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MES DEL ORGULLO. A 51 años de Stonewall: ¿es posible una sociedad igualitaria hoy?

A medio siglo de la revuelta de Stonewall, cuando gays, lesbianas y trans tomaron las calles levantando la bandera de la liberación sexual, el mundo atraviesa una crisis de magnitud que plantea grandes desafíos para conquistar una sociedad verdaderamente igualitaria.

Pablo Herón

Pablo Herón @PhabloHeron

Sábado 27 de junio de 2020 00:49

Foto: Mar Ned * Enfoque Rojo

El domingo 28 de junio se cumplen 51 años de la revuelta de Stonewall, cuando trans, lesbianas y gays le dijeron basta al hostigamiento de las fuerzas represivas y se enfrentaron en la calle con la policía neoyorquina dándole un hito fundacional al movimiento de liberación sexual.

La revuelta de Stonewall fue inspiración de y a su vez inspiró múltiples sucesos en una época donde estaba más que latente la crítica a una sociedad donde la desigualdad es la norma, retratados en las barricadas del mayo francés, en el Black Power exigiendo la igualdad para las y los negros, así como el movimiento internacional contra la guerra imperialista de EEUU en Vietnam. Para ese entonces la ley estadounidense prohibía llevar dos o más prendas del sexo opuesto, esa era la excusa legal con la que se querían llevar detenidas a todas las personas trans. Pero esa ocasión fue diferente, venían de varios días de razzias, la bronca ante tanta persecución se transformó en resistencia a ser detenidos y la resistencia pasó a ser una respuesta decidida contra la policía. Nadie podía creer capaz a las y los LGBTs de poner en pie barricadas en pleno Nueva York, de infundirle miedo a la policía encerrando a un grupo dentro del bar y continuar los enfrentamientos durante varias noches.

Stonewall después de la revuelta del 28 de junio. Foto: Fred W. McDarrah

Hace un mes, el asesinato de George Floyd hizo resurgir el movimiento Black Lives Matter (las vidas negras importan) contra la brutalidad policial racista y el racismo en general, llegando a exigir que se desfinancie la policía. En las protestas también se escuchó Black Trans Lives Matter (las vidas trans y negras también importan), incluyendo una movilización al bar Stonewall reclamando contra el asesinato de Tony McDade también en manos de la policía.

La gran novedad es que a la movilización de la población negra y una juventud multiétnica, inclusive tras imágenes de patrulleros destrozados y manifestantes desafiando la represión, se le suma el apoyo de grandes sectores de la población norteamericana atravesados por una crisis muy profunda. La pandemia del coronavirus ya lleva casi 500 mil muertes en todo el mundo, y la crisis económica y social promete una mayor pauperización de la vida para las grandes mayorías. Se estima que en 3 meses se perdieron casi 300 millones de puestos de trabajo y 60 millones de personas cayeron bajo el umbral de pobreza extrema, sumándose a los 700 millones que previo a la pandemia sobrevivían con 2 dólares por día.

Esto da cuenta de un cambio significativo en la principal potencia imperialista, donde hasta el momento venía avanzando una agenda conservadora, con Trump a la cabeza intentando que retrocedan derechos conquistados y tomando como propio un discurso racista, xenóbofo y de odio hacia LGBTs y mujeres. El cuestionamiento de las y los negros, tiene como antecedente el surgimiento del movimiento de mujeres a nivel internacional, reclamando derechos elementales y también enfrentando el discurso de los sectores reaccionarios, que durante la pandemia intentan atacar los programas de salud sexual y reproductiva, como sucede con las restricciones para realizarse un aborto en múltiples estados de EEUU.

Manifestación frente al bar Stonewall durante Junio por Black Trans Lives Matter

La profundidad del fenómeno pone de manifiesto la crisis que atraviesa el régimen norteamericano y el propio Trump, que hasta hace algunos meses buscaba encaminarse cómodamente hacia la reelección presidencial. A su vez plantea una contradicción para el Partido Demócrata, que aspira a capitalizar la protesta aprovechando la proximidad de las elecciones y su peso en los movimientos, pero al mismo tiempo no puede dar una respuesta de fondo a los reclamos porque es parte indispensable de la democracia imperialista. El propio surgimiento del movimiento Black Lives Matter fue durante la era Obama, que se ganó el título de ser el presidente que deportó más inmigrantes en la historia de EEUU: 2,5 millones de personas. La denuncia contra el racismo en el corazón del imperialismo rebotó en forma de solidaridad por todo el mundo, en muchos países como Brasil, Francia e Inglaterra también se realizaron importantes movilizaciones.

