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Bourdieu: el Estado y la dominación

Francesco Colicchia

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Bourdieu: el Estado y la dominación

Francesco Colicchia

Ideas de Izquierda

Continuamos abordando la obra del sociólogo francés Pierre Bourdieu y sus divergencias centrales con el marxismo.

Los conceptos problematizados en el artículo anterior, ahora van a entrar en juego en sus determinaciones concretas y más complejas en torno a la relación del orden social, su mantenimiento y sus posibilidades de cambio. Este desarrollo teórico y político del autor se da en diálogos más o menos explícitos con diversos autores del marxismo como Althusser, Gramsci y Marx. En la temática de la dominación social, es decir, del mantenimiento del orden, el Estado se encuentra en un rol central, que en la pasada publicación hemos mencionado en torno al concepto de campo del poder. En este escrito la tarea es profundizar en las diferentes formas en que el Estado se articula con otros ejes temáticos como la historia, lo simbólico y las clases sociales. Es por eso que el Estado es un concepto central en tanto baluarte contra el cambio social.

En los siguientes párrafos no sólo se intentará dar a conocer esta parte de la obra del sociólogo sino contraponerla contra algunos autores marxistas e intentar ver qué rescatar y que no de su pensamiento.

Estado y poder simbólico

Bourdieu se opone a dos vertientes del pensamiento político. La primera es la concepción del Estado como lugar neutro donde “el Estado es una institución destinada a servir al bien común, y el gobierno, al bien del pueblo.” [1] que observa las cosas por encima de los intereses particulares. Esto se expresaría en “la ideología del servicio público y el bien público.” [2] Esta corriente sería la dominante en el pensamiento del sentido común y entre los propios agentes del Estado.

La otra corriente de pensamiento que rechaza es la "tradición marxista". El autor nos dice:

La tradición marxista, opone una representación antagonista, que es una forma de inversión de la definición primaria: Estado no es un aparato orientado hacia el bien común, es un aparato de contención, de mantenimiento del orden público, pero en provecho de los dominantes. En otras palabras, la tradición marxista no plantea el problema de la existencia del Estado y lo resuelve de entrada por medio de la definición de las funciones que éste cumple; de Marx a Gramsci, a Althusser y otros, siempre se ha caracterizado al Estado por lo que hace y por el pueblo por el que el Estado hace lo que hace, pero sin preguntarse sobre la estructura misma de los mecanismos que supuestamente producen lo que lo fundamenta. [3]

El marxismo sería un funcionalismo a la inversa, un “funcionalismo de lo peor” que haría de lo divino algo profano y execrable pero no iría más allá con el método de análisis que la ortodoxia del estado neutro, sería unilateral. Ante este rechazo, el autor propone un método que parte por la historia de las estructuras que formaron al Estado y lo hacen capaz de cumplir sus funciones tanto de universalizar intereses particulares como de cohesión social.

La particularidad de los desarrollos de Bourdieu se va a dar en torno a la modificación de la noción weberiana de Estado, en la cual este es la asociación política que mantiene exitosamente el monopolio legítimo de la violencia física para el sostenimiento del orden social vigente. [4]

El problema de esta definición, y de la visión marxista, será, para Bourdieu, que no ven las relaciones entre la concentración de la coacción o de la fuerza física con las demás formas de concentración que son las condiciones de posibilidad de este monopolio. Así, habría que ver a la génesis del Estado como “un proceso de concentración de los diferentes tipos de capital, capital de fuerza física o de instrumentos de coerción (ejército, policía), capital económico, capital cultural o, mejor dicho, informacional, capital simbólico, que [...] convierte al Estado en poseedor de una especie de metacapital, otorgando poder sobre las demás clases de capital y sobre sus poseedores.” [5]

Esta concentración de diferentes capitales va de la mano con la desposesión de los demás agentes de ellos. Por ejemplo, el monopolio de la violencia necesariamente trae aparejado la desposesión de la capacidad de violencia física para todos aquellos que no sean agentes especializados del Estado. Este proceso de desposesión será análogo a todos los capitales anteriormente nombrados.

Este proceso trae consigo luchas intestinas, limitaciones que encuentra el poder estatal para formarse y unificarse que tienen como base a contrapoderes (príncipes) y resistencias (clases dominadas). Al unísono con esta concentración de fuerza física, de fuerza económica (a través del impuesto), de capital informacional (a través de disciplinas como la cartografía, la literatura, la historia oficial, etc.), va ocurriendo otra concentración, más importante y decisiva para el autor, que es la concentración de capital simbólico, que, a la vez, es su condición necesaria para la realización de los demás procesos. Este capital es el reconocimiento de un poder expresado en ciertos agentes que poseen autoridad para realizar diferentes cuestiones. Para que se pueda reconocer deben imponerse unas formas de percibir el mundo unificadas y comunes, por ejemplo, unidades de medida, de pesaje, de contabilizar el tiempo, de distribución espacial, lenguas, culturas, etc. Es por ello que el capital simbólico es clave, la forma de realizar esto es mediante universalizar aquello que es particular. Este proceso consagra unas formas de ver el mundo en detrimento de otras pero, más importante, monopoliza el recurso de lo objetivo, de lo universal, en la institución estatal, desposeyendo a los demás grupos dominados de este.

