Diferentes analistas comienzan a hablar de nuevos progresismos a propósito de gobiernos ubicados a la izquierda del tablero político y que han ascendido a lo largo y ancho de Latinoamérica, algunos de ellos con características nacionalistas o el retorno de gobiernos llamados posneoliberales.
Domingo 1ro de mayo de 2022 08:09
Bloomberg, por ejemplo, se refiere a los nuevos progresismos relacionando los gobiernos de Boric, Alberto Fernández, López Obrador con la responsabilidad fiscal. De Boric reconoce la integración de “neoliberales duros” en el gobierno (Marcel), en tanto define al gobierno mexicano como un gobierno marcado por la “austeridad fiscal” y saca a relucir la última victoria del gobierno argentino tras haber logrado la votación necesaria en el congreso para aprobar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). El caso de Brasil es quizás uno de los ejemplos más vívidos de estos nuevos progresismos degradados al presentarse Lula con la centro derecha poniendo a Alckmin como vicepresidente.
Hasta ahora el análisis busca mostrar la diferencia entre una nueva izquierda respetuosa del sistema económico y del modelo vigente en cada país, y lo que Álvaro García Linera llamó, en una entrevista a La Tercera, “la primera ola progresista” en la que se enmarcan los proyectos políticos de Morales y Chávez. En este sentido, el ex vicepresidente boliviano, ha declarado que “no es casual que el regreso del progresismo al gobierno en países como en Bolivia o Argentina haya tenido a la cabeza a candidatos moderados y que haya sido eso lo que le permitió la victoria electoral (...) el signo de la época no es el de las grandes reformas, sino la administración y reencauzamiento de las que se iniciaron en la primera ola”.
El “progresismo” no es, sin embargo, un fenómeno político homogéneo, algunas de sus características tienen relación con la apuesta por desarrollar Estados de Bienestar, el centro en la conquista de derechos sociales y transformaciones en los marcos del régimen y la sociedad capitalista apostando por políticas regulatorias. El viraje a la izquierda es innegable luego de gobiernos de derecha y extrema derecha en el Cono Sur (Macri, Piñera, Bolsonaro, la dictadura de Añez en Bolivia…): Castillo en Perú y Boric en Chile, Xiomara Castro en Honduras, Laurentino Cortizo en Panamá, Alberto Fernández en Argentina, el posible triunfo de Petro en Colombia y la vuelta de Lula en Brasil y del MAS en Bolivia son expresión, aún con todos sus matices y colores.
En Chile, un rasgo característico es que el Frente Amplio alcanzó la presidencia en medio de un proceso constituyente. Luego de la rebelión, la convención constitucional se consolidó como desvío de una fuerza social que buscó ir más allá de los poderes constituidos cuestionando los pilares del capitalismo neoliberal chileno: educación, pensiones, salud y la autoritaria constitución de Pinochet. Boric, paladín del llamado Acuerdo por la Paz, hoy afirma tener minoría parlamentaria para grandes reformas a la vez que exige al pueblo mayor “responsabilidad fiscal”, lo cierto es que hasta ahora su plan de migajas no resuelve una crisis que viene pauperizando las condiciones de vida del conjunto del pueblo trabajador.
Guardando las diferencias y problematizando la definición acuñada por García Linera respecto a las dos olas progresistas, en esta nota queremos tomar algunos elementos del balance del proceso bolivariano para pensar y reflexionar alrededor del gobierno del Frente Amplio en Chile. La derecha ha sido ofensiva en igualar el gobierno de Boric a la Venezuela de Maduro como una forma de satanizar cualquier cambio y mostrar un futuro de catástrofe económica y de derechos humanos inevitable, a su vez, el ex vicepresidente de Bolivia argumenta planteando tareas diferenciadas entre ambos periodos (gobiernos carismáticos versus foco en la administración) justificando las políticas de ajuste de muchos gobiernos “progresistas” y de subordinación al FMI. De conjunto, la llamada “nueva ola” de gobiernos progresistas representan un discurso y programa bastante más degradado que la primera ola y sin bases económicas para implementar reformas importantes. Su misión es conquistar gobernabilidad en momentos tumultuosos, cediéndole importantes concesiones a sectores burgueses y el imperialismo, mostrándose incapaces de asegurar una nueva hegemonía.
