A 18 años de la masacre de Avellaneda.
Viernes 26 de junio de 2020 12:05
Fotografía de Sergio Kowalewski, tomada el 26 de junio de 2002 en la estación Avellaneda. Fue publicada el 28 en el diario Página 12.
Sólo seis meses después de la huida del presidente Fernando de la Rúa, en medio de una represión que les costó la vida a 38 personas, y tuvo una sucesión de cinco presidentes en un verano, la mañana del 26 de junio de 2002 se produjo una masacre policial con balas de plomo dirigida por el gobierno de Eduardo Duhalde, “con la intención de dar muerte a los manifestantes”, como quedó escrito en una de las causas judiciales.
Ese día se realizaron cinco cortes en los accesos del Gran Buenos Aires a Capital Federal, organizados por cuatro organizaciones piqueteras: El Bloque Piquetero Nacional, el Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, Barrios de Pie y el Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados.
Darío Santillán, de 21 años, y Maximiliano Kosteki, de 23, eran militantes piqueteros que participaron de esta movilización social y fueron asesinados por la policía en la estación ferroviaria de Avellaneda.
A pesar del intento cínico de los medios de describir el hecho como una “interna piquetera” (la tapa del diario Clarín del día siguiente titulaba “La crisis causó 2 nuevas muertes”), el trabajo del reportero que tomó la foto pudo dejar en evidencia cómo se produjo la masacre de Avellaneda.
El autor de la foto, Sergio “el Ruso” Kowalewski, nació en 1959 en Berisso, provincia de Buenos Aires. Es fotógrafo y colabora con Organismos de Derechos Humanos y Sociales. Su padre, Serafín Kowalewski era fotógrafo retratista y le enseñó la técnica de la fotografía, y heredó la enseñanza más importante: a no ser indiferente ante las injusticias. Por eso su militancia desde tan chico, con solamente 12 años empezó a militar en la FEDE, la división Juvenil del Partido Comunista, organización de la cual años más tarde se alejó. También participó de la lucha por el boleto estudiantil en la ciudad de La Plata en 1976.
Sergio entiende y transforma a la fotografía en una acción militante, en una responsabilidad social.
El 26 de junio Sergio llegó temprano a Avellaneda para ver cómo se distribuían las fuerzas de seguridad y tantear cómo venía la mano: “Uno sabía que en general iba a haber un grado de represión, pero no esperaba lo que iba a suceder”. Ni él ni ninguno de los compañeros que estuvieron allí presentes.
Llevaba con él su equipo de siempre, liviano, cómodo para el reportero gráfico, la tan querida Nikon FM2 cargada con un rollo de 100 asas, con un lente 17mm y un zoom 70-150mm. Cuando le pregunté por qué la elección del lugar me respondió: “Tenía contacto con compañeros de zona sur a los que ya conocía desde el año 97, y con quienes había acordado estar en Avellaneda cubriendo la movilización en general, pero siguiendo a los compañeros del MTD en particular, actividad que venía realizando desde los inicios”.
Las columnas más grandes de las agrupaciones piqueteras avanzaron hacia el Puente Pueyrredón. Eran miles de manifestantes. Al frente, hombres de distintas edades, algunos con palos de madera y pasamontañas, y detrás, las mujeres, algunas con sus hijos e hijas. Venían con su lucha obrera a cuestas, con el reclamo en alto de trabajo y dignidad. Eran los piqueteros, los que no aflojaban. Y entonces quedaron frente a frente con la policía bonaerense e Infantería (Prefectura también estaba presente), tan cerca que podían sentirse la bronca y el odio.
Una de las mujeres que venía marchando agarró de la manga y zamarreó a uno que parecía el jefe de todos los policías. Era el comisario Alfredo Fanchiotti. Minutos más tarde empezó la represión.
Menos de una hora después, a Maxi, que se encontraba junto a dos compañeros en una de las entradas del supermercado Carrefour de la calle Pavón, lo balearon en el pecho, haciéndolo caer de rodillas. “Me dio la yuta, me quema, llevame”, les pidió a los compañeros que se acercaron a socorrerlo. Lo cargaron y lo llevaron rumbo a la estación, lo apoyaron en el piso del hall y pidieron un médico a gritos. En ese mismo momento entró Darío, que ya se había alejado, pero decidió volver. Volver por su hermano Leo, por su novia Claudia, por sus compañeros, por todos. Volvió a la estación y encontró a Maxi agonizando en el piso. Afuera se desataba una batalla, gases lacrimógenos, disparos de balas de goma y de plomo, Infantería, Prefectura.
A unos 60 metros de la estación, Kowalewski intentó hablar con el comisario Fanchiotti: “¡Paren, ¿no ven que la gente ya se está yendo?! ¡Paren que van a hacer una masacre!”. El comisario, mostrándole su cuello con manchas de sangre le respondió: “Mirá lo que me hicieron”. Sergio insistió: “¡Pero van a hacer una masacre! ¿No ven que ellos están con palos y piedras y ustedes con fierros?”. Uno de Infantería increpó a Sergio: “Si no te gusta, pasate del otro lado”.
Sergio se apuró a llegar a la estación antes que la policía. Apenas entró se encontró con la escena de Maxi en el piso. Logró sacar cinco fotos y salió corriendo a la vereda para pedir una ambulancia. Mientras, Darío pedía, ordenaba sin dudar a gritos a sus compañeros que se fueran: “Váyanse, rajen, me quedo yo”.
El cabo Alejandro Acosta entró a la estación con paso decidido, como un cazador con su escopeta buscando a su presa. Levantó el arma y apuntó a las personas que estaban alrededor de Maxi, mientras insultaba y amenazaba para que se fueran de ahí.
