×
×
Red Internacional
lid bot

Legalizaron el aborto 50 años antes que Gran Bretaña; despenalizaron la homosexualidad 77 años antes que Alemania; permitieron el divorcio 70 años antes que Argentina. ¿Cómo tomaron, hace casi un siglo atrás, el cielo por asalto?

Andrea D'Atri

Andrea D’Atri @andreadatri

Martes 23 de septiembre de 2014

La revolución rusa de 1917 transformó tan radicalmente la vida privada que, si comparamos aquellas medidas y las ideas que las inspiraban con la política social y los valores que prevalecen actualmente, diremos que el mundo atrasa cien años. Ésta es la primera conclusión que se desprende de la lectura de “La mujer, el Estado y la revolución”, de la historiadora norteamericana Wendy Z. Goldman que, el jueves 25 se presentará en el auditorio de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

Su investigación demuestra, minuciosamente, que para la dirección del Partido Bolchevique, la emancipación femenina era una tarea fundamental que se sostenía en cuatro pilares programáticos: la incorporación de las mujeres al trabajo asalariado, la socialización del trabajo doméstico, la extinción de la familia y el amor o unión libre. El bolchevismo encarnaba la herencia libertaria de las rebeliones de esclavos de la Antigüedad, que había resucitado en las sectas igualitaristas y comunistas de los albores del capitalismo. Era heredero del socialismo utópico y también de esa crítica implacable que Marx y Engels le habían propinado, con ironía, al matrimonio burgués y a la familia en el Manifiesto Comunista: una herencia revolucionaria que a principios del siglo XX podía tomar cuerpo, en uno de los países más atrasados del mundo, transformando la vida de millones de seres humanos.

El stalinismo necesitó de la derrota física de una generación entera de bolcheviques para hacer retroceder estas conquistas en el terreno de la vida privada. Más que la consecuencia del bolchevismo, se muestra –en este libro de Wendy Z. Goldman- como su verdadera antítesis. Las mujeres volvieron a los hogares; el trabajo doméstico recayó nuevamente sobre sus espaldas; la familia tradicional se fortaleció incluso a través de la propaganda estatal y el amor libre fue calificado como “desviación pequeñoburguesa”. De allí en más, todas las corrientes políticas tributarias del stalinismo, establecieron que las mujeres y sus demandas, eran secundarias en la lucha revolucionaria.

Actualmente, cuando las relaciones interpersonales se degradan en la satisfacción del individualismo más grosero; cuando el trabajo flexibilizado y precario impone que todos los vínculos se sometan al contrato temporario; cuando la vida personal se ha despersonalizado, es tentador el espejismo conservador de matrimonios y familias tradicionales que se presentan como oasis en medio del desierto. Junto con el entierro de la revolución, el capitalismo sepultó también la audacia que alimentaba la imaginación revolucionaria para transformar la vida privada.

Por eso, el libro de Wendy Z. Goldman no es importante sólo para reconstruir estos aspectos, menos conocidos, de la gesta de la Revolución Rusa de 1917, sino también para que, en nuestra lucha presente y futura por una sociedad liberada del yugo de la explotación, incluyamos la disputa contra los valores y costumbres impuestos por la clase dominante y su cultura.