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HISTORIA DE MUJERES. Amores y desamores contra el heroico y trágico telón de fondo de la revolución rusa

La bolchevique enamorada fue la única novela de Alexandra Kollontai. ¿Quién era esta mujer? La Izquierda Diario reproduce este artículo publicado originalmente en mayo de 2009 por Andrea D’ Atri.

Andrea D'Atri

Andrea D’Atri @andreadatri

Martes 4 de octubre de 2016

Mi amigo vio el libro que apoyé sobre la mesa y preguntó de qué trataba.
–Es una novela de Alexandra Kollontai que acabo de leer y me pareció buenísima.
–¿Y cómo termina? ¿Al final, la protagonista se casa? –ironizó mi amigo sobre el título que llamaba su atención, demasiado romántico para lo que suponía podía escribir Kollontai.
–¡No! –le dije, redoblando su ironía– esta novela tiene un final feliz.

La novela que tenía sobre la mesa era La bolchevique enamorada, la única de Alexandra Kollontai quien, antes y después de esta experiencia literaria, se dedicó a escribir casi exclusivamente –con excepción de algunos relatos cortos[1]– artículos y folletos de propaganda. Quizás a esa escasa trayectoria se deban el tono duro de sus diálogos, la austeridad de recursos en la descripción de personajes y escenarios y la falta de pretensiones de su estilo. Como señala Jacqueline Heinen respecto de sus relatos cortos, y que bien puede atribuirse también a esta novela, “podemos irritarnos en más de una ocasión por el vocabulario empleado, la tonalidad a veces algo necia de ciertas escenas, pero ello no quiere decir que las lectoras de fines del siglo XX no se sientan muy afectadas por los problemas de fondo que plantea Kollontai a propósito del amor y de la vida de la pareja.”[2]

Sin embargo, a pesar de no tratarse de una excelente obra literaria, desde el punto de vista formal, La bolchevique enamorada es una novela de amor, histórica, de propaganda comunista y, además, de esas que provocan que no se pueda parar de leerlas hasta llegar al final, de un tirón. La bolchevique enamorada fue publicada en Moscú en 1927 y su autora decidió presentarla diciendo que no se trataba de “un estudio ético ni un cuadro de la vida en Rusia soviética. Es puramente un estudio psicológico de las relaciones sexuales del período de la postguerra.(…). Mi intención al escribir este libro es que sirva, aunque sea un poco, para combatir la vieja hipocresía burguesa de los valores morales y para demostrar una vez más que empezamos a respetar a la mujer, no por su ‘moral buena’, sino por su actuación, por su sinceridad, con respecto a los deberes de su clase, de su país y de la Humanidad en general.”[3]

Pero ¿quién era esta mujer que podía editar una novela sobre la vida en Rusia al mismo tiempo que el creador del Ejército Rojo –quien fuera junto con Lenin uno de los máximos dirigentes de la revolución de 1917– era expulsado del partido en el décimo aniversario de aquella gesta heroica?

De una infancia rica a la toma del poder

Alexandra había nacido en San Petersburgo el 31 de marzo de 1872, en el seno de una familia de ricos terratenientes, lo que le permitió educarse con un instructor particular en una nación donde sólo una de cada trescientas muchachas tenía acceso a la educación media.[4] Siendo joven estudió historia del trabajo en Suiza y, en 1899, se afilió al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR) donde se enroló en la fracción menchevique.[5]

En el inicio de la Primera Guerra Mundial se opuso a ésta, al mismo tiempo que se unía definitivamente a los bolcheviques, viajando por Europa en una campaña contra la contienda imperialista.

Después de presenciar los acontecimientos del Domingo Sangriento, cuando centenares de obreros perecieron bajo los fusiles de la autocracia mientras –conducidos por un pope de la iglesia ortodoxa– peticionaban al Zar, Alexandra se involucró en el proceso revolucionario que conmocionó a Rusia, escribiendo artículos y organizando a las mujeres trabajadoras. Frente al ataque que recibió de la reacción por su labor entre las obreras, la corriente menchevique aclaró que se oponía a la política de organización independiente de las trabajadoras que ella llevaba adelante, en la editorial de su periódico Voz Socialdemócrata. Rápidamente, con la publicación de su artículo “Finlandia y el socialismo” –en el que Kollontai hace un llamamiento a la insurrección contra el régimen zarista– le llegó el exilio. En Europa, entró en contacto con los partidos socialdemócratas de Alemania, Gran Bretaña y Francia. Su nivel cultural y sus viajes son los que, el resto de su vida, le permitieron hablar fluidamente más de media docena de idiomas.

