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Apuntes sobre la consolidación del FIT-U, una novedad en la historia argentina

Octavio Crivaro

Matías Maiello

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Fotografía: La Izquierda Diario

Apuntes sobre la consolidación del FIT-U, una novedad en la historia argentina

Octavio Crivaro

Matías Maiello

Ideas de Izquierda

Estos días que pasaron desde las elecciones han marcado un salto significativo en la crisis orgánica que atraviesa Argentina. En ese marco, la consolidación del Frente de Izquierda Unidad, con sus 700 mil votos, su extensión en todo el país, y su ubicación como cuarta fuerza política, como un polo independiente de clase, anticapitalista y socialista no es un dato menor, más aún cuando todo el régimen intentó imponer un escenario de polarización, que terminó transformándose en una fenomenal ola de voto castigo al gobierno canalizada por el peronismo, variante que absorbió a casi todas las corrientes de centroizquierda, de los “movimientos sociales” y de la “izquierda popular”.

Su trayectoria de 8 años de existencia donde se ha mantenido como alternativa de independencia de clase frente a los diferentes bloques burgueses en las sucesivas coyunturas políticas, convierte al Frente de Izquierda en un experimento inédito en la historia de la izquierda argentina. Una izquierda cuyo desarrollo, desde mediados del siglo XX a esta parte, estuvo marcado por la oscilación constante entre los dos grandes polos que caracterizan a la política en nuestro país: el peronista y el republicano-liberal.

El péndulo histórico de la izquierda argentina

El primer hito en aquella recurrente oscilación tiene lugar en los orígenes mismos del peronismo, cuando el Partido Socialista y el Partido Comunista caracterizaban la política de Perón desde la Secretaria de Trabajo y Previsión como una cobertura demagógica para justificar una política fascista. Bajo la idea de la lucha “anti-fascista”, se alinearon detrás del bando opuesto en el que se había dividido la burguesía, que agrupaba tanto a la Sociedad Rural, a la UIA y a la Bolsa de Comercio, como a la propia embajada norteamericana, formando parte de la Unión Democrática. Esta orientación marcó a fuego el derrotero de ambos partidos en la historia nacional. Paralelamente la vieja guardia de la corriente sindicalista, que reivindicaba una autonomía de la participación en actividad política, se alineaba detrás de Perón y organizaba el Partido Laborista para llevarlo a la presidencia. Comenzaba el péndulo entre una adaptación al peronismo y el antiperonismo que evitaría el desarrollo de una izquierda clasista sólida capaz de marcar una perspectiva de independencia de clase hacia sectores de masas.

Paralelamente, la oscilación hacia el polo peronista tuvo su expresión en rupturas de los partidos reformistas tradicionales de la izquierda local. Como, por ejemplo, la de Rodolfo Puiggrós, el destacado intelectual de Partido Comunista, que fue expulsado en 1947, y que junto con sectores sindicales del PC pasaría a aliarse con el peronismo. O la fracción del Partido Socialista de Enrique Dickmann, uno de sus dirigentes históricos, que fundó en 1953 el Partido Socialista de la Revolución Nacional (PSRN) para dar apoyo a Perón.

Pero no solo se trató de un fenómeno que afecto a las corrientes reformistas, de conciliación de clases, como el PS o el PC, sino que presionó enormemente a las jóvenes corrientes trotskistas. En el caso de la corriente de Nahuel Moreno pasaría de una posición antiperonista, a ingresar al PSRN de Dickmann a cambio de la dirección de la Federación Bonaerense de ese partido manteniendo una publicación propia, La Verdad. Luego del golpe gorila de 1955, dará un salto en cederle al peronismo con el “entrismo” a las 62 Organizaciones, poniendo como lema de su periódico “bajo la disciplina del general Perón y del Consejo Superior Peronista”. Por otro lado, el sector encabezado por Abelardo Ramos, directamente abandonará el trotskismo. Fundará en 1962 el Partido Socialista de la Izquierda Nacional bajo la idea de que el peronismo era un factor revolucionario en la Argentina para avanzar en un sentido socialista.