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El impacto de la crisis

A tres meses de la declaración de la pandemia, se exacerbaron los problemas que sufren las grandes mayorías producto de las desigualdades que se reproducen cotidianamente en las democracias capitalistas. Recortes en las horas de trabajo, bajas salariales, suspensiones y despidos se volvieron la norma como respuesta de los empresarios ante la crisis económica en gran cantidad de países. Hospitales rebalsados, enfermeras y doctores que no dan abasto, y pacientes críticos que ni siquiera tienen acceso a un respirador, describen la realidad de un sistema sanitario desfinanciado a nivel global y atravesado por la sed de lucro.

La discriminación y los discursos de odio se reproducen en un contexto de crisis social generalizada, que también puso sobre el tapete los problemas previos que atraviesan lesbianas, gays, bisexuales, trans y no binaries en todo el mundo. En Colombia, a fines de mayo Alejandra Monocuco, una mujer trans que se prostituía para poder sobrevivir, agonizaba sin poder respirar. Una ambulancia llega a su casa y los paramédicos tras enterarse que vivía con VIH se negaron a seguir dándole atención médica, llevarla al hospital para darle asistencia respiratoria y testearla para cerciorarse si tenía coronavirus. Alejandra murió 40 minutos después de la partida de la ambulancia, así lo denunció su amiga con la que vivía y organizaciones LGBT del país que impulsaron la campaña “Justicia por Alejandra”.

Las personas trans, sin acceso a una vivienda, trabajado, salud y educación, sufren las peores consecuencias. A la discriminación y marginación sistemáticas se le sumaron los intentos de desalojo como se vio en Argentina, más dificultades para acceder a la salud, la falta de ingresos producto de no tener un trabajo estable y el recrudecimiento del acoso policial como parte de las políticas de los gobiernos reforzando la represión estatal.

En Corea del Sur donde ocurrió un rebrote de coronavirus en una zona de bares y locales para LGBTs, la homofobia se apropió de las pantallas y los medios de comunicación en una cruzada contra los homosexuales. “Si me hago la prueba, lo más probable es que mi compañía descubra que soy gay, perderé mi trabajo y enfrentaré una humillación pública”, así declaraba un gay que estuvo en esa zona al momento del rebrote en un país donde la homofobia sigue teniendo un peso abrumador. Los mecanismos de control aplicados por el gobierno en ese país generaron críticas y preocupación en organismos de DDHH, llegaron a punto tal de rastrear las tarjetas de crédito de quienes estuvieron en esa zona.

Los gobiernos ni siquiera vienen llevando adelante relevos y producción de estadísticas oficiales para dar cuenta del impacto de la crisis. Una encuesta realizada por Human Right Campaign (Campaña por los Derechos Humanos) estima que en EEUU a mediados de mayo un 33% de LGBTQs había sufrido la reducción de sus horas de trabajo, una cifra que era de 38% para LGBTQs negros. A su vez, un 17% de LGBTQs quedó desempleado, cifra ascendía a 22% para las y los negros, mientras que para el total de encuestados general el porcentaje fue de un 13%.

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Según el Instituto Williamson, para el 2017 en EEUU la desocupación para LGBTs era del 9%, mientras que para el resto era del 5%. Una encuesta realizada en 2019 por La Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea en los 27 países de la unión, incluyendo también al Reino Unido, arrojaba que de casi 140 mil LGBTs mayores a 15 años que respondieron, un 37% tenía dificultades para llegar a fin de mes, mientras un 17% habían tenido problemas de alojamiento. A estos datos, se le suman las condiciones de precarización laboral y de la vida en general que se instalaron con fuerza durante el neoliberalismo.