En el inicio de la Primera Guerra Mundial se opuso a ésta, al mismo tiempo que se unía definitivamente a los bolcheviques, viajando por Europa en una campaña contra la contienda imperialista. Algo similar a lo que sucede con su personaje de La bolchevique enamorada que “Fue admitida en la organización, pero Vassilissa no se hizo bolchevique inmediatamente. Discutió con los miembros del Partido. Les hizo varias preguntas, y se marchó indignada. Después de larga deliberación volvió por su propio impulso, diciendo: ‘Quiero trabajar con vosotros.’”[6]

Sin embargo, a pesar de su compromiso con esta causa, Kollontai no pudo participar de la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas convocada por Clara Zetkin en la que se acuñó la fórmula de compromiso de “guerra a la guerra”, entre las distintas delegaciones. La compañera de Lenin lo recuerda con estas palabras: “Kollontai había dejado a los mencheviques para esa época. En enero ella escribió a Vladimir Ilich y a mí, enviándonos un panfleto. ‘Mi estimada camarada –escribió Vladimir Ilich en retorno– (…). Según parece, usted no concuerda del todo con la consigna de la guerra civil y le asigna, por así decir, un lugar subordinado (y quizás aún condicional) ante la consigna de la paz. Y usted subraya que ‘debemos adelantar una consigna que nos una a todos’. Le diré francamente que lo que yo más temo en el momento presente es una unidad indiscriminada que, estoy convencido, es la más peligrosa y dañina para el proletariado.’”[7] Finalmente, Alexandra Kollontai pudo participar de la Conferencia de Zimmerwald, donde se reunieron delegaciones internacionalistas de la socialdemocracia europea. Allí acompañó la posición de la delegación bolchevique encabezada por Lenin quien planteaba, en minoría, que los socialistas debían romper la colaboración con los gobiernos burgueses, que era necesaria la movilización de las masas contra el social-chauvinismo y la transformación de la guerra en guerra revolucionaria. “Simpatizaba con los bolcheviques y admiraba a Lenin porque se oponía a la guerra de una manera muy resuelta.”, dice de su personaje Vassilissa, como si esta joven obrera bolchevique se tratara de su alter ego.[8]

Al estallar la revolución, en febrero de 1917, Alexandra Kollontai regresa a Rusia y es electa para el Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado. Entretanto, Stalin sostiene que hay que consolidar las conquistas democrático-burguesas, proponiendo que el partido bolchevique apoye al gobierno provisional de Kerensky, cuando Lenin aún no había regresado de su exilio. Pero una minoría de obreros metalúrgicos, apoyados por Kollontai, resiste esta postura de Stalin, en sintonía con la visión del dirigente bolchevique que sostenía que los soviets eran organismos para el ejercicio del poder y que era necesario superar la revolución burguesa con la revolución proletaria.

En julio, Alexandra fue encarcelada junto a centenares de bolcheviques, después de que fueran derrotadas las jornadas donde miles de obreros y soldados levantaron la consigna de “todo el poder a los soviets”. “Cuando llegué a Rusia, Kollontai estaba en prisión”, relata la periodista norteamericana Louise Bryant. “Había sido exiliada por su oposición al zarismo. Fue encerrada nuevamente por discrepar con el gobierno provisional. Sabían que era una bolchevique y por aquel ‘crimen’ fue detenida en la frontera rusa bajo el vergonzoso cargo de ser una espía alemana. Fue liberada nuevamente porque no encontraron pruebas para procesarla. Fue detenida nuevamente y encarcelada por Kerensky después del levantamiento de julio, por haber dicho abiertamente que los soviets eran la única forma de gobierno para Rusia…”[9] Aún permanecía prisionera cuando fue elegida para integrar el Comité Central del Partido Bolchevique, el mismo que condujo la insurrección de octubre con el voto negativo de sólo dos de sus miembros: Zinoviev y Kamenev.

