Trabaja en el jardín del ARS. En 2013 la despidieron por pensar distinto. Cómo es ser mujer, obrera y socialista cuando miles salen a las calles por la ola verde atravesada por la crisis y el ajuste del FMI.
Luisa Romo @EloMaria17
Domingo 31 de marzo de 2019 01:13
—Entran todas menos vos.
Marcela se paralizó. A los pocos meses de estar en el jardín, se hizo presente una delegada de género y las invitó a una asamblea de mujeres. Entre todas fueron charlando y acordaron participar, pero cuando llegaron al comedor donde se iban a reunir, la delegada se acercó a ella y con la mano arriba la frenó.
Si bien pidió explicaciones se dio cuenta rápido por donde venía la cosa. Un tiempo atrás había tenido unos entredichos sobre las paritarias con la hija del gerente de recursos humanos, Vicente “Pachuli” Ignomiriello, que hasta antes de ese cargo había sido un histórico dirigente de la conducción peronista de ATE Ensenada.
En el año 2013, se inauguró el jardín maternal del Astillero Río Santiago y Marcela ingresó a trabajar como docente. Era todo nuevo. Desde tener su puesto de laburo hasta ingresar al jardín, que era algo tan representativo para la fábrica después de una pelea que dieron muchas compañeras.
Salió del comedor llorando y llamó a Juan Pablo, su compañero y también trabajador del ARS. Desde ese entonces ya se dieron cuenta que estaban gestando una persecución política y gremial hacia ella. De a poco hicieron correr los rumores en la fábrica. Que Marcela se peleaba con la directora, que su título de maestra era trucho. A los dos meses, Marcela -que cada tres le renovaban el contrato- llegó a su casa en Quilmes y Juan Pablo la esperaba con el telegrama de despido.
Sintió injusticia por pensar distinto. Bronca. Odio. Al otro día se presentó igual a las puertas de la fábrica y se encontró con un operativo donde revisaban hasta los baúles de los autos. Sabían que tenía pensado ir igual a trabajar y la empresa la esperaba con ese despliegue. Obviamente ese día no pudo entrar pero enseguida por las redes sociales empezó a llegar al apoyo -aunque pasivo- de varios trabajadores. Desde ahí, Marcela que ya conocía a la agrupación La Marrón - su papá milita y su suegro es el histórico dirigente Negro Montes- empezó a darse cuenta de la necesidad de estar organizada de forma más consciente.
Arrancaron las asambleas, reuniones en el sindicato. Marcela seguía peleándola todos los días. Un mes después lograron reincorporarla pero no en el jardìn. Ni siquiera en Astillero. Durante cinco meses tuvo que viajar todos los días a Capital trabajando como administrativa en las oficinas. Ella quería volver a su lugar de trabajo, no se conformaba solo con la reincorporación. Quería volver y lo logró.
— Lo bueno fue que a partir de eso dejé de ser “la nuera de” y pasé a ser Marcela Acosta, la maestra.
Cuando volvió el mensaje para sus compañeras fue claro: estaba en una agrupación que se la jugaba por sus compañerxs, que el laburo no se le quitaba a nadie, y que así como ella había peleado hasta el final para lograr su reincorporación la necesidad de estar organizada era clave para todo.
Su caso fue un precedente para que en septiembre de ese año, más de 2 mil trabajadores reunidos en asamblea impusieran la renuncia de “Pachuli” a la gerencia.
Cada dos años se elige delegado por sector. Las mujeres votan dos veces. Además eligen tres delegadas de género. En julio de 2018 desde La Marrón hicieron una muy buena elección recuperando dos delegados “para la lucha”, y aunque por muy poco no lograron que Marcela salga como delegada de género -se quedó afuera por 5 votos- la elección fue histórica y ya es una referente en toda la fábrica.
Haber quedado tan cerca mostró que las cosas habían cambiado. Fue gracias a la visibilidad y el rol de las mujeres en el ARS -a partir de la “ola verde”- pero también desde la política que tuvieron como La Marrón durante el conflicto que se abrió con un duro ataque del Gobierno de Vidal. La intervención y apoyo que recibieron de sectores de la juventud, docentes, trabajadores - y muchos militantes del PTS- fue un reconocimiento muy grande en la fábrica.
— Ojalá todos esos comentarios los pusieran en una urna, eh. Porque después no los veo votando a los rojos.
Marcela insiste con sus compañeros porque dice que la próxima pelea es generar la fuerza para recuperar el sindicato.
— Porque no se trata solo de buscar a quien nos representa, ni de con quién te sentís más o menos identificado, se trata de transformarlo para que estemos mejor organizados.
La pelea que dan las compañeras mujeres en la fábrica es muy importante. Amenazados por la situación de ajuste, escuchan decir que si hay que recortar que se empiece por el jardín. La empresa les dice que ellas son un servicio, que no producen, que dan perdida. Por eso cuando hay una botadura, hay un sector reticente a que cobren una parte al igual que todos los trabajadores. Pero también estar al frente de la lucha en defensa del ARS las ubicó distinto. Por eso los compañeros saben que sin ellas no es lo mismo.
A pesar del gremio - incluidas las delegadas de género- Marcela y sus compañeras de Pan y Rosas se prepararon para el 8M.
— Le explicamos a nuestros compañeros que nosotras nos queremos excluirlos. Les dijimos que queríamos que hablen con sus señoras, con sus novias, con sus hijas, con sus nietas, con lo que tengan y vengan también a la marcha.
Pegaron carteles en las covachas y por toda la fábrica. El 8 -desde muy temprano- con las docentes de SUTEBA Ensenada -también integrantes de La Marrón-, secundarios y secundarios de la zona junto con sus compañeros de agrupación del ARS llegaron a la fábrica dispuestos a hacer una acción en el día internacional de la mujer trabajadora. Difundieron la invitación a movilizar esa tarde, pero también la exigencia para que ATE convoque a un paro activo de mujeres -y claro, también hombres-.
Como mujeres socialistas, Marcela y sus compañeras astilleras se organizan para dar pelea adentro y afuera de la fábrica mientras miles se suman a la ola verde. Pero saben que esa pelea está ligada a enfrentar el ajuste. Ellas ya vieron como Vidal quiso ir por todo. Saben que Macri y el FMI quieren descargar esa crisis sobre los trabajadores, con el visto bueno de los gobernadores, burocracias sindicales y la Iglesia.
En la entrada, varios trabajadores se acercan. Y las apoyan.
— ¡Vamos las compañeras que siempre están al frente!