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Barajar y dar de nuevo: izquierda, kirchnerismo y burguesía ante el gobierno de Massa

Fernando Scolnik

PANORAMA
Ilustración: Juan Atacho

Barajar y dar de nuevo: izquierda, kirchnerismo y burguesía ante el gobierno de Massa

Fernando Scolnik

Ideas de Izquierda

El sueño había nacido hace mucho. Ya lo tenía en mente cuando, de adolescente, se incorporó a las filas de la Ucedé, aquel viejo partido de la derecha liberal de Álvaro Alsogaray. Paso a paso, peldaño a peldaño, fue construyendo su carrera y su ambición para llegar. De aquella experiencia inicial al menemismo, del menemismo al duhaldismo, del duhaldismo al kirchnerismo, del kirchnerismo a “meter presa a Cristina”, y del Frente Renovador al Frente de Todos.

Cómo y con quién, quizás nunca fue lo más importante para él. Lo importante era llegar. Aunque el apodo de “ventajita” vino mucho después, algunos de sus viejos compañeros de la Ucedé cuentan que ya desde muy temprano Massa mostraba muy pocos pruritos para cosas que supuestamente no se debían hacer, y que esa personalidad lo hizo sentirse muy cómodo en aquel pase de los tempranos `90 a la frivolidad y la fiesta menemista.

La primera oportunidad de llegar la vio sin embargo en 2013, cuando el segundo mandato de Cristina Kirchner acumulaba problemas y opositores. Cuenta Diego Genoud, en su libro Massa. La biografía no autorizada, que sucedió en Pinamar. Más precisamente, en el chalet de su amigo y empresario Daniel Vila, una noche de enero de 2013. Estaban presentes también el ex ministro de Menem José Luis Manzano y el entonces intendente de San Miguel, Joaquín de la Torre. El todavía mandatario del partido de Tigre les informó que construiría su propio proyecto y enfrentaría al kirchnerismo. Vila lo alentó: “Jugate, dale, no hay problema. Estamos con vos. Si te va bien, en dos años vamos a gobernar el país. Si te va mal, nos vamos a vivir a Miami”.

El primer paso les salió bien en 2013, pero tropezarían en 2015, cuando la ancha avenida del medio resultó ser más angosta de lo que querían en la polarización que se generó entre otros dos hijos de Menem, Mauricio Macri y Daniel Scioli. Sin embargo, no se fueron a Miami. Un tropezón no es caída, y las vueltas de la vida hicieron que en unos años la concatenación de las crisis del macrismo primero, y del Frente de Todos después, le dieran una nueva oportunidad, aunque de una manera especial. No llegaría a lo más alto del poder con la consigna de meter presa a Cristina, sino de su mano, pero esa es otra historia.

Junto con él, llegaron de alguna manera también sus amigos Vila y Manzano, que este miércoles estuvieron presentes en el Museo del Bicentenario de la Casa Rosada, aplaudiendo la jura del nuevo superministro, al igual que otros empresarios como el titular de la UIA Daniel Funes de Rioja, el presidente de la Asociación de Bancos Argentinos Jorge Pablo Britto, el ex socio electoral de Massa Francisco de Narváez, el Director de la Bolsa de Comercio Adelmo Gabbi, el Presidente de la Cámara Argentina de la Construcción Gustavo Weiss o el Presidente de Pampa Energía y del Grupo Emes Marcelo Mindilin, entre otros.

Llegaron. Pero, ¿a dónde van?

Cambio de Gobierno

La forma y el contenido coincidieron. Toda la simbología de lo acontecido esta semana que pasó, fue la de un cambio de Gobierno. La sesión parlamentaria con aires de Asamblea Legislativa, las fotos, los abrazos, las sonrisas, las caravanas de autos. También la jura, con un despliegue y una presencia que no se corresponde con la de un simple cambio de ministro.

