Tras los años de Trump, la actual administración norteamericana busca recomponer el frente europeo en clave antichina. Si tomamos las declaraciones finales de las cumbres y a pesar de las reticencias europeas, Biden ha logrado sus objetivos.
Sábado 19 de junio de 2021 20:57
Los comunicados de las dos cumbres critican fuertemente a Pekín por la falta de protección de los derechos humanos en Xinjiang y Hong Kong; señalan las operaciones militares del Ejército Popular de Liberación en torno a Taiwán; destacan el fortalecimiento del arsenal nuclear y los avances de la República Popular China en el campo de la tecnología cibernética y aeroespacial. La Alianza Atlántica reclama a Pekín que respete el orden internacional “en el espacio, en el ciberespacio y en el terreno marítimo”, a la vez que por primera vez considera ahora oficialmente al Imperio del Centro como una "amenaza sistémica". En la reunión del G7 a su vez, Washington obtuvo la aprobación de un comunicado final en el que se pide una nueva investigación sobre el origen del coronavirus. Tomado de conjunto, las cumbres atestiguan que los demás miembros del Grupo de los Siete y de la Alianza Atlántica tienen cada vez menos reparos en alinearse con Estados Unidos en los ámbitos que China considera líneas rojas.
Sin embargo, más allá de las declaraciones de intenciones, las dos reuniones no produjeron ninguna nueva medida colectiva para detener el ascenso de Pekín. El propósito más relevante que surgió durante la cumbre del G7 tiene que ver con el proyecto de infraestructuras Build Back Better for the World (acrónimo B3w), cuya finalidad es contrarrestar la expansión de la Iniciativa Belt and Road (Bri, nuevas rutas de la seda) en Eurasia. El proyecto debería catalizar cien mil millones de dólares anuales de financiación pública y privada, pero aún no está claro quién pondrá el dinero.
Por su parte y de forma más sustancial, la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) fue llamada a participar directamente en la contención marítima de China. El control de los mares chinos es crucial para la continuidad de la hegemonía norteamericana y, al mismo tiempo, para las aspiraciones de Pekín de desafiar su supremacía. Sin disponer de esta cuenca hidrográfica, la República Popular no puede romper el cerco establecido por Washington, a pesar de su creciente influencia económica. Con éste fin estratégico, los Estados Unidos ha adoptado el concepto del Indo-Pacífico, ha reactivado el cuadrilátero defensivo con India, Australia y Japón (Quad) y está recalibrando su despliegue militar en la región. Como resultado de esta intervención las tensiones no dejan de aumentar en el Mar de China Meridional y en torno a la estratégica isla de Taiwán, un protectorado estadounidense con el que Washington sigue reforzando la cooperación, incluso militar.
Con éste plan en vista, la administración Biden está tratando de reciclar a la OTAN, concebida por los estadounidenses para impedir el resurgimiento militar de las potencias europeas y combatir el expansionismo de la ex URSS, en una alianza de contención antichina involucrando a los países europeos de forma más incisiva en el juego del Indo-Pacífico (próximamente buques de la armada australiana acompañaran al grupo de combate del portaaviones británico HMS Queen Elizabeth en su paso por el Mar de China Meridional). Una nueva dimensión que revela la hostilidad simultánea de Estados Unidos hacia Moscú y Pekín, con Washington reacio a involucrar al Kremlin en el frente antichino para no perder el control sobre el continente europeo.
Lejos de la solidez geopolítica de la Guerra Fría contra la ex URSS
Para tratar de atraer a los imperialismos europeos contra China, la administración Biden debió hacer algunos gestos. Aceptó el impuesto global a las grandes empresas y suspendió la guerra comercial entre Boeing y Airbus que llevaba 17 años. Por último y más importante, Washington ha llegado a canjear la finalización del Nord Stream 2 por una mayor agresividad de Berlín hacia Pekín. Con éste quid pro quo frente a los Estados Unidos, todos los países europeos vienen adoptando una postura más dura frente a Pekín, en particular en lo que respecta a la protección de industrias estratégicas y datos sensibles. Las burocracias de Bruselas congelaron el acuerdo de inversión con Pekín, a pesar de las fuertes reticencias de Francia y Alemania. Algunos países (Francia, Alemania y el Reino Unido) han enviado o están a punto de enviar buques de combate al Mar de China Meridional en nombre de la libertad de navegación siguiendo las demandas de Washington.
