Desde el pasado 8 de Octubre se puede visitar en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA) la reconstrucción histórica de “La Menesunda” realizada por Marta Minujín y Rubén Santantonín en el Centro de Artes Visuales del Instituto Di Tella entre mayo y junio de 1965.

Carmela Torres Contraimagen
Martes 3 de noviembre de 2015
Un viaje a los años ’60 y la vanguardia artística de ese entonces, es lo que propone la recorrida por los espacios de la instalación, obra o experiencia “La Menesunda”. Hace 50 años esta obra marcó un hito en el arte argentino con sus innovaciones y concepto novedoso, el de “vivir una experiencia”. Para quienes la vimos solamente en los libros o fotos, es una oportunidad para visitarla; si bien la obra se transforma en su contexto y mucho de lo que fue sorpresa hoy tiene poco sentido, sigue siendo un recorrido imperdible.
La obra contó con la colaboración de Pablo Suárez, David Lamelas, Rodolfo Prayón, Floreal Amor y Leopoldo Maler. Menesunda, proviene del lunfardo y se refiere a una situación embarazosa. La reconstrucción en el MAMBA es fiel a la instalación y no fue para nada sencilla. Se buscaron televisores de hace 50 años que funcionaran, la marca de productos cosméticos utilizada ya no se vende más en el país y hubo que reconstruir las cajas y envases, hasta las personas dentro del recorrido son de similar características a los de ese entonces.
En 1965, miles de personas hacían fila de varias cuadras en el calle Florida para entrar a la obra, estuvo disponible para que la experimentaran pocas personas, pero recibió según se estima entre unas 300 y 400 personas por día y quedó destruida por el propio uso.
En ese entonces, el arte era escandaloso e invitaba al público a participar. El periodismo estaba desconcertado entre nuevas definiciones happenings, op arte, pop art. La artista Marta Minujín en 1963 quemaba toda su obra en París expresando su deseo de sacar el arte de los museos para sacudir al espectador y provocarlo a participar. Rubén Santantonín, por su parte, quería explorar el programa que estaba latente en sus obras anteriores y fue quién escribió los proyectos que anticipaba el recorrido de lo que luego fue su obra conjunta, en la búsqueda de una experiencia completa, de una obra total.
Con la obra La Menesunda, los artistas quisieron llevar hasta el extremo la idea de participar de la obra de arte y hacer un recorrido polisensorial. En los diferentes espacios de la gran instalación había distintas sensaciones visuales, auditivas, táctiles y olfativas. Para muchos de los participantes, en 1965, fue la primera vez que se veían en una pantalla, siendo la primera obra argentina en usar esa tecnología.
Si bien todo lo que Santantonín y Minujín planificaron no se llevó adelante, la experiencia fue inédita y expandía el campo del arte, ya que no había límites concretos para esto, y aportó significativamente al problema de la vanguardia artística.
Rubén Santantonín fue quién elaboró las soluciones a lo que iba surgiendo en la construcción de la obra, que a lo largo de dos meses fue realizada por un grupo de artistas. Sin embargo, la prensa de ese entonces se centró en especial en Marta, convirtiéndola en un fetiche y reflejando sus espectaculares apariciones mediáticas.
Para Rubén, todas las expectativas depositadas en esta obra como un experiencia radical quedaron opacadas por la imagen superficial que se repetía y lo sintió como un fracaso; su respuesta fue incinerar casi toda su producción. Falleció en 1969.
50 años después: La Menesunda según Marta Minujín
La experiencia comienza desde que entramos en el MAMBA. Hacemos fila y esperamos detrás de un acrílico. Aguardamos las indicaciones. Se entra de a uno, “Primero suba” dice un cartel. Subimos, bajamos por la puerta uno casi sin detenernos, volvemos a pasar por un pasillo de luces de neón. Acá se quería lograr la sensación de caminar por la calle Lavalle, pero compactada y había olor a frito. Luego, observamos mejor y hay un pasillo con siete televisores, vemos nuestra propia imagen en ellos. Hoy, no es nada distinto a lo que hayamos experimentado en un local de electrodomésticos, en ese entonces no fue así.
Vamos a la puerta dos, subimos a la habitación de una pareja en una cama. Están ahí, charlan, leen el diario, etc. En 1965 escuchaban alguno de los discos de Los Beatles. De allí vamos a una escalera muy empinada. Rosa, todo rosa recubierto de envases de maquillajes Miss Ylang. Dos chicas simpáticas nos proponen masajes o maquillarnos.
Ya maquillados, hay un agujerito en la pared que nos invita a espiar. Descubrimos que estamos reflejados en el ojo de una mujer. Estamos en su cabeza, crítica o decepción, allí estamos.
Seguimos, una especie de puerta giratoria gigante, un canasto. Si bien tenía motor, debido a que se cortaba la luz cada vez que lo encendían en el Di Tella, hoy funciona de manera manual. Giramos cuantas veces queramos y seguimos las indicaciones. Entramos a la primera propuesta, pasamos por intestinos, nos agachamos, subimos y salimos por un agujero, para ver imágenes proyectadas. Se dice que es “Un verano con Mónica”, película de Ingmar Bergman de 1953.
Volvemos, giramos. Caminamos por un pasillo blando. La próxima estación es un espacio muy pequeño con un dial telefónico. Se siente encerrado, y tenemos indicaciones de “descubrir la combinación”. Sorteamos la cuestión y seguimos.
Sentimos frío al entrar a una heladera, una Siam. La ante última estación, la artista lo definió como un “bosque de texturas”, hay que atravesarlo, da mucho miedo.
La situación final, es una de las más conocidas y no por eso deja de ser una experiencia excelente. Entramos a un octágono con paredes de espejos. Todo se refleja, y en el medio una cabina de acrílico que nos invita a entrar. Se apagan la luz blanca, se enciende la luz negra y arrancan los ventiladores a todo dar para volar el papel picado que está en el piso.
En su momento La Menesunda se contrapuso a la pintura, contra las galerías y los museos como centros de legitimación, centrándose en la experiencia del espectador.
Hoy, medio siglo después, con la tecnología a la cual tenemos acceso cotidianamente muchas propuestas dejaron de sorprender. La obra es otra cosa, se transforma y lejos de cuestionar es un viaje al ícono de una época.
La Menesunda según Marta Minujín
Museo de Arte Moderno de Buenos Aires - Av. San Juan 350 CABA
Martes a Domingos y feriados de 12 a 18h. Entrada general: $20. Martes gratis.
La capacidad es limitada y el ingreso será por orden de llegada, el cupo es de 500 personas por día.

Carmela Torres
Nació en Gran Buenos Aires en 1987. Militante del PTS y miembro de Contraimagen. Licenciada en Artes Visuales de la UNA y maestranda en Artes Electrónicas de la UNTREF.