En esta segunda parte de este artículo retomaremos el debate que la feminista marxista Ángela Davis realiza en el libro “Mujeres, Raza y Clase” con un sector del feminismo norteamericano por su postura que legitimaba el mito del “violador negro”, acusando a este feminismo de estar imbuido de la ideología racista. Para Davis la clave para enfrentar la violencia, el racismo y sexismo, era la unidad estratégica entre los sectores oprimidos como negros, chicanos y mujeres, con la clase trabajadora explotada.
Jueves 15 de junio de 2017
El análisis de Davis parte por denunciar cómo tras el fin de la esclavitud en Estados Unidos emerge la violencia racista en el sur del país expresada en los linchamientos de miles de hombres negros. La justificación de dichas acciones por parte de los hombres blancos fue la “defensa de la feminidad de las mujeres blancas” frente a las supuestas violaciones de hombres negros. Producto de la masividad y violencia de estos actos surgió como respuesta un importante movimiento de mujeres negras contra los linchamientos, el que, como señala Davis, fue ignorado por las mujeres blancas que no se unieron a él hasta 40 años después de iniciado.
En la primer parte de este artículo vimos cómo Davis polemizaba con Susan Brownmiller feminista que, en el contexto de los años 70, legitimaba el mito del violador negro al señalar que era una conducta propia de su raza y, a su vez, no mostrando ninguna empatía con los hombres negros inocentes acusados de violación, justificando incluso las falsas acusaciones de mujeres blancas contra hombres negros. Davis señala cómo la autora además invisibilizaba el rol que las mujeres negras cumplieron al impulsar campañas contra los linchamientos de negros, pues tras las posturas de Brownmillere en el fondo subyacìa una ideología racista.
En esta segunda parte abordaremos el debate que realiza Ángela Davis con otras autoras feministas en torno al mito del violador negro, así como el cuestionamiento al movimiento antiviolación por no movilizarse contra los casos de falsas acusaciones de violaciones contra hombres negros, tal como señala en el libro: “Muchas mujeres negras respondieron a la llamada (…) para apoyar la causa de Delbert Tibbs. Pero pocas mujeres blancas y, por supuesto, pocos grupos organizados del movimiento antiviolación secundaron su propuesta de movilizar a la opinión pública a favor de la libertad de este hombre negro que había sido claramente discriminado a causa de! racismo sureño”.
Para la feminista marxista es un profundo error político no solidarizar con estos casos debido a que sólo la unidad del pueblo negro con las mujeres y la clase trabajadora podrá cambiar las bases estructurales que sustentan la violencia de género y la violencia racista, es decir capitalismo y patriarcado.
Davis señala además como “una ironía dolorosa que algunas teóricas contra la violación ignoren e! papel que ocupa el racismo para azuzar a la violación y no vacilen a la hora de argumentar que las hombres de color son especialmente proclives a cometer actos de violencia sexual contra las mujeres.” Esta falta de perspectiva crítica se debe centralmente a que estas feministas sólo daban cuenta del aspecto de género en los hechos de violación, sin tener en cuenta que clase y raza enmarcan también, en tanto estructura social capitalista, las situaciones de violencia que sufren las mujeres.
Otra de estas autoras feministas con quien polemiza Ángela Davis es Jean MacKellar, para quien la violencia en la que crecían los negros en los guetos norteamericanos en los años 70 los hacía “proclives” a las violaciones. Davis señala cómo esta postura de MacKellar “sucumbe” ante la propaganda racista que culpa a los negros de ser quienes comenten la mayoría de las violaciones. Este argumento se repite en las posturas de la feminista Diana Russell quien refuerza esta noción de que el violador típico es un hombre negro o, si es blanco, es un hombre de clase obrera. Así Rusell llega a señalar que: “Si algunos hombres negros consideran la violación de las mujeres blancas como un acto de venganza o como una expresión justificable de hostilidad hacia los blancos, yo pienso que es igualmente sensato que las mujeres blancas confíen menos en los hombres negros de lo que muchas de ellas lo hacen”. Una postura no sólo acrítica sino que claramente racista, argumentada desde la cuestión de género.