Las estructuras cognitivas resultantes de este proceso (la cultura, la forma de ver el mundo) serán moldeadas en las disposiciones de la gente a través de instituciones como la escuela, que es de suma importancia para la reproducción legítima de este arbitrario cultural que es eminentemente violento. Es por ello que Bourdieu al concepto de Weber le agrega la dimensión simbólica. El Estado no sólo es una institución que se arroga exitosamente el monopolio legítimo de la coacción física, sino también la simbólica. [6]

Este poder simbólico se objetiva y universaliza formalmente en las leyes. Los juristas, para nuestro autor, van a ser el grupo encargado de naturalizar los arbitrarios culturales y la violencia simbólica del Estado, a su vez serán los principales interesados en la creación del Estado. El interés específico de los juristas es el interés por lo universal. [7] A partir de la constitución de un campo autónomo del poder legal-jurídico el Estado va a despersonalizarse. Bourdieu toma de los historiadores Richard J. Bonney y Joachim Stieber un concepto según el cual “no hay Estado antes del siglo XVII” porque “los príncipes tienen una visión de propietario; tratan a su gobierno y sus posesiones como una clase de bien personal; al mismo tiempo, administran la política como se administra un patrimonio. Según él, el término Estado aplicado antes del siglo XVII es pues un anacronismo. Estoy de acuerdo con estos dos historiadores, pero está claro que son minoría en su gremio.” [8]

Los juristas entonces harían de este "Estado" patrimonial un Estado moderno, impersonal, objetivo y universalizante. Logrado mediante la constitución de un campo legal autónomo desprovisto de las injerencias eclesiásticas y las divisiones estamentales. De allí nace la figura del ciudadano y de la igualdad formal entre todos los habitantes. [9] Con esta constitución del ciudadano también se cambiarían las estrategias de reproducción de los agentes del Estado, ya no sería una herencia o un estamento sino el mérito del postulante al cargo. La meritocracia, el ciudadano y los juristas poseen una especie de afinidad electiva en torno a la universalización formal. Ahora, los cargos, que también son formas de consagración reconocidas por el Estado, es decir, cargadas con un poder simbólico objetivado (como los títulos de nobleza, que ahora serían los títulos de grado, o, mejor dicho, de posgrado). La legitimación de las acciones por parte del Estado se establece de forma burocrática, legal, objetiva, y esta es otra de las relaciones fuertes con la teoría de la dominación de Weber. El Estado intenta mantenerse legítimo basando sus decisiones en esta ética racional. [10]

Los agentes del derecho ejercen una forma de efecto-teoría, esto quiere decir que sus concepciones no son sólo ideas, sino que son teorías que hacen la realidad. Cosmovisiones que ejercieron transformaciones en el modo de pensamiento como una “especie de revolución cultural”. [11] Esta revolución teórica en el seno del Estado, que recordemos puede imponer la incorporación de estructuras cognitivas en los agentes, generaría un acuerdo prerreflexivo e inmediato sobre el mundo, un sentido común o doxa. [12] El Estado forma disposiciones duraderas mediante disciplinas corporales y mentales que impone a las personas. Un ejemplo de esto es el calendario, el género, o el mérito educativo. De esta manera, construiría unos principios comunes de visión de mundo que se harían cuerpo, fuera de la dimensión de la conciencia y, por ende, fuera del consentimiento consciente. Sería una “sumisión inmediata que consigue el orden estatal.” [13] Este sería el fallo del marxismo para Bourdieu, que ve en la conciencia el espacio de dirección a un orden social opresivo, mientras que para este autor es en el cuerpo. En sus palabras:

La sumisión al orden establecido es fruto del acuerdo entre las estructuras cognitivas de la historia colectiva (filogénesis) e individual (ontogénesis) ha inscrito en los cuerpos y en las estructuras objetivas del mundo al que se aplican: la evidencia de los imperativos del Estado sólo se impone con tanta fuerza porque éste ha impuesto las estructuras cognitivas según las cuales es percibido. Esta consonancia prerreflexiva explica la facilidad, en definitiva, harto insólita, con la que los dominantes imponen su dominación. [14]

