La historia de la Asociación de Personal de Plataformas (APP) es la cronología de cómo un grupo de trabajadores, luego de la constatación de que la promesa de “autonomía” e “independencia” que les ofrecía un conjunto de plataformas, esconde en realidad un fraude laboral, se organiza para luchar por sus condiciones laborales.
Julián Tylbor @juliantylb
Sábado 9 de febrero de 2019 00:25
El capitalismo del siglo XXI prepara grandes ataques y, por lo tanto, desafíos para la clase trabajadora mundial. Muchos elementos del siglo pasado –guerras imperialistas, hambrunas, migraciones masivas, grandes matanzas, entre otros- conviven todavía con casi un veintenar de años de profundización neoliberal y enormes avances tecnológicos. Por supuesto, las divisiones temporales son un mero recurso analítico, pero nos sirven para pensar la realidad actual.
El boom y caída de las punto-com en los años ’90 estableció la infraestructura material para que Internet florezca y sentó las bases del mundo hiperconectado en el que hoy vivimos. En cuanto a la tecnología, desde la década del ’60, la ley de Moore viene prediciendo correctamente que cada dos años un microchip duplica su complejidad y capacidad. De allí que tengamos en nuestras manos unos aparatos cada vez más potentes, que llamamos smartphones, y con los cuales tenemos una relación de creciente dependencia, debido a que cada vez hacen más cosas por y para nosotros.
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Una de las cosas que realizan es conectarnos al mundo de los servicios. Una serie de “emprendedores” pensó que si estamos conectados en todo momento y lugar, por qué no desarrollar las herramientas para que podamos comprar en todo momento y lugar. Así nacen las plataformas de servicios. Rappi, Glovo y Uber, son ejemplos de ellas.
Contra la explotación que ejercen esas aplicaciones es que se fundó en Argentina el primer sindicato de trabajadores del sector de América Latina: la Asociación de Personal de Plataformas (APP). Sobre su reciente y difícil derrotero es que escribimos esta nota.
Furia naranja
A la vanguardia de este proceso organizacional hay un grupo de trabajadores de la colombiana Rappi, empresa digital de mensajería que arribó a fines de 2017 al país y que desde entonces se expande rápidamente.
La primera medida de lucha fue luego de que, después de un tiempo trabajando para la aplicación, les trabajadores constataron que las promesas de “sé tu propio jefe”, “independencia” y “autonomía” eran una sencilla farsa. Luego de una primavera inicial, empezaron a notar que la plataforma no era neutra, sino que había algo así como una mano invisible del algoritmo: los mensajeros nuevos recibían los mejores viajes (para “engancharlos”), mientras los más experimentados se quedaban con los más largos y poco redituables; si rechazaban un pedido, luego no les entraban nuevos por un largo rato, y otros amañamientos. Estos castigos digitales, más las ultra-precarizadas condiciones en que operaban (extensas jornadas, no provisión de protecciones como cascos o rodilleras, sin seguro por accidentes, “en negro” o con monotributo, usando sus propias bicicletas o motos y sus propios celulares, etc.) fueron haciendo leudar la bronca.
De esta forma, a través de Whatsapp, se organizó el primer paro contra una plataforma en el continente. La consigna fue: “si nos consideran como independientes, que no nos controlen. Si nos controlan, que nos paguen como trabajadores dependientes”. El método: juntarse en horario pico en determinados puntos de la ciudad, activar la app, pero no tomar pedidos. La medida fue un éxito, pues Rappi se saturó de demanda y tuvo grandes demoras o no pudo responder a todos los pedidos. Ello les valió una reunión con los directivos de la plataforma en donde les acercaron un pliego de demandas.
De esa reunión participaron representantes de la Asociación Sindical de Motociclistas, Mensajeros y Servicios (ASiMM), que tiene más de 4500 afiliados entre la ciudad y la provincia de Buenos Aires y que, según el portal Info Gremiales, agrupa a todos aquellos trabajadores “que realizan tareas utilizando una moto, triciclo, ciclomotor, cuatriciclo, bicicleta y/o todo vehículo de dos ruedas que realice gestiones, entregas y retiro de sustancias alimenticias, comercio electrónico y elementos de pequeña y mediana paquetería en menos de 24 horas”.
