalismo limita porque “no da ganancias”. La pretendida “eficiencia” del libre mercado capitalista es solo la eficacia con que una minoría se apropia del trabajo de otros.
Margaret Thatcher, ideóloga destacada del neoliberalismo, supo decir que “no hay alternativa” a este sistema, y esa bandera parece haber sido adoptada por todas las alas defensoras del sistema capitalista. Pero había y hay otras posibilidades: una sociedad donde los principales recursos de la economía, planificada democrática y racionalmente, estén puestos al servicio de las mayorías populares, sea para combatir una pandemia, alimentarse, tener un techo o vestirse (todas necesidades que el capitalismo no ha garantizado a pesar de los desarrollos científicos y tecnológicos), y que pueda contribuir a entablar una relación equilibrada y de preservación de la naturaleza.
Pero para los socialistas no se trata de reestructurar de raíz esta sociedad solo al servicio de satisfacer nuestras necesidades básicas, sino también de liberar tiempo para no dejar la vida trabajando. Queremos tiempo para participar democráticamente del autogobierno político y económico colectivo en una sociedad donde el poder esté en manos de los verdaderos productores de la riqueza social, pero sobre todo queremos tiempo que nos permita desplegar nuestra creatividad, dedicarnos a desarrollar nuestras capacidades, las cosas que nos apasionan, y poder compartirlas con los otros. Para construir una sociedad donde nadie explote u oprima a otro para conseguir una ganancia, sino donde los seres humanos cooperen para que todos puedan disfrutar plenamente. A una sociedad así, generaciones de revolucionarios que nos precedieron la llamaron socialista. Y sigue siendo hoy un objetivo necesario, y urgente, a conquistar.
Ver el folleto completo: ¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO DECIMOS SOCIALISMO? 14 preguntas y respuestas sobre la sociedad por la que luchamos
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