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Cultura. Actor, realismo y política (II)

En un artículo de 1986 el cantautor Rubén Olivera afirmaba que una cosa que confunde, respecto al realismo, “es pensar que hay una realidad y una forma de reflejarla. Esto lleva a caer en los resabios de un realismo burdo.

Leonardo Flamia Periodista Cultural

Viernes 10 de julio de 2015

Realismo socialista

Una revolución como la bolchevique debió potenciar la crisis del realismo en tanto el orden burgués en este caso era modificado, un nuevo arte debía surgir en ese contexto, y los gérmenes estuvieron, pero pronto fueron segados. El suicidio de Vladimir Maiakovski puede ser una pauta, pero aquí nos interesa la trayectoria del actor y director teatral Vsevolod Meyerhold (1874-1940). Meyerhold fue un director revolucionario al que primero expulsaron de los teatros y le impidieron trabajar, luego torturaron y en 1940 fusilaron. Sus restos permanecieron desaparecidos durante décadas, y además se intentó borrar el rastro de su obra. ¿Todo porqué? “Porque hay un problema estético” como dice el texto de Eduardo Pavlovsky que, bajo el nombre de Variaciones Meyerhold repasa algunas ideas del director ruso, y demuestra que un hecho estético puede ser profundamente subversivo.

En un artículo de 1986 el cantautor Rubén Olivera afirmaba que una cosa que confunde, respecto al realismo, “es pensar que hay una realidad y una forma de reflejarla. Esto lleva a caer en los resabios de un realismo burdo. La realidad es cambiante y contradictoria y si hay un realismo éste debe ser tan profundo y tan diverso como la propia realidad. […] El conocer artístico está vinculado a la praxis y ésta no se realiza copiando una realidad sino proponiendo para la creación de otra nueva. Creyendo en relaciones mecánicas entre el arte y la vida social se termina creyendo en el populismo. La posibilidad que tiene el creador es la de promover, dentro de los marcos que la sociedad le plantea, múltiples lecturas de su mundo.”
Meyerhold supo de la importancia de la creación artística moviéndose hacia adelante como factor revolucionario, proponiendo múltiples lecturas de su mundo. Por eso mismo fue considerado subversivo por una versión del socialismo que consideraba que no se debía seguir revolucionando nada, sino que más bien debía reproducirse a imagen y semejanza de sí misma. Stalin era muy conciente del peligro que implicaba dejar en libertad a los artistas, y por eso fue brutal en la represión a los disidentes del “realismo socialista” instaurado como “estética oficial” del régimen.

El nudo de la tensión

Meyerhold hacía referencia de la imaginación del actor, de su aporte creador. Esto nos recuerda algunas palabras del director argentino Ricardo Bartís sobre su forma de trabajar: “La improvisación para nosotros no es un instrumento para acercarnos a algo, es el fundamento, cuando un actor improvisa muestra su gama de recursos plenamente, su singularidad poética, por supuesto que lo puede usar a través del personaje, si la obra es lo suficientemente porosa como para que la actuación pueda introducir elementos propios”.

Para Bartís: “La representación es un problema grave, es la sujeción a fuerzas dadas, hay representación cuando hay un teatro meramente de ideas, porque con ideas no se hace teatro, las ideas son el biombo pero las cosas importantes ocurren detrás del biombo. Hay representación en el teatro de la imagen cuando solamente lo que aparece son los cuerpos sujetos a una narración pictórica. Pero el teatro de la representación más conocido es el teatro narrativo tradicional, el de la historia, el de los personajes, donde el límite de la composición, el corsé físico o emocional es la similitud con el personaje que se representa y eso es un límite para la potencia de la actuación. Por supuesto que la actuación no puede hacer cualquier cosa, pero debe explorar poéticamente en el trabajo del ensayo sus posibilidades de opinión sobre el tema profundo, y el tema profundo no es el tema de la obra, es la opinión que la persona tiene sobre ese tema.”

Hay un problema político detrás en la disputa por el cuerpo del actor, por un lado una concepción que quiere sujetarlo a una realidad (que es la cristalización de un orden político) o a un proyecto político en el caso de la URSS. Por otro lado una postura que parte de la “singularidad poética” del actor para “promover, dentro de los marcos que la sociedad le plantea, múltiples lecturas de su mundo.”