Alberto Fernández acompañó también esos aires. Al tomarle juramento al nuevo superministro hizo, en una breve y deslucida alocución, una suerte de balance de su Gobierno. Podría sintetizarse así: me fue mal por la pandemia y por la guerra, le traspaso el poder a Sergio. La foto al terminar hizo el resto: el ahora presidente decorativo yéndose por un costado y el nuevo hombre fuerte del poder caminando hacia adelante a recibir los abrazos y, sobre todo, los flashes. Habemus nuevo Gobierno. 

Las sonrisas del poder, que contrastan sensiblemente con los dolores de la calle, dieron sin embargo lugar a gestos más adustos a la hora de comenzar a anunciar cómo sería la nueva etapa. Al fin y al cabo, a este cambio gubernamental se llegó por la agudización de una crisis que parece infinita. Si la decisión de convalidar la herencia macrista - aceptando todo y no transformando nada, empeorando la crisis social y beneficiando a los ricos, subordinándose al FMI y aplicando sus planes-, había llevado al Frente de Todos a una derrota electoral y a crisis internas, la corrida cambiaria de las últimas semanas les mostró directamente lo cerca que estaban del abismo. La discusión pasaba a ser ya no sobre cómo llegar a 2023, sino sobre si llegaban a 2023. En ese marco, los socios de las tres patas del Frente de Todos se reunieron y decidieron a espaldas del pueblo los nuevos destinos del país: Alberto aceptaría su rendición, Massa sería el hombre fuerte del Poder Ejecutivo y Cristina apoyaría. Al menos, en lo inmediato.

Por eso la fiesta fue breve. En el lapso de dos horas, Massa pasó de las sonrisas y el jolgorio de la asunción a la solemnidad de los primeros anuncios de su gestión, leídos palabra por palabra. Esa gestualidad cuidadosa expresa de forma un poco más realista la gravedad de la situación: no hay margen para errores.

La comunicación de las primeras medidas anticipa lo que se espera del orden massista: compromiso de cumplir las metas acordadas con el FMI ajustando hasta que duela; tarifazos más fuertes que los que habían sido anunciados anteriormente para cumplir el objetivo fiscal que exige el organismo internacional; recortes a las provincias y a la obra pública; congelamiento de la planta del Estado; apertura de un canje para la deuda en pesos y probable suba de las tasas de interés; auditoría de los planes sociales para recortarlos o transformarlos en mano de obra barata y precaria para las empresas; ratificación a ultranza de la apuesta extractivista de saqueo del país y destrucción del medioambiente, junto con el anuncio de beneficios y regímenes especiales para las patronales sojeras y del complejo agroalimentario para que liquiden dólares en el corto plazo; entre otras medidas. Para el otro lado, apenas una promesa aún bastante vaga de algún bono para jubilados y jubiladas y la de que habría algún anuncio para un sector de los asalariados. Para esta tarea, Massa eligió un equipo económico “de lujo” que cuenta entre sus funcionarios a gente como Daniel Marx, ex funcionario de De la Rúa y Cavallo. A la hora de cerrar esta nota, estaba en duda el nombramiento como viceministro de Gabriel Rubinstein, que era “seguro” pero quedó en veremos al conocerse tuits suyos contra la vicepresidenta y de un clarísimo tinte derechista y conservador.

Aún no está dicho, sin embargo, que los anuncios de Massa sean “exitosos” en sus propios términos, esto es, controlar la corrida cambiaria y evitar una fuerte devaluación del peso al costo de pasar un fuerte plan de ajuste. Con muchos indicadores en niveles críticos, como la escasez de reservas del Banco Central cuya sangría continuó esta semana, la brecha cambiaria que se mantiene alta al igual que el riesgo país, la continuidad de las presiones devaluatorias, la deuda en pesos en situación delicada o la inflación en su nivel récord de los últimos 30 años (podría acercarse al 90 % este año, según las estimaciones que recoge el BCRA), el corto plazo aún está lleno de incertidumbre, a pesar del festejo de los “mercados” que recibieron a Massa con una suba de los bonos y una bajada del dólar “blue”.