Tras la toma del poder, Alexandra Kollontai fue nombrada Comisaria del Pueblo para la Asistencia Pública, un cargo de nivel ministerial. “Jueves 8 de noviembre. Amaneció el nuevo día sobre una ciudad presa de la excitación y el desorden, sobre una nación agitada por una formidable tempestad. (…). Se nombraron comisarios temporales para los diferentes ministerios: para el de Negocios Extranjeros, Uritski y Trotsky; para el del Interior y Justicia, Rykov; para el de Trabajo, Chliapnikov; Hacienda, Menjinski; Asistencia Pública, Alejandra Kollontai… (…). Movidos por un solo impulso, todos nos encontramos súbitamente de pie, uniendo nuestras voces al unísono y lento crescendo de La Internacional. Un viejo soldado entrecano sollozaba como un chiquillo. Alejandra Kollontai contenía las lágrimas. El canto rodaba vigorosamente por la sala, estremeciendo las ventanas y las puertas y yendo a perderse en la calma del cielo. ¡La guerra ha terminado! ¡La guerra ha terminado!, gritó cerca de mí un joven obrero, con el rostro radiante.”[10]

A una de esas heroínas, Alexandra la sacó del anonimato, le puso de nombre Vassilissa y la transformó en el personaje principal de su novela, esa “muchacha obrera” que “vestía blusa, falda y un cinturón de cuero” que también se había enrolado en el Partido Bolchevique al comienzo de la guerra, como la autora que le dio vida.

Diez años más tarde, el mismo año en que se publicaba La bolchevique enamorada, la misma Alexandra homenajeaba a las mujeres que habían participado en esta gran gesta de la clase obrera rusa con las siguientes palabras: “Las mujeres que tomaron parte en la Gran Revolución de octubre, ¿quiénes fueron? ¿Individuos aislados? No, fueron muchísimas, decenas, cientos de miles de heroínas sin nombre quienes, marchando codo a codo con los trabajadores y los campesinos detrás de la bandera roja y la consigna de los Soviets, pasaron sobre las ruinas de la teocracia zarista hacia un nuevo futuro... (…). Cuando se rememoran los hechos de Octubre, no se ven rostros individuales sino masas. Masas sin número como olas de humanidad. (…). En el año de 1917, el gran océano de la humanidad empuja y se balancea, y una gran parte de ese océano está hecho de mujeres. Algún día el historiador escribirá sobre las hazañas de estas heroínas anónimas de la revolución, que murieron en el frente, que fueron baleadas por los blancos y soportaron las incontables privaciones de los primeros años después de la revolución, pero que continuaron manteniendo en alto la Bandera Roja del poder del Soviet y el comunismo.”[11] A una de esas heroínas, Alexandra la sacó del anonimato, le puso de nombre Vassilissa y la transformó en el personaje principal de su novela, esa “muchacha obrera” que “vestía blusa, falda y un cinturón de cuero” que también se había enrolado en el Partido Bolchevique al comienzo de la guerra, como la autora que le dio vida.

Asuntos públicos y privados de la “pequeña camarada”

Desde el ministerio de Asistencia Pública, la “pequeña camarada” –como la llamaban afectuosamente sus colaboradores– será una de las artífices de gran parte de las reformas que se introducen en la legislación sobre la mujer y la familia. Ahora, las mujeres soviéticas podrán elegir libremente su profesión, obtendrán un salario igual por el mismo trabajo que los hombres, tendrán asegurado su acceso en los empleos del Estado, quedarán prohibidos los despidos de mujeres embarazadas, las casadas ya no estarán obligadas a seguir a su marido y la educación será mixta. “Cuando fui nombrada delegada del pueblo para la Asistencia Pública, mi primera preocupación fue trabajar en la elaboración del decreto sobre la protección maternal. Fue entonces cuando la comisaría del pueblo para la Salud creó una sección encargada de la protección de las madres y de los niños e instaló el ‘palacio de la maternidad’.”[12]

Pero, a pocos meses de asumido el cargo, Kollontai renuncia por “razones de discrepancias de principio con la política actual.”[13] Se oponía al tratado de paz de Brest-Litovsk, firmado en marzo de 1918, después de arduas negociaciones para conseguir el armisticio con el fin de sacar al naciente Estado obrero de la Primera Guerra Mundial, mientras se esperaba el avance de la revolución proletaria en Alemania. León Trotsky, comisario de Asuntos Exteriores, recuerda los debates suscitados por la firma del tratado: “La lucha, dentro del partido, hacíase cada día más violenta. (…). Lenin era partidario de que intentásemos diferir las negociaciones, capitulando inmediatamente caso de que se nos dirigiese un ultimátum. Yo era de opinión de que provocásemos la ruptura de las negociaciones, afrontando el riesgo de que Alemania volviese a atacarnos, para, en este caso, capitular ante la imposición evidente de la fuerza. Bujarin pedía que se llevase adelante la guerra, para de este modo abrir los horizontes revolucionarios.”[14] El 21 de enero, la posición de Bujarin ganó, provisoriamente, por 32 votos contra 15 para la de Lenin y 16 para la de Trotsky. Entre esos últimos votos obtenidos por el comisario de Asuntos Exteriores, se contaba el de Alexandra Kollontai. “‘¿No te da lástima de tu madre? ¡Eres la vergüenza de la familia! ¡Mezclada con los bolcheviques! Estás vendiendo tu país a los enemigos.’”, le recrimina a Vassilissa su madre, cuando en la novela, ésta apoya las negociaciones de Brest-Litovsk y decide irse a vivir con una amiga, abandonando la morada familiar.[15]

