¿Es posible una alternativa política a esta especie de Día de la Marmota en la que nos invitan a “participar” para regresar a la posición de “convidados de piedra” a partir del 11N? La independencia de clase como la tarea pendiente de la izquierda en todo el Estado.
Santiago Lupe @SantiagoLupeBCN
Jueves 19 de septiembre de 2019
El hastío y desafección ante el fracaso de la investidura, en especial entre el electorado progresista, puede expresarse como rechazo a la “incapacidad de ponerse de acuerdo”, como vienen machacando los medios en estas semanas. Pero esto es sólo la manifestación epidérmica de lo que puede ser un capítulo más de la crisis de representación política que abrió el 15M. De lo que realmente cientos de miles o millones están hartos es de que quienes demagógicamente se han llenado la boca de “cambio” se muestren a todas luces contrarios a tomar ni una sola medida de calado para resolver los grandes problemas sociales o las demandas democráticas negadas por el Régimen del 78.
El PSOE logró en los últimos dos años una sostenida recuperación apoyado en dos muletas opuestas. Por un lado, la emergencia de Vox, que animó un voto del miedo el pasado 28A. Como sucede en otras latitudes, la emergencia de fenómenos de derecha populista y extrema derecha animan un “malmenorismo” que termina convirtiendo en deseables a los viejos partidos del “extremo centro”. Los mismos que aplicaron las agendas neoliberales de las últimas décadas y descargaron sin tapujos la agenda de recortes y ajustes desde la crisis del 2008.
Pero este crédito de confianza ayudado por derecha contó con un aval fundamental por la izquierda. Unidas Podemos ha sido el mejor reparador de la imagen del PSOE que Pedro Sánchez pudiera desear. La “política del cambio” nació impugnando la casta bipartidista por ser los administradores de los intereses del IBEX35. Sin embargo, ha terminado buscando a los social liberales como socios de gobierno para la aplicación de un programa que no niega en absoluto el legado de la ofensiva neoliberal, ni pone en mínima cuestión el andamiaje y los candados constitucionales.
El fracaso de las negociaciones ha puesto en evidencia que no hay ningún
“sanchismo” diferente al “rubalcabismo”, “zapaterismo” o “gonzalismo”. El PSOE es un partido fiel a la CEOE y el IBEX35. Como tal, es consciente de que tiene por delante una agenda de recortes y ajustes que el escenario recesivo internacional convierte en urgente. Es también un partido de Zarzuela, es decir de Estado. Y como tal mantendrá el blindaje constitucional al pago de la deuda, a la negación del derecho a decidir y al resto del “atado y bien atado”. Tan es todo esto que ha estado dispuesto a repetir elecciones para ver si en el segundo round podía obtener un resultado capaz de darle más estabilidad al siguiente gobierno que deberá gestionar, una vez más, la agenda del “extremo centro”.
En este tránsito, la política de Unidas Podemos aparece como una rotunda frustración política a ojos de muchos de quienes habían depositado en ellos su confianza y hasta ilusión. Lo que ha fracasado no es la formación de un “gobierno progresista” ni mucho menos “de izquierda”. Lo que ha fracasado es la formación de un gobierno social-liberal del que querían ser parte, bien con asiento en el Consejo de Ministros -como pedía Iglesias-, bien desde afuera por medio de un acuerdo programático -como, fiel a la tradición de IU, pedía Garzón- o bien como soporte-presión desde el Parlamento -como pedían desde Anticapitalistas-.
Previsiblemente la autodenominada izquierda del cambio volverá a hablarnos en campaña contra el IBEX35, la gran banca, los especuladores... y volverá a contarnos que quieren derogar la reforma laboral del PP y Zapatero, intervenir el mercado del alquiler o que en Catalunya haya un referéndum y se liberen a los presos políticos. Pero todas y cada una de estas medidas fueron parte de las renuncias desde el minuto cero de las negociaciones con el PSOE. Unidas Podemos asumió que el programa posible era el propuesto por el PSOE e incluso en cuestiones como la política hacia Catalunya ya en julio reconocieron que asumirían la línea del presidente del Gobierno, el mismo que aprobó el 155 en 2017 y volvió a amenazar con hacerlo ayer mismo en el Congreso.
Tras la ronda de contactos con Felipe VI, Pablo Iglesias recordó todas estas renuncias: “aceptamos los vetos a los ministerios de Estado, aceptamos presentar un programa que en ningún caso supusiera un problema para determinados agentes que podían estar temerosos de nuestra presencia en el gobierno y finalmente aceptamos un veto personal para que yo no estuviera en el Consejo de Ministros”. Esos “agentes” a los que no se les quería causar ningún problema no son otros que los que se los causan diariamente a millones por medio de la precariedad laboral, los desahucios, la especulación urbanística o el expolio de lo público por medio del fraude fiscal y las privatizaciones. Lo llamativo es que ante todas y cada una de estas renuncias ninguno de sus socios, ni las direcciones de IU ni de Anticapitalistas, hayan salido a desmarcarse abierta y públicamente.
La enésima “decepción” con el PSOE y la asimilación a éste de Unidas Podemos como parte de su integración en el régimen político español, dejan a franjas significativas de la juventud, la clase trabajadora y los sectores populares en un nuevo marasmo de indignación y desafección que es posible se exprese en forma de abstención el próximo 10N. Contra esa posibilidad vemos en la redes y medios “progres” resurgir la campaña de “vota” dirigida a los decepcionados de izquierda. El “malmenorismo” volverá a ser la campaña del social-liberalismo, junto al nuevo y viejo reformismo.