El objetivo de máxima de Massa parecería ser el “plan aguantar” de conseguir algunos miles de millones de dólares para hacer un puente hasta la próxima liquidación de la cosecha que comienza en diciembre -y tiene en marzo próximo su parte más importante- sin perder el control de la situación, y llegar a 2023 como el candidato del peronismo que salvó al país de un incendio. Todos coinciden en una cosa: si algo tiene Massa es audacia. Con su capital político bastante desvalorizado por su desprestigio y hundimiento en las encuestas, se juega el todo por el todo de su carrera en esta cruzada, intentando quedar como el que salvó al país de la catástrofe. No está claro que lo pueda lograr, y menos aún que, incluso llegando a ser candidato, pueda ganar el año que viene en las urnas, viniendo de ser la cara visible del ajuste. De todos modos, para todo eso falta un mundo. El escenario aún está abierto para el corto plazo, sin que se puedan descartar nuevos giros bruscos. En principio, algo es seguro: para las grandes mayorías, en lo inmediato no tiene nada más que ofrecer que sangre, sudor y lágrimas. Capaz un bono para compensar algo, ponele.

A diferencia de la gestión de “Batakis la breve”, Massa utiliza dos factores para intentar ilusionar con que esta vez será más sólido el manejo de la crisis.

En primer lugar, lejos de parecer casual, está sumamente pensada y calculada la repetición de la palabra “orden” en su boca: ante el abismo de una corrida cambiaria que produzca una fuerte devaluación que pulverice los ya fuertemente golpeados bolsillos populares (y amenaza con producir un caos económico aún mayor que afecte también a comerciantes y sectores de clases medias), busca utilizar el temor para que sus medidas se acepten, en el sentido de que es esto o es el caos. Se trata de un chantaje casi explícito, una promesa de estabilidad a cambio de aceptar tragos amargos. Una estabilidad un poco rara de todos modos, con estos niveles de inflación y nuevos tarifazos en puerta.

En segundo lugar, es una nueva apuesta, pero mucho más importante que las anteriores, a conformar un gobierno con “volumen político” para aplicar medidas impopulares y gestionar la crisis sin caer en el intento. El nuevo superministro asume con más espalda que su antecesora: cuenta con el apoyo de amplios sectores de la burguesía nacional como los mencionados más arriba, con sus aceitados vínculos con la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires, con el sostén de las burocracias sindicales de la CGT y la CTA que pidieron su llegada, con el visto bueno de los gobernadores peronistas que conservan su peso en el gabinete a través de Juan Manzur y, muy especialmente, con un apoyo explícito de parte del kirchnerismo.

Este último es un dato que no puede ser pasado por alto. El silencio que (no) acompañó a Batakis por parte del kirchnerismo contrasta con gestos varios de los últimos días. Más aún se contrapone lo que sucede actualmente con el prolongado enfrentamiento con Martín Guzmán. Si bien no hubo presencia kirchnerista en la jura de Massa, sí es cierto que hubo otros gestos. La cuenta oficial del Senado en Twitter se encargó el pasado lunes de distribuir la foto más importante: aquella que mostraba a la vicepresidenta y al ahora superministro sentados en una misma mesa, en un gesto de alto voltaje político. No fue un símbolo aislado: también estuvo el abrazo entre Sergio Massa y Máximo Kirchner en la Cámara de Diputados delante de todas las cámaras de televisión y felicitaciones explícitas por su asunción por parte de Axel Kicillof, Eduardo “Wado” de Pedro o Andrés “el Cuervo” Larroque, entre muchos otros dirigentes del kirchnerismo.

