La derecha en el poder o en la oposición (Marlaska, PP, Vox, Macron) intenta captar a un sector del movimiento LGTB para su cruzada racista y anti inmigración bajo el presupuesto eurocéntrico de la homofobia inherente a determinadas culturas “de origen”.
Eduardo Nabal @eduardonabal
Martes 25 de febrero de 2020
Pero otro sector, aún más amplio, de esta “comunidad” (que es todo menos uniforme) no es solo ya multicultural de por sí (como hemos podido ver en las manifestaciones y contra manifestaciones, por ejemplo, en el pasado Pride de Londres) sino que es capaz de vincular -sea de forma consciente o no- la causa de las dicotomías sexo/género como la de otro tipo de bordes y fronteras reales y simbólicas que se inscriben y reinscriben sobre sus cuerpos, sus nombres, sus carnets de identidad, sus identidades mismas.
Aunque pueda parecer algo forzado, en los tiempos de Trump, Putin y la Europa que no quiere saber nada de los refugiados o migrantes, se pone en evidencia que los discursos reaccionarios no solo quieren racializar la otredad, cerrar las fronteras geográficas, elevar los pestillos (estilo Marlaska o Trump) sino también esencializar los géneros, remarcar los binarismos, no solo expulsando a las trans del ejército o de los antiguos feminismos y sus tristes grupos sino solo concediendo los derechos que mantienen a la llamada “comunidad LGTB” en sus espacios acotados, recortados pero eliminándolos mediante la violencia o los recortes del espacio público plural y no sumiso.
Y es aquí donde algunas izquierdas y derechas están fracasando por igual en un sentido y en otro. Ya que los discursos interseccionales, a pesar de sus dificultades iniciales para articularse dentro de los grupos anti racistas o los discursos anti racistas dentro de algunos grupos LGTB, son un elemento de multiplicidad y diversidad sexual y racial, imparable por su proliferación, como hemos podido ver, sin ir más lejos en el Orgullo Indignado de Madrid, en las manifestaciones contra el Pinkwashing [1] de Israel o contra las fronteras del Pride de Londres.
El “Orgullo Indignado” nunca ha interesado al colectivo LGTB que dice representar “Podemos”, un partido que se aferra a una pancarta común y poco veraz en busca de altos cargos. Encasillados por fuerzas sociales caducas y coercitivas como hombres o mujeres o como homos o heteros con igual violencia y teniendo que transitar hacia un lugar “no otorgado” parece lógica nuestra visión clara y meridiana del carácter culturalmente construido de las fronteras geopolíticas y los discursos supremacistas que las sustentan.
Fugitivas del género, refugiadas del heteroterrorismo, luchamos contra el asimilacionismo de carácter racista, contra las vallas de sexo/género y también contra las fronteras hacia personas que vienen de otros países buscando cobijo y se encuentran feroces cancerberos a las puertas de la Europa derechizada, diezmada, cobarde y atravesada por discursos racistas, homófobos, islamófobos, neoliberales y transfóbicos que se unen como nosotras debemos unirnos en una causa común contra sus bordes y sus fronteras, sus cartas de inmigración, sus protocolos médicos y sus presunciones eurocéntricas y heterocentradas.
El concepto mismo de “derechos humanos” ha quedado en entredicho cuando las instituciones encargadas de garantizarlos se pliegan a los intereses macroeconómicos. Unos cuerpos importan más que otros, hay grandes categorías de exclusión aplaudidas hoy por una Europa amenazada por los peores fantasmas del pasado.
[1] Pinkwashing es la estrategia que siguen algunos países o determinados políticos de enarbolar los derechos y conquistas LGTB para ocultar otros asuntos turbios o contra los derechos fundamentales en sus “fronteras” o como parte de su política.
Eduardo Nabal
Nació en Burgos en 1970. Estudió Biblioteconomía y Documentación en la Universidad de Salamanca. Cinéfilo, periodista y escritor freelance. Es autor de un capítulo sobre el new queer cinema incluido en la recopilación de ensayos “Teoría queer” (Editorial Egales, 2005). Es colaborador de Izquierda Diario.