Pensar en Beethoven es pensar en libertad creadora, en músico independiente, en un luchador contra la adversa realidad, en un inconforme de su tiempo.
Domingo 20 de diciembre de 2020 15:30
Agradecemos al maestro Christian Hurtado, pianista y compositor, por su nota escrita para La Izquierda Diario
Desde temprana edad, Ludwig van Beethoven, se vio obligado a trabajar arduamente para mantener a sus hermanos y para lograr el sitial que hoy ocupa como uno de los pilares fundamentales del clasicismo y de la música universal.
Nació en Bonn, Alemania y se estima que fue un 16 de diciembre de 1770 (fue bautizado al día siguiente), hijo de María Magdalena y Johann van Beethoven, director de orquesta con problemas con el alcohol. El alcoholismo era un problema de familia; lo había sufrido también la abuela paterna e incluso el mismo Beethoven ya que la autopsia tras su muerte arrojó que la causa fue una cirrosis hepática. Cabe resaltar que el abuelo paterno, llamado también Ludwig, fue un reconocido músico de la corte y maestro de capilla, por lo que los genes musicales de la familia Beethoven estaban más que arraigados.
A los 250 años de su nacimiento, Beethoven es aún paradigma de lucha personal y social, de idealismo universal, de revolución musical y conceptual.
Según relata la escritora Bettina von Arnim, una tarde paseaban Beethoven y Goethe por la alameda del balneario de Teplitz, cuando repentinamente apareció la emperatriz María Luisa De Austria-Este con su familia y su corte. Goethe, al verlos, se hizo a un lado quitándose el sombrero, en cambio, el compositor se lo caló todavía más y afirmó el paso sin detenerse, haciendo que los nobles se hicieran a un lado para saludar. Cuando estuvo a cierta distancia se detuvo para esperar a Goethe y amonestarlo por su “comportamiento de lacayo”.
No hay pruebas que respalden tal historia pero, en todo caso, representa la rebeldía y libertad del compositor ante las costumbres arraigadas en su época. Fue el primer músico en lograr la independencia laboral, en el sentido en que no trabajó dentro de un palacio como un sirviente más, como lo hiciera Haydn por ejemplo, sino que logró obtener una renta fija anual por parte de la nobleza que se organizó con tal fin, y así poder trabajar libremente en su domicilio componiendo lo que le plazca y cuando le plazca, sin preocupaciones económicas.
Su obra fue revolucionaria en su tiempo y aun lo sigue siendo. Imposible mantenerse indiferente cuando escuchamos algunas de sus más renombradas sonatas para piano o sinfonías. Cuando tocaba el piano sorprendió y hasta escandalizó a sus contemporáneos, pues le arrancaba armonías que parecían brotar más de un órgano que de un piano, incluso era frecuente que se le rompieran cuerdas pues los débiles pianos de su época no estaban preparados para ser tocados con la energía que le imprimía el compositor. Según algunos biógrafos, para Beethoven un buen piano tenía que ser robusto en su construcción, con un teclado y mecanismos capaces de aguantar un buen puñetazo.
Demostró que la música no solo es un entretenimiento cortesano, sino que podía enmarcar algo más profundo, que podía dignificar al hombre, cambiar a la humanidad. Una prueba de ello es su única ópera Fidelio, cuyo personaje principal, Leonora, es paradigma de fidelidad conyugal. La ópera cuenta cómo Leonora, disfrazada como un guardia de la prisión llamado Fidelio, rescata a su marido Florestán de la condena de muerte por razones políticas.
Su pasión idealista de libertad e igualdad lo llevó a dedicar su Tercera Sinfonía, “Heroica”, a Napoleón Bonaparte a quien admiraba profundamente hasta que este se autoproclamó emperador. Beethoven enfurecido borró inmediatamente la dedicatoria.
Una de las obras más emblemáticas de Beethoven, la Novena Sinfonía compuesta en 1824, llegó a convertirse en símbolo político, en especial por su Oda a la Alegría. Desde que leyó por primera vez, a los 23 años, el poema homónimo de Schiller, abrazó la idea de musicalizarlo y es en el cuarto movimiento de esta sinfonía, en que Beethoven encuentra la manera.
Según la musicóloga Laura Tunbridge de la Universidad de Oxford quien acaba de publicar “Beethoven, una vida en nueve piezas” conmemorando los 250 años del nacimiento del compositor, la Oda a la Alegría representa el ideal político y social de Beethoven, de cómo él quería que fuera la sociedad: fraterna, justa y feliz. Tras la muerte del compositor toda la sociedad vienesa salió al funeral y quizá esto represente la aspiración del compositor: que la humanidad entera se uniera bajo un solo y firme propósito, sin diferencias sociales de ningún tipo.