Una pregunta quedó repicando en muchísimos de los seguidores de Cristina Kirchner esta semana: ¿tanto enfrentamiento con Martín Guzmán para terminar apoyando la asunción de Sergio Massa y la profundización de los planes de ajuste? La pregunta encierra su respuesta: la diferenciación de la vicepresidenta tenía mucho que ver con la necesidad de intentar preservar su capital político, y muy poco con tener un plan alternativo. Al fin y al cabo, para acordar con el FMI es que lo había elegido como presidente a Alberto Fernández. Pero ahora la gravedad de la crisis estrechó todos los márgenes de maniobra: era una exigencia a gritos de amplios sectores del capital que Massa cuente con apoyo -“volumen político”- para aplicar los nuevos planes de ajuste. Estamos ante un nuevo giro a la derecha del kirchnerismo, que se venía profundizando en las últimas semanas con reuniones con economistas liberales como Carlos Melconian y burócratas de la CGT, y con lo que había sido su ataque a los movimientos sociales, supuestamente en contra de la “tercerización” de los planes sociales, disimulando apenas (y mal) lo que en realidad era un apoyo al clientelismo pejotista de gobernadores e intendentes. Sin embargo, no hay que descartar nuevos giros y crisis en la coalición gobernante del Frente de Todos: los mayores ataques que se anunciaron contra las masas no sólo pueden provocar mayor conflictividad social, como veremos más abajo, sino también nuevas crisis políticas para el espacio, que, ya muy cerca del 2023, apunta los cañones del FMI contra su propia base electoral. Declaraciones de descontento como las del sector de Patria Grande de Grabois (que en el Congreso votó presupuestos de ajuste y otras leyes antipopulares) o el paro convocado por CTERA (al que haremos referencia más abajo), pueden ser síntoma de estas contradicciones. En esos dilemas de imposible solución para quien piensa que solo cabe subordinarse a los capitalistas, se desarrolla la crisis del peronismo que, como nunca en décadas, afronta una crisis de esta magnitud estando en el poder. También al calor de esa misma experiencia es que los marxistas revolucionarios apostamos a confluir en la lucha de clases con millones que saquen las conclusiones del fracaso de todos los partidos del régimen capitalista y de la necesidad de construir una alternativa política de la clase trabajadora.

Sin embargo, aun en la coyuntura actual, por arriba no es todo monolítico. En este sentido, no deben pasarse por alto declaraciones de importantes voceros del capital financiero internacional como el banco norteamericano JP Morgan o el banco de inversión Goldman Sachs, a quienes los anuncios de Massa les dejaron sabor a poco y piden un plan de ajuste más crudo, duro y creíble. Ir a fondo sin contemplación. En un país hiperendeudado, sometido al capital financiero internacional y con los principales resortes de su economía controlados en buena medida por el capital extranjero, es un dato a seguir.

En el plano doméstico, también hay interrogantes. Resta por ver qué sucederá en las reuniones con las patronales del campo que vienen exigiendo más devaluación y concesiones para liquidar sus dólares, conscientes de su poder de chantaje ante un gobierno que necesita de las divisas como agua en el desierto, y que no está dispuesto a enfrentar a los poderosos, sino que quiere seducirlos con concesiones. También, en el plano político, desde Juntos por el Cambio a los liberales de Javier Milei o economistas como Carlos Melconian, piden aún más ataques. Aunque, en parte, algunos han quedado con el paso cambiado, ya que Massa tomó buena parte de su programa.

Por abajo no cierra

A la enorme crisis actual hemos llegado por responsabilidad de los sucesivos gobiernos peronistas, macristas y radicales que no hicieron más que profundizar el atraso, empobrecimiento y dependencia de un país sometido al capital financiero internacional y con los principales resortes de su economía dominados por empresarios en su mayoría extranjeros. Las grandes tierras, el comercio, la energía, el transporte, la gran industria, los bancos, están orientados en función de la ganancia capitalista y no de las necesidades de las grandes mayorías. Los resultados están a la vista: en pocas décadas, Argentina pasó de un 4 % de pobreza a casi la mitad de la población estando en esa situación. Es el resultado de la decadencia capitalista, que además destruye el medioambiente.

