Dado que la crisis del coronavirus adquirió dimensiones globales llevando a la retirada de las calles a más de un tercio de la población mundial, y combinándose con los efectos de una crisis recesiva internacional, el debate sobre el concepto de “biopolítica” elaborado por Foucault adquirió una nueva relevancia. El encarcelamiento de cuerpos dentro de las casas, el silencio angustiante de las calles de las capitales que nunca descansan y, sobre todo, el recurso de medidas autoritarias y represivas para garantizar el encierro forzado, son parte de los factores que reviven el debate sobre la biopolítica.
En líneas generales, el concepto de biopolítica tal como fue desarrollado originalmente por Foucault, está íntimamente relacionado con los mecanismos de represión, elemento esencial del poder. Para Foucault, la biopolítica –que incluye el control de los cuerpos– y el poder, no deben entenderse como la sujeción de la sociedad al Estado, sino como algo presente en las redes que atraviesan las relaciones sociales. Como consecuencia de esta lógica, Foucault anula las distinciones existentes entre guerra y paz. Así, anclada en los innumerables instrumentos de control y represión vigentes, la tradición foucaultiana ve en la biopolítica la primacía de estos. Esto lo lleva a afirmar que la política sería la continuación de la guerra por otros medios, invirtiendo la famosa frase del general prusiano Carl von Clausewitz. El problema de esta perspectiva es que termina anulando el salto de calidad existente en los antagonismos y enfrentamientos provocados por las guerras. En otras palabras, "establece una indistinción entre la violencia física y la moral".
En línea con estas líneas generales, su discípulo Giorgio Agamben delineó los contornos de este debate en tiempos de coronavirus en una serie de artículos, que generaron una amplia discusión. En ellos, de acuerdo con las tesis foucaultianas, aparecen en un primer plano los mecanismos autoritarios que los diferentes gobiernos han utilizado para hacer frente a la pandemia. Alegando que habría una desproporción entre el estado de excepción adoptado y las consecuencias de la nueva enfermedad, Agamben elabora la tesis de que el agotamiento del terrorismo internacional como justificación de las medidas de excepción, podría tener su sustitución en la propaganda del temor suscitado por las epidemias. De esta manera, a través del uso político de las pandemias, se adopta el estado de excepción como nuevo paradigma de normalidad, en una creciente e incesante profundización, alimentado y exagerado conscientemente por el poder estatal.
Pasaron poco más de quince días desde que se conocieron los análisis de Agamben sobre el Covid-19. Pero no fueron días ordinarios. Fueron días más parecidos a los que describiera Lenin, en los que la normalidad se rompe a tal punto que los días parecen años. Vista desde hoy, la caracterización de Agamben sobre los efectos y orígenes de la pandemia parecen no sostenerse, aunque sea un hecho su uso por parte de los gobiernos para profundizar las medidas autoritarias. En el caso de Brasil, el discurso de Bolsonaro generó la oposición de una parte importante de la población al instar a los trabajadores a arriesgar sus vidas, salir a las calles a trabajar y no temer una "gripecita", velando por los intereses de los capitalistas.
No pasó mucho para que varias respuestas desafiaran el análisis de Agamben centrado en la denuncia a los mecanismos de la biopolítica. Slavoj Zizek fue uno de los que entró en el debate indicando que si es correcto, por un lado, que los Estados tomaron medidas represivas en nombre de contener la pandemia, por el otro, en ocasiones como estas, los poderes estatales pueden y deben ser increpados por la población para lidiar con el problema. Zizek también señala que porciones de la población deben cuestionar las medidas adoptadas por los Estados no solo por su carácter autoritario, sino por su dudosa eficacia.
"Lo que hoy temo más que las medidas aplicadas por China (e Italia y etc.) es que sean aplicadas de una manera que no funcione para contener la epidemia, mientras que las autoridades manipulan y ocultan los datos reales", dice Zizek. Este miedo está completamente justificado. Las cifras de muertes, por ejemplo, en Brasil sugieren un subregistro. No hay tests masivos, por lo que la cuarentena no está racionalmente organizada. Los enfermos están aislados junto con personas sanas. En la práctica, el confinamiento se lleva a cabo bajo un criterio que no tiene nada que ver con la enfermedad, sino con el papel que desempeñan esas personas en la producción. Hay quienes pueden hacer la cuarentena trabajando en casa o mediante licencias y quienes no, se ven obligados a salir a la calle para no morir de hambre.