Las discrepancias de Kollontai sobre este asunto no impidieron, sin embargo, que impulsara la organización del Primer Congreso Panruso de Trabajadoras, donde se resuelve la creación de comisiones de agitación y propaganda entre las mujeres que fueron el embrión del Zhenotdel, la Secretaría de la Mujer del partido que publicará el periódico La Comunista. La tarea central del Zhenotdel era la organizar a las mujeres que no eran miembros del partido, para enseñarles sus derechos y comprometerlas en la construcción del Estado obrero. La misma Kollontai rememora aquel congreso en sus recuerdos sobre Lenin: “En el tiempo en que el congreso fue convocado, algunos no apreciaron su importancia y significado. Recuerdo que había oposición de Rykov, Zinoviev y otros. Sin embargo, Vladimir Ilich declaró que el congreso era necesario.”[16]

Esta falta de comprensión y oposición de viejos dirigentes bolcheviques también aparece representada en su novela. “Vassilissa se enfadaba; discutía con los compañeros y se peleaba con el secretario del distrito. ‘¿Por qué han de ser los problemas de las mujeres menos importantes? Esta idea es común en vosotros. Por eso están las mujeres tan atrasadas. Pero no triunfaréis en la Revolución sin las mujeres.’”[17] En relación a los derechos de las mujeres, como el personaje de su novela, Alexandra “sabía lo que quería y, por lo tanto, no transigía. Muchos habían perdido el entusiasmo; poco a poco se quedaron rezagados, hasta que terminaron por quedarse en casa.” La dirigente bolchevique, como su personaje, continuaba igual “siempre luchando, siempre organizando algo, siempre insistiendo sobre un punto determinado.”[18]

Pero a pesar de la intensa actividad de estos primeros meses posteriores a la toma del poder, Alexandra Kollontai se hizo tiempo para casarse por segunda vez –según el nuevo código civil– con un camarada diecisiete años menor que ella, un héroe de la flota del Báltico. Trotsky, a propósito de retratar la vulgaridad de Stalin, en su inacabada biografía de éste, apunta una anécdota que involucra a la pareja: “De detrás del tabique llegó hasta nosotros el vozarrón de Dybenko: estaba hablando con Finlandia y la conversación era un tanto tierna. El corpulento y arrogante marinero de veintinueve años y negra barba había intimado hacía poco con Alexandra Kollontai, mujer de antecedentes aristocráticos, que conocía media docena de lenguas extranjeras y se acercaba a los cuarenta y seis. En ciertos círculos del Partido se murmuraba no poco a propósito de aquello. Stalin, con quien hasta entonces no había sostenido yo una conversación personal, vino hacia mí con una especie de inesperado alborozo, y señalando con el hombro hacia el tabique, dijo a través de una sonrisa forzada: ‘¡Ahí está ése con Kollontai, con Kollontai!’ Sus gestos y su risa me parecieron fuera de lugar y de una vulgaridad insoportable, especialmente en aquella ocasión y aquel lugar. No recuerdo si le contesté algo, volviendo la cabeza a otro lado, o si le respondí secamente: ‘Es asunto suyo.’”[19] Pero a pesar de la ternura demostrada en estos primeros días de matrimonio, Alexandra abandonará a Dybenko. Cuatro años más tarde le escribe: “No soy la esposa que necesitas, soy un individuo antes que una mujer.”[20]

La NEP y la Oposición Obrera

El invierno de 1920 a 1921 fue extremadamente crudo, las bajas temperaturas y el hambre causaron dos millones de muertes. La revolución persistía en medio de enormes dificultades: la producción agrícola había descendido en un 60% respecto de 1914, la producción industrial había quedado reducida a un 15%. Lenin decía: “El proletariado es la clase que participa en la producción de bienes materiales en la industria capitalista a gran escala. En la medida en que la industria a gran escala ha sido destruida, en la medida en que las fábricas están paradas, el proletariado ha desaparecido.”[21] Y esto tenía consecuencias políticas: el Estado se apoyaba en una clase obrera diezmada por la guerra civil, el hambre y porque los trabajadores se volvían al campo en busca de comida.

