El aislamiento preventivo durante un determinado período de tiempo, por razones sanitarias, es muy anterior al surgimiento del COVID-19. Algunas veces efectivas, otras no, las cuarentenas se han aplicado en distintos períodos de la Historia trayendo consigo consecuencias económico-sociales muy importantes a las sociedades que las atravesaron.
Luca Bonfante @LucaBonfante98
Viernes 27 de marzo de 2020 21:22
Si bien el termino cuarentena comienza a utilizarse recién a partir de la expansión por toda Europa de la peste bubónica (o peste negra) en el S. XIV d.C como veremos luego, el aislamiento preventivo de personas por razones sanitarias puede ser rastreado en el tiempo por primera vez hace aproximadamente 2.600 años en el Levítico (uno de los libros bíblicos del Antiguo Testamento [1]). Hoy en día, por la expansión del COVID-19 en todo el globo, esta medida es aplicada por al menos 35 gobiernos en diversas partes del mundo afectando aproximadamente a mil millones de personas.
A pesar del inmenso desarrollo sin precedentes de las fuerzas productivas, de la tecnología y de la ciencia, los Estados siguen aplicando este tipo de medidas drásticas que afectan a grandes sectores de la población. Sostienen políticas que garantizan un régimen de desigualdad basado en el negocio y lucro por encima de la salud. ¿Qué consecuencias trajeron este tipo de medidas en el pasado? ¿Es la única solución o es un parche de los Estados que no pueden dar respuesta a las crisis sanitarias y al desfinanciamiento de los sistemas de salud?
Sus orígenes
“Permanecerá inmundo todos los días que tenga la infección; es inmundo. Vivirá solo; su morada estará fuera del campamento”- Levítico 13:46-Pentateuco
La historia de las cuarentenas es, en última instancia, la historia de los leprosos. Estigmatizados de múltiples formas a lo largo de la Historia, tratados de inmundos e impuros, los leprosos eran considerados “portadores del castigo divino por sus pecados pagados con su propio cuerpo”. Poco y nada se sabía de esta enfermedad para ese entonces, considerada por el conjunto de la sociedad como mutilante, incurable y vergonzosa. Nos estamos refiriendo a una etapa histórica en la cual las células básicas de estas sociedades, las aldeas-comunas, poseían un funcionamiento autosuficiente y donde no existía (o era muy escasa) la conexión entre un pueblo y otro. Muy distinto al mundo hiper-globalizado e interdependiente en el que vivimos hoy en día.
El aislamiento social, o mejor dicho, cuarentena nace entonces como un método drástico para contener la expansión de enfermedades contra las que la medicina de la época no tenía recursos. Y claro, una vez que ésta es aplicada a un grupo determinado de personas o al conjunto de la sociedad, pasa a transformarse en un fenómeno social que en la historia vino acompañado del reforzamiento de los aparatos control y la marginación oportunista de colectivos a los que por motivos étnicos o religiosos, se culpaba de la enfermedad.
Esto será algo muy extendido durante las distintas pandemias y se podrá observar en otros momentos de la historia: en 1892, un brote de fiebre tifoidea se expandió en barrios donde vivían inmigrantes judíos rusos en Nueva York. Las autoridades detuvieron y trasladaron a cientos de ellos a carpas de cuarentena en la isla Hermano del Norte. Pocos años después, el hallazgo de un inmigrante chino en un sótano de San Francisco disparó el miedo a la peste e hizo que las autoridades cercaran su Chinatown. Un ejemplo comparable es el uso del VIH en los años 80 para reforzar la estigmatización a la comunidad LGTBIQ.
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Hoy en día, el COVID-19 vino acompañado de la exacerbación de las respuestas nacionalistas reaccionarias en gran parte del mundo y del reforzamiento de los mecanismos de control y represión por parte de los Estados. Si bien aún se desconocen todas las consecuencias que traerá la irrupción del virus, algunos elementos de esto se pueden observar en los discursos del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, al referirse al coronavirus como un “virus chino” y exclamando: “Este es el esfuerzo más agresivo para enfrentar un virus extranjero en la historia moderna (de EE.UU.)”.
Lo que intenta Trump es recuperar la épica de un EE.UU. enfrentado a un potencial enemigo externo que sería, en este caso, una China con la que atraviesa una guerra comercial.
Edad Media y la peste justiniana
A pesar de la importancia de la lepra a lo largo de la Antigüedad y la Edad Media, un caso que nos permite realizar una analogía con la fuerte crisis mundial que está atravesando el capitalismo hoy –profundizada por la expansión del coronavirus y las cuarentenas generales masivas– es el de la peste justiniana.
Llamada peste justiniana o plaga de Justino (nombre puesto por los historiadores modernos, en referencia al emperador romano Justiniano I, que regía entonces el Imperio bizantino), es considerada como una de las plagas más importantes de la historia. Se cobró la vida de entre 25 y 50 millones de personas hace aproximadamente 1.500 años, entre los años 541 y 750 d.C. Fue uno de los motivos (uno importante) que aportó a la frustración de los planes de unificar al Imperio Romano dividido en el 476 a.C.
El despoblamiento brutal que sufrió el Imperio Bizantino sumado a la parálisis debido al aislamiento, debilitó su economía, y a la larga también su milicia dando oportunidad a que diversos pueblos bárbaros invadieran su territorio y desestabilizando su política interna.
Las fuertes consecuencias económicas que trajo consigo esta epidemia se pueden observar analizando el comercio de marfil del Imperio bizantino durante estos años. A la hora de rastrear la cantidad de obras de arte de marfil bizantinas que han perdurado hasta la actualidad, del año 400 al 540 se han conservado ciento veinte piezas pero del año 540 al 700 sólo se han conservado seis. A partir del año 540 d.C. el comercio del marfil se detuvo y las cantidades de este material que llegaban al Imperio eran mínimas (2).