Posteriormente, surgirán otras fracciones del Partido Comunista, como el grupo de intelectuales de Pasado y Presente, expulsados del partido en 1963. Impactados por el Cordobazo tendrán su momento “obrerista” y verán en Córdoba a “la Turín argentina”, pero poco después sus principales referentes abandonarán esa ubicación para ir detrás de Montoneros. El maoísta Partido Comunista Revolucionario (PCR) que se funda en 1969, luego de la ruptura con el PC pasará del lema “Ni golpe ni elección, insurrección” a plegarse de lleno a las políticas bonapartistas del tercer gobierno de Perón y luego Isabel, llegando a impugnar las jornadas de junio y julio del 1975 como una “movilización golpista”.

En el caso del PRT-ERP dirigido por Santucho, la orientación estratégica hacia la guerrilla rural lo llevó a no proponerse construir un partido arraigado entre los trabajadores (más allá de los enunciados y esfuerzos particulares de sus militantes), que dispute en las organizaciones obreras de masas, eludiendo la lucha política e ideológica frente al peronismo, lo que combinó con la búsqueda de frentes políticos con Montoneros y otras fuerzas del peronismo de izquierda. Por su parte, el PST, orientado por la corriente de Nahuel Moreno, tuvo el mérito de presentar una alternativa independiente bajo el lema “trabajador vote trabajador” tanto en las elecciones que consagraron a Cámpora en marzo de 1973, como en las de septiembre en las que resultó electo Perón (obteniendo 190 mil votos). También dio una pelea correcta en el plenario de Villa Constitución en 1974 donde planteó la necesidad de levantar una Coordinadora sindical nacional. Pero terminaron siendo planteos inconsecuentes, posteriormente frente a la agudización de la represión (Triple A) se plegó el “frente democrático” del Grupo de los 8 con la UCR, PC, PI, PRC, PSP, y Udelpa.

Tras la caída de la dictadura, tuvo lugar el desarrollo del Movimiento al Socialismo (MAS) que llegó a reunir unos 5.000 militantes para mediados de los ‘80 y cerca de 10.000 para 1989-90, llegó a tener cierta influencia en sectores del movimiento obrero y estudiantil, y representación parlamentaria. Sin embargo, ya en el ’85 privilegiará la alianza con el Partido Comunista y sectores del Peronismo de Base (el Frente del Pueblo) con un programa democratizante adaptado a la estrategia “frentepopulista” del stalinismo local. Así, descartó la alternativa de conformar un frente con el PO con un programa más de izquierda que había acordado previamente. Si tenemos en cuenta que en una de las provincias con más tradición combativa como Neuquén el PO sacó más votos (1,71 %) que el FrePu (1,36 %), queda planteada la hipótesis de que incluso electoralmente había espacio para una política más de izquierda. Luego de Semana Santa de 1987, el PC firmará el “Acta de Compromiso Democrático” y sobrevendrá la ruptura del FrePu. Sin embargo, el MAS volverá a la alianza con el PC en 1989 (en pleno derrumbe del stalinismo a nivel internacional) bajo la denominación Izquierda Unida, detrás de un candidato demócrata-cristiano, Néstor Vicente, luego que este se impusiera a Luis Zamora en una interna abierta. Todo ello, desde luego, fue en detrimento de poner en pie un verdadero polo de independencia de clase.

Este breve pantallazo histórico, a modo de recorte parcial y apunte, es importante para comprender la novedad que significa para la izquierda argentina la existencia de un polo político clasista de independencia de clase como representa el FIT (ahora FIT-U) desde hace ya más de 8 años. Desde luego, el desarrollo mismo de este polo tiene una historia.