Los marineros de Kronstadt, en el Báltico, se amotinan; entre sus demandas incluyen un mercado libre para el grano. La oposición de los campesinos –que constituían nada menos que el 80% de la población– al gobierno de los soviets hacía peligrar el futuro de la revolución. Es entonces que, el Xº Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética promulga, por decreto del 21 de marzo de 1921, la nueva política económica (NEP), requiriendo una cantidad específica de productos agrícolas o materias primas a los campesinos como medida de emergencia y dando la libertad para vender el resto de la producción.

La crisis obligaba a los bolcheviques a restaurar la propiedad privada, en algunos sectores de la economía, reemplazando la política de “comunismo de guerra” de los años anteriores. Con estas medidas, la producción agrícola se incrementó considerablemente. Pero esta política también fortaleció a los campesinos ricos y a los especuladores, esos hombres y muchachas de la NEP que son los personajes más despreciables de La bolchevique enamorada. Cuando Vassilissa emprende el viaje en tren para reencontrarse con su amado, comparte el camarote con una de estas mujeres que se beneficiaban con las actividades especulativas. “Su compañera de viaje era una muchacha de la NEP, muy llamativa, vestida con sedas, perfumada, con pesados pendientes”, un comportamiento ajeno e impensado para millones de mujeres trabajadoras hundidas en la miseria.[22]

Para Lenin y Trotsky, estos cambios en la política económica constituían un retroceso ordenado, para hacer tiempo hasta la próxima oleada de la revolución internacional. Sin embargo, no desconocían los peligros que acarreaban estas medidas: la NEP abría las puertas a las presiones de clases antagónicas con el proletariado que podían provocar una ruptura en el Partido Comunista, dando paso a la restauración. Por eso, al mismo tiempo que introducía la NEP, Lenin proponía, como medida preventiva y excepcional, la prohibición del derecho a fracción dentro del partido.

Pero en medio de esta situación, Lenin enfrenta aún a otro grupo que se denomina Oposición Obrera: “Una desviación ligeramente sindicalista o semianarquista no habría sido muy grave porque el partido la habría reconocido a tiempo y se habría preocupado de eliminarla. Pero, cuando tal desviación se produce en el cuadro de una aplastante mayoría campesina en el país, cuando crece el descontento del campesinado ante la dictadura proletaria, cuando la crisis de la agricultura alcanza su límite, cuando la desmovilización del ejército campesino está liberado a centenares y millares de hombres deshechos que no pueden encontrar trabajo y no conocen más actividad que la guerra, pasando a alimentar el bandidaje, ya no es tiempo de discusiones acerca de las desviaciones teóricas. Debemos decir claramente al Congreso: no permitiremos más discusiones sobre las desviaciones, es preciso detenerlas (...). El ambiente de controversia se está haciendo extraordinariamente peligroso, se está convirtiendo en una auténtica amenaza para la dictadura del proletariado.”[23] En la Oposición Obrera se encontraba enrolada Alexandra Kollontai. Se trataba de un grupo de trabajadores metalúrgicos, encabezado por ella y el dirigente sindical Alexander Shliapnikov, quienes consideraban que había que entregar la dirección de la economía a un congreso de productores, dar la dirección de las fábricas y empresas a los sindicatos y elegir a los directores por el voto directo. Lenin responde: “En estos últimos meses se ha revelado claramente en el seno del Partido una desviación sindicalista y anarquista, que exige las medidas más enérgicas de lucha ideológica, así como la depuración y el saneamiento del Partido.(…). En primer lugar, el concepto de ‘productor’ engloba al proletario con el semiproletario y con el pequeño productor de mercancías, apartándose así radicalmente del concepto fundamental de la lucha de clases y de la exigencia básica de diferenciar con precisión las clases. En segundo lugar, orientarse hacia las masas sin partido o coquetear con ellas, como se hace en la tesis citada, es apartarse del marxismo de un modo no menos radical. (…). El marxismo nos enseña (…) que sólo el partido político de la clase obrera, es decir, el Partido Comunista, está en condiciones de agrupar, educar y organizar la vanguardia del proletariado y de toda la masa trabajadora, la única capaz de resistir a las inevitables vacilaciones pequeñoburguesas de esta masa, a las inevitables tradiciones y recaídas en la estrechez de miras gremial o en los prejuicios gremiales entre el proletariado y dirigir todo el conjunto de las actividades de todo el proletariado…”[24]

