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Red Internacional
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POLITICA. A una semana de la segunda vuelta

Un clima anti-Piñera. Un ánimo de que Guillier podría ganarle a Piñera aunque haya estado 14 puntos abajo en la primera vuelta. En esto colaboró el Frente Amplio. Para el empresariado y la derecha, es una elección decisiva, el guillierismo lo aprovechó polarizando e instalando que la alternativa es entre crecimiento económico o justicia social.

Lunes 11 de diciembre de 2017

La derecha quedó desubicada tras la primera vuelta. Del ánimo triunfalista pasó a transmitir una cierta desmoralización. Los errores de Piñera, como la denuncia casi de fraude en la primera vuelta, no son solo eso. Saben que pueden perder cuando creyeron que tenían la elección ganada.

Hubo cambios políticos: la famosa “derecha social” de Ossandon, que triunfó aunque haya perdido en las primarias del sector. Una obligada concesión a la relación de fuerzas del 2011 que pervive.

Pero la desubicación de la derecha es tal, que ni aún así, por ejemplo hablando de gratuidad en la educación superior (para la técnico-profesional), lograron cambiar algo: no se les cree.

Hubo cambios en cuanto a la campaña: un mayor énfasis en el trabajo territorial, y en especial en las zonas más populares, por ejemplo Puente Alto en la Región Metropolitana. Aunque lo más visible fue fortalecer sus nichos, usando la figura de J.A. Kast y las varias reuniones con el mundo evangélico y la familia militar, pareciendo no poder traspasar las fronteras, aunque apostando a movilizar el voto de la presidencial del 2013 que ahora no lo hizo por el candidato-empresario (unos nada despreciables 400.000 votos).

Pero mantuvieron el carácter de una campaña plebiscitaria: contra Bachelet y sus “reformas estructurales” siendo que, políticamente, aunque no necesariamente se traduzca en una unificación del voto, la mayoría pareció apoyar ese camino. Le oponen: el crecimiento económico y la seguridad, bajo el manto de volver a los ’90 con sus acuerdos y consensos.

Guillier aprovechó en su favor el carácter plebiscitario con el que polarizó la derecha, afirmándose en el mensaje de la justicia social. Aunque el recuento de las “reformas estructurales” muestra que es más una ampliación de la focalización del “Estado subsidiario” que otra cosa.

Pero no pasa por ahí. Pasa por el ánimo polarizante entre las dos candidaturas, instalándose un clima anti-Piñera, que de todos modos refleja distorsionadamente la vitalidad de las demandas populares. Aunque, algo sigilosamente, Guillier adelanta que no dará respuesta: no terminará con las AFP, no garantizará la gratuidad universal, es decir, su fin como “bien de consumo”, no condonará la injusta deuda del CAE.

Contó además con la fuerza auxiliar del Frente Amplio, con muchas de sus principales figuras y organizaciones llamando a votar por Guillier, o dándolo a entender.

Guillier logró lo que parecía imposible: mantener cierta cohesión detrás suyo. Las principales figuras del Frente Amplio lo apoyaron; también Carolina Goic. Aunque algunos se distanciaran, como algunas organizaciones frenteamplistas y el sector conservador del “progresismo con progreso” de la DC. ¿Se traducirá en votos? Difícil saberlo.

¿Se trasladará la coyuntura electoral polarizante entre dos candidaturas al terreno político marcando el próximo período presidencial? Es una incógnita. El empresariado local parece creer su amenaza de ir a un Chile que se desmoronará y se caracterizará por la lucha de clases; el empresariado imperialista con sus inversiones extranjeras no tiene la misma perspectiva. La derecha parece apostar todo a trabar cualquier ley de un eventual Gobierno de Guillier en el Parlamento, que será un actor clave en el próximo período, por las tensiones que protagonizará y las dificultades que traerá para cualquiera de los dos que gane.

Volver a los ’90 no se puede. Hablar de justicia social sin responder a las demandas populares tampoco. Estas dos imposibilidades, y un fuerte peso de la tensión parlamentaria, marcarán los próximos años. Un homenaje a la relación de fuerzas del 2011 y su principal logro: que es posible poner la agenda política contra la del empresariado y sus partidos. La tarea que queda por delante es construir la herramienta política para conquistarla.