Sin el maquillaje del crecimiento económico, el rostro de la lucha de clases se presenta cada vez más limpio. No es posible gobernar para todos, o se gobierna para el patrón o para los trabajadores.
Miércoles 2 de marzo de 2016
Este ciclo económico, sin embargo, llegó a su fin. Tan rápido como él, el proyecto político del PT perdió su pilar de sustentación. Para seguir siendo funcional a los intereses de las élites, el gobierno debe tomar medidas antipopulares de ajuste contra los trabajadores y la sociedad. Pero cuanto más medidas de esas toma, más pierde su base social. Sin el maquillaje del crecimiento económico, el rostro de la lucha de clases se presenta cada vez más limpio. No es posible gobernar un país para todos, o se gobierna para el patrón o se gobierna para los trabajadores.
A cada amenaza y chantaje de las élites de abandonar al gobierno para conseguir que sean implementados más reformas y ajustes, Dilma cede. Con eso, por un lado se muestra cada vez menos útil para esa élite, que preferiría un gobierno que no requiriese de un chantaje para aplicar la austeridad. Por otro, pierde más y más a su base de sostenimiento social (la reforma previsional puede ser el último suspiro del gobierno). Un gobierno que es lento para garantizar los intereses de la élite se torna desechable, salvo que se apoye en fuertes bastiones sociales y sindicales. Dilma ha sido un gobierno lento, y a cada concesión que hace a las élites, corroe aún más su base social de sustentación. Se aproxima su fecha de vencimiento.
Sin embargo, si las bases sociales que hasta ayer sostenían al gobierno del PT lo ven cada vez menos como un gobierno propio, y por eso se hacen cada vez menos asustadoras para las élites, ¿qué más impide el impeachment (destitución)? Ocurre que las élites tampoco son homogéneas y cada cual tiene sus caprichos. Existen hoy dos formas de avanzar en el impeachment, y cada una de ellas tiene sus contradicciones.
La vía del Congreso Nacional, que destruiría a la presidenta Dilma (PT) y colocaría en su lugar al vicepresidente Michel Temer (PMDB), tenía hasta el año pasado en la figura del presidente del Senado, Renan Calheiros (PMDB) a su principal opositor. Los pasos tácticos precipitados que dió Temer, como el lanzamiento de propuestas económicas distintas a las del gobierno y la divulgación de una carta de resentimientos a la presidenta, también generaron desconfianza en las élites de la posibilidad de que sea él quien dirija una transición a la Itamar Franco. La demostración de esto fue el desplazamiento del oficialista Leonardo Picciani (PMDB de Rio de Janeiro) como líder de la bancada en el Congreso.
Otra vía que se abre este año con el encarcelamiento del publicista João Santana es la destitución de la fórmula Dilma-Temer por el Tribunal Superior Electoral (TSE) y la convocatoria a nuevas elecciones generales en tres meses. Más antidemocrática aunque la destitución de una presidenta elegida por sufragio universal por la vía de cinco centenas de diputados en el Congreso Nacional, esta decisión del TSE cabe solo a siete ministros ilustrados. La mayor contradicción de esta vía para las élites, sin embargo, es que durante los tres meses asumiría la Presidencia de la República el actual presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha (PMDB), ¡el mal mayor!
La oposición tucana (PSDB) incluso después de que el partido se haya unificado alrededor de la defensa del impeachment y de la convocatoria a movilizaciones callejeras, tampoco está segura sobre qué vía prefiere. Mientras para Aécio Neves (PSDB de Minas Gerais, excandidato a presidente) la destitución y las nuevas elecciones le garantizan la disputa presidencial y una posible victoria; para los caciques tucanos de San Pablo, José Serra y Geraldo Alckmin, que anhelan disputar la presidencia por el PSDB en 2018, una transición dirigida por Temer sería lo más favorable para sus proyectos.
Sin embargo, las manos empresariales se mueven por todos lados para desatar los nudos. Del lado del PMDB, Michel Temer ensaya una reaproximación con el presidente del Senado, Renan Calheiros. Este, a su vez, afirmó luego del encarcelamiento de João Santana que la situación del gobierno se estaría haciendo insostenible. En relación a Eduardo Cunha, el nudo ciego, la única posibilidad de desatarlo pasaría por el avance en el Supremo Tribunal Federal (STF) de su proceso de alejamiento de la Presidencia de la Cámara. Sabiendo que el presidente y el vice del TSE, además de Luiz Fux, también son ministros del STF, es posible que la destitución de la fórmula Dilma-Temer por el TSE estará condicionada al avance del proceso de alejamiento de Cunha de la Presidencia de la Cámara por el STF. Al final, mismo para las élites, es mejor mantener un gobierno débil que poner al mal mayor en la presidencia del país.
En este sentido, salir a las calles el 13 de marzo, de acuerdo a la convocatoria del PSDB, y en defensa del impeachment, significa fortalecer las vías, cualquiera que sea, para que las élites tengan un gobierno de unidad nacional que imponga más rápida y eficazmente su política de recortes y ajustes contra los trabajadores. Sin embargo, salir a las calles el 31 de marzo, según la convocatoria de las centrales sindicales y frentes populares ligados al gobierno y al PSOL, contra el impeachment, significa demostrar que el gobierno todavía posee alguna base social, y por lo tanto, que las élites todavía deben seguir su política de chantaje para efectivizar a cuentagotas los mismos recortes y ajustes.
Los trabajadores no podemos ser rehenes de las políticas de sectores de la burguesía, que independiente de sus caprichos, tienen como único intuito profundizar la austeridad en contra nuestra. Necesitamos unificar las resistencias locales que los trabajadores de cada fábrica, cada órgano público y cada empresa han ejercido para defenderse de esas políticas. Es necesario que la izquierda tenga política para la lucha de clases y busque unificar esos procesos como fuerza independiente.
Las masas trabajadoras no están saliendo a las calles para defender el impeachment ni para defender al gobierno. Este debate genera politización pero la preocupación central es con la recomposición salarial, el aumento de los despidos y el miedo al desempleo. Si la izquierda no tiene política para nacionalizar y popularizar los ejemplos de resistencia de los trabajadores que utilicen los métodos de la lucha de clases obrera para frenar los ataques, como en la fábrica de electrodomésticos MABE, los trabajadores sufrirán las penurias de quedar como furgón de cola de algún ala de la burguesía. La izquierda una vez más habrá atrasado la oportunidad de construir un partido revolucionario en el país.