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Red Internacional
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OPINIÓN. ¿A quién pisa la ultraderecha cuando pisa un barrio obrero?

La intervención sobre VOX de Alfonso Fernández (@Alfon_libertad) en el programa Preguntes Freqüents de TV3 se ha extendido por las redes. No olvidemos quién es la extrema derecha ni quién la lleva a su lugar.

Lunes 26 de abril de 2021

La parte de la entrevista más difundida muestra a Alfon defendiendo la actuación de la gente que protestaba en Vallecas contra Vox: “No es que la gente tenga derecho a expresarse contra ellos, es que la gente tiene todo el derecho del mundo a utilizar cualquier medio a su alcance para echarlos del barrio o para decir que no quiere que estén allí. Porque la existencia de cualquier idea como la que propaga Vox en los barrios es un atentado contra nuestra vida”.

En las redes sociales hay quienes han cuestionado a Alfon por querer “legitimar la violencia”, cuando lo que está haciendo es reivindicar el derecho elemental a defendernos de un partido que propone aplastar a la clase trabajadora en pos de los empresarios, que propone políticas xenófobas y machistas para frenar los movimientos sociales que luchan por la igualdad.

Alfon da en la entrevista un listado de las medidas que quieren tomar los “herederos de los señoritos andaluces”. Pero esta crítica, totalmente justa, no refiere sólo a Vox, ni siquiera al PP. Tiene mucha más amplitud. Porque, ¿Quién ha sido quien ha formulado las leyes de inmigración que abrían CIEs, ponían concertinas y daban cobertura a la Guardia Civil para disparar a las pateras? ¿Quién hizo las reformas educativas que fueron conduciendo cada vez a una mayor neoliberalización del sector? ¿Quién mandaba a la policía a proteger al “fascismo”? ¿Quién ha estado sosteniendo los beneficios empresariales sin dar cobertura a los trabajadores durante la pandemia, sin tumbar la reforma laboral, sin frenar las privatizaciones?

Muchas de las políticas defendidas por Vox tienen como fundamento una filosofía que es común a todos los partidos capitalistas del régimen español: el neoliberalismo. Y esa la misma filosofía, en su versión “progresista”, que el PSOE ha tenido durante sus respectivos gobiernos, uno de los cuales ha formado parte UP sin haber logrado ninguna conquista para la clase obrera. Es una filosofía que tiene su arraigo en el marco constitucional heredado del franquismo y del que la izquierda neorreformista se quiere hacer abanderada a costa de las clases humildes, a la que hacen llamamiento para no hacer nada.

Cómo enfrentar a la extrema derecha

Contraponer el voto, como están haciendo Podemos e Izquierda Unida, frente a la organización en los barrios y la lucha, contra la ultraderecha y los grupúsculos fascistas que cobran presencia en Madrid, es llamar que quedarse de brazos cruzados y esperar que sea el propio estado capitalista el que nos salve. Es la resignación absoluta frente a un sistema económico y político que sostiene la explotación y la represión social de muchos frente al beneficio de unos pocos, al margen del gobierno que pretenda, o no, blanquearlo. No sólo Vox, el Régimen del 78, con todos los partidos que la integran, es un atentado contra nuestra vida.

Vox es el producto de las promesas rotas de los programas progresistas y de la constante desviación de la fuerza de la clase obrera a desarrollar, con sus propios medios organizativos y de acción, un programa que luche realmente por sus intereses contra el capitalismo. Vox no es más que la salida por extrema derecha del Régimen ante el desengaño y la posibilidad de irrupción de las masas humildes ante la crisis.

Y, de nuevo, debemos dar la razón a Alfon: no se trata de ideas abstractas de “libertad”, etc.; se trata de la propia vida, de la dignidad de tener unos derechos mínimos, y del derecho inalienable de combatir materialmente por ello, con organización y los medios necesarios.

Negar el conflicto cuando éste es abierto y el enemigo ataca, ser equidistante e indolente en un tablero político donde las reglas del juego sirven para aplastar toda resistencia y someter a la mayoría trabajadora, no es de demócratas, es de colaboracionistas.

A Pablo Iglesias, a Grande-Marlaska y a María Gámez les han amenazado de muerte y estas amenazas deben ser repudiadas enérgicamente. Pero la clase trabajadora ha sufrido más que amenazas: ha sufrido la muerte misma, dejando la vida en la primera línea de combate contra la pandemia, a la que se suman los recortes, la miseria, la precarización y si, también los golpes por parte de la policía del Gobierno “progresista”.

Este episodio, que podría haber servido para reflexionar sobre los cauces de actuación contra la ultraderecha, la cual demuestra campar a sus anchas por los barrios de Madrid escoltados por las fuerzas del Estado, se está empleando para reforzar una idea tan contra-intuitiva como peligrosa: que a la ultraderecha se la combate en las urnas y no con organización y acción.

La falta de perspectiva y espíritu combativo ha llevado a la izquierda constitucional a aceptar el órdago de la derecha y sumarse a una polarización barata y simplona. Mientras unos gritan “comunismo o libertad”, otros gritan, “fascismo o democracia”, en un alarde de defensa del Régimen del 78 y su democracia para ricos.

Y es paradójico que ni los llamados fascistas aboguen por la libertad ni los llamados comunistas lo hagan por una auténtica democracia: el umbral derecho se muestra como la cara más descarnada de la democracia burguesa y el izquierdo como su versión más blanqueada; y mientras aquellos exigen más golpes a la clase trabajadora, estos la desmovilizan sin alternativa y la invitan a aguantar la embestida respondiendo a las balas con sobres.

Desde luego resulta una estrategia peregrina contra un partido, o una tendencia general del Estado, que emplea la violencia verbal y directa, que desinforma, que lanza consignas de odio y que no teme incitar a la violencia cuando no la ha legitimado abiertamente (como hace con la dictadura franquista), renunciar a confrontarse ideológica y físicamente contra él.

El discurso de UP, a la que el PSOE está dando coba, es una política neurótica de doble negación del enemigo: no van a disputar con VOX (como lo demostraron llamando a no movilizarse en Vallecas contra el mitin de Abascal) y para ello reafirman junto al PSOE aquello que pretende reafirmar VOX, el Estado falsamente democrático, represivo, imperialista y ultraconservador que surgió después de Franco. Se presentan como defensores de la “democracia”, a pesar de haber vivido el fracaso de su proyecto en primera persona entrando en el Gobierno central y de reconocer la imposibilidad institucional de enfrentarse a los poderes económicos, tanto nacionales como europeos.

Por encima de esta ilusión, hay sectores de las clases populares que están comenzando a sacar conclusiones muy distintas a sus pretendidas direcciones políticas. No es la mayoría, claro está, pero aunque sean sectores aún reducidos es enormemente sintomático. Se vio en las manifestaciones de Hasél, se vio en Vallecas, se vio en la respuesta contra el cartel de Vox en el metro de Madrid, y se ve cada vez que la ultraderecha pisa un barrio obrero. Sólo la policía y las burocracias (políticas y sindicales) impiden que las masas luchen materialmente (y no con eslóganes de campaña) contra la ultraderecha, que no es más que la mano dura del Régimen que ni UP ni Más Madrid luchan por tumbar.

Por el contrario, se hacen eco de la criminalización y de la campaña de la extrema derecha cuando frente a ello esgrimen la bandera de la misma democracia que sostiene las ganancias de grandes empresarios por encima de la vida de la gente.