Hoy nos dicen cínicamente que para evitar un caos mayor hay que aceptar otro duro plan de ajuste que empeore aún más la situación de la clase trabajadora y los sectores populares. Huelga decirlo: los nuevos ataques de Massa se dan sobre un contexto social ya sumamente delicado. A los años macristas se sumaron los ajustes frentetodistas, dando como resultado una situación con más de 17 millones de personas bajo la línea de pobreza, salarios y jubilaciones que perdieron entre el 20 y el 30 % de su poder adquisitivo en los últimos 7 años y una regresión en la distribución del ingreso a favor de los capitalistas. Según un informe del centro CIFRA, entre 2018 y 2021 los asalariados perdieron alrededor de U$S 70 mil millones que fueron a parar a manos del gran empresariado. La mayor parte de esa transferencia se produjo durante el actual Gobierno.

Hay que decir basta y dar vuelta la historia. La clase trabajadora, las mujeres y la juventud debemos intervenir en la escena. Otra vez quieren descargar los costos de la crisis contra los que hacemos mover el país, su industria, transporte, comercios, hospitales, escuelas, universidades. Pero somos también los que, organizados, tenemos la fuerza para construir otro destino distinto.

En el momento actual, ya es sintomático que, aun antes de que empiecen a sentirse los efectos de las nuevas medidas anunciadas (especialmente los tarifazos y la desaceleración de la economía), hayan comenzado a sentirse fuerte no solamente el descontento sino también, inicialmente, las luchas. Al mismo tiempo, y sin ser contradictorio, también hay que dar cuenta de que existen amplios sectores muy disgustados con el Gobierno pero que aún guardan esperanzas en que haya una cierta estabilización, y le dan una oportunidad a esta gestión.

Especialmente significativa es por estas horas la rebelión docente que recorre el país: un gran bloqueo mediático intenta ocultar que desde el interior se vino gestando una gran lucha con paros y movilizaciones masivas que obligaron a la dirección de CTERA a convocar por primera vez en lo que va del Gobierno del Frente de Todos a un paro nacional en apoyo a las provincias en lucha, por la apertura de paritarias, aumento a los jubiladxs docentes y contra la criminalización de la protesta. Mendoza, Santa Fe, Neuquén, Chubut, Santa Cruz, Tierra del Fuego, Río Negro, Corrientes, La Rioja, son algunas de las provincias desde las cuales se gestó esta pelea.

Las trabajadoras y los trabajadores de la educación no son los únicos. También comienzan a sentirse los reclamos en salud y estatales en distintos puntos del país, como los municipales de Jujuy y muchos otros, portuarios en CABA, la gran lucha de los trabajadores del neumático que lleva casi tres meses en el Gran Buenos Aires, los trabajadores de Bagley que en Córdoba vienen de pararle la mano a un ataque flexibilizador y, por supuesto, los movimientos sociales opositores que representan a los más precarizados y con sus movilizaciones son la principal presencia en las calles de la protesta popular hasta el momento.

Algo es probable y casi seguro: en los próximos meses, y ante la profundización de los planes de ajuste, se multiplicará la protesta popular. Hay que estar atentos a posibles giros bruscos de la situación, asociados a las mayores penurias de las masas que trae aparejadas el nuevo plan de ajuste. En la propia historia nacional hay ejemplos como el Rodrigazo en los cuales, frente a grandes ataques como aquel plan que desató una altísima inflación, emerge la espontaneidad de la base obrera, llevando incluso hasta la huelga general y cambiando de forma radical la situación previa de la lucha de clases. Como toda analogía, con sus diferencias y similitudes, es un punto de apoyo para pensar. En este caso, se trata de pensar la posibilidad de la irrupción masiva de la clase trabajadora en la escena política en lucha contra los planes de ajuste, y de nuevos fenómenos políticos al calor de la experiencia con el peronismo en el poder.

