La repatriación, el futuro y el cinismo. La cruz, la espada y el ajuste. Barniz social para un blanqueo a medida del gran capital.
Martes 31 de mayo de 2016
Mauricio Macri hizo gala de una enorme distensión este lunes, al anunciar que repatriará los fondos que tiene radicados en una cuenta en Bahamas, uno de los paraísos fiscales más conocidos a nivel mundial.
Hay que recordar que, hasta la semana pasada, esos fondos no existían. Aparecieron, de manera súbdita, en la declaración jurada de 2015 que, para placer del presidente, duplica la de 2014. Lo que se dice un progreso abismal. Beneficios de ser un “emprendedor” podría invocar algún spot oficialista.
La decisión de Macri debe leerse como un doble mensaje. Por un lado, como una suerte de “ejemplo” para el conjunto de la clase capitalista, aunque el monto en cuestión es mínimo. Por otro, como una respuesta política a las críticas que regaban los medios de comunicación y las redes sociales.
El discurso que reza que “a la Argentina le va a ir bien” no parecía resultar creíble ni siquiera para el presidente que “descubrió” que el futuro puede ser mejor, recién este lunes. Las respuestas de contragolpe del macrismo pueden, por momento, causar una sonrisa.
Sin embargo, no dejan de poner en evidencia los límites políticos del gobierno. Su discurso sobre la “transparencia” fue seriamente golpeado por el escándalo de Panama Papers. Se evidencia que, de fondo, resulta limitado el margen para “jugar al menemismo” sin pagar costos políticos. No se trata solo de las críticas que puedan surgir del arco opositor. El rechazo parcial a la casta política es un denominador común que cruzó, hasta cierto punto, la pasada elección. En gran parte el triunfo del macrismo pudo edificarse sobre el discurso de una “nueva política” no contaminada, transparente, opuesta a los viejos aparatos mafiosos, de los cuales Aníbal Fernández parecía ser el rostro más visible.
La cruz y la espada
Marcelo Larraquy señala, en el recientemente publicado Código Francisco, que fue Marcos Peña el “ideólogo” de la decisión que llevaría a Macri a quedar enfrentado a quien ocupa hoy la silla de sumo pontífice. Ese ataque de laicidad le costó meses de remar a contracorriente.
Para el gobierno no se trata solo de un problema de imagen, sino también de una mejor relación con el aparato de contención social más extenso de la Argentina, que llega incluso allí donde el Estado “legal” no lo hace.
La distancia política con la llamada Santa Sede parece, en estas horas, reducirse. El color del dinero tiñe, en parte, ese intento. Sin embargo, no hay nada asegurado. No está de más recordar que el papa sigue adhiriendo al peronismo como concepción política y, en ese movimiento, existe solo un Día de la Lealtad.
El mismo día en que el gobierno hacía el intento de estrechar vínculos con el Vaticano mediante el obsequio de $16 millones, otros beneficiados de la jornada eran sectores de las fuerzas represivas. Un 40% de aumento recibían prefectos y gendarmes, demostrando que, para la represión, no hay ajuste.
Pocas horas antes del anuncio, en la sede del Colegio Militar, había sonado el discurso de la “reconciliación nacional” al conmemorar el Día del Ejército. En la primera fila estaba César Milani, hasta ayer nomás, prototipo del represor “nac&pop”. Los “traidores” parecen no cesar de multiplicarse.
No se trata de un detalle, sino del intento de conformar a uno de los poderes esenciales del Estado. Aquel que está llamado a ser garante del orden en la medida en que el ajuste se profundice y la economía no mejore.
Ventajas
En estos días volvió a quedar en evidencia que la gobernabilidad de Macri la garantiza, hasta el momento, la tibieza de sus adversarios, mientras las milagrosas inversiones siguen sin hacer una clara entrada en escena.
En esa lista ocupa un lugar destacado la dirección burocrática de las organizaciones sindicales. El veto a la ley antidespidos no encontró más que una escandalosa (en el doble sentido) defensa de su inacción por parte de esa burocracia. El enojo de Moyano y Caló contra los periodistas solo era explicable a partir de lo bizarro de su propia actuación, que pasó de las duras amenazas a un suave reproche.
Es sobre la base de haber logrado ese triunfo político que Macri se permite seguir avanzando. Sin embargo, hasta el avance más neoliberal tiene que presentar su contracara “solidaria”. El proyecto que el gobierno enviará al Congreso para justificar un blanqueo tiene que esbozar la garantía de pagar los históricos juicios a los jubilados. Allí se combinan el cinismo propio del oficialismo con la necesidad de recubrir con un barniz socialmente progresista una medida al servicio del gran capital que fuga constantemente dinero al exterior. Se pone de manifiesto otro de los límites a la “derecha posible” que encarna el macrismo en el poder.
La semana que inicia podría ser pródiga en noticias. El gobierno apostará a que la nueva norma llegue al recinto y sea votada. Desde el kirchnerismo las críticas, por el momento, son de matices. No podía ocurrir de otra forma. El blanqueo impulsado por Cristina Fernández en 2013 no tenía radicales diferencias con el que ahora se presenta. Como ocurrió con el acuerdo con los fondos buitres, el país burgués apuesta por la sanción de una nueva norma a medida de los intereses del gran capital.
Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.