Sin embargo, lo que parecía un solidario gesto de ASiMM hacia un flamante sector de trabajadores (y potenciales afiliados), no terminó bien. La información sobre qué se discutió en ese encuentro o qué se arregló entretelones, no está. Pero es claro que allí la burocracia de ASiMM tejió algún tipo de traición, porque inmediatamente los rappitenderos tomaron distancia y comenzaron a roer la idea de formar un sindicato propio. Como cuenta María Fierro, una de las fundadoras de la organización, en una entrevista con el diario Página 12:
“Al ver que este sindicato [Por ASiMM, nota del ed.] estaba en vinculación con la empresa y sentirnos tan vulnerables, decidimos hacer algo y se nos ocurrió tomar nuestro propio camino para pelear por lo que nos corresponde como trabajadores. Nos asesoramos y creamos APP”.
A la cabeza de este recorrido y desde un comienzo, además de Fierro, estuvo Roger Rojas, un abogado venezolano que vino a la Argentina en busca de mejores condiciones de vida. Con el acompañamiento legal del abogado laboralista Juan Ottaviano, en los siguientes meses avanzaron hacia la constitución del nuevo sindicato. Ante su creciente dinamismo, la idea, desde el comienzo, fue una organización que incluyera a trabajadores de otras empresas del sector digital, como Glovo y Uber. “Ningún sindicato ya establecido va a poder sentir lo que sentimos los trabajadores de las plataformas, porque este es un nuevo sistema de trabajo, totalmente destructivo”, explicaba Rojas a Página 12.
Así fue que a comienzos de octubre se inscribió en la Secretaría de Trabajo de la Nación el primer sindicato de plataformas digitales del subcontinente. En su documento fundacional, APP daba en el centro de la cuestión en lo que hace la economía de plataformas:
Si esta es la economía del futuro, ¿cómo puede ser que trabajemos en condiciones tan precarias? Si este es el futuro de la economía, vamos a tener que construir los sindicatos del futuro. Si no lo hacemos, los miles y miles de trabajadores que vendrán a trabajar en las plataformas no tendrán quién los defienda.
Es que, claro, la base de estas aplicaciones es Internet y la tecnología digital, pero ese brillo no debe encandilar frente a lo que hay detrás: viejas formas de explotación, es decir, un enorme retroceso en términos de derechos laborales para miles de jóvenes trabajadores.
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Contragolpe
La repercusión que tuvo la creación del sindicato fue enorme. Casi todos los portales de noticias se hicieron eco de la novedad gremial e incluso generó interés en otros países, tanto académico como de otres trabajadores en proceso de organización contra las mismas o similares aplicaciones.
Pero el contragolpe patronal no tardó en llegar. Luego de una reunión en que representantes de APP le extendieron a Rappi un nuevo pliego de demandas —entre ellas, el reconocimiento de la relación de dependencia que existe con sus trabajadores—, la empresa aprovechó la instancia para confeccionar una “lista negra” y bloqueó a toda la Comisión Directiva del flamante sindicato. Rojas y Fierro fueron parte de los afectados de este “despido 4.0” brutal y persecutorio y luchan por su reincorporación.
Por ahora, la pelota está del lado de la cancha de Rappi. Al no ser una actividad regulada, el gris legal permite que impere el discurso de la empresa que reduce todo a que “colaboradores” fueron “desvinculados” por no cumplir con los términos y condiciones de la aplicación. Pero las definiciones están por verse: ahora la lucha se traslada a los juzgados y allí se decidirá si los eufemismos no son tales, o si efectivamente existe una relación de dependencia de los “rappitenderos” con la empresa.
Por su parte, desde APP afirmaron que ya iniciaron gestiones “para solicitar judicialmente la reincorporación inmediata de los trabajadores sindicalizados despedidos, en violación de los principios de la libertad sindical que rigen en Argentina”.