Por supuesto, de lo que se trata no es de esperar pasivamente ese desarrollo, sino de prepararse para esta vez poder vencer. Hoy está en nuestras manos apoyar con todo cada una de las luchas y apostar a coordinarlas para contribuir a que aparezca con fuerza la clase trabajadora tallando en la escena nacional. En este mismo sentido es que el Movimiento de Agrupaciones Clasistas (PTS + independientes) viene proponiendo impulsar asambleas en los lugares de trabajo y convocar a un gran Encuentro Nacional de ocupados y desocupados, de los que están luchando, del sindicalismo combativo y de la izquierda, para apoyar las luchas, coordinar, juntar fuerzas y ser un fuerte polo para fortalecer a los sectores combativos y para exigirle a las cúpulas de la CGT y la CTA la convocatoria a un paro nacional y plan de lucha para derrotar el ajuste, en la perspectiva de la huelga general.

Necesitamos esta perspectiva para pelear por las demandas inmediatas, como el aumento de emergencia de salarios, jubilaciones y planes sociales con actualización mensual según la inflación. Por reapertura de paritarias. Por el triunfo de todas las luchas. Por trabajo genuino para todos peleando por reducir la jornada laboral a 6 hs y 5 días a la semana sin reducir el salario, y por un plan de obras públicas bajo control de los trabajadores. Pero también para pelear por medidas de fondo, como la ruptura con el FMI, el desconocimiento soberano de la deuda pública, el monopolio estatal del comercio exterior bajo control de los trabajadores, la estatización bajo control obrero de los servicios públicos y la creación de un sistema bancario nacional único, también controlado por sus trabajadores.

Somos conscientes: este planteo implica, en última instancia, poner en discusión otra salida a la crisis. También somos claros: seguir de la mano de los partidos del régimen capitalista que nos trajeron a este desastre (de los cuales Javier Milei es una variante aún más de derecha), solo puede perpetuar la pobreza, la precarización y el atraso a los que nos condena el régimen del FMI que vino para quedarse por largos años si no construimos otra salida. Por eso, al calor de todas las peleas y campañas de las que participamos, apostamos asimismo a algo de fondo: construir un gran partido socialista de la clase trabajadora con decenas de miles de militantes con inserción en lugares de trabajo, estudio y barrios, para pelear con fuerza por la autoorganización obrera y popular para enfrentar la resistencia de los capitalistas a que no seamos nosotros quienes paguemos la crisis, y también por un programa que plantee la necesidad de un Gobierno de los trabajadores y el pueblo pobre, basado en consejos de delegados electos, que expropie a los capitalistas, socialice los medios de producción para planificar democráticamente la economía en función de las necesidades populares y no de las ganancias de unos pocos, e inicie la transición al socialismo, una sociedad sin explotación ni opresión, cuya realización sólo puede darse plenamente a nivel internacional. Es un camino difícil, de lucha, pero el único realista: porque ante la crisis, son ellos o nosotros.

A los miles de simpatizantes y luchadores que acompañan a la izquierda, los convocamos a la pelea junto al PTS por construir este partido que sea una alternativa de lucha contra la decadencia capitalista

También somos conscientes de que hoy esta perspectiva de lucha por un Gobierno de los trabajadores basado en la democracia de los consejos no es compartida por la mayoría de la clase trabajadora y los sectores populares, que aún ven en la democracia representativa -con sus elecciones cada dos años- la forma de hacer pesar su voluntad sobre los destinos del país. Por eso tambíen, desde el PTS en el Frente de Izquierda Unidad, y ante un cambio de Gobierno que se decidió a espaldas del pueblo, que nadie votó y que decide que la única alternativa posible es profundizar la entrega y el ajuste, proponemos a los más amplios sectores luchar en lo inmediato por una Asamblea Constituyente Libre y Soberana. Te invitamos a leer más sobre esta propuesta en este mismo número de Ideas de Izquierda.


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Fernando Scolnik

@FernandoScolnik
Nacido en Buenos Aires allá por agosto de 1981. Sociólogo - UBA. Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001.