En política, la frase “patear el tablero” suele usarse con demasiada frecuencia. Más de lo necesario, podríamos decir. Sin embargo, el anuncio que este sábado por la mañana hizo Cristina Kirchner entra, sin lugar, a dudas, bajo esa órbita.
La decisión de postularse como vicepresidenta de Alberto Fernández debe leerse a la luz de un doble sistema de coordenadas. Por un lado, aquellas que hacen al camino que marcan las urnas. Por el otro, mirando más allá de diciembre, hacia 2020 y los años por venir. Ambos componentes estuvieron presentes, mixturados, en el discurso que la ex presidenta presentó en formato video.
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Paso a las PASO
El anuncio de este sábado impone un reordenamiento del escenario político nacional. Al tiempo que golpea la estrategia polarizadora de Macri y Cambiemos, establece nuevos contornos dentro del mundo peronista.
La decisión debe leerse, en primer lugar, como un mensaje explícito hacia el peronismo que hoy se ubica bajo la rúbrica de “federal”. Dos interlocutores principales tiene el llamado. Por un lado, los dueños del poder territorial que anida en las provincias. Por el otro, los caciques sindicales que ocupan los asientos de mando en la CGT.
En esa fracción del peronismo es donde más resistencia hallaba la eventual candidatura presidencial de Cristina Kirchner. Allí, en el mundo de los Schiaretti, los Urtubey o los Bordet, por solo señalar algunos nombres, es donde se ponían obstáculos al retorno de la ex presidenta.
La jugada política pareciera empezar a surtir el efecto deseado. El mediodía del sábado fue prodigioso en mensajes de felicitación de algunos de esos mandatarios. No de todos, es preciso aclarar. Ni de los más importantes. Pero la cancha se allanó para que puedan entrar varios a mover la pelota.
El llamado también dio otro fruto. Sergio Massa pudo hacer pública su alegría y el “respeto” que tienen hacia Alberto Fernández, aunque esta por verse si esto redundará en alguna incorporación suya en este armado. El hombre que desde las filas kirchneristas fue insultado como “traidor” por más de un lustro, ahora podría ser recibido ahora con los brazos abiertos.
Entre la dirigencia sindical también hubo mensajes de aprobación. Uno de ellos provino de Héctor Daer, el ignífugo secretario general de la CGT. Aunque la central ha anunciado un paro para el próximo 29 de mayo, los años macristas la recordarán como garante de hierro de treguas y traiciones.
Ese peronismo al que se tiende un puente es el que ha garantizado la gobernabilidad de Macri en estos años. Es decir, ha avalado el ajuste contra las mayorías populares.
La definición por Alberto Fernández supone empoderar a un hombre ligado a Clarín y la gran corporación mediática. Otra afrenta más (y van…) para lo que queda del progresismo kirchnerista, que viene de apoyar en masa a Schiaretti en Córdoba.
Con las (nuevas) cartas sobre la mesa, el escenario de oposición entre Macri y CFK queda relegado al pasado. La propuesta supone “cerrar la grieta” por arriba, apuntando a unir en un mismo frente político al kirchnerismo y al peronismo moderado que aporta gobernabilidad.
En la Casa Rosada podrían volver a resucitar los fantasmas del llamado “plan V”. Si algo sobraba en las filas cambiemitas, eso era incertidumbre en relación a la candidatura de Macri. Aquellos que pugnan por ampliar la coalición gubernamental seguramente ganarán espacio.
Más allá de diciembre
La propuesta de CFK debe leerse en otro registro, que escapa a las determinaciones que imponen las urnas. Aquel que mira al largo plazo, en un país bajo tutela del FMI.
En ese registro, la unidad del peronismo debe entenderse también como garantía de un poder político que goce de mayores condiciones de estabilidad, de cara a políticas que tendrán la marca del ajuste.
Cristina Kirchner lo enunció de manera directa, transparente. Se requerirá una coalición de gobierno “mucho más amplia que la que haya ganado las elecciones”.
Esa coalición incluye, necesita, de la burocracia sindical. De los caciques de la CGT y de aquellos que comulgan en otros espacios como el Frente Sindical por el Modelo Nacional. Los efusivos comentarios en Twitter entre Alberto Fernández a Héctor Daer tienen ese marco.
Bajo el nuevo gobierno peronista, la CGT estará llamada a cumplir un papel de agente del orden entre la clase trabajadora. Mucho más de lo que lo hizo en estos años de CEOcracia, trabajará para contener y controlar cada lucha que ponga en cuestión las políticas gubernamentales.
La ciudad de Rosario acaba de brindar un testimonio explícito del lugar que esa dirigencia burocrática se propone ocupar. Las patotas de la UOM fueron lanzadas allí contra los trabajadores despedidos de Elecrolux y quienes los apoyaban. Lejos de garantizar los puestos de trabajo, los “cuerpos orgánicos” estuvieron presentes para avalar los despidos ilegales de la patronal.
La necesidad de una amplia coalición surge, indefectiblemente, del programa con el que el peronismo llegará al gobierno. Aquí también la elección de Alberto Fernández no resulta inocua. Ante cada micrófono, el ex jefe de Gabinete remarcó la necesidad de sostener los acuerdos con el FMI. Admitió, es cierto, la posibilidad de una eventual renegociación. Sin embargo, como se ha señalado más de una vez, “no hay finales felices” renegociando con Lagarde y cía.