Inmediatamente entró Fanchiotti. Darío, en cuclillas, sostenía la mano de Maxi, y con la otra mano, valiente en alto, enfrentó a la policía gritándoles: “¡Paren, el pibe se muere!”. Acosta lo apuntó con su escopeta a dos metros de su rostro y recién en ese momento Darío se levantó para irse. Alcanzó a caminar cinco metros antes de caer herido por un cobarde disparo por la espalda. Kowalewski observó que el primero que apunta su arma hacia Darío es el comisario, pero en la misma línea de tiro también se encontraba Acosta.
Mientras Darío agonizaba en el piso, Fanchiotti se acercó a sacudirlo, a pesar de la presencia de los fotógrafos (también estaba Pepe Mateos, reportero gráfico del diario Clarín). El cabo Lorenzo Colman y el principal Carlos Quevedo arrastraron el cuerpo de Darío hacía la calle.
Sergio fue testigo de toda esta secuencia macabra. Nunca creyó que las fuerzas de seguridad iban a usar balas de plomo contra personas desarmadas que reclamaban por planes asistenciales para poder subsistir. “Es como que uno se resiste a creer que sean tan bestias”, confiesa. Logró capturar el momento justo, cuando el oficial Quevedo acomodó el cuerpo de Maxi contra un cartel del hall, exhibiendo su presa. El cazador había cazado.
-¿Dudaste al momento de sacar la foto? ¿Qué sentías? ¿Miedo, bronca?
“Siempre se siente algo de temor, no sentirlo es ilógico, pero no era la primera vez que estaba en una represión y sabía más o menos cómo moverme y qué hacer. Igual después de escuchar los primeros disparos, es como que ya no les prestás atención, lo que no significa ser descuidado”, comparte Sergio. ¿Qué sintió entonces? “Bronca, indignación, eso lo sentís desde siempre ante las injusticias y lo que pasaba en ese tiempo era un cúmulo espantoso de miserias provocadas por las políticas del FMI, salvo que creas que podés ser aséptico o creas que estás por encima de los conflictos creyendo que podés ser “objetivo”.
“Personalmente siendo fotógrafo, -continúa- llego a actuar en aquellos momentos viniendo desde la militancia y desde la política, por necesidad, ya que en aquel tiempo apenas estaban despuntando las cámaras digitales y no estaban al alcance de todos como lo están hoy. Así que usé las herramientas naturales que tenía, la cámara, al servicio de en ese momento del periódico de la Asociación Madres de Plaza de Mayo y de los movimientos sociales con los cuales colaboraba”.
-¿En ese momento te diste cuenta del material que tenías, de la repercusión que iba tener?
Sergio llevó a revelar los rollos a la mañana siguiente. No entendía por qué en la radio y en la televisión difundían que un grupo de piqueteros se habían matado entre ellos. Se comunicó con Sergio “el Checo” Smietniansky, abogado de la CADEP (Coordinadora Antirrepresiva por los Derechos del Pueblo) para contarle del material fotográfico que tenía, y en ese momento se dio cuenta que tenía las últimas imágenes de Darío con vida. Esa misma tarda lo llamaron del diario Página 12 para pedirle el material para publicarlo, y él personalmente llevó cuidadosamente las fotos.
-Dieciocho años después, ¿qué conclusión podés sacar de ese día?
Esta fotografía representa todo lo que está mal: un oficial de la policía sonriente con su arma sobre el cuerpo ensangrentado de un joven militante. Personas, civiles, que no tienen rostro, alrededor, observando la escena. Nos obliga a ver esa realidad. Nos sacude, nos sorprende, nos metemos en ella y sentimos en nuestra piel el dolor ajeno. Podemos imaginar las corridas, escuchar los gritos, los sonidos de los disparos y las ambulancias. Que la foto sea a color aumenta su verosimilitud y su cercanía en la línea de tiempo de la historia. Es un momento real, inmortalizado por un hombre al fotografiarlo. Podemos compararla tranquilamente con una foto que muestran orgullosos los cazadores con sus presas cazadas. ¿Eso fue Darío para la policía? ¿Una presa que tenían que matar? ¿Un animal?
No nos es indiferente, nos enojamos, nos indignamos, y cuestionamos nuestra condición humana. No importa si hayamos visto la foto el 28 de junio de 2002 o el 26 de junio de 2020, el efecto que nos produce es el mismo. Como dice John Berger, es una foto totalmente discontinua en relación con el tiempo normal, “la cámara que aísla un momento de agonía no lo hace con más violencia que la que entraña la experiencia aislada de ese momento”. El uso universal del lenguaje de la fotografía, la imagen, potencia su mensaje, es directo. Guardamos ese fotograma en nuestra memoria. En un mundo donde cada día estamos expuestos a muchísimas imágenes, hay algunas, las que nos conmueven, sobreviven y las llevamos con nosotros. Este es el caso de la foto de Sergio.
“Tales imágenes no pueden ser más que una invitación a prestar atención, a reflexionar, a aprender, a examinar las racionalizaciones que sobre el sufrimiento de las masas nos ofrecen los poderes establecidos”, dice Susan Sontag en su libro Ante el dolor de los demás. El trabajo de Sergio es eso. Es una invitación a la reflexión, a que frenemos y pensemos qué es lo queremos como sociedad.
El policía con su sonrisa siniestra nos quiere hacer creer que ganaron, que la lucha social es absurda. Pero se equivocó. Las muertes de Maxi y Darío se convirtieron en símbolos, en estandartes de los movimientos sociales. Los compañeros y compañeras de Maxi y Darío están convencidos que esta foto y todas las otras de ese día lograron generar indignación en las personas, fortaleciendo su lucha, logrando así que el presidente Duhalde termine antes de tiempo su mandato.