En el capitalismo imperialista en que vivimos, las guerras no son un incidente desafortunado o excepcional sino un recurso al que recurren las clases dominantes para defender sus intereses siempre que haga falta, a costa de la destrucción y violencia que, mayormente, recaen sobre las masas. Por eso las enfrentamos. Pero sabemos por experiencia que los capitalistas no están dispuestos a entregar pacíficamente sus privilegios, y por eso no confundimos la violencia de los explotadores con los legítimos intentos de los oprimidos de defenderse o de pelear por su liberación. Solo si estos triunfan podrán erradicarse, definitivamente, las tendencias guerreristas y destructivas que este sistema social engendra.
Es muy común que desde el Estado y los medios de comunicación hegemónicos se presente como “violentos” a quienes cortan una ruta o hacen un piquete reclamando por sus derechos, a quienes defienden una fábrica ocupada por sus trabajadores o hacen una huelga, o cualquier acción de sectores populares que no se resignan a bajar la cabeza y “obedecer”. En los procesos de la lucha de clases de los últimos años pudimos ver esta misma argumentación en escala ampliada en muchos países. En Francia, con los Chalecos Amarillos, decenas de manifestantes perdían un ojo por la represión policial, con cientos de heridos y miles de detenidos, pero los violentos eran los manifestantes. En Chile de 2019, el gobierno movilizaba a los carabineros y al ejército para reprimir el legítimo reclamo popular; hubo muertos por la represión, heridos, detenidos y violaciones por parte de las fuerzas “del orden”, pero los “violentistas”, los “bárbaros”, eran quienes se movilizaban y resistían la represión. Similares “argumentos” en pos de la “paz social” –que es la tranquilidad de seguir explotando y oprimiendo a las mayorías– se repitieron en los levantamientos en Perú o Sri Lanka.
Esto no es una novedad: los capitalistas y sus Estados han actuado así siempre. Desde luego, lo han hecho bajo dictaduras, pero también bajo regímenes democrático-parlamentarios. El pueblo es “soberano” mientras no se rebele contra los dictados de las clases dominantes y, sobre todo, mientras no cuestione el derecho divino a la propiedad privada de los capitalistas. Aunque en las situaciones “normales” quede en un segundo plano, el reaseguro último del Estado capitalista son los cuerpos especiales armados (policía, gendarmería, ejército), una fuerza pública organizada para la esclavización social, una máquina del despotismo de clase. Esto es así porque el Estado mismo surge de la división de la sociedad entre clases irreconciliables, entre explotadores y explotados.
También la guerra está históricamente ligada al desarrollo del Estado. En la actualidad, la guerra en Ucrania, el salto en el armamento y el militarismo de las grandes potencias, las tensiones militares entre EE. UU. y China en Oriente, muestran que contra toda la ideología de la “globalización” pacífica, la guerra y el capitalismo siguen siendo hermanos de sangre. Muchas de las grandes revoluciones de la historia surgieron frente a la barbarie de la guerra y los sufrimientos que impone. Fue el caso de la Comuna de París, de la Revolución rusa de 1905 y la de 1917, la Revolución alemana de 1918-19 y la Revolución china de 1949, entre otras, mientras que, para evitar levantamientos revolucionarios en Alemania, el imperialismo norteamericano tiró toneladas de bombas explosivas e incendiarias sobre la población civil.
La igualación de la violencia del esclavo que se levanta para romper sus cadenas con las del esclavista que lo quiere evitar es una de las operaciones más falaces del discurso de las clases dominantes, no solo desde la derecha sino, incluso, desde ciertos tipos de “progresismos”. Pero no, no son lo mismo. Friedrich Engels, frente a la pregunta sobre si sería posible suprimir por vía pacífica la propiedad privada, respondía: “Sería de desear que fuese así, y los comunistas, como es lógico, serían los últimos en oponerse a ello”. Sin embargo, agregaba que los comunistas sabían, por experiencia, que las revoluciones no se hacen arbitraria y premeditadamente, que no dependen de la voluntad de un partido o una clase entera, sino que son “consecuencia necesaria de circunstancias”. Y que en la medida en que cada vez más se veía cómo en los distintos países el desarrollo del proletariado pretendía aplastarse con violencia, eran los mismos “enemigos de los comunistas” los que parecían estar trabajando “con todas sus energías para la revolución”. Concluía entonces que: “Si todo ello termina, en fin de cuentas, empujando al proletariado subyugado a la revolución, nosotros, los comunistas, defenderemos con hechos, no menos que como ahora lo hacemos de palabra, la causa del proletariado”.
Los socialistas del siglo XXI podemos hacer nuestras estas palabras de Engels y contamos con toda la experiencia del siglo pasado para reafirmarla. Las estrategias que han planteado una “vía pacífica al socialismo” han fracasado; el golpe de Estado de Pinochet en Chile apoyado por la CIA en septiembre de 1973, poco después de haber sido designado por Salvador Allende como comandante en jefe del ejército, está allí para recordárnoslo.
Para nosotros el desarrollo de la autodefensa frente a los destacamentos armados de la burguesía está estrechamente ligada a la autoorganización la clase trabajadora. Sabemos que cuanto más fuerte sea su lucha más fuerte será el contraataque del capital. La perspectiva del avance en la acción independiente de la clase trabajadora y el movimiento de masas no es un camino pacífico, ya que supone un nivel creciente de desafío al poder estatal. Es imposible detener voluntariamente la lucha política cuando, por la fuerza de las necesidades internas, se transforma en lucha física. Por eso sostenemos que los medios de autodefensa deben acompañar el desarrollo de la movilización, impulsando la creación de destacamentos de autodefensa, desde piquetes de huelga para una lucha particular hasta milicias obreras frente a la generalización del conflicto –desde esta concepción estratégica es que tampoco compartimos las estrategias guerrilleras que han apelado a la “lucha armada” divorciada de la organización de la clase trabajadora, concibiendo la lucha contra el aparato del Estado separada de la lucha de clases del movimiento de masas–. Solo así será posible derrotar a los gendarmes de la propiedad privada capitalista para conquistar el gobierno de nuestros propios destinos.
Del mismo modo combatimos las guerras imperialistas. Sabemos que la burguesía, más allá de los discursos, no es de ningún modo “humanitaria”; si no utiliza mayores medios militares es porque considera que pueden poner en peligro su propia dominación; y a pesar de ello, en determinado momento lo hace. Por eso, para enfrentar estas guerras la apelación al pacifismo cae en saco roto. Luchamos contra las guerras imperialistas desde la perspectiva de la revolución para evitar que el nuevo siglo sea escenario de guerra y barbarie capitalista como lo fue el siglo XX. Luchamos por una sociedad socialista porque es la única alternativa que, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación libre de productores iguales, es capaz de enviar toda la máquina del Estado, y con ella a la guerra misma, al lugar que le corresponde: “al museo de antigüedades, junto a la rueca de hilar y al hacha de bronce”, como dijera Engels.
Ver el folleto completo: ¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO DECIMOS SOCIALISMO? 14 preguntas y respuestas sobre la sociedad por la que luchamos
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