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Red Internacional
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120 ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE BORGES. Borges sin mí

En el 120 aniversario del nacimiento de Borges, la escritora y docente Nora Buich nos desafía repensar el canon literario: “¡No leí casi nada de Borges, no me conmueve…! No voy a negar que el tipo tenía su talento pero… Para mí… ¡ni fu ni fa! ¿Hay algún problema con eso?”

Viernes 23 de agosto de 2019 20:42

Imagen: Borges, del artista Juan Manuel Gaucher Troncoso

Me tengo que hacer cargo. Eso le dije anoche a mi terapeuta. A esta altura de mi vida, no necesito la hipocresía. Así soy, ¿por qué engañarme o hacerme falsas promesas?

—Pablo: ¡no leí casi nada de Borges, no me conmueve…! No voy a negar que el tipo tenía su talento pero… Para mí… ¡ni fu ni fa! ¿Hay algún problema con eso?

Pablo siempre está detrás de mí, yo, recostada en el diván miro cómo se mueven las aletas del aire acondicionado para un lado y para el otro trayéndome el calor a la cara. Imagino que sonríe…

Y sigo: Es que quiero dejar de sentirme culpable, avergonzada… ¿acaso todes tenemos que adorar a Borges?

—Yo creo que no… En todo caso tenemos que seguir trabajando esta cuestión de la culpa. La sensación de estar en falta, ¿no?

—¡Es que tengo que escribir una nota sobre Borges para el diario! Y otra vez, no pude negarme…

La sesión termina. Le pago y me despido hasta el próximo viernes, pero ni por un segundo dejo de pensar en “la cuestión de Borges”.

Mientras bajo la escalera recuerdo una charla con el Profesor Ferrero en el taller de cuentos. En el capítulo “Literatura y condición humana” habíamos analizado “El asesino” de Bradbury, y cuando ya nos levantábamos, terminada la clase, el profesor nos dijo que no olvidáramos leer para la semana siguiente “Emma Zunz”.

Yo estaba a punto de salir, pero me demoré buscando los puchos en la cartera cuando el profe se dirige a mí: — Me imagino que usted ya lo conoce, tanto o más que los otros autores y cuentos que venimos leyendo…

Si había alguien a quien no le iba a sanatear era a Ferrero, no sé si por lo mucho que lo admiraba o porque con los cuentos de “Georgie” no se podía mandar fruta.

Porque lo que sí sabía de Borges era que su universo era muy particular y había que conocer su sistema de fuentes y símbolos para poder comprender bien sus intrincadas historias. Similar al caso de Lorca, poeta y dramaturgo al que Borges despreció, asesinado por el dictador Franco a quien Borges elogió por haber llevado la paz a España.

Que era un preciosista de la lengua y que era muy gorila, y que por la segunda razón era que nunca había leído nada de él, eso fue lo que le dije.

Cómo explicar la cara del profesor: ¿estupor?, como mínimo.

Tardó un poco en salir del asombro para decirme que le sorprendía lo que le decía. Que, aunque así fuera, no podía perderme de leerlo.

Leí entonces “Emma Zunz”, y debo confesar que me pareció un bonito cuento. Que, sigo pensando, no le llega a los talones de cualquier cuento de Cortázar, pero en fin… no estaba nada mal.

En la clase hablé sin parar, la verdad es que, por el tema, ese cuento me había gustado mucho.

Ferrero me dijo al final con satisfacción: ¿Vio que le iba a gustar Borges? Tiene que leer toda su obra.

Al año siguiente leímos varios: “El jardín de senderos que se bifurcan”, “Las ruinas circulares”, “Historia del guerrero y la cautiva” y algunos más.

Debo reconocer que fue una experiencia interesante acercarme a su mundo, que me sorprendió, y hasta fascinó la dedicación de orfebre y arquitecto de este hombre al escribir…

Ya estoy fuera del consultorio, mientras cruzo la calle, se me aparece una y otra vez la foto de Borges junto a Videla… Está bien, apartando la cuestión de su ideología lo que realmente no me convence de Borges es… que no es Cortázar…

No encuentro ni una pizca de pasión verdadera en ese pollerudo que vivió con su madre hasta la muerte de ella, que sufrió el haber sido obligado por su padre a debutar en un burdel, que dejó de escribir con el corazón cuando le quedó en carne viva, por segunda vez, a causa del desprecio de Norah. Yo también hubiera elegido a quien ella eligió y no a ese niño nerd sobreprotegido al que no dejaban jugar bajo la lluvia y por eso deglutía libros… Ese hombre que se inventó un montón de laberintos para no tener que desear salir a la calle.

Borges escribía muy bien, pero me llena lo mismo que un vaso con soda cuando lo que deseo es una copa de Malbec.

Tomo conciencia de que los veneradores de Jorge Luis podrían sentirse un poco ofendidos con mis palabras, pero hacer una nota llena de elogios falsos, no da.

Tan metida voy en mis pensamientos cuando me avivo de que estoy doblando por 12 para tomar la Avenida 60. Creo que lo leo como quien observa una fórmula química de tres renglones, me digo. Vuelvo a concentrarme en el tráfico, tengo luz verde.

También me asombra el mundo alrededor de Borges, basta con poner su nombre en Google para encontrar noticias tan dispares como el maravilloso libro de dos bibliotecarios detectives que encontraron perdidos en los sótanos de la nueva Biblioteca Nacional, las fuentes que el escritor consultó para escribir sus obras. O la nota que habla de la indignación de María Kodama porque ahora junto a la tumba de su difunto marido —con el que se casó en Paraguay porque aquí no había aún Ley de divorcio y él ya estaba casado— reposa una artista y prostituta. O las anécdotas de Fanny, la señora que estuvo en la casa familiar durante 40 años cuidando de él y de su madre, contando que al final el viejo veía sólo “un puntito”. Y los cientos de estudios sobre sus libros…

Ese universo me resulta tan curioso. Me hace recordar a las convenciones de los trekker, homenajeando al Sr Spock.

Freno frente a las vías del trencito de Medicina y me doy cuenta de que no tengo donde anotar y se me va a olvidar esta genial idea…

Borges siempre fue demasiado solemne para mí… tal vez por eso, porque su literatura me impide sentir que es un juego a los saltos, como una niña jugando a la Rayuela es que he decidido vivir sin él.

Tomo velozmente la rotonda de 122, frente al semáforo de la UTN, un vendedor ambulante pasa entre los autos vendiendo tigres de peluche.

…Al fin y al cabo, Borges vivió toda su vida sin mí y no sintió ninguna culpa… ¡¿por qué me doy tanta manija?!

Cuando termino de decir esto, me doy cuenta de que todavía estoy en el diván y hago silencio…

Pablo me dice: —Bueno, lo charlamos la semana que viene…

Sigo en silencio unos segundos más tratando de acomodarme a la situación.

Entonces compruebo con espanto que la nota que creí terminada para entregar al diario ni siquiera empezó o tal vez la haya escrito en un segundo en mi mente. O tal vez estoy a la vez en el consultorio, en la avenida camino a casa y frente a la computadora.

O quizás sigo en casa leyendo Emma Zunz por primera vez y me distraigo imaginando futuros.

Es martes al mediodía y a la noche Ferrero seguro me va a decir: —¿Vio que le iba a gustar Borges? Y me va a insistir para que lea toda su obra.