Sabemos –y sufrimos cotidianamente– que este sistema no solo es explotador, sino que sostiene y multiplica múltiples formas de desigualdad (de género, de raza, de nacionalidad, entre otras) para seguir reproduciéndose. Por eso creemos que la lucha contra la explotación no puede estar separada de la lucha actual contra todas las formas de opresión; y a la vez, que la única manera que tenemos para evitar que se vuelva atrás con los derechos conquistados y de erradicar definitivamente las distintas formas de sometimiento que promueve este sistema, es acabando con el capitalismo y, sobre nuevas bases sociales, construir una sociedad verdaderamente igualitaria.
Otra acusación común es que los socialistas, en la medida en que hacemos hincapié en la necesidad de acabar con la explotación de la clase obrera, dejamos “para mañana” –para una vez realizado el socialismo– las luchas contra las diversas formas de opresión que sostiene este sistema: de género o por orientación sexual, de raza o nacionales. En versiones más benignas, se dice que el marxismo es bueno para abordar los problemas de la desigualdad económica, pero no para dar cuenta de otras formas de opresión que no afectan solo a la clase obrera.
Habría que decir, en primer lugar, que cualquier repaso por la historia de las luchas contra estas formas de opresión encuentra, entre su primeros promotores, a los socialistas, que siempre consideramos, por ejemplo, que “ningún pueblo podría liberarse si acepta la opresión de otro”, o que “el nivel de libertad que alcanzó una sociedad podía medirse por la libertad de la que gozaban en ella las mujeres”, como dijeran respectivamente Lenin y Trotsky hablando de la opresión nacional y de género.
Pero también que fueron los marxistas los que trataron de profundizar la crítica a estos fenómenos: ¿por qué se sostienen estas formas de opresión en un sistema que pretende haber revolucionado todas las formas sociales tradicionales?
Tomemos el caso de la opresión de las mujeres, que en la última década ha vuelto a estar en el centro de los debates al calor de una enorme marea verde que a nivel internacional estuvo a la vanguardia del cuestionamiento a la violencia hacia las mujeres y disidencias, y que en países como Argentina incluso conquistó nuevos derechos, demostrando que luchando en las calles se puede ganar. ¿Por qué el capitalismo no ha podido en toda su existencia terminar con el patriarcado, que lo precede históricamente? ¿Son rémoras del pasado que en algún momento logrará eliminar con su propia lógica? ¿No le da lo mismo, en todo caso, explotarnos a todos por igual? Sí, el capitalismo necesita explotarnos a todos, pero no le vienen nada mal los prejuicios patriarcales si los puede reconfigurar a su favor: mantener a las mujeres como ciudadanas de segunda. Porque lo que el capitalismo no quiere eliminar, o más bien no quiere pagar, es el trabajo reproductivo que, en esta sociedad, es realizado mayoritariamente por las mujeres. Esas tareas que el sistema necesita que “alguien” cumpla para que las y los trabajadores se presenten dormidos, alimentados, vestidos, cuidados si estuvieron enfermos… a trabajar. Un trabajo necesario para el conjunto de la producción pero que, confinado al ámbito de lo doméstico, de lo privado, es invisibilizado y desvalorizado. Es en estas condiciones materiales que se refuerza con viejos prejuicios la imagen de las mujeres que el capitalismo necesita: serviles, sumisas, dependientes; y en las que se funda una cultura machista que las tiene como objeto de múltiples formas de desigualdad, discriminación y violencia en todos los ámbitos de la vida. Los debates de los feminismos son, claro, múltiples, como lo son las estrategias que recorren a todo movimiento masivo, pero no por casualidad muchas de ellas toman elementos, discuten o adoptan al marxismo como perspectiva.
Reflexiones críticas como estas, alrededor de las distintas formas de opresión, han sido siempre parte de los esfuerzos teóricos y políticos del marxismo, porque este nunca consideró que se trataba solo de liberar a la clase obrera. Y por eso hoy, cuando distintos movimientos sociales y políticos cuestionan en las calles distintas formas de racismo –como la población negra en Estados Unidos, los pueblos originarios en América Latina o los inmigrantes en Europa–, o al patriarcado, los socialistas estamos en la primera línea de las luchas, la organización y los debates que los recorren.
Lo que sí decimos es que desde nuestra perspectiva, en la medida en que el capitalismo sostiene y utiliza a su favor estas distintas formas de opresión –muchas de las cuales lo anteceden–, no podremos acabar con ellas si no acabamos con el sistema en que están enraizadas. Porque el nudo que el capitalismo estableció, por ejemplo, entre las mujeres y el trabajo gratuito de reproducción, o entre la pertenencia a determinada nacionalidad o color de piel para pagar menos salarios, no se puede desatar aunque consigamos algunos derechos con nuestra lucha. Y para terminar de una vez por todas con esas formas de opresión, necesitamos organizar la fuerza de las y los trabajadores: no porque sus demandas sean más importantes, como si pudiera establecerse un ranking de peores o mejores opresiones, sino porque la clase obrera es la que está estratégicamente ubicada –por el mismo sistema– para hacer volar por los aires sus resortes y reorganizar la sociedad sobre nuevas bases.
Por el mismo motivo los socialistas peleamos también contra cualquier forma de “obrerismo” o “corporativismo” en el propio movimiento obrero que desestime las luchas contra toda otra forma de opresión: no solo porque el capitalismo las utiliza para debilitarnos y dividirnos internamente, sino porque si la clase obrera quiere ser hegemónica y reunir fuerzas en su avance contra el capital, tiene que tomar en sus manos estas luchas como parte de una perspectiva anticapitalista. No hacerlo es conceder al enemigo la oportunidad de seguir dividiéndonos o de engañarnos con cambios cosméticos, o solo para algunos pocos, en detrimento del conjunto de explotados y oprimidos.
Finalmente, si los socialistas sostenemos que solo acabando con el capitalismo podremos acabar con todas las formas de opresión, no creemos que la revolución socialista, de forma inmediata, vaya a terminar de un día para el otro con el machismo, el racismo o las distintas formas de discriminación inculcadas por siglos en nuestras sociedades. Lo que sí creemos es que es la única oportunidad que tenemos para remover de una vez por todas el sustento en que están enraizadas, la división en clases, y poder plantear nuevas formas de relacionarnos personal y socialmente.
Ver el folleto completo: ¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO DECIMOS SOCIALISMO? 14 preguntas y respuestas sobre la sociedad por la que luchamos
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