Hegemonía, clases y experiencia, una respuesta desde el marxismo

Siguiendo con este recorrido acerca del Estado debemos iniciar el diálogo respondiendo a la afirmación del sociólogo francés sobre si el marxismo es realmente un funcionalismo negativo. En general, la tradición marxista postula al Estado como una organización de dominio de una clase sobre otra. No lo hace solo mediante la experiencia sobre la acción del Estado en la lucha de clases sino también mediante un estudio histórico de su origen y sus causas. Para Engels, en su famoso libro El Origen del Estado, la propiedad privada y la familia, el Estado nace luego de un proceso de decenas de miles de años donde los seres humanos no tenían la necesidad alguna de una organización de ese tipo, y donde esta encuentra su génesis en el nacimiento de las clases sociales, la propiedad privada y el patriarcado en el seno de las comunidades. Podemos ver cómo, ya desde los inicios de una teoría marxista del Estado, el enfoque no es funcionalista sino que relaciona los orígenes del Estado con las relaciones sociales que éste adopta.

Para otro famoso marxista, Lenin, el Estado, en su abstracción última es un cuerpo de personas que detenta el monopolio de la coerción basado en una forma de división de clases, que no puede sobrepasar esos límites y que trata de protegerlos a toda costa. Desde la rebelión de los esclavos liderada por Espartaco, pasando por las revueltas campesinas, los motines por el pan, los procesos revolucionarios del siglo XX, y en esta última parte las revueltas en América Latina y Europa, el Estado ha defendido con todas sus fuerzas a su sistema social. Este monopolio nos indica que los intereses de las clases se han vuelto irreconciliables, que los dominados no pueden tener ya medios para defenderse y atacar, sino que sólo los debe poseer la clase dominante, centralizada y organizada en su Estado. [15] Muy bien menciona Bourdieu que el Estado es el que garantiza orden, sin embargo, falta especificar que no garantiza cualquier orden sino un orden de clase, de una clase sobre la otra, y que el Estado se fue desarrollando a la par de la lucha de clases hasta convertirse, como dice Marx en “poder nacional del capital sobre el trabajo, de fuerza pública organizada para la esclavización social, de máquina del despotismo de clase” [16]

El marxismo no está exento de una mirada sobre lo simbólico y su relación con el Estado, como hace bien Bourdieu. Un ejemplo notorio es el concepto, desarrollado por Gramsci, de hegemonía, donde se une la estructura social de clases, la relación entre estas, sus alianzas y embates y las maneras en que la clase dominante, organizada en el Estado y organizaciones privadas como sindicatos, universidades, clubes, etc, es capaz de dirigir a otros sectores sociales. Esta hegemonía es tanto ética como intelectual, es decir, intenta difundir una manera de hacer y de pensar, de sentir, de simbolizar. A diferencia del sociólogo, esta dirección intelectual-moral está plagada de contradicciones, de equilibrios inestables, donde entra el componente crucial de las relaciones de fuerzas, de la organización de las clases subalternas, de su cohesión, es decir, de su experiencia con distintas concepciones de mundo y direcciones políticas que intentan responder a planteamientos de problemas históricos novedosos.

Tomamos la crítica de Burawoy [17] al planteo bourdieussiano acerca de “ la facilidad, en definitiva, harto insólita, con la que los dominantes imponen su dominación.” Donde se expresa que para Bourdieu no hay nada progresivo en el sentido común, que está estructurado en función de la dominación de una mayoría por una minoría y que de ella no puede surgir una cosmovisión fuera de estas disposiciones incorporadas. Podemos ver en el autor francés una filosofía escéptica de las masas, donde en su experiencia cotidiana, fuera de la crítica científica, no puedan ir más allá de diversas formas estructuradas de dominación simbólica. El contraste con gramsci es visible, como dice el autor:

“Llegamos, en este punto, a la diferencia esencial entre Gramsci y Bourdieu. Mientras que para Gramsci la actividad práctica que transforma colectivamente el mundo es la base del sentido común y puede conducir a la conciencia de clase, Bourdieu ve en esa misma actividad práctica lo contrario: la inconsciencia de clase y la aceptación del mundo tal como es.” [18]

Se evidencia en este contrapunto que el autor francés piensa que la dominación sería tan sutil que la experiencia no podría dar paso a nuevas formas de ver el mundo y de comportarse. La forma de ver esta problemática es en parte un producto de la misma teoría del espacio social, donde el campo de la política y el de la cultura están separados. La teoría de Bourdieu hace un eje en la reproducción, en el orden, en la inercia, en tanto el habitus reproduce inconscientemente y coopera con su dominación.