Siempre menos
En los tiempos –ya lejanos– del “hay 2019”, diciembre de este año era presentado como el momento de superación del nuevo ciclo neoliberal que el macrismo había venido a imponer. En aquellos tiempos, imaginando un remedo de la “resistencia con aguante”, el kirchnerismo se atrevía a desafiar verbalmente el llamado déficit cero, impuesto bajo directiva del FMI y avalado por la inmensa mayoría del peronismo legislativo y los mandatarios provinciales.
Pero el futuro llegó hace rato. A finales del año pasado, Axel Kicillof ya advirtió que “no podés romper con el Fondo”. Bajo esa premisa, cualquier cambio en la política económica debería contar con la autorización de Lagarde y su equipo.
En la justificación de esa perspectiva, el ex ministro ha gastado muchas energías, lanzado a la búsqueda de ejemplos que demuestren la viabilidad de la misma. Hay que señalar que, hasta el momento, viene fracasando.
En su mensaje de este sábado, Cristina Kirchner aportó su granito de arena en el trabajo de moderar expectativas futuras. La ex presidenta afirmó que “Argentina se encuentra en una situación de endeudamiento y empobrecimiento peor que la del 2001”.
Los datos de la realidad ponen en cuestión el diagnóstico. Aunque la flecha pueda indicar aquel destino, el desempleo y la pobreza aún son menores que en aquel entonces. El argumento tiene una función clara: hacer descender el nivel de expectativas post diciembre. Cristina fue lo suficientemente enfática: “No se trata de volver al pasado ni de repetir lo que hicimos del 2003 al 2015”, porque “el mundo es distinto y nosotros también”.
Guionando a su espacio político, la ex presidenta hace propio el argumento de la “herencia recibida”. Recurriendo al manual cambiemita, anticipa que lo que está por venir es más sacrificio. No queda otra que arremangarse y hacer lo necesario para evitar “una nueva frustración que, no tengo dudas, sumergiría a la Argentina en el peor de los infiernos”.
El tono no podría ser más contrastante con el “nunca menos”. Ahora tenemos, y tendremos, menos. Seguramente no habrá “magia”.
Seguramente, cuando se iniciaba la crisis en abril de 2018, el peronismo abrigó la expectativa de que Macri completara el trabajo sucio del ajuste, tal como lo había hecho Duhalde en 2002, hundiendo el salario obrero con la megadevaluación.
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de Macri bajo la tutela del FMI, la hoja de ruta del ajuste tiene obligadamente nuevos capítulos, que proseguirán hasta 2021.
No se trata solo de las exigencias del FMI, sino también de las demandas del gran empresariado del país. El kirchnerismo se propone seducir a estas fracciones del capital. Las persistentes menciones sobre un “pacto social” funcionan como una suerte de anzuelo, presentando las condiciones para garantizar su futura rentabilidad. Estos empresarios, aunque desconcentos con Macri y el fracaso de su “modelo” (que buenos beneficios les dio con rebajas impositivas, libertad para fugar capitales, blanqueo a su medida y timba financiera) están a favor del “gobierno del FMI” y sus metas de austeridad fiscal y reformas laboral, previsional, impositiva y demás.
En la realidad no hay nada que se presente como base de sustento muy seria para imaginar el fin de la austeridad en diciembre de 2019. “Siempre menos”, podría ser el eslogan que ordene la eventual gestión de Alberto Fernández.
Unidad… contra los intereses del pueblo trabajador
En las condiciones antes señaladas, Cristina Kirchner viene a ofrecer su semi-renunciamiento como condición para articular un bloque político y social capaz de afrontar las tormentas futuras. “Estoy convencida que este es el mejor aporte que puedo hacerle a mi país”, dice a quien quiera escuchar.
Rescatar de la historia el “pacto social” no resulta ingenuo. Aquella política fue planteada por el peronismo en su retorno al poder en 1973. En ese entonces, retornando tras 18 años de exilio, Juan Domingo Perón arribaba al país para intentar imponer un orden al servicio del gran capital. La Argentina vivía un poderoso ascenso revolucionario desatado hace 50 años, en mayo de 1969.
El viejo líder intentó ensayar una política de conciliación de clases que, al tiempo que frenaba las luchas obreras y populares, permitiera cierta recomposición de las ganancias capitalistas.
El “pacto social” que CFK reivindica fue un acuerdo contra los trabajadores. Un acuerdo que el peronismo en el poder intentó hacer cumplir apelando a la represión estatal y a aquella ejercida en el campo para-estatal, de la mano de la Triple A.
Este sábado, en formato video, Cristina Kirchner también eligió hablar del orden: “Ese nuevo contrato social no es más ni menos que la búsqueda de una mirada práctica que genere una base de orden”, dijo para quien quisiera oírla.
El peronismo se propone construir ese “orden” en los delgados márgenes que impone el acuerdo con el FMI. Bajo esos estrechos límites, no hay lugar para “reconstruir un país para todos y todas”.
Para las grandes mayoría populares no hay más que catástrofe si no se avanza en el camino de la ruptura con el FMI. Derechos elementales como la jubilación, la salud o la educación se verán degradados mientras las decisiones de la economía nacional se rijan por los intereses de los especuladores y grandes empresarios y no por las necesidades de las grandes mayorías.
El Frente de Izquierda ha planteado una perspectiva en ese camino. Un programa que, atacando los intereses del gran empresariado, evite que una vez más la crisis recaiga sobre el conjunto del pueblo trabajador.
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