Pero aquí mismo yace una brecha en el pensamiento de Zizek. Si el estado capitalista fue el gran responsable de la destrucción del sistema de salud pública para garantizar las ganancias durante toda la década anterior, la salida que ofrecerá ahora será en el mejor de los casos parcial, cuando no irracional e insuficiente, ya que la sed de ganancias de los capitalistas no cesa por la pandemia. Incluso aunque vemos un debilitamiento de la oda neoliberal y la adopción, por el contrario, de medidas que sugieren el retorno de un "capitalismo de estado", este no podrá abordar en profundidad los efectos de la crisis. Son los trabajadores quienes, en defensa de sus vidas, pueden ofrecer una solución profunda a esta crisis. Volveremos sobre esto más adelante.
Aquí es donde entra el debate sobre la propuesta de "biopolítica democrática". Partiendo del concepto de biopolítica, Panagiotis Sotiris, periodista griego conocido por sus escritos sobre Althusser, propone otra apropiación del concepto, basada en la posibilidad de una "biopolítica democrática", o incluso "comunista". Según Sotiris, esta perspectiva se derivaría de la noción foucaultiana de "autocuidado" e implicaría la propuesta de unidad entre el cuidado individual y el cuidado colectivo sobre la base de medidas no coercitivas. Por lo tanto, Sotiris sugiere, por ejemplo, que las medidas de aislamiento durante la pandemia, así como la simple decisión de no fumar en espacios públicos, podrían ser el resultado de decisiones colectivas discutidas democráticamente, avanzando hacia una biopolítica democrática. Sotiris señala cómo, en tal condición, en lugar del miedo individual, se pasa a la noción de cohesión social y esfuerzo colectivo. Y termina reafirmando el papel que puede desempeñar la solidaridad autoorganizada, en contraste con la búsqueda de la supervivencia individual.
El "autocuidado" capitalista funciona en detrimento de los trabajadores
Ciertamente, la perspectiva de Sotiris indica un camino, que Zizek también enfatiza, inexistente en Agamben. Es decir, que como resultado de la pandemia no solo surgen el miedo y la búsqueda de salidas de salvación individuales. Sino también manifestaciones fundamentales de solidaridad. Las voces que en Italia cantaban “Bella Ciao” desde las ventanas, los rostros de los y las trabajadoras de la salud llenos de moretones por el uso de los equipos de protección que utilizan durante jornadas extenuantes y las muestras de amabilidad que se expresan cotidianamente en las redes sociales son solo algunos de los indicios de solidaridad ignorados por Agamben.
Sin embargo, lo que incluso escapa a Sotiris, o al menos omite en su texto como factor central y organizador de la salida colectiva a la que se refiere, es el carácter de clase ineludible para que una salida alternativa sea posible. En nuestro país, por ejemplo, en estos pocos "días-años" en los que estamos inmersos con la pandemia, que ya están transformando el tejido social en su conjunto, algunos cimientos profundos constitutivos de la clase capitalista han salido a la luz con gran fuerza y demuestran que el "autocuidado" para ellos funciona en detrimento de nuestras vidas. Simplemente no es posible establecer una atención colectiva definida democráticamente, como propone Sotiris inspirada en la reflexión foucaultiana, sin cuestionar la dominación de la clase capitalista. Y tampoco exclusivamente transfiriendo una parte de los ingresos de los propietarios de las grandes fortunas e instituciones financieras, a través de la presión de los movimientos sociales, como señala Sotiris. Nos encontramos frente a un problema sin solución para esta corriente teórica.
