El 2020 va a ser un año lamentablemente memorable para el rugby nacional. Arrancó en enero con el asesinato de un pibe a manos de una patota de rugbiers y termina con un fuerte cuestionamiento a la Unión Argentina de Rugby debido al formal y frío homenaje a Maradona, que desenterró los tweets xenófobos y racistas del ahora ex capitan de la selección nacional y varios de sus jugadores. Contradicciones aparentes e indignación hipócrita por un sentido común de derecha más naturalizado de lo que se cree.
Pablo Matera pasó de “capitán patriota” a “villano” de turno por apología del odio. ¿Pero cuál es el origen o explicación del racismo criollo en el siglo XXI?
Pigmentocracia y racismo sintomático
En primer lugar podemos afirmar que los prejuicios y la discriminación aplicada a personas inmigrantes y racializadas en la actualidad es el resultado de las formas de dominación imperialistas de las principales potencias capitalistas, herederas directas del colonialismo.
El historiador Ezequiel Adamovsky, en “La gran inmigración y el mito del ‘crisol de razas’” afirma que aún hoy sigue predominando un discurso estatal, construido históricamente y trasladado al sentido común, según el cual “en Argentina no hay racismo porque no hay negros”. Esta idea se basa en una operación ideológica, construida a inicios del siglo XX, que enuncia una etnicidad nacional marcada por lo “diverso”, “multicultural”, a veces sintetizado en la expresión “crisol de razas”, que sería producto de la inmigración masiva a comienzos del siglo XX. Este fenómeno migratorio habría producido una “mezcla” que dio por resultado un “prototipo argentino” predominantemente blanco y europeo. Como señala Adamovsky: “Esta idea no ponía fin al agresivo racismo del siglo XIX, que por el contrario continuó de manera velada. Es que la idea del crisol incluía una jerarquía racial oculta”.
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La generación del ‘80 empuja un proyecto de desarrollo del Estado nacional, moldeado por “élites” bajo la idea de que la forma en que Argentina se podría insertar en el mercado mundial como productora de materias primas debía estar acompañada por un proceso “civilizatorio”. Este proceso, cuyo mayor agitador fue Domingo F. Sarmiento, encerraba un contenido racista y clasista. Esencialmente postulaba que la Argentina debía importar las “bondades civilizatorias” de la cultura europea y estadounidense. Es decir, la asunción de las tesis del liberalismo económico que se combinaba con la perspectiva de poblar el territorio con inmigrantes de tez blanca que sembraran la tierra y criaran el ganado, en tanto los habitantes originarios, los indígenas, los mestizos, e incluso los afroamericanos (asociados a los caudillos provinciales) eran un “obstáculo” para el progreso
Sarmiento se anticipa la operación que luego se extenderá a los pueblos originarios: el autor del Facundo aseveraba que por ese entonces (pese a que la evidencia empírica demuestra lo contrario), ya no existían afrodescendientes en Argentina y que había que ir a Brasil para verlos en “su estado puro”. Es decir, avanzaba una operación de desconocimiento de la presencia de afroamericanos en la sociedad que luego se utilizó para hablar del “desierto” a la hora de referir a las tierras en las que habitaban en la Patagonia pueblos como los mapuches, los tehuelches, los onas, o en la región del noreste los qom, los ranqueles, los guaraníes, los comechingones, los charrúas o los mocovíes.
A fines del siglo XIX está presente la idea de que el “progreso” (concepto importado del discurso “civilizatorio” del imperialismo y asimilado a la ubicación dependiente de Argentina en la estructura mundial), se emparentaba con “lo europeo” y “lo blanco”, mientras que el atraso y lo “bárbaro”, provenía de lo mestizo, lo indígena y lo negro.
Esta operación resultó fundamental en el proceso de desposesión de tierras en beneficio de los terratenientes (centralmente de la región pampeana y del litoral que “encajaban” con estos estereotipos), y de opresión sobre los sectores populares que años más tarde formarían la clase obrera moderna. La “riqueza”, en este relato de fines de siglo, no venía del trabajo, sino de la relación directa de los dueños de la tierra con el “desierto” y, a lo sumo, se hacía referencia a su propia iniciativa de fomentar el poblamiento de aquel “desierto” con inmigrantes europeos (preferentemente anglosajones).
Como se puede observar, este modelo racista, elitista y porteño-céntrico, construido desde las principales figuras que dominaron el Estado en aquellos años (aunque con matices entre ellos fueron fundamentales los discursos de los presidentes Mitre, Sarmiento y Roca), fue profundamente funcional a un esquema de dominación en donde la alianza entre las clases dominantes locales y extranjeras fue usufructuaria de una desposesión masiva hacia los indígenas, mestizos y afrodescendientes, ubicándolos en una zona de “desconocimiento” o remitiéndose a un pasado ya inexistente con el fin de profundizar su explotación.