Como vimos, las epidemias y las cuarentenas generales masivas impactan tanto en lo social como en lo económico. La forma en la que las sociedades responden a ellas es, en última instancia, un reflejo de la sociedad misma, su estructura, su organización y sobretodo: sus límites.
Peste Negra
En 1377 la colonia veneciana de Ragusa (hoy Dubrovnik), entonces un importante puerto, puso en funcionamiento el primer sistema institucionalizado de cuarentena de la historia por la peste bubónica que causó la muerte de aproximadamente 30 millones de seres humanos, más de un tercio de la población total de Europa para ese entonces.
En este período se acuña el término cuarentena y se comienza a utilizar de forma extendida para referirse al aislamiento por razones sanitarias durante cuarenta días, o como se diría en italiano: quaranta giorni. El número cuarenta (40) es totalmente arbitrario y muchos creen que proviene de la religión católica. Cuarenta es el número de años en que Moisés vivió como pastor en Madián y los días que permaneció en el Monte Sinaí antes de bajar (según las Sagradas Escrituras) con las tablas de los Diez Mandamientos. También es la cantidad de años que los hebreos fueron castigados a vagar por el desierto; o los días (y noches) que Jesucristo pasó de ayuno en el desierto. Por citar algunos ejemplos.
La medicina de ese momento no se hallaba preparada para actuar con contundencia ante la epidemia. El escaso (nulo) desarrollo sanitario de la época, la falta de cloacas, el hacinamiento y la falta de higiene son en parte las causas estructurales por las cuales el virus se propagó a una gran escala y tan rápidamente. Las consecuencias económicas y sociales que trajo consigo la peste negra se siguen estudiando y analizando como uno de los principales aceleradores que precipitaron el fin del feudalismo.
Irracionalidades del capitalismo
Si bien los virus humanos han seguido frecuentemente el flujo de las mercancías –como vimos con la peste bubónica que se diseminó a través de rutas comerciales durante años– la velocidad y la escala masiva del capitalismo globalizado produjo un escenario en el que las enfermedades pueden propagarse por todo el planeta en cuestión de semanas.
Los ejemplos anteriores intentan ilustrar los límites estructurales que presentaron el feudalismo y civilizaciones anteriores a la hora de enfrentarse a pandemias de envergadura. Límites que en última instancia eran reflejo de su desarrollo, su técnica, etc.
Ahora bien, los problemas que viene demostrando el capitalismo para hacerle frente al COVID-19 no se le pueden atribuir a su falta de técnica o su escaso desarrollo de las fuerzas productivas. El uso de sistemas o elementos computarizados y electromecánicos para fines industriales, el desarrollo sin precedentes de la tecnología destinada para fines agrícolas y las redes de logística a escala internacional, por nombrar solo algunos ejemplos, dejan en evidencia que no es la falta de recursos lo que impide una respuesta organizada para frenar la pandemia.
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El capitalismo no es solo el que crea el espacio para el caldo de cultivo y la rápida propagación del virus, es también el responsable de no poner toda la tecnología y recursos que existen al servicio de frenarla. La negativa de los Estados a implementar un plan sanitario integral con un norte claro al servicio de las mayorías para evitar el colapso en los sistemas de salud, es reemplazada por el llamado al confinamiento general (cuarentena) de toda la población y la declaración del estado de alarma, con policía y ejército en la calle.
La “carrera” entre los gobiernos de Estados Unidos, Alemania o China por desarrollar una vacuna y obtener las patentes de la misma, es una prueba del afán de lucro capitalista. ¿Qué pasaría si socializaran los avances de los laboratorios y se actuara de forma unificada? ¿O si las grandes redes de logística como Amazon, Alibaba o Walmart estuviesen puestas al servicio de entregar y repartir alimentos para frenar el hambre en lugares de difícil acceso?
La barrera ficticia creada por esta búsqueda constante de ganancias de los capitalistas lleva al atraso y a la imposición de medidas pre-medievales como el confinamiento general de toda la población que afecta a grandes sectores de trabajadores informales y a millones que viven en condiciones de hacinamiento.
La respuesta desigual por parte de los distintos gobiernos también deja al descubierto la distribución desigual de la tecnología en los países del primer mundo y los países atrasados. China, Japón, Corea del Sur, Estados Unidos y Alemania son los cinco mercados principales de robótica y en 2018 representaron el 74% de los robots industriales instalados a nivel global.
Para enfrentar seriamente la pandemia se requiere otra lógica muy distinta a la que viene primando en la mayoría de los países, empezando por testear en gran escala para tener una hoja de ruta más certera, redirigiendo los recursos necesarios para fabricar los insumos que hagan falta.
Para pelear por esta perspectiva es necesario el protagonismo de sectores de la clase trabajadora controlando la producción (perspectiva que ya viene despuntando en algunos países) y poniéndola al servicio de las necesidades de las inmensas mayorías. Es la pelea por terminar con un sistema que somete a toda la humanidad y la naturaleza para el único fin de aumentar sin límite la ganancia capitalista. Como decía Engels: para ir “del reino de la necesidad al reino de la libertad”.
Notas
1. Aunque tenga fragmentos más antiguos, hay consenso entre los estudiosos de la Biblia en que adquirió su actual forma durante el período persa, entre los siglos VI y IV A.C.
2. Keys, Davis (2000). Catastrophe: An Investigation into the Origins of Modern Civilization. Ballantine Books. p. 24.