Pero detrás de esta convergencia antichina que mostraron las cumbres, la realidad es que la postura de las potencias europeas no coincide exactamente con la de Estados Unidos. Como admite The Washington Post: “Biden pide al G-7 que adopte una línea más dura con China, pero no todos los aliados están entusiasmados”. Inclinados a un endurecimiento frente a Pekín, ninguna de ellas tiene la intención de librar una guerra fría y menos aún caliente, contra la República Popular. Sobre todo, ningún país europeo está dispuesto a adherirse al desacoplamiento tecnológico con los rivales chinos en el que insiste Estados Unidos. Así, el presidente francés, Emmanuel Macron, declaro: “Sobre China, como dije durante la reunión, creo que puedo decir que no debemos confundir nuestros objetivos”, y agregó “La OTAN es una organización militar, el problema de nuestra relación con China no es solo un problema militar. La OTAN es una organización que se ocupa del Atlántico Norte, China tiene poco que ver con el Atlántico Norte.”. El francés indicó que “Por lo tanto, es muy importante que no nos dispersemos y que no parcialicemos nuestra relación con China” y continuó diciendo que “Es mucho más grande que solo el problema militar. Es económico. Es estratégico. Se trata de valores. Es tecnológico. Y debemos evitar distraer a la OTAN, que ya tiene muchos desafíos.”. Para Merkel, Moscú es aún la principal amenaza. “Rusia, sobre todo, es un gran desafío”, dijo Merkel. “China está jugando un papel cada vez más importante, al igual que toda la región del Indo-Pacífico. Por supuesto, esto está relacionado con el hecho de que los Estados Unidos y, por supuesto, los socios transatlánticos en su conjunto, también son una nación del Pacífico. Aquí, el ascenso económico y también militar de China es, por supuesto, un problema ". Pero también mencionó el riesgo de una reacción exagerada. "Si miras las amenazas cibernéticas, las amenazas híbridas, si miras la cooperación entre Rusia y China, entonces no puedes simplemente negar a China", dijo Merkel. “En este sentido, no creo que debamos sobrestimar la importancia de esto, así que tenemos que encontrar el equilibrio adecuado”.
Londres por su parte, ha prohibido a Huawei, ha ofrecido hospitalidad a los hongkoneses y ha señalado su alineamiento con EE. UU., una necesidad imperiosa para su proyección exterior tras el Brexit. Sin embargo, el Reino Unido no tiene intención de renunciar por completo a sus vínculos financieros con China. Grecia también ha reiterado que no renunciará a hacer negocios con la República Popular a pesar de que está reforzando las relaciones de seguridad con Estados Unidos.
En este panorama aún reticente, la redoblada presión norteamericana ha tenido un éxito claro en Italia. Su flamante primer ministro Mario Draghi, dijo en la cumbre de Bruselas, que "examinaría cuidadosamente" el memorando sobre las nuevas rutas de la seda firmado en 2019. Esta declaración está en consonancia con el enfriamiento de las relaciones sino-italianas, que se inició en la fase final del gobierno de Conte y se acentuó con la entrada en el Palazzo Chigi del ex presidente del Banco Central Europeo. Esta política más dura ya se ha expresado en un mayor uso del poder para obstaculizar las operaciones de las empresas tecnológicas chinas en la península itálica.
Que la reunión del G7 ocurra apenas dos semanas antes del centenario de la fundación del Partido Comunista Chino (1 de julio), un evento que Pekín considera crucial para celebrar el "resurgimiento" de la nación, es demostrativo. Es por eso que la respuesta china al aumento de la presión diplomática y militar no se hizo esperar. Los medios de comunicación y los diplomáticos de China acusaron a "Estados Unidos de estar enfermo"; calificaron al G7 de "crepúsculo" de las potencias occidentales; negaron que su país suponga una "amenaza sistémica" para el orden internacional; por último, subrayaron que la amistad con Moscú es inquebrantable y dieron a conocer el plan de acción para la construcción de la estación lunar sino-rusa, que no estará operativa antes de 2036. Pero junto a estas declaraciones altisonantes, Pekín también mostró su fuerza. Al día siguiente de la cumbre de la OTAN, el gobierno chino envió veintiocho aviones de combate a la Zona de Identificación de Defensa Aérea (Adiz) de Taiwán. Se trata de la mayor incursión china registrada desde que Taipei comenzó a llevar un registro el año pasado. El mensaje es claro: las potencias occidentales no deben apoyar la causa taiwanesa a menos que quieran obligar al Ejército de Liberación Chino a realizar un desembarco anfibio en Formosa. Lo que muy probablemente desencadenaría un enfrentamiento con las Fuerzas Armadas estadounidenses. El gobierno chino también ha demostrado que no quiere interrumpir el proceso de absorción de Hong Kong en la República Popular. Prueba de ello es la enésima redada policial en la redacción del diario prodemocrático Apple Daily. Y, sobre todo, impulsará a Pekín a reforzar aún más las relaciones con Moscú, a pesar de su histórica rivalidad, consciente de que su reforzada cooperación es el mayor obstáculo para la estrategia de contención estadounidense de la República Popular.
En fin, aunque Pekín viene perdiendo amigos en el la escena internacional, las divisiones existentes aún en Occidente no la dejan completamente aislada. No ajeno a esto sería el cambio notable de tono de la administración Biden hacia Rusia y Putin, especialmente después de lo haber considerado un asesino al mandatario ruso, como se vio en la reciente cumbre en Ginebra. Comparado al enorme fracaso de la primera reunión entre Estados Unidos y China en Alaska es llamativo. ¿Se concentrara más Washington en Pekín en vez de pegar con igual intensidad a ambos adversarios al mismo tiempo? Solo el tiempo lo dirá.
Juan Chingo
Integrante del Comité de Redacción de Révolution Permanente (Francia) y de la Revista Estrategia Internacional. Autor de múltiples artículos y ensayos sobre problemas de economía internacional, geopolítica y luchas sociales desde la teoría marxista. Es coautor junto con Emmanuel Barot del ensayo La clase obrera en Francia: mitos y realidades. Por una cartografía objetiva y subjetiva de las fuerzas proletarias contemporáneas (2014) y autor del libro Gilets jaunes. Le soulèvement (Communard e.s, (...)