Entrado el siglo XX cambia otra vez el paradigma de racismo adaptándose a la nueva coyuntura. José Ingenieros en su artículo “La formación de una raza argentina”, de 1915, sostenía que, a diferencia de Estados Unidos donde “la excelencia étnica y social de las razas blancas inmigradas” contaba con la ventaja de su no mestización con “las de color”, en América Latina, las “razas inferiores” (indígenas y negros) continuaron predominando. En el caso de Argentina, para Ingenieros, el resultado, sin embargo, no era tan negativo, ya que se había producido un fenómeno de “blanqueamiento” ante la extinción de negros e indígenas. O sea: si bien no se trataba, como a fines de siglo XIX, de teorías racistas que apuntasen a realizar un ataque directo sobre las poblaciones indígenas, negras y mestizas era una operación que, apoyándose en ese racismo, ubicaba a las élites de ese entonces como “verdaderos” herederos de un legado civilizado, blanco y europeo, ante los “malos extranjeros”: los obreros y obreras socialistas, anarquistas y comunistas que buscaban trastocar su orden social.
La operación en este sentido fue doble: por un lado se construyó la idea de que los blancos europeos provenientes de España en los siglos anteriores a la independencia dieron fisonomía a la nación argentina. Luego de algunas décadas, el “crisol de razas” cedió paso a un fenotipo que “absorbió” y colocó en un lugar marginal a los indígenas y los negros, que según estas teorías habrían pasado a ser minoritarios o directamente habrían desaparecido. Por otro lado, se construyó la imagen del “criollo”, mayormente vinculado al mestizaje, como “prototipo” nacional.
Recientemente en Argentina, como en América Latina, los reclamos de las comunidades y pueblos originarios ha cobrado un fuerte impulso. Como resultado de esto, desde distintos sectores políticos e intelectuales se ha retomado una reivindicación de los pueblos originarios, su historia y su cultura.
Sin embargo, las reivindicaciones estatales del kirchnerismo durante sus gobiernos presentaron un carácter contradictorio: mientras se monumentalizó a figuras como Juana Azurduy o se cambió el nombre del 12 de octubre, durante esos años se avanzó de forma acelerada la desposesión de tierras a los pueblos originarios en función de la patria sojera o del saqueo petrolero, reprimiendo y asesinando a miembros de las comunidades qom y mapuche, entre otras.
La cuestión del "racismo social" sigue siendo muy fuerte en amplios sectores.
Clase, Liga y dirección
Al parecer la dirigencia del rugby argentino se acaba de enterar recientemente del fuerte componente xenófobo, clasista, racista, homófono, misógino y violento de gran parte los jugadores federados en su Liga.
Digo su Liga (Unión Argentina de Rugby), ya que desde las “inferiores” más tiernas como el Club Arsenal Zárate, donde jugaba al rugby la patota de “chicos bien” que asesinó a patadas y golpes al joven Fernando Báez Sosa a principio de año al grito de “matalo al negro”; pasando por el tradicional Club Alumni (1ª división) desde donde ascendió Pablo Matera a jugar en la selección nacional y perder su dirección como capitán cuando trascendieron los repudiables tweets con expresiones como “Linda mañana para salir en el coche a pisar negros”, claramente se ve una tendencia.
La dirigencia de la UAR (Marcelo Rodríguez como presidente y Mario Ledesma como seleccionador) desde principios de año no para de intentar desligar a la “familia del rugby” de estos sucesos “tan lamentables” en la forma de una catarata de disculpas formales y acartonadas. Y, sin embargo, ¿es el rugby argentino así? ¿siempre fue lo mismo?
Otro rugby a la izquierda
Lo cierto es que el Rugby como deporte no es lo mismo en todo el mundo. En países como Nueva Zelanda es más popular que el fútbol y practicado por gran parte de los sectores más populares, en parte también porque ven en el deporte una forma de ascenso social y escape a la pobreza por medio de la profesionalización. Sin ir muy lejos, uno de los jugadores más famosos de la historia del Rugby, el mítico e histórico capitán de los All Blacks Jonah Lomu (1975-2015) se lo conocía regionalmente como “el Maradona del Rugby” no solo por su destreza deportiva, sino por las similitudes en la historia de su humilde origen.
En Argentina también hay un rugby social. Por ejemplo está el equipo Los Espartanos que trabajaba con jóvenes en las cárceles. También está el equipo Ciervos Pampas Club que pelea por un Rugby inclusivo cuestionando las masculinidades y el sentido común en torno al deporte.