El conflicto del campo y los campos de la izquierda (desmintiendo a Horacio González)

Entre las características que distinguen históricamente al FIT (y al FIT-U) está el que las diversas organizaciones que lo componen se reivindican “trotskistas”. En su clásico libro Restos Pampeanos (publicado en 1999), el ex-director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, ensayaba una determinada inscripción del trotskismo en la historia nacional haciendo especial hincapié en dos ideas que consideraba características. La primera, una idea de “revolución permanente” que según él “establece la cuestión revolucionaria como una continuidad que le otorga cierta idealidad metafísica”, un supuesto revolucionarismo infantil que sería incapaz de moverse en situaciones diversas porque considera que permanentemente viene la revolución. La segunda idea es la del “entrismo” que González transforma en una especie de ethos o comportamiento típico del trotskismo argentino de diluirse en el peronismo para poder llegar a la clase trabajadora, en sus palabras: “coloca al alma trotskista en estado de intervención permanente en aquello que ella no es”.

En ambos casos se trata de una caricaturización –cuestión que hemos discutido en varios debates públicos– funcional a un malmenorismo permanente de largo aliento que va desde la JP Lealtad en los ’70 hasta la actualidad del albertofernandismo, para cuya discusión teórica e histórica remitimos a otros artículos. Lo que nos interesa resaltar en estas líneas es el contraste entre aquella caracterización histórica que González hacía dos décadas atrás y la realidad del Frente de Izquierda (que en algunos aspectos el propio González reconoció en una polémica posterior), que tiene justamente por características distintivas haber mantenido una trayectoria coherente de independencia de clase en las diversas situaciones (y gobiernos) que atravesó, sin diluirse en ninguno de los bandos en los que se fueron dividiendo los bloques capitalistas en estos 8 años. Claro que el FITU actual no nació de la nada: es un punto de llegada de peleas políticas que lo gestaron, de las cuales el PTS fue uno de los protagonistas.

De las divisiones de la burguesía una que marcó en la historia reciente un punto de quiebre, sin duda, fue el conflicto agrario de 2008, la primera gran crisis del modelo kirchnerista y que inauguró la “grieta”. Durante el conflicto, los dos actores centrales procuraron arrogarse una posición “defensiva” y progresiva. Lo cual hizo mella en muchos sectores que se decían de izquierda, y en la izquierda trotskista misma.

El kirchnerismo defendió una épica de que los fondos que obtendría por aumentar las retenciones al agro, eran decisivos para “redistribuir la riqueza”. El Partido Comunista y otros casi que gritaron “con eso alcanza y sobra para nosotros”, y levantaron los dedos en V, ignorando que el kirchnerismo utilizaba esa renta diferencial para financiar a empresarios amigos, a las privatizadas y a otros sectores no muy populares. Por su parte, la llamada “izquierda independiente” (que finalmente se condensaría en Patria Grande), comenzó una asimilación a plazo fijo al kirchnerismo. En aquel entonces acuñaron la frase “apoyar lo bueno y criticar lo malo”, que poco a poco pasó a ser “apoyar todo, criticar nada y disolverse”. Hoy comparten listas del Frente de Todos con los exponentes de la Barrick Gold, con antiderechos y con burócratas sindicales diversos.

Del otro lado del alambrado, el agropower encabezado por la Sociedad Rural, con la invaluable ayuda del periodismo militante de Clarín y otros, logró camuflarse detrás del mote de “pequeños productores”, ganando a un sector de las clases medias para su posición. Este contenido y la base agraria “popular” de una rebelión conducida por los principales capitalistas del campo, fue suficiente para que sectores de la izquierda apoyaran a los ruralistas.

El PCR encabezó este sector que se alió con la oposición patronal y con el llamado “Grupo A”, una de las novedades que luego culminaron en Cambiemos. A pesar de haberse asimilado con pena y sin gloria a la oposición derechista al gobierno, hoy el PCR y la CCC ingresaron, con la misma personalidad a las listas del peronismo. El MST también se ubicó en el bando de las patronales agrarias y apostó infructuosamente a la formación de una centroizquierda, lo que lo llevó a ingresar al Proyecto Sur de Pino Solanas, luego disuelto. Izquierda Socialista dio inicialmente apoyo a los “agrarios”, para luego tomar distancia.

