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Red Internacional
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CRÓNICAS. Amanecí en la Pana

Jueves 13 de abril de 2017

Amanecí en la Pana

Estaba emocionada. Preparé, con mis compañeros y compañeras, el día como si se tratara de una celebración. Lo fue. La lucha se celebra.

La noche anterior alisté el equipo y me dormí con la imagen de la foto que quería en mi cabeza, como bien me enseñaron. Aunque después descubrí que esa imagen no la vería nunca. Vi otras cosas, o vi con otros ojos creo, mejor.

Llegamos a las seis de la mañana. Panamericana y Ruta 197. Enseguida comenzamos a correr. Había que llegar a una de las cabeceras que subía a la Pana. Esa danza recién empezaba. No esperaba correr. Calcé el tele en la cámara, y enseguida me di cuenta de que no me iba a servir. Lo guardé y cambié por otro lente. Necesitaba más que dos ojos, pensé. Estaba oscuro todavía. Al llegar sentí frío, no llevé abrigo y pronto el movimiento, las corridas, me hicieron entrar en calor.

Me acerqué adelante de todo. Un gendarme me hizo señas de que no podía llegar tan cerca. Me quedé recorriendo ese pasillo que, hasta el momento en que reprimieron, hubo entre ellos y nosotros.

Busqué en la penumbra del amanecer que se hacía rogar encuadres, figuras, luces. Encontré muchos cascos.

Pasó algo, en ese momento no lo entendí, al rato me di cuenta. La otra columna había tomado la Pana. Corrimos, hacia atrás, por donde habíamos venido, pasamos nuevamente por debajo de la 197 en sentido inverso y subimos por el lado contrario a la autopista esta vez un poco más tranquilos. Empezaba a clarear.

Seguimos tomando de a sorbitos el café del termo de uno de los compañeros. No podíamos detener la marcha, así que todo era rápido, también el café.

Entre las banderas rojas, los trapos, apareció una compañera del taller de documental, me abrazó, recién con ese gesto la identifiqué. Estamos donde tenemos que estar, pensé. Estamos todos acá.

A unos metros me encontré con el resto de Enfoque. También nos abrazamos. El gesto no fue el de siempre. Con cada abrazo nos tomamos fuerte, con la mirada nos dijimos que íbamos a poder y, nuevamente, que ese era nuestro lugar.

Por un rato todo fue mirar, buscar, aprender. Estaban las banderas, los docentes, obreros de las fábricas, de todos lados. Había medios, cámaras, entrevistaban. Llegaban algunos fotógrafos de agencias. Y los gendarmes, los mulos del patrón, como corearon toda la mañana.

Me quedé mirando a los gendarmes. Alguna vez debo haber estado cerca de alguno, pero no le presté mucha atención. Esa mañana sí. Son más grandes de lo que pensaba. Me sentí intimidada. Yo, que no puedo mantener la espalda erguida mucho rato y ando como saltimbanqui con la cámara colgando por delante y la mochila por detrás, los vi extremadamente derechos y firmes. Aún así, esa no fue la peor sensación. Lo inquietante fueron sus ojos. Te miran fijo, no pestañean, te desafían sin un solo gesto. Te atraviesan. Y yo, sin saber quedarme tan quieta como ellos lo único que supe hacer fue apuntarlos con el lente corto. Y estaba ahí, defendiéndome de una mirada con mi ojo, mi cámara y mis compañeros. Mi escudo.

Hice mil fotos a los gendarmes, me cubrí de sus miradas cada vez que hundí el dedo en el disparador. Ninguna toma sirvió. Estaba muy cerca y el corto no es tan corto. Pero ellos no lo supieron.

Sinceramente, profesionalmente, me costó fotografiar. No pude concentrarme demasiado. Una sola vez creí tener algo interesante pero me distraje en eso y un gendarme me zamarreó tomándome por la mochila como si fuese una marioneta, y me acomodó donde le pareció que yo tenía que estar.

Y así estuve, con todos, trepada al guardrail, turnándome lugares con otras cámaras, haciendo fotos que posiblemente nunca vaya a mostrar, pero voy a guardar. Tengo primeros planos del hidrante, del perro malo que ladraba sin parar, de la gendarme que cargaba una réflex y pensaba que era fotógrafa como nosotros. Tengo retratos de un montón de compañeras y compañeros que estaban luchando sus derechos en la Pana, ellos son lo que viví ahí arriba.

Hice fotos feas, malas, casi ninguna me gustó pero no fueron mi fracaso. Viví una mañana que posiblemente no me olvide nunca y que replantea mucho en mí.
Todavía estoy emocionada.