Según el especialista en rugby, Matías Fabrizio, entrevistado por La Izquierda Diario:
[E]n Argentina el rugby quedó un poco más ligado a sectores de clases alta y media alta… Quienes están en los principales clubes y en las principales uniones como la URBA son los que llegan a Los Pumas y llegan a ser dirigentes. Es muy difícil que un pibe que está en la 4ta o 5ta división llegue a Los Pumas. Al ser amateur el rugby, vos jugás con tus amigos, en el club que te queda cerca, pero son contadas las excepciones de pibes que de un club pasan a otro, y hay un sentido de pertenencia muy fuerte. Es muy difícil que un pibe que empieza en un club de 3ra división llegue a ser buenísimo y pase a primera. Por lo tanto, vos te formás al nivel del club en el que jugás. Por eso en Los Pumas hay mayoría de jugadores de Buenos Aires, Tucumán, Rosario y Córdoba, y de Buenos Aires la mayoría de CASI, SIC, Hindú, alguno de Newman, alguno de CUBA, es decir, los más tradicionales.
Pero lo cierto es que no siempre fue así. La exposición pública del pensamiento gorila de los jugadores de los Pumas contrasta con la historia de otros rugbiers en otras épocas: el rugby es el deporte con mayor cantidad de desaparecidos durante la dictadura en Argentina, lo que evidencia que hubo un sector de la juventud que integraba la vida de los clubes y que en los años ´70 se volcó a la militancia política y social. Muchos integraban el La Plata Rugby Club. Estamos hablando de 151 rugbiers que fueron asesinados por la dictadura debido a su militancia y compromiso social. En un contexto de comodidades y facilidades hubo jóvenes que prefirieron poner su tiempo y vida en función de la lucha por cambiar de raíz esta sociedad.
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El rugby argentino también tiene memoria y desde el 2014 se juega el Torneo Nacional Homenaje a los Rugbiers Desaparecidos como forma de no olvidar y honrar a esos deportistas. Al día de la fecha la Unión Nacional del Rugby no reconoce este torneo ni se ha pronunciado públicamente por los deportistas desaparecidos en dictadura.
En este sentido podemos ver qué tipo de intereses y sensibilidades tienen la UAR y una parte de sus jugadores a la hora de elegir qué batallas dar y contra qué sujetos descargar su odio de clase.
Racismo Nac&Pop
Hace apenas días, el gobierno nacional mostró ”sus propios” prejuicios racistas y xenófobos con el desalojo de Guernica. De la boca del ex carapintada y ministro de seguridad de la provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, quien estigmatizó a los residentes de la toma como “extranjeros”, “delincuentes”, “narcotraficantes”, etc. Sin mencionar el particular ensañamiento que tuvieron a las madres y sus niñes, quienes fueron acusadas por los fiscales de “usar sus hijos de rehenes en la toma”. Los diferentes ataques que recibieron los habitantes de la toma de Guernica fueron de corte clasista, ya que no se los atacó por su color de piel, pero sí por no querer agachar la cabeza y hacer lo que ordenó un fiscal, combinado con cierto racismo camuflado que introducía también su supuesta condición de "extranjeros".
Podemos afirmar que el gobierno de Alberto Fernández entró a gobernar con una contradicción de origen, que consiste en intentar conciliar a los distintos sectores del peronismo y sus distintas bases electorales de diversas extracciones sociales. En este marco, estamos frente a un gobierno que tiene una doble vara moral a la hora de determinar cuándo algo es agraviante o no. El “punitivismo progre” se manifiesta como el síntoma que marca el final del relato progresista del que tanta bandera hizo el kirchnerismo. El resultado es un aparato estatal más fortalecido que amenaza con más represión en tempos del FMI.
El gobierno actual nos quiere presentar la precariedad y la economía popular como un supuesto destino “natural” de la mitad de la población. Sin explicar que se está administrando la miseria sin ninguna condición económica como las que tenía el gobierno de Néstor Kirchner en 2003, sumado a los actuales dictados del Fondo Monetario Internacional. En este contexto surge un sentido común que plantea la idea de que las aspiraciones no pueden superar la “satisfacción de las necesidades básicas”, y claramente dentro de ellas no está la vivienda, no sea cosa que las clases bajas y marginales (como en Guernica) quieran ocupar las tierras destinadas a construir un campo de golf. Los countries son para los ricos, y para los pobres está “el planeta de los slums”, como lo llamó Mike Davis, que alberga a alrededor de 1 de cada 6 habitantes del mundo.
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Como vimos a lo largo de la nota, el racismo no es simplemente un prejuicio personal o una manifestación de intolerancia sino que refleja una lógica y un interés de clase que se quiere imponer como un sentido común y natural. A su vez, hemos señalado formas diversas en las que se manifiesta: discriminación por el color de la piel, por la nacionalidad o por la condición social, combinándose muchas veces estas dimensiones en distintos discursos reaccionarios.
Aunque la lucha por educar y generar conciencia sobre estos temas es sumamente necesaria, tanto o más necesario es exponer el vínculo entre racismo, xenofobia y capitalismo, ya que solo se puede acabar definitivamente con el racismo y construir una sociedad libre de estigmas sobre las ruinas del sistema que fabrica los privilegios de clase en función de los cuales precisa someter y explotar a la clase trabajadora y promover las opresiones de raza, etnia o género.
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