El 12 de enero de 1967, Hilda Guerrero de Molina caía asesinada en manos de la policía. ¿Quién fue esta luchadora?
Lunes 12 de enero de 2015
Hilda Guerrero nació en la localidad de Santa Lucía, en el interior de la provincia de Tucumán. El pueblo que la había visto nacer se había constituido alrededor del ingenio Santa Lucía, fundado a fines del siglo XIX y posteriormente comprado por un conglomerado de las familias más acaudaladas de la provincia: los Paz, Nougués, Terán, entre otros. Como cientos de pobladores del interior tucumano Hilda comenzó desde muy chica a trabajar como peladora de caña en el surco de los cañaverales, y posteriormente se casaría con Juan “El Flaco” Molina, trabajador del Ingenio Santa Lucía con el cual tendría cuatro hijos.
A lo largo de la década del ‘60 la crisis que rondaba la industria azucarera se empezó a sentir en el ingenio. En 1962 se dan los primeros despidos y suspensiones. Hacia 1965 éstos fueron en aumento y el malestar se empezó a sentir entre los obreros. En boca de los trabajadores, se hablaba de que el ingenio venía en crisis y que iba a cerrar. Así atrasaban los pagos y no se pagaban las horas extras. Este malestar no era sólo en Santa Lucía sino que se empezó a sentir en otros ingenios también.
En agosto de 1966, Onganía dictamina un decreto por el cual anuncia el cierre de numerosos ingenios de la provincia y la intervención de otros tantos, medida que va a beneficiar principalmente a los dueños de los ingenios más grandes de la provincia y del NOA, en detrimento de aquellos ingenios de menor producción, entre ellos el ingenio Santa Lucía.
Es a partir de esto que comienzan toda una serie de manifestaciones en resistencia primero a los 400 despidos y suspensiones de finales del año 1966, y luego en resistencia a la intervención y cierre del mismo. En estas manifestaciones las mujeres y familiares de los trabajadores despedidos jugaron un rol clave, donde Hilda comenzó a destacarse. Ellas comenzaron a organizarse, a ponerse a la cabeza de realizar las ollas populares para sus maridos que estaban en huelga y a marchar codo a codo en las distintas manifestaciones que se sucedieron entre finales de diciembre y primeros días de enero del año 1967.
“En el Sindicato de Obreros de Santa Lucía. Se emplazó una ‘olla popular’ ante la situación por la que atraviesan los trabajadores de la citada fábrica, que reclaman el pago de diversos beneficios” (La Gaceta de Tucumán, diciembre de 1966)
La lucha del ingenio Santa Lucía comenzó a coordinarse con la lucha en otros ingenios intervenidos, entre ellos los ingenios San Pablo, Bella Vista y Santa Ana. Es entonces que para el 12 de enero de 1967 los sindicatos de estos ingenios llaman a una manifestación en común en el pueblo del Ingenio Bella vista. La policía tenía orden de impedir dicha acción y vigilaban a lo largo de la ruta provincial 38, “la ruta del azúcar”, que conecta todos los pueblos al sur de la provincia.
A pesar de que la policía vigilaba que no se realice la acción en Bella Vista, esto no fue un impedimento para los trabajadores y sus familias, quienes desde las distintas localidades del interior fueron llegando caminando durante la noche por los cañaverales para estar presentes ese día. Hilda Guerrero nuevamente se había puesto a la cabeza de organizar a la delegación santaluceña.
Dos días atrás en Santa Lucía los trabajadores ya habían sido duramente reprimidos, donde según comentan los pobladores Hilda se encontraba “marcada” por su rol de organizadora de las mujeres dentro del sindicato, “era la que más gritaba, nunca faltaba, vivía en el sindicato y en las ollas populares”, dice su hija [1]. El 12 de enero, luego de concluida la manifestación al frente del sindicato del Ingenio Bella vista, la policía reprime ferozmente y cuando ya emprendían la retirada dispara en la cabeza a Hilda, quien moriría horas después en el Hospital Padilla a los 34 años.
Hilda fue el estandarte de una generación de mujeres que lucharon junto a sus maridos por la defensa del trabajo. A lo largo y ancho de la provincia cientos de familias veían el oscuro futuro al que los condenaba el cierre de la principal fuente laboral de la provincia. El cierre de los ingenios significó un duro revés para las familias tucumanas pero no pasó sin una férrea resistencia a pesar de los límites que impuso la dirección de FOTIA a manos de Atilio Santillán.
Sus conocidos dicen que ella entendió la importancia de la lucha por la fuente de trabajo, fundamental para sobrevivir por estas latitudes. Entonces caminaba a diario casa por casa convenciendo a la gente y en especial a las mujeres.
Esta lucha se trasladaría a sus hijos. El más grande, “Pichín” Molina, después de la muerte de su madre ingresaría al PRT-ERP a comienzos de la década del ‘70 y al día de hoy se encuentra desaparecido.
Hoy son muchas las Hilda que desde el anonimato luchan diariamente, vive en aquellas mujeres sin techo que resisten a los desalojos en el interior de la provincia, en las madres que denuncian el gatillo fácil, en las familias de los trabajadores azucareros que desafían a la burocracia y la patronal, en miles de trabajadores precarizados, y los “golondrinas” que migran año a año para poder subsistir.
[1] Lucía Mercado. “Santa Lucía de Tucumán: la Base”. Buenos Aires 2005