En la ficción, corre el año 1922 y la autora hace reflexionar al personaje: “… Vassilissa tampoco era la misma. ¿Por qué? ¿De quién era la culpa? Con las manos en la cabeza, Vassilissa pensaba. En aquellos años nunca había tenido tiempo para pensar. Vivía y trabajaba. Pero ahora tenía la sensación de haber olvidado o descuidado algo. ¿El qué? Discordia dentro del Partido, disgustos en las organizaciones…”[25] Ella también se junta, con otros compañeros, para presentarse como un grupo de opinión en el siguiente congreso del partido. “La tendencia de Vasya fue derrotada. Pero había obtenido más votos de los que ella esperaba. Eso también era una victoria.”[26]

En la vida real, la Oposición Obrera impugna las decisiones del Xº Congreso del partido ante la Internacional Comunista, mediante una carta conocida como la “Declaración de los 22.” En el congreso siguiente, una comisión propone la expulsión de Kollontai y Shliapnikov entre otros, pero es rechazada.

En La bolchevique enamorada, transcurren los meses en que Vassilissa se reencuentra con su amor, pero éste ya no es el mismo. Ahora, Vladimir ocupa un cargo de director en una empresa y mantiene relaciones comerciales con los especuladores de la NEP. Cuando quiere congraciarse con su Vasya, ésta se enfurece. “-¿Ése es tu sueldo? ¿Tu sueldo mensual? Pero ¿cómo te atreves tú, un comunista, a gastarlo en tales tonterías? ¡Y cada vez mayor pobreza! ¡A tu derredor miseria y hambre! ¿No habrás hecho algo que no debías para llegar a ser director?”[27], interroga Vassilissa, cuando ve los muebles del nuevo hogar que van a compartir.

Pocos años más tarde, Alexandra recorrería el mundo, viviendo en embajadas suntuosas de la Unión Soviética, convertida en cárcel y tumba de miles de auténticos revolucionarios.

La vida de la pareja no se parece a la que ella imaginaba en aquel viaje en tren que la conducía a los brazos de Vladimir. Todas las noches la casa se llenaba de invitados que no le simpatizaban a la obrera bolchevique: directores de empresas, hombres de la NEP, oficiales de la GPU… y, para peor, sus esposas que vestían de seda, con abrigos finos y los dedos relucientes de sortijas. “La dama dijo que era religiosa y que se confesaba, aunque no ayunaba. ¿Cómo podía ser eso?, ¡un compañero de la GPU casado con una creyente! Vasya frunció el ceño. Se puso de mal humor. Vladimir tenía la culpa también. ¿Qué clase de amigos tenía?”[28]

Pocos años más tarde, Alexandra recorrería el mundo, viviendo en embajadas suntuosas de la Unión Soviética, convertida en cárcel y tumba de miles de auténticos revolucionarios. Pero en la novela, es Vladimir el que ha cambiado enormemente. “Vasya miraba con indignación a su marido dormido. ¿Era posible que este hombre fuese su amante, que alguna vez hubiera sido su amigo y compañero? ¿Era éste el hombre con el que había luchado por el Soviet? Era un extraño, un desconocido. ¡Qué sola estaba!”[29]

Un final silencioso

Hacia el final de la novela, Vassilissa se recobra a sí misma, recobra nuevos bríos y el placer de dedicar su vida a la actividad revolucionaria, después de haber intentado, infructuosamente, recuperar el viejo amor de 1917 que había cambiado tanto bajo la influencia de la NEP. Pero cuando regresa a su habitación en la vieja comuna que ella había ayudado a construir con su propio esfuerzo, llueven las quejas: el club de niños había sido disuelto porque no representaba más que un gasto; los libros de la biblioteca se habían vendido cuando se instituyó la nueva política económica. “¡Que la NEP se ocupase de sus asuntos, pero que dejase en paz las cosas que los obreros habían edificado laboriosamente!”, piensa Vassilissa.[30]

Su vieja amiga Grusha le dice: “Eso es lo peor de todo; el modo como nuestros hombres desertan para convertirse en directores. Pero no te sientas desgraciada, Vasya. ¡Quedan muchos más de los nuestros! Fíjate en ésos que no pertenecen al Partido. Entre ellos encontrarás comunistas de verdad, proletarios comunistas sinceros.” Los otros “hace tiempo que cambiaron sus ideas proletarias por lámparas y colchas. No nos comprenden.”[31] Sin embargo, advierte que entre los miembros de la clase trabajadora, reinan el desgano y la apatía: “Guarda tu amor, tu corazón para los trabajadores; su situación es difícil ahora. Muchos de ellos han perdido la fe en sí mismos.”[32]