En este marco, el mapa de la izquierda argentina estuvo al borde de reproducir una vez más como farsa, la vieja historia pendular de alinearse, con reparos o sin ellos, detrás de los diferentes bandos capitalistas. Sin embargo, impulsado por el PTS, junto con el PO (que primero había amagado con ubicarse en el bando de “el campo” afirmando que “nuevamente un anuncio presidencial provoca una rebelión popular”), y también un sector de la intelectualidad, surgió un polo independiente popularizado como “Ni K, ni campo”. El PTS peleó desde el inicio en ese momento de extrema polarización por una posición independiente de clase, partiendo de no apoyar ni a las patronales agrarias, ni al gobierno que solo buscaba beneficiar a otro sector de la clase dominante, y así lo defendimos en asambleas de trabajadores y estudiantiles, en actos propios, y como parte del espacio “Ni K ni campo”. Aunque minoritario, de no haber existido este polo probablemente hoy no estaríamos hablando de la existencia de una alternativa de independencia de clase como el FITU.

Con los trabajadores siempre (recuerdos del futuro)

Lejos del “alma trotskista” que interviene “en aquello que ella no es”, como caricaturiza González, otro aspecto fundamental que hace a la posibilidad de existencia del FITU tal cual es hoy, es el desarrollo de una izquierda ligada a la vanguardia del movimiento obrero en todo el último período. Una perspectiva por la cual el PTS siempre estuvo en primera fila, siendo parte desde adentro de importantes peleas de la clase trabajadora. A pesar que el kirchnersimo, durante sus primeros años, quería presentar que a su izquierda “estaba la pared” (lema para el cual no solo se recurrió a la cooptación sino también a la represión) tendió a emerger sistemáticamente una vanguardia obrera cuestionando tres pilares del modelo kirchnerista: los techos salariales, la precarización laboral, y la representación burocrática en los sindicatos.

Los primeros síntomas tuvieron lugar ya desde 2004-2005. En los años posteriores se dieron luchas durísimas contra la precarización laboral, como las de los petroleros en Las Heras, los tercerizados en el subte y el Ferrocarril Roca, los ajeros en Mendoza, así como las castigadas y valerosas huelgas docentes en Santa Cruz o Neuquén, donde fue asesinado Carlos Fuentealba. Los conflictos en TVB (ex Jabón Federal), la lucha de FATE, en la que 800 obreros cortaron la Panamericana y echaron a la burocracia de Waseijko a las piñas, el de los trabajadores de la textil Mafissa (La Plata) que culmina con el desalojo de la toma de fábrica mediante un impresionante operativo ordenado por Scioli y Cristina, o la pelea de las trabajadoras del Casino Flotante, reprimidas una decena de veces por la Prefectura para defender los negocios del amigo presidencial Cristóbal López.

En el 2009, tuvo lugar el conflicto en la multinacional norteamericana Kraft Foods, la ex Terrabusi, que fue atacado de manera conjunta por el gobierno K, la embajada norteamericana y el sindicato, y finalmente reprimido con un despliegue inusitado que incluyó infantería, carros de asalto y caballería. El año 2010, se desarrolló la lucha por el pase a planta de los tercerizados del ferrocarril Roca en la que la burocracia de Pedraza amiga de los Kirchner asesinó al joven militante del PO Mariano Ferreyra. También Lear en el 2014, donde el gobierno reprimió 14 veces para defender a otra multinacional, mientras el sindicato oficialista SMATA atacaba con patotas a los delegados combativos y a los despedidos. Y la lista sigue, desde la ex Donnelley, a los jóvenes metalúrgicos de Liliana en Rosario, la lucha en Iveco y las automotrices de Córdoba, las luchas contra los cierres como en Mahle o Paraná Metal en Santa Fe, pasando por las pelas de los ceramistas en Neuquén, entre tantos otros conflictos emblemáticos.