Muy lejos de las acusaciones que auguraban la temprana conversión del país en “Chilezuela” por parte de la extrema derecha como campaña política en favor de Kast, hasta ahora Izkia Siches, Ministra del Interior, ha mantenido la estrategia de represión y militarización de la Araucanía y el gobierno de conjunto impulsó su primer proyecto del quinto retiro de corte neoliberal proponiendo el traspaso directo desde las pensiones a la banca privada y los empresarios de la salud y transnacionales.
La Venezuela de Chávez
El llamado socialismo del siglo XXI llega a su auge el 2005 luego de un golpe de estado comandado por Estados Unidos y la derecha local que fue derrotado por la movilización de masas. El boom petrolero, permitió importantes concesiones económicas. En toda Latinoamérica se generalizan gobiernos llamados progresistas y posneoliberales.
Pese a políticas ofensivas de nacionalización y estatización de empresas en sectores antes privatizados, Chavez pagó millonarias indemnizaciones a precio fijado por la bolsa de Nueva York aprovechando la bonanza petrolera, con el fin de tocar lo menos posible los intereses de los grandes empresarios. El gran debate, centrado en el control de la renta petrolera, fue resuelto a través del establecimiento de empresas mixtas donde Venezuela tenía la mayoría de las acciones y la administración era manejada y compartida tanto por funcionarios del Estado, como por empresarios nacionales y transnacionales. Todo sin tocar la estructura dependiente, rentista y semicolonial de la Venezuela capitalista.
El gobierno de Chávez fue farol para las izquierdas latinoamericanas de matriz estalinista y algunas de sus características clave fueron su firme apoyo en las fuerzas armadas que permitió su asentamiento, el boom de las materias primas de exportación y una ubicación de arbitraje entre las clases sostenida en políticas como el establecimiento de empresas mixtas. Todas estas características hacían del gobierno de Chávez un bonapartismo sui generis “virado a la izquierda” en tanto se apoyaba en el movimiento de masas con una retórica antiimperialista para “arbitrar” entre las diferentes clases sociales.
Todo lo que escapara de los planes de estatización, como la toma de diferentes empresas por parte de los trabajadores, fue repelido por el gobierno. Sin embargo el fuerte neoliberalismo del cual venía la sociedad venezolana, la bonanza económica que incentivó el consumo, transformó las políticas de concesiones en apoyo popular de largo plazo.
A través de políticas de cooptación de sindicatos y del movimiento popular, buscará controlar directamente la fuerza del movimiento de masas planteando que la independencia política de los sindicatos no era una opción y que la dirección del movimiento obrero debía pasar por el PSUV, el partido de gobierno. Las fábricas que comenzaban a ser controladas por los trabajadores inmediatamente eran intervenidas con personeros del gobierno para reemplazar el control obrero y resguardar la dirección estatal. Cualquier resistencia o lucha por avanzar más allá, era reprimida. La política de regimentación del movimiento popular y de represión de la vanguardia llevaron a su pasivización.
El 2010, con el impacto de la crisis subprime, Chávez demostró su disposición a aplicar ajustes y descargar la crisis en los hombros de la clase trabajadora y el pueblo, buscando acuerdos con la burguesía nacional. Una de las principales medidas fue el aumento del IVA impactando en el salario y provocando su devaluación.
Durante ese periodo el gobierno de Chávez comienza a contraer una enorme deuda generada por las políticas de anticipación a la renta petrolera, pensando que el boom duraría por un periodo mucho más largo.
La muerte de Chávez abre una crisis política en el oficialismo y merma el apoyo popular. Maduro, una figura mucho más débil, enfrenta la exigencia del pago de la deuda contraída y decide pagar a los grandes acreedores, en pocos años, más de 74 mil millones de dólares directo de las arcas nacionales. Esta política combinada con que no hay ya más ingresos del petróleo, y con la ofensiva del imperialismo de la mano de la derecha venezolana que impone fuertes sanciones económicas, deriva en una catástrofe económica, política y social que tiene por consecuencia la pauperización de la vida, escasez y las enormes oleadas migratorias.