De esta manera la opresión por orientación sexual, identidad de género y de raza se entrelazan de forma específica en las democracias capitalistas y son funcionales en una sociedad que se basa en una desigualdad de origen, que beneficia a los grandes empresarios, como se ve en los miles de millones que los gobiernos destinaron directamente para salvarlos ante las medidas de aislamiento y la crisis. Una situación que golpea aún con más fuerza a los países dependientes como se empieza a ver con el impacto de la pandemia y en la economía en América Latina, atados a los países imperialistas por las deudas externas. Mientras millones caen en la pobreza y la desocupación, los grandes dueños del mundo gozan de sus privilegios y acrecientan sus ganancias, entre los que se incluyen hasta las corporaciones “gayfriendly” como Amazon o JP Morgan. Lo mismo sucede con la Iglesia católica que mantiene intacto su patrimonio multimillonario, mientras sostiene su guerra contra la ideología de género.

De la crítica radical a la cooptación

De las barricadas de Stonewall a la actualidad pasó mucha agua bajo el puente. Como sucedió con el feminismo y otros movimientos contra la opresión, sectores del movimiento LGBT se alejaron de las calles y la crítica a las sociedades capitalistas que supieron cooptar a integrar aspectos y transformarlos en discursos dóciles de “tolerancia y diversidad”. Así, algunos sectores del movimiento LGBT abandonaron la pelea por la liberación sexual para aceptar agendas con algunos derechos para algunas personas, mientras la mayoría se enfrenta cotidianamente a la opresión. La semana pasada Trump sufría un traspié en su cruzada contra las personas LGBTs, la Corte Suprema de EEUU reconoció el derecho a no sufrir un despido discriminatorio por orientación sexual o la identidad de género, el primer fallo de esa institución en defender expresamente a las personas trans.

En múltiples lugares del mundo las movilizaciones por el orgullo llegaron a reunir a centenares sino decenas de miles de personas, en casi 30 países se logró la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo y en decenas ahora está permitido el cambio registral de la identidad de género, algo impensado 50 años atrás.

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Según el “Informe Homofobia de Estado” publicado en 2019 por la Asociación Internacional de Gays y Lesbianas (ILGA por su sigla en inglés) en el 35% de Estados de la ONU (68 países), sigue considerándose ilegal un acto sexual consentido entre personas adultas del mismo sexo. En 34 Estados hay restricciones a la libertad de expresión relacionadas a la sexualidad y los géneros que tienen como referente la ley “anti propaganda homosexual” impulsada por Putin en Rusia, donde tener un pin con la bandera del orgullo es motivo suficiente para ser detenido. La represión estatal sistemática que tanto denunciaron los activistas de Stonewall, sigue a la orden del día en forma de leyes o contravenciones.

Hace pocas semanas la organización Transgender Europe denunciaba en su informe del 2020 sobre derechos trans de la zona de Europa y Asia Central que de los 41 países donde hay reconocimiento legal a la identidad de género, en 31 se requiere un diagnóstico de salud mental y en 13 el sometimiento a una esterilización obligatoria para poder modificar su documento de identidad. De esta manera aún se mantiene la patologización en muchas legislaciones y se imponen condiciones para poder acceder al derecho elemental a autopercibir el género. Una especie de castigo por cuestionar el orden biológico de los géneros que tanto defienden sectores religiosos, de la ultraderecha política y hasta un sector minoritario del feminismo que es transexcluyente (TERF).

La conquista de derechos en las últimas décadas, la presencia en los medios y en las manifestaciones de Black Lives Matter con demandas propias de LGBTs, son un mérito de la pelea contra la opresión a través de la movilización. Así lo demostró un sector del movimiento de la liberación sexual que persistió en abrirse paso tomando las calles, sin depositar su confianza en que las instituciones de la época den respuesta a sus demandas, tal y como se promueve hoy con las agendas de la diversidad sexual de los estados e instituciones como la ONU o el Banco Mundial. Sin ir más lejos, recién el año pasado la ONU dejó de considerar a la transexualidad como un “trastorno mental”, aprobando la última modificación de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11).