Ese sentimiento se expande en la Unión Soviética, más aún con la muerte de Lenin, ocurrida el 21 de enero de 1924. Algunos meses antes, Alexandra se incorpora al cuerpo diplomático de la Unión Soviética, siendo la primera mujer embajadora de la historia, ejerciendo su cargo en Noruega, Suecia y México. Esto la aleja del centro de las actividades políticas de Moscú y Petrogrado, pero a cambio, le evitan el riesgo de deportación y ejecución de los que son víctimas sus compañeros junto a otros oposicionistas, de ahí en adelante. Shliapnikov no pudo escapar a este destino: en 1932 fue obligado por Stalin a autocriticarse públicamente; al año siguiente fue expulsado del Partido Comunista; más tarde fue arrestado y, en 1937, fue ejecutado.

Hasta su muerte, acaecida en Moscú el 9 de marzo de 1952, Kollontai permaneció en el exterior y la mayoría de sus escritos trataron sobre temas relativos a la mujer, la familia y la sexualidad. También publicó su autobiografía.

¿Cuánto hubo de desconocimiento acerca de lo que acaecía en el Estado obrero aprisionado por la bota de Stalin? ¿Cuánto de desazón, de escepticismo, de desmoralización y cansancio como para emprender una nueva batalla por sus convicciones? Lo cierto es que, Alexandra Kollontai, quien en numerosas ocasiones mantuvo divergencias con las líneas directrices de Lenin y que, sin embargo, siempre acató la decisión mayoritaria y las resoluciones del partido, esta vez guardó silencio. ¿Una vez más trató de acatar la disciplina sin miramientos? ¿O más bien fue un intento de escapar a las garras de la reacción que aplastaba cualquier discrepancia con los campos de trabajo forzoso, los juicios sumarios y los fusilamientos?

¿Cuánto hubo de desconocimiento acerca de lo que acaecía en el Estado obrero aprisionado por la bota de Stalin? ¿Cuánto de desazón, de escepticismo, de desmoralización y cansancio como para emprender una nueva batalla por sus convicciones?

Trotsky, como miles de oposicionistas de izquierda al régimen termidoriano impuesto por Stalin, no escapó a este destino. En 1932, al fundador del Ejército Rojo perseguido por todo el mundo, Suecia le negaba una visa por pedido de Alexandra Kollontai que cumplía, así, con las órdenes del Kremlin. “La fracción stalinista tomó una posición vergonzosa en la contienda clasista sobre el problema de la visa. A través de sus agentes diplomáticos hizo todo lo posible para impedir que se le diera la visa al camarada Trotsky. Kobetski en Dinamarca y Kollontai en Suecia amenazaron con represalias económicas y de todo tipo.”[33]

La bolchevique enamorada termina antes de estos acontecimientos dramáticos que golpearon a la clase trabajadora soviética. El final transcurre en medio de estruendosas risas y el grito de Vassilissa a su amiga: “¡Vivamos, Grusha, vivamos!” Lamentablemente, Alexandra eligió hacerlo en el silencio y bajo una falsa disciplina que le salvó la vida a costa de no denunciar los crímenes contra los revolucionarios, que, paradójicamente, se cometían en nombre del socialismo.

Sus oscilantes posiciones políticas y su reclusión en los lujosos salones de las embajadas para evitar mirar al monstruo de frente, no invalidan sin embargo, su notablemente audaz pensamiento sobre las nuevas formas de las relaciones humanas liberadas del yugo capitalista. Esos escritos han perdurado por su perspicacia para reconocer hasta qué punto el amor y la sexualidad obedecen también a los resortes sociales y económicos del mundo en el que vivimos. Pero, fundamentalmente, por su capacidad de imaginar nuevos vínculos igualitarios entre los seres humanos. Vassilissa así lo sueña, hasta lo que conocemos de su historia ficticia. Alexandra supo que los sueños que los bolcheviques fueron capaces de concebir en 1917 estaban siendo estrangulados por “el puño del gendarme y la filosofía del cura” que imponía la burocracia stalinista.

Esos escritos han perdurado por su perspicacia para reconocer hasta qué punto el amor y la sexualidad obedecen también a los resortes sociales y económicos del mundo en el que vivimos. Pero, fundamentalmente, por su capacidad de imaginar nuevos vínculos igualitarios entre los seres humanos.

Pero hoy, cuando acaban de cumplirse 90 años de la revolución rusa (*) y Txalaparta edita La bolchevique enamorada, el libro adquiere nuevas dimensiones. Y más allá de las defecciones de su autora, se muestra como un lienzo que expone otras formas y colores del amor, en el marco del compromiso y la convicción revolucionarias. Contra el individualismo que impregna nuestra cultura, La bolchevique enamorada es una lección no sólo de cuánto las mujeres necesitan luchar por su propia individualidad, sino también de cuánto más rico es el amor cuando su objeto es la comunidad y no la posesión del otro.