Lo que cabe preguntase es si es posible una alternativa política a esta especie de Día de la Marmota en la que nos convidan a “participar” para regresar a la posición de “convidados de piedra” a partir del 11N, cuando las promesas y discursos volverán a desvanecerse para que las políticas del extremo centro encuentren un cauce estable para seguir aplicándose.
En el Estado español falta una izquierda que diga abiertamente que el PSOE es un partido de la Corona y el IBEX35, y que toda política de alianza con él acaba atando de pies y manos a quien la integre detrás de un programa al servicio de los grandes capitalistas. Esos agentes a los que Iglesias no quería molestar con el programa de gobierno. Entrar en el juego del “mal menor” es renunciar a algo tan elemental como la independencia política de la clase trabajadora y los sectores populares, es decir a pelear por nuestro propio programa y no tener que estar condenados a elegir entre dos opciones que son opuestas por el vértice a resolver los grandes problemas sociales.
El ejemplo del Frente de Izquierda y los Trabajadores en Argentina -del que forma parte el grupo hermano de la CRT, el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS)- debería ser una experiencia a considerar por la izquierda ibérica. Mientras la tendencia predominante han sido los proyectos políticos tipo Syriza o Podemos en Europa, en Argentina se ha ido consolidando un espacio político basado un programa anticapitalista y en la total independencia respecto a la derecha de Macri y el Kirchnerismo antes y ahora el peronismo unificado. Mientras la hoja de ruta del neorreformismo ha llevado a la recuperación del “extremo centro” en sus respectivos países -Nueva Democracia en Grecia y el PSOE en España- o a no ser ninguna alternativa ante la emergencia del populismo de derechas como ha pasado en Francia, Alemania o Reino Unido, en Argentina hay una izquierda que pone su fuerza militante y posiciones institucionales al servicio de la organización de la clase trabajadora, las mujeres y la juventud para preparar las mejores condiciones que permitan enfrentar la agenda de ajuste que ambos candidatos patronales están acordando junto al FMI.
En el Estado español una izquierda así también sería posible. Hay fuerzas sociales para hacerla realidad y corrientes con la responsabilidad de dar un giro radical y ponerse a la cabeza. Las primeras están en los miles de jóvenes que han cuestionado a la monarquía, luchado por el derecho a decidir, siendo parte del movimiento feminista y ahora de la lucha contra el cambio climático; en las y los trabajadores que enfrentan la precariedad laboral y los despidos, en especial en los sectores más precarios; en los miles que empiezan a engrosar por izquierda las filas de un nuevo “no nos representan”. Ninguna de sus demandas cabe dentro de los acuerdos de progreso.
Entre las segundas, las corrientes políticas, por su peso específico destacan los sectores de IU que están en contra de la entrega al PSOE, las y los militantes de la corriente Anticapitalistas y de la CUP en Catalunya. En el caso de los dos primeros, no se trata solamente de romper organizativamente con Podemos, algo a lo que de momento no se plantean, sino también de renunciar a una política de la que también han sido y son parte a día de hoy en muchos ayuntamientos y comunidades autónomas. En el caso de la CUP, tiene la oportunidad de romper definitivamente con la estrategia de “esperar” a que los partidos catalanistas vuelvan a la senda de la “desobediencia” y proponerse ser parte de un agrupamiento en todo el Estado con un programa anticapitalista y de independencia de clase.
El “drama” del 10N no es la “inestabilidad institucional”. No lo es para “los de abajo”. El drama es que una vez más cuando se abran los colegios no habrá una candidatura que proponga abiertamente esta perspectiva, y eso es expresión de que estamos muy atrás de prepararnos para el gobierno, los ajustes y la crisis que vienen.
La izquierda que empieza a cuestionar la deriva de Unidas Podemos ¿No debería al menos abrir el debate y espacios de confluencia sobre qué alternativa construir, sumando a miles de activistas y militantes sociales, así como diversos grupos de la izquierda que se reivindica anticapitalista y revolucionaria como la CRT y quienes hacemos Izquierda Diario? ¿No es el momento de plantar en el escenario político una izquierda que hable realmente de cómo resolver “los problemas de la gente”? Que se proponga pelear por la derogación de todas las contrarreformas laborales y de pensiones del PP y el PSOE, la expropiación sin indemnización de las viviendas en manos de los especuladores, la nacionalización de la banca, impuestos a los grandes patrimonios y el no pago de la deuda para revertir los recortes y garantizar servicios públicos dignos.
Que no sea una izquierda que no moleste a las grandes empresas y sus intereses, ni aquí ni fuera, sino que pelee por la nacionalización de todas las empresas estratégicas y multinacionales, para abordar la emergencia climática o la pobreza energética, y para acabar con el rol de expoliadores que siguen jugando los gigantes de la banca, el ladrillo o las energías en países hermanos. Que sea una izquierda por tanto antimperialista y que asuma en su agenda el fin de las políticas de extranjería, las vallas y CIEs.
Que sea una izquierda impugnatoria del Régimen del 78. Que no ceda en la defensa del derecho de autodeterminación, la libertad de todos los presos políticos y el fin de la represión, y que no rinda pleitesía a Su Majestad, sino que luche por acabar con esta institución caduca y tome la reivindicación de un referéndum sobre la monarquía.
Estos no son los únicos ejes programáticos posibles, pero sí podrían ser los mimbres mínimos para construir una izquierda que la actual situación merece; que sea un agente directo para intentar cambiar la correlación de fuerzas y, en perspectiva, poder pasar de la defensiva a la ofensiva.
Santiago Lupe
Nació en Zaragoza, Estado español, en 1983. Es director de la edición española de Izquierda Diario. Historiador especializado en la guerra civil española, el franquismo y la Transición. Actualmente reside en Barcelona y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.