El estreno de la Novena Sinfonía en 1824 representó una revolución musical , pues nunca antes alguien había compuesto una obra de semejante magnitud y complejidad. Es una de las sinfonías más largas, la primera en incluir una parte coral, es también muy exigente para la orquesta y para el coro.
La melodía de la Oda a la Alegría es enérgica y a la vez sencilla, tiene una plasticidad que le permite adaptarse a cualquier contexto cultural, todos pueden entonarla sin dificultad. Para Esteban Buch tiene una presencia popular muy extendida y puede ser cantada incluso en contextos como la pandemia actual, como desafío al destino y sufrimiento colectivo.
La novena Sinfonía ha sido ejecutada en múltiples contextos, uno de los más destacados fue el que dirigió Leonard Bernstein tras la caída del Muro de Berlín en 1989. La palabra freude (alegría) fue sustituída por freihet (libertad).
Según el profesor Buch desde su estreno la Novena Sinfonía fue usada como símbolo político o como símbolo de proyecciones utópicas (la alegría es una de ellas). El estreno fue publicitado por los amigos de Beethoven como “causa nacional” con la figura de Beethoven como “gran artista para la nación austriaca” y eso, para Buch, es un uso político. Hay una muy larga lista de actores políticos a los que les gustó la Novena y la usaron como respaldo de la “bondad” de sus propósitos, afirma Buch. Uno de los más desafortunados usos que se le dio fue cuando se tocó en la inauguración de las olimpiadas de 1936 como demostración de la “superioridad aria” durante el régimen nazi y también en 1937 para el cumpleaños de Hitler.
Era conocido Beethoven también por su carácter impulsivo, que fue tornándose así desde los veinte años y exacerbado por su creciente sordera que llegó a ser total hacia el final de su vida.
Esta enfermedad era intolerable para el propio compositor que no podía entender cómo podía afectarle precisamente a él, que como músico de renombre debía tener este sentido aún más desarrollado que el promedio. Llegó incluso a pensar en el suicidio pero Beethoven estaba convencido que tenía una elevada misión que cumplir para con la humanidad y es por esta razón que desiste de esta posibilidad para continuar trabajando arduamente en su música, como lo atestigua su testamento de Heiligenstadt de 1802, documento descubierto tras su muerte. Entre 1802 y 1812 compone música enérgica y brillante, característica de su estilo “heroico”. Es en ese periodo donde compone la Sonata Appassionata y la ópera Fidelio.
Recientemente se ha descubierto que las múltiples dolencias que sufrió en la segunda mitad de su vida se debieron por intoxicación por plomo, al parecer proveniente del vino que consumía, pues los fabricantes de la época revestían el interior de los barriles con plomo para darles mejor consistencia y un gusto azucarado, desconociendo la toxicidad de este metal.
En cuanto a su sordera fue, según el doctor Makowiak, “una sordera rara” ya que progresó lentamente a lo largo de 25 a 30 años. Ya para 1818 le costaba entender lo que la gente le decía y pedía que le anoten sus preguntas y comentarios en una libreta.
¿Cómo podía entonces componer? Beethoven cultivó la música desde niño y esto hace que los sonidos queden grabados en la mente, así que Beethoven debió valerse aún más de su gran creatividad para poder imaginar los sonidos y plasmarlos en la partitura. Tom Beghin diseñó una serie de aparatos de amplificación para que el compositor pudiera escuchar algo de su música que creaba desde el piano. Esto hizo que su música cobrara potencia, exuberancia y una expresión física. “Si no puedes escuchar bien, dependes de la energía de los músicos para expresar la música”, señala Richard Ayres, compositor británico contemporáneo que, al igual que Beethoven, sufre de sordera.
Personalmente, cuando interpreto a Beethoven desde el piano, puedo percibir frase tras frase un espíritu indomable, rebelde, impredecible, de arrolladora fuerza pero también, en sus movimientos lentos, un alma noble, elevada, que transmite un profundo amor por la humanidad y la naturaleza así como un gran respeto por lo divino. Esta dualidad dramática, característica de la estética del clasicismo, encuentra en Beethoven su máximo exponente.
“¡Abrazaos millones de criaturas!
¡Que un beso una al mundo entero! Hermanos, sobre la bóveda estrellada debe habitar un Padre amoroso.
¿Os postráis, millones de criaturas?
¿No presientes, oh mundo, a tu Creador? Búscalo más arriba de la bóveda celeste
¡Sobre las estrellas ha de habitar!”
(Fragmento final de la Oda a la Alegría de Schiller)