En todos estos escenarios la izquierda estuvo en primera fila codo a codo como parte de las luchas obreras enfrentando la alianza entre las patronales, la burocracia sindical peronista y el gobierno kirchnerista. De igual modo lo hizo ante los ataques bajo el macrismo, en las importantes luchas contra los cierres y despidos como AGR-Clarín, Cresta Roja, Bangho, Electrolux, la línea 60, y la emblemática lucha en la multinacional Pepsico Snacks, un ataque masivo contra uno de los corazones de la vanguardia obrera de todo el período, que solo pudo ser derrotada con una dura represión (julio de 2017) que contó con una heroica resistencia por parte de las y los trabajadores. Otro tanto podemos decir de las jornadas del 14 y 18 de diciembre de 2017 contra el robo a los jubilados, de la que defeccionó gran parte de la burocracia y donde la izquierda estuvo en primera fila. Y así también en el movimiento de mujeres, en el movimiento estudiantil, y en cada una de las luchas que se desarrollaron tanto bajo el kirchnerismo como bajo el macrismo.

El experimento del Frente de Izquierda

Sobre estas bases tuvo lugar el desarrollo del FIT. Ya desde mucho antes de su conformación, el PTS planteó la importancia de que esas peleas se expresaran en un frente político de independencia de clase. Por eso junto a Izquierda Socialista y el Nuevo MAS impulsamos el FITS y el FITAS en 2007 y 2009, respectivamente. Finalmente en el 2011, avanzamos en la discusión y logramos que se sume el PO. Desde ese entonces, el FIT es una alianza electoral principista con un programa claro de independencia de clase, antiimperialista (como se mostró, por ejemplo, en el posicionamiento del FIT contra el golpe en Venezuela siendo al mismo tiempo críticos a ultranza de Maduro) y de lucha por un gobierno de los trabajadores, el cual ha planteado en las diferentes situaciones políticas y de la lucha de clases a las que se enfrentó durante los últimos 8 años. Atravesado también, como es de esperar en un frente de diversos partidos, por discusiones en aquellos casos donde surgieron diferencias importantes, como por ejemplo, en relación al proceso político en Venezuela o en Brasil, entre otras, así como públicas diferencias en cuanto a la práctica de cada partido en los sindicatos, la organización de las colaterales “piqueteras” y la administración de los centros y federaciones estudiantiles. Sin embargo, estas cuestiones no han impedido tener posiciones políticas coherentes con el programa del FIT en los principales hechos de la vida política.

Durante 7 elecciones consecutivas, el FIT (ahora FITU) se ha mantenido como referencia para un sector de masas de varios cientos de miles, superando el millón en las legislativas, obteniendo representación parlamentaria nacional, en varias provincias y en municipios (sumando 40 bancas en los diferentes niveles en la actualidad). Lo que, además de fortalecer la perspectiva de las luchas como las que mencionábamos antes, ha permitido establecer una sinergia entre “lo social” y “lo político” en sectores de vanguardia del movimiento obrero, estudiantil, de mujeres, en la juventud y franjas de la intelectualidad.

De esta forma, contrastando con gran parte de la historia de la izquierda en Argentina, el FIT ha logrado poner en pie un polo de independencia de clase tanto frente a las grandes encrucijadas políticas que ha planteado la situación nacional como en cada combate de la lucha de clases. Cuestión a la que el FIT le debe su influencia, así como la de sus propios referentes, empezando por Nicolás del Caño que hoy encabeza las listas del FIT-U como expresión, reconocida por propios y ajenos, de que el FIT siempre está con los trabajadores en sus luchas más duras.

Ante el agravamiento de la crisis en curso, el Frente de Izquierda se ha ampliado, logrando incorporar también al MST como parte de un polo de independencia de clase conformando el FIT “Unidad”, junto con otras organizaciones; una unidad de la que lamentablemente el Nuevo MAS se viene autoexcluyendo. Esta política se ha demostrado acertada ya que la izquierda logró defender su espacio político frente la polarización instalada desde los grandes medios y los dos principales polos de los partidos capitalistas, el peronismo y el macrismo, así como frente a la idea de que hay que votar a un “mal menor” como única alternativa, algo contra lo que peleamos duramente, como parte de la preparación para los mayores enfrentamientos de la lucha de clases que, todo indica, tenemos por delante en el marco de la crisis.