En muchos países esa “agenda LGBT” fue utilizada por los gobiernos para humanizar a las democracias capitalistas que, a la vez, persiguen y reprimen a diferentes grupos oprimidos. Sin embargo, si las democracias capitalistas y sus instituciones internacionales adoptaron un discurso progresista “gay friendly”, fue con el objetivo de digerir el movimiento de los setenta borrando del horizonte su crítica más radical al sistema capitalista e integrarlo a la gran empresa neoliberal, un plan que impuso la pérdida de derechos para el conjunto de la clase trabajadora de la mano de la precarización laboral y privatizaciones. Eso explica que hoy, a 51 de Stonewall, habiendo derechos formales conquistados en una porción de países, solo una minoría de personas LGBT puedan disfrutarlos en su máximo esplendor, mientras la vida cotidiana de la gran mayoría está atravesada por la discriminación sistemática y la precarización de la vida en general. Así lo refleja más brutalmente la sobrerrepresentación de las personas trans en la pobreza, la precariedad y la violencia institucional.

Por una verdadera liberación

Frente al crecimiento de las alternativas de derecha que comenzaron a surgir a partir de la crisis del 2008, las izquierdas reformistas, representadas por algunos gobiernos latinoamericanos con discursos “progresistas”, el Partido Demócrata en EEUU y los viejos partidos social-liberales de Europa, promueven que nos resignemos a aceptar políticas neoliberales combinadas con medidas sociales que son completamente insuficientes como respuesta ante la magnitud de la crisis mientras mantienen intactas las ganancias de los empresarios. Para esto se apoyan en las instituciones más reaccionarias de sus Estados: la policía, el poder judicial y las jerarquías de las iglesias. En EEUU el “socialista” Bernie Sander llamó a apoyar como candidato a la presidencia a Joe Biden, quien hace poco declaraba ante la ola de protestas que había que enseñar a los policías a dispararle a las personas en las piernas en lugar del corazón.

El único freno ante el avance de estos mensajes de odio lo protagonizaron la movilización de las mujeres de los últimos años y hoy las manifestaciones antirracistas. Estas respuestas en el actual contexto de crisis, plantean un nuevo escenario donde puede revivir el espíritu combativo de Stonewall, recuperando su crítica hacia un capitalismo que solo promete más miseria y permitiendo la imaginación una sociedad completamente diferente.

Concentración en Nueva York un mes después de la revuelta

Mientras los Estados sostengan la represión policial contra las personas trans, y las iglesias reproduzcan su discurso de odio biologicista, el derecho a autopercibir la identidad de género será constantemente asediado por la discriminación sistemática en la vida cotidiana. Mientras el capitalismo sostenga la mercantilización de los cuerpos, los placeres y el deseo, la orientación sexual y la sexualidad en general de las amplias mayorías, estarán destinadas a ser una prohibición, una norma, o incluso un tabú. Por estas razones se vuelve imprescindible luchar por un horizonte revolucionario que se proponga transformar radicalmente las bases sociales de este sistema de explotación y opresión. Las movilizaciones, las revueltas o las crisis por sí mismas no garantizan su caída, por eso es necesario preparar esta perspectiva desde ahora, poniendo en pie una organización política e internacional, de las y los oprimidos ligados a la clase trabajadora, que se proponga jugar un rol decisivo en los próximos acontecimientos de la lucha de clases en la perspectiva de construir un nuevo mundo.

Así lo definía en septiembre de 1969 con su “primera declaración” el Frente de Liberación Homosexual de Nueva York en su periódico “Come Out”: “somos un grupo revolucionario de hombres y mujeres homosexuales formados con la convicción de que no es posible lograr la liberación sexual total para todas las personas a menos que las instituciones sociales existentes sean abolidas. Rechazamos el intento de la sociedad de imponer roles sexuales y mitos simplistas. Vamos a ser quienes somos. Al mismo tiempo, estamos creando nuevas formas y relaciones sociales, es decir, relaciones basadas en la hermandad, la cooperación, el amor humano y la sexualidad desinhibida. Babilonia nos ha obligado a comprometernos a una cosa... la revolución”.

Leé más: Stonewall: Marsha P. Johnson y el "Black Trans Lives Matter"


Pablo Herón

Columnista de la sección Género y Sexualidades de La Izquierda Diario.

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