Contra el individualismo que impregna nuestra cultura, ’La bolchevique enamorada’ es una lección no sólo de cuánto las mujeres necesitan luchar por su propia individualidad, sino también de cuánto más rico es el amor cuando su objeto es la comunidad y no la posesión del otro.

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(*) Este artículo fue escrito en 2007.
[1] Kollontai escribió El amor de las tres generaciones, Las hermanas y El amor libre, en 1923.
[2] Jacqueline Heinen, Introducción a Mujer, Historia y Sociedad. Sobre la liberación de la mujer, de A. Kollontai, Fontamara, México, 1989.
[3] Citado por Zaloa Basabe en el prólogo a la edición de La bolchevique enamorada, en español.
[4] Introducción de Bárbara Funes al capítulo V de Luchadoras. Historias de Mujeres que hicieron Historia, Ediciones del IPS, Bs. As., 2006.
[5] Los mencheviques eran la fracción moderada del POSDR, quienes bregaban por un partido “amplio” y consideraban que en Rusia estaba planteada una revolución burguesa como primera etapa del proceso revolucionario, donde el partido obrero debía ubicarse como ala izquierda.
[6] Alexandra Kollontai, La bolchevique enamorada, Txalaparta, Bs. As., 2008, p. 20.
[7] Nadezhda Krupskaya, Lenin. Su vida, su doctrina, Editorial Rescate, Bs. As., 1984.
[8] Kollontai, op.cit., p. 20.
[9] Louise Bryant, Six Red Months in Russia: An Observers Account of Russia Before and During the Proletarian Dictatorship, George H. Doran Company, New York, 1918. Versión electrónica en <> [T.de A.]
[10] John Reed, Diez días que conmovieron al mundo, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1967.
[11] A. Kollontai, “Mujeres Combatientes en los días de la Gran Revolución de Octubre”, versión en < option="com_content&task=" id="487&Itemid=">
[12] A. Kollontai, Mujer, Historia y Sociedad. Sobre la liberación de la mujer, Fontamara, México, 1989.
[13] Citado en nota al pie de Jacqueline Heinen a Mujer, Historia y Sociedad, op.cit.
[14] L. Trotsky, Mi vida, Antídoto, Bs. As., 1996.
[15] A. Kollontai, La bolchevique enamorada, p. 34.
[16] A. Kollontai, “V.I. Lenin and the First Congress of Women Workers”, versión electrónica en <>
[17] A. Kollontai, La bolchevique enamorada, p. 21
[18] íd.
[19] Trotsky, Stalin, versión electrónica en <>
[20] Citada por Jacqueline Heinen en Introducción a Mujer, Historia y Sociedad, op.cit.
[21] Citado por Ted Grant en Rusia, de la revolución a la contrarrevolución, Fundación Federico Engels, Madrid, s/f.
[22] Kollontai, op.cit., p. 31
[23] Citado por Pierre Broué en El Partido Bolchevique, Editorial Ayuso, Madrid, 1974.
[24] Lenin, “Primer proyecto de resolución del X Congreso del PC de Rusia sobre la desviación sindicalista y anarquista en nuestro partido”, en Acerca de los sindicatos, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1958.
[25] A. Kollontai, op.cit., p. 51.
[26] Íd., p. 75.
[27] Ibíd.., p. 83.
[28] Ibíd., p. 93.
[29] Ibíd., p. 177.
[30] Ibíd., p. 201.
[31] Ibíd., p. 216.
[32] Ibíd., p. 218.
[33] “Una declaración de los bolcheviques leninistas sobre el viaje del camarada Trotsky”, noviembre de 1932, en Escritos de León Trotsky, CD ROM del CEIP “León Trotsky”, Bs. As., 2000.


Andrea D’Atri

Nació en Buenos Aires. Se especializó en Estudios de la Mujer, dedicándose a la docencia, la investigación y la comunicación. Es dirigente del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Con una reconocida militancia en el movimiento de mujeres, en 2003 fundó la agrupación Pan y Rosas de Argentina, que también tiene presencia en Chile, Brasil, México, Bolivia, Uruguay, Perú, Costa Rica, Venezuela, EE.UU., Estado Español, Francia, Alemania e Italia. Ha dictado conferencias y seminarios en América Latina y Europa. Es autora de Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en (…)

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