Una hipótesis estratégica

La actual crisis sacude los cimientos económicos y sociales del país. El soporte de Macri a los especuladores financieros, plasmado en el acuerdo de sumisión firmado con el FMI, está colapsando y amenaza con estallar. El peronismo, encarnado en el Frente de Todos, se plantea ser el administrador de la crisis, como viene dejando bien en claro Alberto Fernandez convalidando la devaluación que representa un ataque en regla a las condiciones de vida del pueblo trabajador. La burocracia sindical en todas sus alas, la de los movimientos sociales y el Papa apuntalan esta perspectiva.

El Frente de Izquierda-Unidad llega a los prolegómenos de una nueva crisis histórica como un polo independiente que se ha consolidado. Se trata, claro, de una minoría política, pero no por ello es marginal: tiene un peso ganado entre organizaciones de trabajadores, de estudiantes, en el movimiento de mujeres, etc. Habiendo mantenido una posición intransigente frente al kirchnerismo cuenta, sin embargo, con un reconocimiento que va mucho más allá de quienes votan a la izquierda. Lo ha logrado por su consecuencia en todas y una cada de las luchas, y por su coherencia política. Este “diálogo” se ve por ejemplo en sus medios de prensa, como La Izquierda Diario, el diario impulsado por el PTS, que con sus 3 millones de visitas mensuales es una referencia mucho más allá de quienes se identifican con el FIT.

Desde luego, el FIT es una organización viva y al ser un frente entre distintos partidos, cada organización tiene dinámicas y políticas propias, como lo demuestra la crisis actual del Partido Obrero. Como Frente, si bien no existe ninguna “vacuna” para no ceder a las dos tendencias que tratamos de describir en este artículo (la subordinación al peronismo o la amalgama con una oposición por derecha y no de clase) que representan una presión constante del régimen, es un elemento altamente positivo que, quizá como nunca antes, llegue un polo político de la izquierda clasista consolidado al comienzo de una crisis.

Como fuimos desarrollando en estas líneas, la intervención en la lucha de clases fue uno de los elementos esenciales para entender la realidad de la izquierda hoy. Sin embargo, desde que surgió el FIT, exceptuando las jornadas de diciembre de 2017, solo se han desarrollado enfrentamientos parciales. La profundidad de la crisis actual plantea la perspectiva de enfrentamientos generalizados de la lucha de clases. El futuro gobierno peronista intentará dar una salida capitalista a la crisis, lo que más allá de la demagogia, implica necesariamente descargarla sobre el pueblo trabajador; desde Menem en adelante tenemos sobrada experiencia en nuestra historia reciente.

Bajo esta perspectiva, se hace cada vez más necesaria la propuesta que venimos haciendo desde el PTS de avanzar en la construcción de un partido unificado de la izquierda revolucionaria y socialista. Se plantea como hipótesis estratégica en este aspecto, que no sea esta vez la izquierda la que se diluya detrás de las diferentes alas encabezadas por fracciones de la burguesía como sucedió históricamente en repetidas oportunidades, sino a la inversa. Que al calor del desarrollo de la crisis y los enfrentamientos agudos de la lucha de clases que traerá aparejados, tenga lugar la ruptura con las variantes de conciliación de clases (fundamentalmente el peronismo en sus distintas vertientes) de una franja de masas de la heterogénea pero poderosa clase trabajadora argentina –que abarca desde la juventud precarizada y lxs desocupadxs hasta los sectores sindicalizados– sectores de izquierda y combativos del movimiento estudiantil, del movimiento de mujeres y la intelectualidad, y se unifiquen en un partido revolucionario común con la izquierda clasista.


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Octavio Crivaro

@OctavioCrivaro
Sociólogo, dirigente del PTS y candidato nacional por el Frente de Izquierda-Unidad en Santa Fe.

Matías Maiello

@MaielloMatias
Buenos Aires, 1979. Sociólogo y docente (UBA). Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Coautor con Emilio Albamonte del libro Estrategia Socialista y Arte Militar (2017) y autor de De la movilización a la revolución (2022).