El autor de Zama fue el primer escritor detenido por la dictadura de 1976. Mientras estaba preso, solo le permitían escribir cartas. Así traficó una serie de cuentos que luego serían publicados bajo el título de Absurdos.
Cecilia Rodríguez @cecilia.laura.r
Martes 23 de marzo de 2021 21:30
Antonio Di Benedetto fue el primer escritor detenido por la dictadura videlista. Fue apresado el 24 de marzo de 1976, en su despacho del diario Los Andes, de Mendoza. Allí se desempeñaba como periodista comprometido, no con una tendencia política, sino con trasmitir los hechos sin manipulación ni censura.
En el libro Antonio Di Benedetto, periodista, de Natalia Gelós, se consigna que desde 1972 el autor de Zama había publicado numerosas notas sobre la represión policial y parapolicial, así como información sobre procedimientos ilegales y presos políticos. Su ética periodística fue suficiente para que la dictadura lo considerara subversivo.
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Hasta mayo de ‘76 estuvo desaparecido. Una versión de personas cercanas a Ernesto Sábato indica que, en el famoso almuerzo que reunió a este escritor y a Jorge Luis Borges con Rafael Videla, éste último recibió de la mano de Sábato una lista nombres de personalidades de la cultura que estaban desaparecidas. Días después de ese almuerzo, el 26 de mayo, Di Benedetto fue puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, aunque no liberado.
En total, estuvo preso un año y siete meses, primero en el Colegio Militar de Mendoza, luego en la Unidad 9 de La Plata. Padeció tres simulacros de fusilamiento y múltiples torturas. Testigos de los recientes juicios a los genocidas lo describen como un preso silencioso y recluido en sí mismo, a la vez que empático y solidario: se acercaba a quienes regresaban de ser torturados y los contenía.
Di Benedetto fue liberado el 4 de septiembre de 1977, gracias a un telegrama que el Premio Nobel de Literatura, Heinrich Böll, le envió a Videla. Antes de exiliarse en Europa, pasó unos meses en Buenos Aires. Hizo averiguaciones para saber por qué lo habían detenido y en todas partes le aconsejaron que deje de preguntar. “No sabíamos que eras tan famoso”, comentaron, justificando, así, no la prisión sino la libertad.
Durante el tiempo de detención, no le permitían escribir ficción. Solo le daban algo de papel para escribir cartas. Así, dentro de las cartas a una amiga, Di Benedetto traficó una serie de cuentos escritos con letra minúscula: había que leerlos con lupa, explicó la amiga y escultora Adelma Petroni, en una entrevista con María Esther Vázquez.
Los cuentos se publicarían bajo el título de Absurdos, en 1978, en el Estado Español. Una conmovedora entrevista de ese mismo año, para la televisión española, muestra hasta qué grado el autor estaba afectado por su estadía en el infierno, a la vez que preservaba tanto la lucidez como la ardorosa sensibilidad que caracterizan sus relatos y novelas.
Recorrer las páginas de Absurdos con la conciencia del sitio en el que fueron escritos, es una experiencia algo difícil y, sin embargo, arrobadora. A pesar de que todas las historias están situadas en el pasado (como es usual en la literatura de Di Benedetto), el presente ruge a través de las líneas. Puede que una este viendo, por ejemplo, a una china paralizada en el catre, al lado de su esposo muerto, perdidos en un paraje donde sopla el violento zonda y cada rancho se encuentra a kilómetros de distancia. Puede que una esté viendo eso y, sin embargo, ve también otra cosa: la imagen opera como una diapositiva superpuesta al trasfondo de la cárcel y la dictadura. De modo que se leen dos cosas a la vez, que a su vez tienen capas y capas de sentido, diverso y abierto a las interpretaciones, tanto realistas como fantásticas.
Es lamentable que el libro no se consiga a precios mínimamente accesibles en Argentina, salvo en alguna que otra librería de usados. La última edición corre a cuenta de Adriana Hildago del Estado Español y hay que pagar más de 5000 pesos entre libro y envío. Sin embargo, sería un libro de lo más valioso para llevar a todas las escuelas.
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Lo que sí se consigue más fácil, porque lo editó Adriana Hidalgo de Argentina, es “Aballay”, relato que integra la serie y que tal vez sea uno de los mayores logros del escritor. En una extensión de pocas páginas, Di Benedetto escribió una novela. La precisión con la que imágenes complejas y acciones de tiempos largos se condensan en pocas palabras, sin por eso restarle detalle y poesía, recuerda, línea tras línea, la situación de escritura.
También la recuerdan las características y acciones del gaucho: de pocas palabras, aislado, ensimismado, decide, luego de escuchar algo que dijo un cura, no bajarse nunca más del caballo, imitando así a los estilitas cristianos del siglo V, que se subían a las columnas de antiguos templos derruidos y permanecían años allí, comiendo poco y mal, para alejarse de la tierra en donde habían pecado. Una serie de peripecias nos va mostrando cómo Aballay se las ingenia para cumplir con sus necesidades sin bajarse del animal y eso también recuerda al Di Benedetto que tiene que hacer entrar un mundo donde se solapan dos épocas históricas y dos estéticas en unas pocas hojas, con mínimos recursos. Aparece también la cuestión de la solidaridad, así como la de la fama, adquirida tal vez sin saber, sin buscar.
Una versión levemente inspirada en el relato de Di Benedetto fue llevada al cine en 2010 por Fernando Spiner (el guión se incluye en la edición de Adriana Hidalgo, junto con una versión gráfica con ilustraciones de Cristian Mallea). La película se distancia bastante del original, a pesar de que el relato ya estaba escrito casi como un guion de cine: la narración avanza a partir de imágenes, escenas y unos pocos diálogos.
Desde mi punto de vista, la película debería haber llevado otro nombre y aclarar que era una versión inspirada, no “la” versión. En ella, Aballay ya no es protagonista y oficia más bien de extra para otros personajes que en el libro no existen o solo aparecen fugazmente. La estética de fusionar la gauchesca argentina con los monjes del siglo V y las columnas caídas del universo griego, se pierde en la película a favor de una estética del western; así también, el silencio de Aballay se transforma en acción exacerbada y muchos tiros (que en el relato no hay, Aballay apenas pelea con un palo arrancado a la caña).
Si Osvaldo Lamborghini dijo alguna vez que había que “convertir la necesidad en virtud”, fue Antonio Di Benedetto el que, obligado por circunstancias terribles, llevó verdaderamente ese programa a la práctica. Con ello, dio una pelea por la cuál debemos de estar eternamente agradecidos: demostró que se puede resistir a la deshumanización que pretende toda dictadura y dejó testimonio de esa virtud (una sufrida virtud) arrancada a las entrañas de la bestia.
Cecilia Rodríguez
Militante del PTS-Frente de Izquierda. Escritora y parte del staff de La Izquierda Diario desde su fundación. Es autora de la novela "El triángulo" (El salmón, 2018) y de Los cuentos de la abuela loba (Hexágono, 2020)