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Mientras se preparan para dar la batalla judicial, nuevos conflictos empiezan a surgir. Uno de ellos es el de PedidosYa, cuyos trabajadores habían logrado en 2017 que se reconociera la relación de dependencia con la empresa, pero que desde junio pasado vienen denunciando un aumento de la precarización. A fines de 2018, los mensajeros de PedidosYa notaron que la plataforma empezó a contratar empleados vía monotributo, e inmediatamente denunciaron la ilegalidad de dicho accionar, “ya que el monotributo es una herramienta de emprendimientos independientes para facturar su trabajo, no para multinacionales que deben contratar en relación de dependencia”. La explicación que encuentran es que la aplicación uruguaya busca igualar las condiciones laborales de Rappi y Glovo, lo que implica avanzar sobre las conquistas laborales de los repartidores. El conflicto por ahora sigue abierto.
Pronósticos
En su libro Capitalismo de plataformas (Caja Negra, 2018), el economista Nick Srnicek augura un futuro oscuro para este tipo de aplicaciones, a las cuales denomina “austeras”, ya que no disponen de un capital fijo (Uber no tiene un flota de taxis, ni Glovo ni Rappi poseen bicis, por ejemplo) y dependen de un conjunto de inestable de variables.
En cuanto a la variable laboral, estas plataformas se apoyan en vacíos legales y definiciones eufemísticas para evadir impuestos y cargas sociales, y Srnicek afirma que esta situación no puede durar para siempre: ya sea por intervención estatal, acumulación de causas judiciales, u organización sindical, la tajada de ganancias cuasi ilegal (hablamos en términos de la legalidad burguesa, claro) que obtienen estas empresas está predestinada a reducirse. Y con ello, es probable que su destino sea la quiebra o la mutación en un servicio diferente.
Tal es el caso de la británica Deliveroo, una aplicación de envío de comidas cuyo funcionamiento es prácticamente idéntico a los de Rappi y Glovo, y que opera en varios países. En junio de 2018, en la ciudad española de Valencia, la Justicia española falló en contra de Deliveroo, instando a la empresa a reincorporar al ex rider Víctor Sánchez o en su defecto a indemnizarlo, ya que determinó que lo que había allí era una relación laboral de dependencia. En noviembre pasado, la multinacional retiró el recurso con el que había intentado detener la sentencia, por lo que ésta quedó firme, sentando un importante precedente.
En el horizonte, el panorama se complica aún más para Deliveroo, ya que en mayo se desarrollará un mega juicio contra la plataforma, el cual impulsa el Organismo Estatal Inspección de Trabajo y Seguridad Social de España, que investigó a la empresa y concluyó que los mensajeros son “falsos autónomos”. El juicio —que a mediados de diciembre se pospuso varios meses por una maniobra de la multinacional—, tendrá efectos sobre 517 trabajadores, e Inspección de Trabajo está reclamando a la app la friolera de 1.3 millones de euros por cargas sociales impagas. De triunfar la demanda colectiva, sería todo un golpe para Deliveroo y el modelo laboral en que se basa.
Glovo, que también es española, a su vez recibió un golpe antes de terminar el año 2018. Luego de una investigación que comenzó en marzo, la Inspección de Trabajo de Valencia determinó que unos 200 repartidores no son autónomos, sino empleados no reconocidos de la empresa. Más allá de que es probable que Glovo recurra la decisión, lo que empieza a verse es un fenómeno de demandas colectivas que puede llegar a producir un enorme impacto.
Por abajo, también se están dando varios procesos organizacionales. Uno de ellos es el del agrupamiento RidersXDerechos, que no sólo vienen realizando manifestaciones y huelgas contra las condiciones que imponen estas plataformas, sino que crearon y están impulsando la cooperativa Mensakas, “APP de comida a domicilio responsable”, a través de la que se proponen “crear puestos de trabajo dignos y seguir combatiendo la precariedad”. Todo un dato.
El volante de RidersXDerechos sobre el juicio contra Deliveroo, que finalmente se pospuso hasta mayo de este año.
Volviendo sobre el análisis de Srnicek, hay elementos que refuerzan favorablemente su hipótesis de que estas plataformas austeras no tienen mucho futuro: fallos judiciales y organización por debajo de las y los trabajadores empiezan a ponerse en su camino. En Argentina y en ese sentido, el caso de APP ya nos indica que los planes ultra-precarizadores de las plataformas van a encontrar resistencia.
Julián Tylbor
Nació en 1991. Es licenciado en Ciencia Política (UBA). Milita en el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) y es miembro del Comité de Redacción de la revista Ideas de Izquierda.