Dentro de las sanciones económicas impulsadas por el imperialismo norteamericano están: el 2017, el impedimento para conseguir financiamiento externo y reestructurar la deuda, toda empresa que lo haga podrá ser sancionada. El 2019, se establece una especie de embargo petrolero, donde nadie podrá negociar petróleo con Venezuela siendo que el petróleo es su principal fuente de ingreso. Estas medidas repercuten directamente en las condiciones de vida del pueblo trabajador.
Los límites del antineoliberalismo
El chavismo se autoproclamó el Socialismo del Siglo XXI luego de la derrota de los llamados socialismos reales. Los primeros progresismos se basaron mucho en lo que fueron las revueltas como el caracazo o el 2001 argentino. Una de las claves para reconstruir la hegemonía y tener ciclos largos de gobiernos progresistas estuvo asociada al boom económico producido por las materias primas. A sí mismo, su debacle, estuvo asociada a que ningún gobierno, tampoco la Venezuela de Chavez, se propuso modificar la estructura rentista, semi colonial y capitalista, demostrando el idilio del anti neoliberalismo como proyecto de largo plazo y de transformación social. En tanto las condiciones económicas internacionales no beneficien y permitan políticas de concesiones, rápidamente diferentes gobiernos aplican ajustes contra el pueblo trabajador (hoy lo vimos con Alberto Fernandez y el acuerdo con el FMI, y también el de Chávez el 2010 tras la crisis subprime).
Es quizás esta dinámica esencial de una estrategia estrictamente antineoliberal la que explica el por qué gobiernos como el Boric puede y tiene que funcionar en momentos de crisis económica e inflación con Marcel, “duros neoliberales” como afirmó Bloomberg. Si bien hasta ahora el gobierno de Boric no ha implementado ataques económicos directos, las grandes reformas están completamente postergadas y sus anuncios económicos, como el alza del sueldo mínimo a 400mil en agosto del 2022, sólo alcanzan a ser un paliativo a la inflación.
Es que la apuesta por el avance en derechos sociales y las altas expectativas depositadas en un programa que anuncian cumplir “gradualmente” y con espíritu de “responsabilidad fiscal” es irrealizable, más aún en plena crisis económica, sin cuestionar a los grandes capitalistas que se siguen enriqueciendo a costa de las y los trabajadores.
¿Chilezuela?
Sin reparar en diferencia alguna entre los progresismos de inicio de siglo y esta “nueva ola”, la extrema derecha y la derecha han buscado mostrar el proceso venezolano como ejemplo del único destino posible de las políticas implementadas por los diferentes gobiernos de izquierda de diferentes tintes.
Hasta ahora, el gobierno de Boric se ha distanciado lo suficiente de esa caricatura en la misma proporción en la que se ha acercado a posiciones de quienes han gobernado Chile los últimos treinta años. Jadue en cambio, reconocido pro chavista, ha cuestionado al gobierno por no cumplir el programa de Apruebo Dignidad. Sin embargo, como vemos, el anti neoliberalismo de Boric y de Jadue tienen un límite, mientras Boric resolvió por la subordinación a los partidos de los 30 años incluyendo en su gabinete a la Nueva Mayoría y a neoliberales como Marcel, la apuesta de Jadue es un callejón sin salida que la propia Venezuela de Chávez y Maduro se encargaron de demostrar. Hoy, los progresismos emergentes enfrentan el peligro de ser sólo un paréntesis, por eso no es extraño el apoyo que han encontrado en los grandes poderes económicos interesados primeramente en mantener la gobernabilidad para resguardar sus privilegios.
La crisis económica amenaza con gobiernos de tiempos cortos, encrucijada imposible de sobrepasar con un programa enmarcado en los límites de proyectos políticos anti neoliberales más no anticapitalistas. La única salida posible a la crisis es apostar por un programa en ruptura con el capitalismo y conquistarlo con la fuerza organizada de la clase trabajadora, desde abajo y en unidad con el movimiento estudiantil, de mujeres y el pueblo mapuche.