Una alternativa a este planteo podría ser la visión del historiador inglés E.P Thompson donde en su experiencia bajo unas condiciones sociales determinadas, los sujetos sociales enclasados modifican sus conclusiones y sus acciones. La dominación no es nada estático, y en estas configuraciones nuevas de lo que llamamos conciencia, aunque seguro es más que solo conciencia, se entablan batallas políticas sobre la base de las conclusiones sacadas de su propia experiencia. [19] A esto hay que sumarle que el capitalismo también es dinámico y posee sus propias contradicciones inherentes, que se expresan en crisis económicas, orgánicas, guerras, etc. que también hacen que la dominación no sea estable y homogénea sino que avanza a través de equilibrios inestables que se rompen y reconstruyen en función del contexto. Históricamente se ha dado así, la clase obrera desde su formación ha avanzado y retrocedido a través de una experiencia más o menos conjunta, sobre los que los revolucionarios actuaron para que avancen en conclusiones más coherentes y concentrar su acción para hacerla más eficientes y obtener la victoria. El marxismo es una verdadera filosofía de la praxis justamente por evidenciar este proceso de diálogo entre las situaciones objetivas y problemáticas que tienen los grupos sociales en su hacer y las conclusiones que sacan de este y viceversa. Bourdieu reproduce una carga teórica que Thompson ya había criticado en otros autores contemporáneos de ambos. En sus palabras:

Ya se trate de la Escuela de Fráncfort o de Althusser, ambos están marcados por su intensísimo hincapié en el peso ineluctable de los modos ideológicos de dominio -un dominio que destruye todo espacio para la iniciativa o la creatividad de la masa del pueblo-, un dominio del que solo pueden luchar por liberarse la minoría ilustrada o los intelectuales [...] premisa que está destinada a conducir a conclusiones pesimistas o autoritarias. [20]

Esto tiene el problema de la dificultad de dar una salida a los problemas estructurales de opresión y dominación que vivimos mediante la autoemancipación de las clases oprimidas mismas, es decir, al no ser ellas capaces de liberarse en su propia praxis ¿cómo se puede revertir esa situación? Bourdieu en su teoría del Estado y la dominación impone una visión resignada, y no pesimista como dice él [21]., donde clausura la puerta para que los oprimidos hagan “saltar el continuum de la historia” [22] por su propia experiencia.

Si bien su teoría de la dominación simbólica representa un interesante aporte en la teoría social en tanto su variante burguesa, es decir, en relación a Weber y Durkheim, representa una regresión con las posturas del marxismo, cerrando la puerta a la autoemancipación de las clases oprimidas.


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NOTAS AL PIE

[1Bourdieu, P. (2014). Sobre el Estado. Barcelona: Anagrama. p. 10

[2Ídem, p. 11.

[3Ídem, p. 12

[4Weber, M. (1944). Economía y sociedad. México D.F: Fondo de Cultura Económica. p. 185.

[5Bourdieu, P. (1997). Razones Prácticas. Barcelona: Anagrama. p. 99.

[6Ídem, p. 97.

[7ídem, p. 110

[8Bourdieu, P. (2014) pp. 240, 241.

[9Ídem, p. 423.

[10Bourdieu, P. (2013). Poder de Estado y poder sobre el Estado. En P. Bourdieu, La Nobleza del Estado, (págs. 526-548). Buenos Aires: Siglo Veintiuno. p 531.

[11Bourdieu, P. (2014), p. 446.

[12Bourdieu, P. y Terry Eagleton (Enero/febrero de 2000). Doxa y vida ordinaria. New Left Review, págs. 219-231.

[13Bourdieu, P. (1997), p. 118

[14ídem, pp. 118, 119.

[15Lenin. (2013). El Estado y la Revolución. En Lenin, Obras selectas, (págs. 123-211). Buenos Aires: Ediciones IPS, p. 128.

[16Marx, Karl. La guerra civil en Francia. Obras escogidas, Progreso, pp. 539-542.

[17Burawoy, M. (2023). (Des)encuentros entre Gramsci y Bourdieu, Jacobin.

[18Ídem.

[19E.P Thompson (2012). La Formación de la clase obrera en Inglaterra. Madrid: Capitán Swing.

[20Wood, E. M. (2000). Democracia contra el capitalismo. Madrid: Siglo veintiuno editores, p. 122. Con esta cita no pretendo agotar el debate sobre si la crítica de Thompson a las corrientes frankfurtianas y althusserianas es válida. Entiendo que existen pluralidad de opiniones al respecto y no es mi idea agotarlo ni discutirlo en esta nota, sino, traducirla en diálogo con Pierre Bourdieu. Para una visión crítica sobre las posturas de Althusser ver: Petruccelli, A. y Dal Maso, J. (2020) Althusser y Sacristán. Itinerario de dos comunistas críticos. Buenos Aires: Ediciones IPS.

[21Carles, P. (Director). (2001). La Sociología es un Deporte de Combate [Película]. C-P Productions; VF Films

[22Benjamin, W. (2009). Sobre el concepto de la historia. En W. Benjamin, Estética y política (págs. 129-152). Buenos Aires: Las Cuarenta, p. 149.
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Francesco Colicchia

Estudiante Sociología UBA
Miembro del comité editorial del suplemento Armas de la Crítica