Otra feminista a quien Davis cuestiona por su postura implícitamente racista es Shulamith Firestone, para quien el racismo sería una extensión del sexismo. La autora, partiendo de una articulación entre la noción de patriarcado y la perspectiva teórica del psicoanálisis, argumenta que en la estructura social el hombre blanco ocupa el lugar del padre, la mujer blanca de la madre y los negros serían los hijos. De tal forma que los negros para vengarse de los hombres blancos intentan poseer a “la madre”, en este caso la mujer blanca. Ante estos argumentos Davis reflexiona: “Al igual que Brownmiller, MacKellar y Russell, Firestone sucumbe al viejo sofisma racista de culpar a la víctima. Ya lo hagan de manera consciente o inocente, el caso es que sus pronunciamientos han facilitado el resurgimiento del manido mito del violador negro. Además, su miopía histórica les impide comprender que la descripción del hombre negro como violador refuerza la abierta invitación del racismo al hombre blanco para que se sirva sexualmente del cuerpo de las mujeres negras.”
Las consecuencias políticas de estas posturas fueron nefastas. Por ejemplo en el periodo de los linchamientos masivos de negros se justificaban a través del mito del violador negro, Davis señala que en aquel momento “Las repercusiones de este nuevo mito fueron enormes. No sólo sirvió para contener la oposición a los linchamientos individuales -¿quién se atrevía a defender a un violador?-sino que, en general, el apoyo blanco a la causa de la igualdad negra comenzó a decaer. (…) La caracterización del hombre negro como violador sembró una increíble confusión dentro de las filas de los movimientos progresistas (…) cuanto el grito propagandístico de la violación se convirtió en una excusa legítima para el linchamiento, los antiguos defensores blancos de la igualdad de las personas negras comenzaron a temer, progresivamente, que se les vinculara con la lucha de liberación negra.”
Y más aún nuestra autora señala cómo la imposición de este mito entre los trabajadores blancos que aceptaron los linchamientos implicó que éstos adoptaron una postura de “solidaridad” racial con los hombres blancos que en realidad eran sus opresores. Para Davis este hecho no sólo fue nefasto para la unidad entre la lucha de los negros contra el racismo y su opresión, sino también por derrocar el sistema capitalista, para Davis éste fue un momento crítico en la popularización de la ideología racista.
En este sentido y con la agudeza que la caracteriza, la feminista marxista señala que cuando los hombres de la clase trabajadora aceptan esta “invitación” a violar mujeres que les ofrece la ideología machista, “están aceptando un soborno, una compensación ilusoria por su impotencia. La estructura de clases de! capitalismo alienta a los hombres que ostentan e! poder económico y político a convertirse en agentes habituales de explotación sexual”.
Podemos ver que para Ángela Davis no es posible realizar un análisis del problema de la violencia de género, -en este caso las violaciones-, sin tener en cuenta la estructura social patriarcal capitalista en que se produce. Es decir, Davis plantea la necesidad de una articulación entre el género, la clase y la raza. Es por esta misma razón que para ella la única forma de luchar contra esta violencia es la articulación y unidad solidaria entre el pueblo negro, las mujeres y la clase trabajadora.
Creemos que actualmente el debate nos lleva a la misma conclusión: No es posible combatir el flagelo de la violencia de género sin verla desde la estructura social que la produce. Esto implica no sólo verla como un problema de la ideología machista de la sociedad, sino que comprender que la articulación del machismo con la desigualdad social y la explotación potencian estas situaciones. Por ello, y siguiendo la lógica de Ángela Davis, hoy plantearnos una lucha frontal contra la violencia de género no sólo es una lucha que debemos dar las mujeres, sino que debe involucrar a la clase trabajadora explotada por este sistema, así como al pueblo mapuche y las y los inmigrantes. Porque no lograremos desterrar la violencia de género si no transformamos la estructura social, es decir de clase, que la sustenta.