Un ejemplo concreto. En los últimos días, en el caso de Brasil, vimos a empresarios de cadenas de restaurantes decir sin vergüenza que "la economía no se podía detener" y que, si unos pocos miles de personas murieran, estaría lejos de los efectos que tendría la adhesión de los trabajadores a la cuarentena. Bolsonaro, por su parte, sostuvo en cadena nacional que el Covid-19 mataría solo a los ancianos, y por lo tanto, no había razón para tanta "histeria". Ante la repercusión de tales declaraciones, los sectores más estratégicos de la burguesía trataron de recalcular, temiendo las consecuencias de tales declaraciones que expresaban crudamente la lógica de las clases dominantes. Entienden que decir tan explícitamente lo que verdaderamente piensan, podría desencadenar respuestas de los trabajadores y la población, que hagan que la situación se les vaya de control. Por eso, después de décadas de neoliberalismo, ahora se empiezan a hacer anuncios de medidas intervencionistas para enfrentar la crisis, a pesar de que los bancos continúan siendo los principales beneficiarios de la inyección de recursos, acumulando ganancias enormes, muy superiores a los que se destinan a la población. Por lo tanto, no se puede ignorar que la posibilidad de un "autocuidado", general, ahistórico y externo a las clases sociales, es algo que parece improbable. De esto resulta la dificultad de usar el concepto, incluso bajo el enfoque de izquierda propuesto por Sotiris.
Pero ¿entonces qué?
La famosa definición de Rosa Luxemburgo de "socialismo o barbarie" adquiere un perfil dramáticamente vital ante esta situación. Por lo tanto, es clave que la atención se dirija a los lugares de donde puedan surgir las respuestas. Ya se mencionó que desde que a la crisis económica se le sumó la crisis sanitaria provocada por el Covid-19, se han expresado muchas muestras de solidaridad. Pero hay otras muestras que merecen aún más atención de nuestra parte, en la medida en que anuncian una posible salida de fondo: se trata de la acción de los trabajadores en diferentes países del mundo.
Las "huelgas salvajes", por fuera de las direcciones sindicales, tomaron la escena en Italia en el sector metalúrgico, como ocurrió con la huelga general del 25 de marzo contra la determinación de la patronal de seguir trabajando. La participación estimada rondó entre el 60 % al 90 % de los trabajadores. Fueron seguidos por trabajadores de la industria textil y química, y confluyeron con el llamado realizado por cientos de enfermeras que pidieron la paralización de todos los sectores esenciales, en un paro simbólico de un minuto. No está de más recordar, además, que tales acciones son ignoradas completamente por los principales medios de comunicación.
Otro ejemplo que cabe difundir es el de Francia y los trabajadores de la aerolínea Airbus. Semanas atrás, los trabajadores se organizaron para exigir el cierre de la aerolínea debido a la ausencia de condiciones mínimas de trabajo. Rápidamente Macron y los dueños de Airbus presionaron para que los trabajadores volvieran a trabajar. Sin embargo, los trabajadores cuestionaron por qué se usarían decenas de miles de máscaras protectoras para reanudar sus funciones, mientras que este importante insumo falta para los trabajadores de la salud, que están en la primera línea de la lucha contra el virus. En consecuencia, varios sindicatos comenzaron a exigir que se entreguen todas las máscaras a los trabajadores de la salud y que la producción de la industria aeronáutica se reconvierta para fabricar respiradores y equipos médicos.
Distintos sectores de trabajadores ya declararon que, si se produjera lo necesario para enfrentar esta crisis, estarían dispuestos a trabajar. El control de la producción y su reconversión por parte de los propios trabajadores es un antídoto necesario para la irracionalidad capitalista que, incluso adoptando medidas de contención, no es capaz (y no está interesado) en producir ni siquiera tests masivos, por ejemplo. Esta perspectiva adquiere una faceta más concreta que la biopolítica democrática propuesta por Sotiris, que no indica claramente cuál sería la clase capaz de establecer un "autocuidado" que sea equivalente a una atención efectivamente colectiva.
Evidentemente, los ejemplos de trabajadores mencionados aquí que van despertando su conciencia, son iniciales. Pero son expresiones fundamentales de que la solidaridad y la autoorganización mencionadas por Sotiris, no pueden ser dimensiones abstractas. Por el contrario, para que sean efectivas deben surgir de la autoorganización de la clase trabajadora y necesitan una estrategia clara y contundente. Ahí radica, quizás, el mayor desafío en la historia reciente.
Referencias
ZIZEK, Slavoj: “¿Monitorear y castigar? Sí, por favor”.
AGAMBEN, Giorgio: “El estado de excepción causado por una emergencia infundada”.
ALBAMONTE, Emilio, MAIELLO, Matías: Estrategia socialista y arte militar, Ediciones IPS.
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